Por: Javier Badani / Extracto de su Blog: javierbadani.blogspot.com // Fotos: BErtha despues de la Guerra. 2) Bertha y su esposo.
No hay calles que lleven sus nombres, fechas cívicas que
recuerden sus gestas ni plazas que atesoren sus bustos bañados en bronce. Son
como fantasmas que de tanto en tanto reaparecen testarudos para evitar ser
engullidos por el paso del tiempo. Se trata de los héroes anónimos de la Guerra
del Chaco, hombres y mujeres comunes y corrientes que escribieron historias
extraordinarias en medio del zumbar de la metralla. Pero para conocerlos -y
celebrarlos- es necesario cerrar los libros oficiales de historia donde nunca
serán protagonistas y navegar por la densa bruma de la memoria de quienes hoy
aún se niegan a olvidarlos. Es así, montados en sus recuerdos, que podemos
rescatar hazañas como la de la beniana Bertha Barbery Moreno.
LA HORA DE LA GUERRA.
Es enero de 1935. Han pasado dos años y siete meses desde el
estallido de la guerra y la situación de Bolivia no podría ser peor. El
presidente Daniel Salamanca ha sido obligado por los militares a renunciar a su
cargo en plena zona de operaciones. El sistema político boliviano está en
crisis. Luis Tejada Sorzano dirige el país a regañadientes. Mientras tanto, en
el campo de batalla, Bolivia suma derrota tras derrota bajo la conducción de un
comando que hace mucho ha perdido la brújula. El avance enemigo parece
imparable. Un sueño que parecía imposible para el Paraguay al inicio de la
guerra, llegar hasta el río Parapetí, se hace realidad el 14 de enero tras un
combate que obligó a las fuerzas bolivianas a retroceder hasta los contrafuertes
de la cordillera de Los Andes. Paraguay está a un paso de tomar Villa Montes. Y
si Villa Montes cae, la derrota de Bolivia será inminente. El país se ha visto
obligado a disponer la movilización general. Todo varón hábil de 17 a 60 años
ahora está obligado a empuñar el fusil.
Y mientras ambos países se preparan para la batalla final, a cientos de kilómetros del Chaco, en La Paz, una historia de amor ha germinado y el eco de esa relación muy pronto llegará hasta el campo de batalla.
Y mientras ambos países se preparan para la batalla final, a cientos de kilómetros del Chaco, en La Paz, una historia de amor ha germinado y el eco de esa relación muy pronto llegará hasta el campo de batalla.
La relación entre Bertha Barbery y Adolfo Weisser tiene la
impronta de esos amores cuya intensidad lo trastoca todo. Ella, una adolescente
de 16 años cuyo rebelde temperamento la había llevado a dejar su cálida
Riberalta para instalarse con su abuela en las alturas de La Paz. Él, orureño y
militar a carta cabal. En la primera etapa de la guerra había caído prisionero,
evadido a sus captores y marchado una vez más al frente de batalla donde, meses
después, cayó herido. A finales de 1934, Weisser -que en algunas reseñas
aparece como teniente y en otras como suboficial- llegó hasta La Paz para
terminar su periodo de recuperación.
Nunca sabremos a cabalidad las circunstancias en que estas
vidas colisionaron ni conoceremos cómo el manto del amor los envolvió. Lo único
evidente es que desde ese día decidieron que no dejarían que nada los separara,
ni siquiera la guerra.
Llega febrero, un veloz matrimonio y la proximidad del
adiós. Adolfo Weisser, ya recuperado, debe retornar al campo de batalla. Pero
ni él ni Bertha pueden conformarse tan fácilmente con tan pronta separación.
Poco a poco la pareja mastica la idea de partir juntos hacia el Chaco. Ese
sentimiento pronto se transforma en un elaborado y arriesgado plan. Bertha
tendrá que cambiar de identidad, presentarse como hombre en algún centro de
reclutamiento en La Paz, enrolarse como soldado y marchar hacia la zona de
operaciones con el fusil en la espalda.
El plan es arriesgado pero es ejecutado por los enamorados
sin vacilar. Bertha se corta el cabello, se faja el pecho, se calza ropa
masculina, se sube la edad y adopta el nombre de Humberto Weisser. Desde ahora
se presentará públicamente como el hermano menor de Adolfo. Y éste,
aprovechando sus contactos dentro de las estructuras del Ejército, logra que el
proceso de reclutamiento sea expedito.
Bertha parte rumbo a los dominios de la guerra dispuesta a
luchar por su amor y por su patria. Lo que aún no sabe es que en su vientre se
está gestando un nuevo ser.
