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EN AMÉRICA, UN 9 DE SEPTIEMBRE DE 1932, LA CABALLERÍA COMO ARMA DE COMBATE DEJÓ DE EXISTIR.


 (Por Diego Martínez Estévez)


El Subteniente Alberto Taborga, en su Diario de Campaña lo relata de este modo:


“Cuatro de la madrugada: Estamos listos. Va despejándose la niebla. Los dientes castañean y es imposible dominar el temblor de las piernas”.


“Horas cinco: La artillería y morteros enemigos rompen el fuego iniciando la preparación d ataque para la infantería. En todo el campo se propaga un clamor sonoro y feroz. Los pilas se esfuerzan en amedrentarnos Con alaridos y nerviosas carcajadas aparentan tranquilidad y coraje. En la lejanía suenas sus bandas de música……. Los proyectiles 105 mm, vienen rompiendo el aire como si estuvieran envueltos en papel de seda….”


“Horas siete: Se inicia el ataque frontal. De la orilla del monte que queda a mi frente, surgen tropas a caballo. Observo: tres escuadrones progresan por el ancho espartillar casi sin intervalos, sin precaución. Pasan del trote al galope. Con “jiiií – púuu y hurras! Avanzan en tropel.... Sus risotadas son altaneras como la punta de sus lanzas… Ganan terreno alentados por nuestro silencio”.


“Hay orden terminante de controlar el empleo de munición. Sólo debe dispararse a distancia mínima. Nuestros soldados con la faz cetrina y con las carrilleras ajustadas al mentón, contemplan absortos, mas con curiosidad que con temor las maniobras de la caballería enemiga. A los 400 metros inician los escuadrones su carga lanza en ristre… Aúllan como vaqueros arreando ganado… Segundos anhelantes.. El cuero cabelludo parce erizarse…”aña –nembuí…añá racó – pe –guaré bolis… viva el Paraguay…!... Por primera vez escuchamos su grito de guerra”.


“Faltan segundos para que rebasen los 300 metros que tenemos marcados en al aspartillar. Los dedos se aferran como garfios a las gargantas de fusiles y ametralladoras…!YA…!!! Doy la señal con un pitazo…! Vomitan las pesadas; se sacuden las livianas, no cesa la fusilería… Hierve, por fin, el caldero de la guerra…!”.


“Espesa polvareda se levanta al frente… Se despeja… Nadie podría señalar el tiempo transcurrido en este primer y fragoroso choque. El R.C.”. “Coronel Toledo” ha sido desbaratado fulminantemente. Sólo quedan caballos sin jinetes caracoleando por el campo, sus relinchos parecen pedir angustiados ¡alto el fuego! El rechazo ha sido en seco… Clamor de heridos… La boñiga de los caballos despanzurrados impregna de hedor todo el contorno. Mínima parte de los escuadrones huye a su punto de partida”.


“Dura y aleccionadora experiencia para la caballería enemiga. Ha sido obligada a desmontar sin voz de mando. Moraleja: La clásica carga de caballería no debe repetirse por el resto de la contienda, es completamente vulnerable… Empero, con el fulminante rechazo que ha sufrido la caballería enemiga, hemos anulado su poder de maniobra veloz y hemos paralizado su avance en profundidad”.


“A mi izquierda: Clemente Inofuentes, Juan de Dios Guzmán y José Dávila Infante, aún tienen aferrado al enemigo, en la parte saliente de nuestras trincheras sobre la picada vieja a Pozo Valencia y que los paraguayos han bautizado como la “Punta Brava”. La artillería ha concentrado sus fuegos sobre esa posición. Ellos han sufrido muchas bajas. Nosotros pocas. Frente a la “Punta Brava” han caído en el primer asalto los mayores Melgarejo y Rivas Ortellado, comandantes de batallón de los regimientos “Corrales 3" y "Curupayti 4”.


