EL GENERAL CELEDONIO AVILA

Del Libro “Tarijeños Notables" de Tomás O’Connor d’Arlach. Imprenta “La Estrella de Tarija” Tarija-Bolivia. 1888.
I.
Tendríamos que escribir un voluminoso libro si fuéramos a narrar prolijamente todos los detalles de la vida heroica y por mil títulos notable del distinguido tarijeño con cuyo popular y respetable nombre encabezamos estos ligeros rasgos biográficos, en los cuales, siguiendo el plan que nos hemos trazado al emprender esta obra, consignaremos únicamente los actos más memorables y los hechos más culminantes de la vida del personaje a cuya memoria los consagramos.
II.
En nuestra infancia conocimos al General Ávila y le vimos con frecuencia sentado en nuestro humilde hogar, participando como leal y sincero amigo, de las alegrías o de las tribulaciones de nuestra familia, como fiel depositario de la confianza que inspiraban sus antiguas y sólidas relaciones con aquella y la reconocida lealtad de su carácter.
Nos parece estarle viendo todavía: de alta. robusta y gallarda estatura, que le daba cierta superioridad sobre los demás; rostro moreno, tostado por los soles, las nieves y los vientos de largas y penosas campañas; acento dulce, suave y atrayente, imperioso con los hombres, fino, cortés y amable con las señoras, su exterior era de suyo simpático, y mucho más simpático, hasta venerable para el observador diestro, que reconocía en él un fondo de lealtad y honradez distinguidas y acrisoladas, que hacía a este severo militar doblemente recomendable.

III.
Don Celedonio Ávila nació en Tarija el 3 de marzo de 1810. Fueron sus padres Don Juan de Dios Hevia y Vaca, Coronel del ejército español y doña Blasa de Ávila.
Pocos serán los jefes de nuestro ejército que, como el General Ávila hayan hecho su carrera desde la clase de soldado raso, hayan obtenido todos sus ascensos por campañas, batallas, importantes comisiones, deberes estrictamente cumplidos, y que como este, puedan presentar una hoja de servicios tan espléndida.
Uno de los rasgos que más recomendable hace al personaje cuyos apuntes biográficos nos proponemos trazar, es: que desde que vistió jerga de soldado hasta que se ciñó la faja de General de División, se distinguió siempre entre sus compañeros de armas, por la gran moralidad de su conducta, la lealtad de su carácter y espíritu eminentemente religioso y caballeresco que le merecieron el afecto de todos sus superiores. El presidente Santa Cruz le distinguía muchísimo y le profesaba especial cariño.
IV.
Nacido Ávila en los primeros días de la revolución americana, conoció en su infancia los acontecimientos más notables de la época en esta parte del Alto Perú.
Tenía seis años de edad cuando esta plaza fue ocupada por el virrey La Serna, siete, cuando 1a entrada del ejército argentino al mando del General La Madrid y dieciséis cuando sentó plaza de soldado raso en el ejército boliviano. el 20 de junio ele 1826.
El 1 de febrero de 1827 ascendió a Cabo segundo y el 14 de abril de 1828, a Cabo primero.
En este año hizo la campaña contra el ejército invasor de Gamarra, y combatió heroicamente a Ordenes del valiente General Francisco López, en la reacción de Chuquisaca el 22 de abril contra la infame conspiración que el 18 del mismo rompió el brazo del vencedor de Ayacucho, quien agració a Ávila con un escudo por su heroico comportamiento, habiendo sido el 18 de mayo siguiente, ascendido a Sargento segundo por el mismo presidente Sucre.
V.
El año 28 fue para Bolivia de sangrientas contiendas y la capital de la república presenció indignada el cruel asesinato del General Blanco, desunes de su efímera presidencia de dos semanas.
Los aciagos tiempos de la antigua Roma parecían reproducirse entre nosotros; y los primeros escándalos del año 28, fueron sólo el primer acto de la tragedia que se desenvolvió después.
Esos sangrientos sucesos terminaron entonces con el advenimiento a la suprema magistratura de la república, del ilustre Gran Mariscal de Zepita, General Andrés Sarta Cruz, quien premiando la moralidad y buenos servicios del Sargento segundo Ávila, le ascendió a Sargento primero de la primera compañía del regimiento Lanceros de la Guardia, el 27 de noviembre de 1829, y el 1° . de mayo de 1835, a Porta-estandarte.
