Por: Mónica V. Aramayo Quinteros – Periodista / Publicado en
el periódico La Patria el 22 de abril de 2012.
Cursaban los años 20, cuando Oruro era un centro progresista
y de bastante movimiento económico, todo gracias a la actividad minera, cuando
las señoras y señoritas de "sociedad" practicaban el arte musical
tocando pianos de cola, artículos suntuosos de origen americano o europeo,
adquiridos en afamadas firmas comerciales como la P.W. Kay & Co., instalada
en la calle La Plata.
Los niños y jóvenes comenzaban a gustar de las bondades de
las bicicletas inglesas marca Remington, para desplazarse por las calles de la
naciente urbe, cuyas calles polvorientas de a poco comenzaban a ser
pavimentadas, mientras el carro metalero que transportaba mineral desde la zona
del Socavón, hasta la estación de trenes, que para aquel tiempo, viajaba
raudamente por la calle Murguía emitiendo estridentes ruidos que molestaban a
los vecinos.
Las comunicaciones telefónicas de los acaudalados
extranjeros y algunos orureñas eran toda una novedad, pues el invento del
escocés, Alexander Graham Bell, era considerado como un lujo y hasta un objeto
mágico que posibilitaba escuchar y hablar entre dos personas situadas a cierta
distancia.
Sin duda la modernidad, comenzaba a hacer presa de la
ciudad, que bendecida por las millonarias y relucientes vetas mineras de sus
socavones se constituía en el centro de atención de centenares de codiciosos,
extranjeros y nacionales que sin importar el frío del clima, y tras tediosos
viajes "echaron anclas" a 3.706 metros sobre el nivel del mar.
Así cuando los anuncios comerciales, invadían las planas de
los principales diarios orureños, ofreciendo la importación de cuanto artículo
podía antojarse a la población desde navajas, ropa, herramientas de todo orden,
hasta autos "de plaza" y tractores, la vanidad de los habitantes
crecía.
Pudo haber sido tanta la bonanza económica, que se ofrecían
los motorizados a crédito y sin muchas exigencias para los potenciales
compradores. Se organizaron los denominados "clubes cooperativos" que
eran una especie de "pasanakus" para la entrega quincenal de automóviles,
camiones y tractores de marcas como Lincoln, Ford Dodge y Fordson, a cambio de
sólo 30 cuotas. Uno de los organizadores de los "clubes" era J. Durán
Zenteno, agente de venta exclusivo de las famosas marcas.
"En la avenida como en la carretera, cuando se desliza
silencioso un Lincoln, llama la atención del –connaisseur (experto o
conocedor)- como del profano. Su belleza de línea atrae la mirada de todos y
cada uno… Destinado para aquella clase selecta que por su posición social y
económica, tiene derecho a exigir lo más fino, no es ni será nunca un automóvil
de competencia. Es el Lincoln un automóvil esencialmente exclusivo y jamás se
tratará de popularizar su nombre dándole también a automóviles más pequeños y
de menor precio", describía un anuncio publicitario pagado por J. Durán
Zenteno.
PANORAMA
El orureño y los extranjeros, transcurrían su cotidiano
vivir en medio de las carretas, un servicio de transporte tirado por acémilas
sean burros o caballos, que tuvo que ser erradicado por la imposición de una
ordenanza municipal emitida entre 1923 y 1924.
Abundaron los argumentos para lanzarse contra los
pintorescos carretones. Es así que en la hemeroteca de LA PATRIA, un periódico
del sábado 3 de 1925, describe que a partir del 1 de enero de aquella gestión
se prohibió el tráfico de las carretas dentro el radio urbano "debiendo
los interesados hacerse de camiones".
Se decía por ejemplo que la circulación de las carretas,
provocaba deterioro en el pavimento de las calzadas, siendo insistente la norma
para que las "empresas que negociaban con carreras" compren camiones
porque "estos vehículos al ser movidos a motor ocasionan menos gasto que
los animales, los que corren el riesgo de morir el mejor día", escribió un
periodista de LA PATRIA hace casi 90 años.
También se argumentó que causaba desagrado ciudadano ver
cómo los carretoneros, trataban con brutalidad y violencia a los animales que
eran utilizados para jalar las carretas.
PRESUNCIÓN
Sin embargo, la imposición de la modernidad, derivó en
acciones cuestionables de los presumidos que podían comprar los motorizados, no
muy lejos de la realidad actual, se adueñaban de las aceras y también hace casi
un siglo dejaban sus lujosos Lincoln o Ford, en frente de sus casas
obstaculizando el normal desplazamiento de otros motorizados, más aún tomando
en cuenta la estrechez de la calle.
Y por si era poco, los presumidos se daban a la tarea de
castigar con crueldad a niños inocentes y juguetones que tenían la ocurrencia
de subirse a los estribos o de darse modos para tocar la bocina.
Así y de a poco por imposición de la ley, las pintorescas
carretas se fueron extinguiendo y ahora no son más que piezas de museo, o un
artículo de colección familiar, como es el caso de la familia del profesor
Carlos Condarco, que con esporádicos paseos citadinos, deleitan el gusto visual
de la actual población orureña.
Estos paseos en carreta, en otras regiones del mundo se
constituyen en un atractivo turístico, pues más allá de abordar este medio de
transporte, los turistas gozan de paisajes en rutas específicamente trazadas,
con vistas de edificios patrimoniales, viviendas coloniales y otros espacios de
atención, que en Oruro día que pasa también van desapareciendo, producto de la
voracidad de la modernidad, que no respeta normas, ni el recuerdo colectivo de
toda una comunidad.
-----------------------
Links relacionados:
No hay comentarios:
Publicar un comentario