“A medio día se reinicia el ataque. El fuego de apoyo de la artillería para el asalto ha durado una hora; en veces sus tiros son rasantes y certeros, pero los de demolición y los “Shrapnell” no fallan, estos últimos con su mortal lluvia de balines no dan tregua. Entra en pleno la Primera División paraguaya comandada por el coronel Carlos J. Fernández. Está integrada por los regimientos R.I “Itororo”, R.I.4, “Curupaiti”, R.I. I “Dos de Mayor”, R.I.3 “Corrales” y R.C.1 Coronel Toledo”; atacan por oleadas. Están decididos a la acción definitiva Se oye: “calar yataganes” (cuchillo – bayoneta)”.


“Nuestros tiradores no dan tregua. Matan hombre por hombre. Los paraguayos – en movimiento – no atinan con el blanco; sus proyectiles pasan alto. Son tropas del cuadro permanente, pero bisoñas en el combate. Inmisericorde carnicería ralea sus filas. Al ímpetu de los primeros sigue una prudente lentitud de los de atrás. No encuentran protección en el espartillar que hemos quemado para el efecto”.


“Nuestros tiradores ahora encaramados sobre los árboles, no desperdician un solo cartucho. Obscurece… Extrañas guturaciones y agudos ayes se desperdigan en un ámbito de pesada atmósfera… Los camilleros paraguayos llaman por sus nombres en toda su primera línea: “ Jaraaá… Frutoooós… Cabraaaál… Iralaaaá… Aquinoooó ! Algunos responden; los otros, no se levantarán jamás!”.


“Cerrada la noche, entra al fortín como refuerzo, una compañía del 14 de infantería, al mando del Capitán Tomás Manchego Figueroa; su inmediato oficial es el subteniente Renato Sainz”.


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Como ese lee párrafos arriba, este día – 9 de septiembre – el invasor atacó dos veces. La segunda vez nada menos que a medio día, para ser nuevamente barrido por las ametralladoras pesadas, livianas y fusiles.


Ningún comandante, nada menos que formado académicamente sacrificaría a sus hombres estrellándolos una y otra vez contra posiciones fuertemente defendidas. Y no serán estas dos veces los únicos suicidios colectivos ocasionados por una mala orden impartida; tampoco esta primera batalla será la única en  que el paraguayo ordenará atacar a pecho gentil. A lo largo de tres años de guerra, Estigarribia mandará al matadero a miles de sus soldados. 


En el caso del Fortín Boquerón, algunos defensores modernos de este comandante de pocas luces estratégicas, suelen argüir aseverando que capturar este fortín se hacía imprescindible para continuar desarrollando nuevas fases de operaciones. ¿Y quiénes lo dicen? Con seguridad, alguien a quien, el resto recoge tan erróneo criterio. Una vez más les respondemos que Boquerón, cuyo perímetro era de  3.500 metros, bastaba aferrarlo por los cuatro puntos cardinales, con no más de 2 mil hombres, con el resto, realizar una maniobra de envolvimiento por su flanco izquierdo; esto es, por la siguiente línea de operaciones bien conocida por los paraguayos porque antes de esta batalla, la ocupaban: Isla Poi – Trebol – Huajó – Toledo – Corrales – Bolívar – Jayucubás - Platanillos. TOTAL: 200 kilómetros.


Llegando a Platanillos, podían marchar a paso de vencedores hasta donde hubiesen deseado hacerlo, por ejemplo, a Magariños o Ballivián con lo que la totalidad del todavía muy pequeño ejército boliviano – de unos 4 mil hombres en total incluido los 609 de Boquerón – hubiese sido cortada y abruptamente, su retaguardia profunda.


Estigarribia, a pesar de tantísima sangre derramada, no asimiló la experiencia de su victoria pírrica de Boquerón, tampoco aprenderá en Kilómetro Siete, ni en la Batalla de Campo Vía. Tan imperdonables errores cometidos por el conductor, a pesar de ser alimentados sus análisis operativos con información fresca, del día, sobre la situación del Ejército de Bolivia, que el Estado Mayor Argentino, a través del coronel Vacarreza le brindaba “todos los días a las doce de la noche” – según lo relata en su libro el propio teniente Ayudante de Estigarribia - le obligará a aquel Estado Mayor, planificar sus operaciones en el nivel de la conducción estratégica operativa.


