EL RECUERDO DE UNA VOLUNTARIA DE LA CRUZ ROJA EN LA GUERRA DEL CHACO


Foto: la campaña del Chaco costó el sacrificio de miles de vidas bolivianas y paraguayas. / Publicado en www.icrc.org el 21 de marzo de 2002.

Al amanecer de un día gris, nublado y triste, el insistente sonido de un clarín del Ejército se escucha en Roboré convocando a sus habitantes a la plaza principal, que de a poco se desperezan.
El contingente militar recorre solemne y marcial las calles del pueblo, levantando tras de sí una nube de polvo amarillento como el suelo mismo de la zona, calcinado por el sol desde tiempos sin memoria.
En la plaza principal, un soldado coloca bajo la copa de un gran árbol una pequeña mesa y su silla y al costado derecho clava en la tierra el mástil donde la tricolor boliviana ondea con orgullo. Puestos similares bordean el perímetro y reclutan combatientes, médicos y enfermeras para el segundo año de campaña de la guerra del Chaco.
Juana Mendoza Pedraza, que en enero de 2002 cumplirá 90 años, recuerda con lágrimas y amargura que ese día se enroló como enfermera, junto a sus amigas " Pablita, Estafanía y Margarita " .
"Tocó el primer clarín en Roboré llamando la Patria a sus hijos y fuimos nosotras las primeras en presentarnos. No hemos ido por dinero o interesadas por algún muchacho o novio, porque si le miento, de eso voy a dar cuenta a Dios " .
Juana, llegó por esos días a Roboré, su hogar, después de estudiar " un poquito " de enfermería en el Brasil. Cuando estampó su nombre y firma en el libro de registro, lo hizo para la Sanidad Militar, una unidad medica que el Ejército organizó junto a la Cruz Roja, para que brinde servicios de asistencia y ayuda a los combatientes en las ardientes arenas del Chaco.
Recibieron el uniforme y cuatro días de instrucción, antes de partir rumbo a las primeras líneas del frente de batalla.
Al atardecer del quinto día partieron en un "ocho en V", dejando atrás lágrimas, familiares y cantando "tricolor, tricolor, hermoso pabellón. Tricolor, tricolor, patria mía ya me voy" , con civismo y emoción.
" Llegamos a los dos días a Ravello, un fortín militar", cuenta, y recuerda haber sido conducida, junto a sus compañeras, al pabellón médico, donde había un fuerte olor a carne podrida.
" Esa primera noche dormíamos en un pauhichi, llorando arrepentidísimas " .
Juana y sus compañeras construyeron camas de madera y colchones con hojas secas, para el pabellón destinado a los enfermos y los heridos.
Por esos días se había iniciado el segundo año de la guerra y miles de soldados procedentes de la gélida altiplanicie boliviana - antes de entrar en combate y en medio de una naturaleza hostil y poco conocida - habían muerto de sed, hambre, disentería, paludismo y metralla, soportando en verano temperaturas de 40 grados a la sombra y el intenso frío del sur, en invierno.
"Entonces llegó en camión, el pr imer grupo de heridos a Ravello. Y vimos cabezas, piernas y brazos desprendidos de sus cuerpos, entre hombres que agonizaban y gemían de dolor " .
Juana recuerda que recibieron la orden de atender sólo a los combatientes que se podían salvar, porque las medicinas y el agua eran escasas. Los muertos eran enterrados en una de las cinco fosas comunes que fueron preparadas con anterioridad y que anticipaban el desastre.
" Por Dios, sólo teníamos yodo y vendas para curarlos y mientras atendíamos a uno, el de su lado ya había muerto " , dice Juana, que entonces tenía 21 años, joven y bella y que no había conocido el mundo, ni disfrutado lo que la vida le ofrecía.
" Pero nuestro mundo y nuestro pensamiento eran esas personas que llegaban en camiones y que esperaban un poco de atención y compasión " .
Los jefes militares ordenaron que el pabellón de descanso del equipo médico sea utilizado para atender a los enfermos.
Mientras se ocupaban de las víctimas, el estruendo del combate se oía día y noche, cada vez más cerca del fortín.
" Tun...tun, tururun oíamos las 24 horas, mientras los muertos y heridos llegaban en camiones y en gran número " .
A los heridos que se recuperaban y que se los podía evacuar, se los trasladaba a Santa Cruz, La Paz y Tarija.
Muchos hombres murieron en los brazos de los médicos y enfermeras dejando un único mensaje, como herencia de su paso por la vida: " Mamita, dígale a mi familia que caí en este fortín " , " moriré por ella y por la Patria " , " nunca tuve miedo " , " que no lloren, que he muerto como un hombre " .
" No sé cómo han aguantado nuestros corazones " , dice la anciana ex enfermera.
Lágrimas del corazón recorren las mejillas de Juana, pero es valiente porque si tuviera la oportunidad de recorrer en el tiempo y cambiar la historia de su vida " haría exactamente lo mismo, ayudar a esos jóvenes soldados ".