En este año hizo la campaña auxiliar al Perú, bajo las órdenes del General Santa Cruz, y tuvo la gloria de hallarse el 3 de agosto en la memorable batalla de Yanacocha donde se distinguió tanto, que fue ascendido por el General Santa Cruz, a Teniente graduado, y agraciado con una medalla dada por aquel, y con otra de igual clase que le otorgó el presidente del Perú, General don Luis José Orbegoso.
A fines del mismo año, hizo la compaña contra las fuerzas revolucionarias del simpático y tan valiente cuanto infortunado General Salaverry, que poco después terminó su vida fusilado en la plaza de Arequipa. 
El 4 de febrero de 1836, se halló nuestro heroico Teniente en el célebre combate de Uchumayo, cuyo paso del Puente, ejecutado por la fuerza del General José Ballivian, nos recuerda exactamente el paso de Arcola, en la campaña de Italia, por el inmortal Bonaparte.
Larga y penosa fue la campaña de la intervención del ejército boliviano en el Perú. Salaverry aparecía con extraordinaria movilidad, ya en un punto ya en otro de la dilatada costa peruana y "auxiliado por la marina de guerra, empeñó a las tropas unidas del Perú y Bolivia en la más fatigosa persecución y en una larga serie de encuentros parcial es, hasta que, sorprendido por ellas en Socabaya, aquel infatigable caudillo fue vencido en un reñido combate. cayendo prisionero con la mayor parte de su ejército, (7 de Febrero de 1836. (1)
En esa memorable batalla de Socabaya, el Teniente Ávila fue condecorado con una medalla y el título de Benemérito a la patria en grado heroico y eminente, según el supremo decreto de 2 de marzo del. mismo año, expedido por el gobierno peruano que le otorgó también; medalla concedida a los Pacificadores del Perú.
En aquella campaña presentó Bolivia un ejército tan lucido como no ha vuelto a tener otro igual. Entre los jefes de este se halaron la flor y nata de los generales de la República, como Santa Cruz, Ballivian, Braun, O'Connor, Herrera, Magariños, Silva y tantos otros que han dado brillantes glorias a la patria, y cuyos nombres, sin embargo, ni recuerda la ingratitud de la presente generación.
VI.
El 4 de marzo 1837, el presidente Santa Cruz ascendió al oficial Ávila a la clase de Teniente primero efectivo, en la que concurrió a la campaña contra el ejército de Chile. que temiendo la futura preponderancia de la gran Confederación Perú-Boliviana, creada por el genio Poderoso de Santa-Cruz, le declaró la guerra, sin motivo justificado para ella.
“Una escuadra chilena zarpó de Valparaiso a las órdenes del General Blanco Encalada, con destino al Perú, donde una vez desembarcando el ejército chileno y situado en Arequipa, falto de medios de movilidad, plagado de enfermedades y expuesto a un desastre en presencia del ejército de la Confederación, viose el General Blanco Encalada en la necesidad de evitar el combate, y se reembarcó mediante el tratado de Paucarpata, 17 de noviembre de 1837” (2) y en el que se encontró nuestro Teniente Ávila, obteniendo allí un año más en su hoja de servicios, por haberse abonado como batalla dicha campaña.
Chile, en recompensa de la generosidad desplegada por el Supremo Protector en el tratado de Paucarpata. envió sobre el Perú un nuevo y más grande ejército invasor a las órdenes del General don Manuel Bulnes, ejército que obtuvo la victoria de Yungay, (20 de enero de 1839,) quedando así, por la fuerza de los hechos, disuelta la gran confederación Perú-Boliviana, aspiración y sueño dorado de los más notables estadistas de ambos países.
VII
El 28 de febrero de 1839, el Teniente Ávila fue ascendido a Capitán por el General Velasco, que a la caída del General Santa Cruz, asumió el mando supremo de la república.
Este gobierno se llamó de la restauración. El 13 de diciembre del mismo año, nuestro distinguido Capitán recibió el despacho de Sargento Mayor, y el 18 de junio del 41, e; de Comandante graduado, habiendo en toda esta época prestado notables servicios en el ejército y desempeñando importantes comisiones militares.