Ordenar atacar a caballo con lanzas como en los tiempos medievales, es todo una estupidez. Pero no fue el único; ocho años más tarde, la caballería polaca se inmolará frente a las bien defendidas posiciones alemanas.


Después de haber comprendido la inutilidad de combatir a caballo, no desapareció la caballería paraguaya ni boliviana. Las bestias, entre mulos y caballos serán empleados como medios de transporte de personal y medios logísticos. En el caso paraguayo, 300 jinetes, desde la ciudad de Concepción se desplazarán alrededor de 300 kilómetros de camino desértico para llegar a la retaguardia de Boquerón donde gran cantidad perecerá por falta de agua y forraje. La propia tropa que a partir de la segunda semana de batalla llegó a rodear al fortín, padecerá de sed, por cuanto, la única fuente de abastecimiento del líquido elemento se encontraba en Isla Poi, situada a unos 60 kilómetros al este del fortín.


Para la Batalla del Parapetí, más conocida como “Contraofensiva del Parapetí”, una de las unidades bolivianas, cuya misión era alcanzar Carandaití, en la quebrada de Cuevo capturó 100 caballos ensillados y 17 camiones cargados de munición y alimentos.


En el caso de la caballería del ejército boliviano, sólo el regimiento Lanza estaba regularmente conformada por tropa montada y descentralizada en escuadrones. Fueron empleados para realizar patrullajes a larga distancia y también, cuando precedían a las columnas de ataque; para este caso, los jinetes, desmontaban a prudente distancia y entraban en combate.


Donde con mayor intensidad emplearon tropas montadas, fue en sud de Boquerón, en la zona de Agua Rica, situada en las proximidades del Río Pilcomayo. Desde Oruro llegó a ese confín patrio el Regimiento Lanza con dos Grupos conformados por soldados orureños. Oficiales de gran calidad fueron destinados a esta unidad que ganaría muchos méritos a lo largo de la campaña. Ellos eran: el teniente coronel Enrique Eduardo, Comandante del Regimiento; teniente coronel Walter Méndez, Comandante de Grupo; capitanes Agustín Castrillo y Luis Pinto; teniente Germán Busch, el mismo que después de salir de Boquerón el 18 de septiembre, se abriría paso disparando su ametralladora liviana y llevando amarrada a su espalda una Bandera Nacional del Paraguay arrebatada al propio Colegio Militar del Paraguay. Los otros oficiales no menos aguerrido y también Comandantes de Escuadrón, eran los hermanos, tenientes Arturo y Eduardo Montes, hijos del ex Presidente Ismael Montes, quien, por dos semanas y mientras combatían sus hijos en Boquerón, se encontraba en Muñoz y hasta sobrevoló por encima del fortín.


En noviembre de 1932, el Regimiento Lanza venía operando en las proximidades del Río Pilcomayo, en la zona de Agua Rica, persiguiendo a los bandoleros del paraguayo Plácido Jara. Al respecto, rescatamos el relato que realiza el ex combatiente de esta guerra, Emilio Sarmiento, en su libro titulado MEMORIAS DE UN SOLDADO DE LA GUERRA DEL CHACO:


“En la madrugada del día siguiente, el 2 de noviembre de 1932, alcanzó la línea un nuevo regimiento de refuerzo, el 25 de infantería, con las instrucciones de relevar de todas sus posiciones al “Abaroa” que a su vez debió desplazarse a otro sector: Fortín Cuatro Vientos, donde existían presunciones de un ataque alternativo de las tropas paraguayas.