OTRO FORTIN, OTRA HISTORIA

Después de permanecer seis meses en Ravello, Juana, Pedrita, Margarita y Estefanía fueron trasladadas al fortín El Palmar, primero, y Pozo del Tigre, después, que estaban en la primera línea de batalla y donde permanecieron hasta el final de la guerra.
El trabajo para Juana había cambiado. Ahora a los combatientes debía atenderlos en el mismo campo de batalla, después de cada interminable combate. En su primer día en el nuevo fortín, médicos y enfermeras recibieron una peligrosa advertencia que había sido dictada por el destacamento Bilbao, un año antes, y que se extendió a todos los puestos de avanzada.
" Nuestro personal de la Cruz Roja y camilleros no ha sido respetado por el enemigo, habiéndoles éste roto el fuego, en momentos en que cumplían su noble tarea de auxiliar y recoger a nuestros heridos en el campo de batalla " .
Sabía que no se respetaba a la Cruz Roja, que el enemigo podía matarlos sin ninguna consideración. Pese a ello, Juana y el resto del personal médico se quedan para auxiliar a los caídos.
La fina memoria de Juana le recuerda que en esa circunstancia, con la insignia de la Cruz Roja en el brazo, estuvo recogiendo enfermos con el camillero después de cada combate.
" Usted no sabe cómo era nuestra vida, donde la guerra estaba más dura y más dura, y donde escuchábamos en cada incursión para recoger a nuestros heridos, gritos de amenaza contra las mujeres " .
Las posiciones de los combatientes eran individuales porque no existían zanjas de comunicación y sólo avanzando a través del pajonal y la maleza, guiados por los gritos y llantos de dolor y auxilio, la Cruz Roja podía atender y evacuar a los heridos.
" Es verdad, así ellos salvaron mi vida y la de muchos soldados. Estuvieron con nosotros auxiliándonos después de cada batalla. Fueron muy valientes, se comportaron como héroes " , dice Max Selaez Ortíz, quien se enroló en el Ejército a los 17 años. El ex combatiente asegura que los médicos y enfermeras de la Cruz Roja nunca tuvieron descanso porque no había quién los releve.
" Fueron los trabajadores de la Cruz Roja, la fuerza del herido, el milagro patente de que Dios está ahí, oculto en cada ser humano " , reflexiona Selaez, quien recuerda también que habían valientes camilleros que sin importarles los disparos rescataban a los heridos.
" Fueron todos ellos héroes, cuyos nombres no se escribieron, fueron la mano amiga del desconocido, el vaso de agua en medio de un infierno verde ".

LOS FRIOS DEL ALMA

Derrotada por el cansancio, extenuada y rodeada de cadáveres, Juana escuchaba los gemidos de los heridos y mutilados y presenciaba, impotente, el último adiós, como pidiendo perdón o compasión, con los temblorosos labios o el rostro lleno de dolor, de los caídos que agonizan en el campo de batalla.
" Como espectros, más muertos que vivos, eran muy pocos los que sobrevivían a la carnicería humana " .
En las interminables horas de espera para que finalice el combate y bajo el ardiente sol, Juana recuerda que tomaba entre sus manos vendas teñidas de sangre para calmar su sed.
" Otras veces, cuando llovía, untábamos las gasas en el barro y chupábamos un poco de agua " , lamenta la ex enfermera. Ese ha sido nuestro sufrimiento en el Chaco.
" Pero nunca, escúcheme bien, nunca, ningún médico o soldado nos dijeron una palabra descomedida, descortés... todo era armonía y llanto", dice Juana con la voz entrecortada y las mejillas húmedas.
Ahora, sola en su habitación, cavila intensamente. El amplio ventanal a uno de sus costados le devuelve la única imagen que tiene hace mucho del mundo exterior. Sus piernas ya no responden. Ha perdido la vista en uno de sus ojos, pero no el brillo de la esperanza.
Fue testigo de las más épicas batallas y el realismo de esas imágenes aún está presente en su mente.
Pero algo impalpable en los aires vaga, sin forma, sin color y sin sentido. Algo inexplicable que hiere el pensamiento, sutil como la punta de una daga, que atrapa en un profundo sueño los despiertos sentidos.
" Es que la muerte ha venido a buscarme, la he espantado, pero no se ha ido " . " Sé que allá me esperan la Pablita, la Estafanía y Margarita".
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