LA HORA DE LA VERDAD
Abril de 1935. Reforzada con la inyección de los nuevos
contingentes de soldados, la defensa boliviana de Villa Montes ha resultado
exitosa. Más de una treintena de asaltos paraguayos han sido repelidos, dejando
importantes bajas entre las filas enemigas.
Al no poder conseguir su objetivo principal, el Comando
paraguayo ha trasladado sorpresivamente su ofensiva hacia el ala izquierda de
la zona de operaciones. Allí se encuentra Bertha, ocupando dentro del II Cuerpo
del Ejército boliviano la identidad del soldado Humberto Weisser, de 19 años.
Hablar poco y socializar lo mínimo posible han sido parte de
las estrategias que ha utilizado para mantener oculta su verdadera identidad.
Esta tarea no se le hace tan complicada de llevar adelante dentro de la línea
de fuego. Después de todo ante la presencia de la muerte poco interesa la vida
ajena. La prioridad de cada soldado es obedecer órdenes y sobrevivir en el
intento.
Adolfo ha sido reubicado en otro sector de la línea de
fuego. Antes de partir ha solicitado a sus superiores evitar en lo posible el
poner en riesgo la vida de su "hermano menor". Pero la guerra no
concede privilegios.
Bertha participa en las operaciones de defensa de Charagua
combatiendo junto a una pieza de ametralladora. Es parte de las acciones en
Laguna Hedionda, Aguas Calientes y Huarirí.
La potencia de la arremetida paraguaya y la enorme extensión
del frente de operaciones en este sector obliga a los defensores a retroceder
hacia el norte. Charagua cae y la tropa boliviana busca reorganizarse para
iniciar la retoma.
Una vez instalados en la retaguardia, entre los compañeros
de Bertha comienzan a surgir sospechas sobre identidad. Los soldados especulan
y pronto las dudas llegan hasta los oídos de los superiores. El médico convoca
al joven combatiente hasta el puesto de Sanidad. Le pide que se desvista para
una revisión de rutina. El soldado se niega. El galeno reitera la orden y
entonces no queda más que revelar la verdad: Humberto Weisser no existe. Ha
sido tan sólo la fachada donde se ha cobijado una mujer enamorada. La sorpresa
es mayúscula. Surgen las amonestaciones y los pedidos de aclaraciones. Unos
celebran la presencia de una mujer entre los combatientes, otros temen el
inicio de un nuevo conflicto diplomático. "Las mujeres no combaten",
reniegan. El comando no delibera demasiado. Decide sacar inmediatamente a la
adolescente de la zona de operaciones y trasladarla hasta el puesto de Sanidad
del II Cuerpo del Ejército. Mientras se aguardan nuevas instrucciones, Bertha
logra que se le conceda ser incorporada como ayudante de enfermería, auxiliando
en el trabajo de cuidado de los centenares de heridos que llegan desde la zona
de combate. Bertha permanece en este puesto por cerca de un mes, a la espera de
noticias de su esposo. Éstas llegan desde el frente. Adolfo Weisser ha caído
herido en una de las acciones que ha permitido a Bolivia retomar la población
de Charagua. Adolfo ha pasado de puesto en puesto antes de recibir ayuda médica
efectiva. Finalmente es internado en el hospital de Charagua, donde se
reencuentra con su pareja. Weisser ha perdido una pierna a causa de la
gangrena, pero esto no ha evitado que la infección se extienda a otras zonas de
su cuerpo. Los médicos toman la decisión de evacuar al militar hasta Sucre para
intentar salvarle la vida. Pero el destino de Weisser está sellado así como lo
está el de la guerra.
El 14 de junio el rugir de las armas se acalla en todo el
Chaco. Ha llegado la paz. "No hay vencedores ni vencidos", vende la
diplomacia y el continente celebra el final de la sangría. Pero los efectos de la
guerra no desaparecen, nunca lo hacen.
El 7 de agosto de 1935 el corazón de Adolfo Weisser dejará
de latir en una cama de hospital. Y cuatro meses después, en diciembre, nacerá
Chichi.
Bertha, la adolescente que empujada por el amor se entregó
al fragor de la guerra, retornará a La Paz: viuda y con una hija a cuestas.
Llegarán las condecoraciones, la Cruz de Bronce, una peleada
declaratoria de Benemérito de la Patria, la exigua renta. Aparecerá un nuevo
amor y con éste el exilio hacia Argentina y el nacimiento de otros tres hijos.
Y llegará la muerte que la encontrará a los 86 años en Buenos Aires, muy lejos
de la tierra donde muy temprano aprendió que el amor, si es tal, exige entrega
total.
Claro, llegará el olvido. Ese velo que cubre a centenares de
hombres y mujeres cuyos actos extraordinarios quedaron enterrados en las arenas
del Chaco y que la historia oficial jamás rescatará.
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