“Transportados en camiones que multiplicaban sus servicios hasta lo indecible para agilizar los movimientos en esas deplorables picadas, llegamos a nuestro destino donde operaban fracciones en una acción de guerrillas a órdenes del teniente Germán Busch que vino a reforzar a los efectivos a cargo del capitán René Santa Cruz que había adquirido celebridad en esporádicos enfrentamientos con “Los Macheteros de la muerte”, una fuerza de irregulares reclutada entre cuatreros y vulgares bandidos, inflada por los medios de difusión periodística y radial adictos a la causa paraguaya en Buenos Aires, con más eficacia psicológica que real.


“El “camba Busch” para quien la selva no guarda a secretos, ya había asestado golpes mortíferos a las fracciones paraguayas que merodeaban el sector y ese día salió con su escuadrón montado en uno de sus habituales operativos. Al cabo de un par de horas se escuchó en la lejanía la ·tostadera” que delataba el desarrollo de un choque. Lentamente se apagaron los ecos que tenían una resonancia tan particular en la vastedad de ese mundo vegetal, antes sellado por el más inescrutable silencio. El apagado sonido del galope de caballos, en la alfombra hirsuta de malezas y carahuatales, se percibió cada vez más nítido y cercano hasta que vimos aparecer las siluetas de los primeros centauros. Entre ellos surgió la figura del capitán Santa Cruz quien desmontó junto al comando, dio parte al mayor Rafael González Quint del ataque desatado por sorpresa contra una fuerza que venía en dirección de Cuatro Vientos. La ausencia de Busch creó un sentimiento de zozobra. Su última visión era del “camba” persiguiendo a galope tendido ametralladora en mano a los focos que en fuga ofrecían postrer resistencia mientras el grueso del grupo se dispersaba por el monte dejando tras de sí un tendal de cadáveres. Nuestras bajas eran de insignificante importancia en proporción.


“Cuando Busch recortó su inconfundible silueta en el horizonte visible del pajonal, un sentimiento de alivio dominó los espíritus. De un salto bajó del caballo y se presentó a la superioridad y salió luego con el aire sonriente que lo envolvía en la batalla. Santa Cruz se había replegado con premura y fue el propio Busch con esta acción quien empalideció para siempre la estrella con su sabor de leyenda tejida en torno a “Los Macheteros de la Muerte” de Plácido Jara. Borrados del os campos de batalla poco a poco desaparecieron también de las comunas de los diarios que habían pretendido engendrar el mito”…


El bandolero Plácido Jara tenía como base de partida el territorio argentino, a vista y tolerancia de sus autoridades militares.


En la generalidad de los Ejércitos del mundo, la Caballería Hipomóvil sólo existe para ciertas ceremonias militares y nacionales. Los caballos han sido reemplazados por los helicópteros y tanques de guerra.


Aclarar que la Batalla de Boquerón no se dio inicio el 9 de septiembre, sino, dos días antes, cuando el Puesto de Escucha No. 2 que se encontraba al mando del teniente José Dávila, casi anocheciendo descubrió la aproximación de densas columnas avanzando a caballo de camino por la recta antigua que enlaza con Isla Poi. Al otro día – 8 de septiembre – el Puesto de Escucha abrió fuego sobre el enemigo que reinició su marcha, provocándole las primeras bajas. Este ataque detuvo la ofensiva enemiga hasta el otro día – 9 de septiembre – donde comienza la intensidad de la Batalla.


Muchos años más tarde, un soldado que prestó sus servicios a la patria en Boquerón,  entre otros, relata lo siguiente refiriéndose al coronel Manuel Marzana:


“El coronel daba una orden y  tenía que cumplirse sin remedio, pero nunca gritoneaba, hablaba despacio y era muy tranquilo. Cuando andaba por las posiciones preguntaba a los soldados: ¿cuántos pilas has volteado hijo? Veinte contestaba uno y él decía: eso no es nada, tienes que completar a cien. Él, no comía nada, como nosotros, ni tomaba agua, ni dormía. Era de mucho carácter; pero hablaba una sola vez”. 


“Las ametralladoras pesadas las manejaban personalmente los oficiales, no fallaban ni una sola banda de munición y los hacían hervir a los pilas”…

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