VIII
El gobierno de la restauración representado por el General Velasco no duró mucho, pues no tardó en sublevarse el General Ballivian con una parte del ejército, declarándose presidente de la República.
Ocupando dicho puesto se hallaba el mencionado General, cuando el presidente del Perú y Generalísimo de sus ejércitos Don Agustín Gamarra, invadió el territorio boliviano a la cabeza de más de seis mil hombres.
El General Ballivian que tenía sólo cuatro mil, salió al encuentro del ejército invasor, sobre el cual obtuvo la espléndida victoria de Ingavi, el 18 de noviembre de 1841, en la que se encontró Ávila peleando con tanta bizarría, que en el mismo campo de batalla fue ascendido a Comandante efectivo, condecorado con una medalla de honor y declarado nuevamente—benemérito de la patria.
Desde el mes de diciembre de ese año hizo la campana del Perú, hasta que se firmó la paz en Acora.
En el tercer aniversario de este memorable hecho de armas, (18 de noviembre de 1844.) el Comandante Ávila recibió del mismo presidente Ballivian, el grado de Teniente Coronel, cuya efectividad le dio en 21 de marzo de 1848, el General Velasco, que ejercía nuevamente la presidencia de la República, y el 3 de julio del mismo año, lo ascendió a Coronel graduado.
IX
El 6 de octubre de 1848, el ejército en masa se sublevó en Oruro y proclamó presidente de la República al valiente y popularísimo General Don Manuel Isidoro Belzu, a quien se hallaba ligado Ávila por antigua amistad y estrechas relaciones, y cuya proclamación apoyó, mereciendo de aquel el grado de Coronel efectivo en 20 del mismo mes y año, y concurriendo después a la batalla de Yamparaez (6 de diciembre.) donde las fuerzas del General Belzu derrotaron a las de Velasco. quedando asegurada le presidencia de aquel, que fue aclamado con singular entusiasmo en todos los departamentos de la República.
Sin embargo, sobrevinieron luego repetidos pronunciamientos revolucionarios encabezados por la reacción en diversos departamentos, pero todos ellos fueron sofocados por los leales servidores del Gobierno, entre los que se contaba en primera línea el Coronel Celedonio Ávila, quien recibió en premio de su valor y constancia, el despacho de General de Brigada, el 1° de julio de 1849.
Completamente pacificada la República, el gobierno de Belzu convocó una asamblea nacional que se reunió en Sucre en agosto de 1850, y a la que concurrió el General Ávila como Senador que fue elegido por el departamento de Tarija, ocupando después de los trágicos sucesos del 6 de septiembre de aquel año, la presidencia del Senado.
La honradez y lealtad que le distinguieron tanto en las campañas militares, le caracterizaron también en la tribuna parlamentaria, y el crédito y popularidad del valeroso General tarijeño aumentaban diariamente, y con razón.
En el congreso sirvió los verdaderos intereses de su país natal con empeño y abnegación, sin descuidar los primordiales de la república y simpatías del pueblo y del ejército, rodearon más que en ninguna otra ocasión, en esta, a nuestro ilustre conciudadano.
Todos sus actos llevaban el sello de la probidad; la justificación y la bondad.
X
En 1851 convocó el presidente Belzu una Convención nacional, la que dio al país la Constitución de aquel año.
Mas no por esto dejaron de conspirar los enemigos del gobierno. Uno de los más tenaces caudillos de estos, el doctor José María Linares. que emprendió una fuerte cruzada por el Sur. fue batido y derrotado en Mojo. el 10 de julio de 1853, justamente el día de su cumpleaños, por las fuerzas del gobierno al mando del Coronel Jorge Córdova, hijo político del presidente.
Gran parte tuvo en esta pacificación de la República, el General Ávila. que en 21 de julio de aquel año, fue ascendido a la alta clase General de División.
Bien merecía esa recompensa el bravo soldado que había consagrado sus mejores días al servicio de la patria, y que había dado glorias a esta en tantas campañas nacionales.
Queda plenamente demostrada y justificada la afirmación que hicimos al principio de estos apuntes, esto es: que pocos militares de nuestro ejército habrían hecho su carrera militar desde la humilde clase soldado raso hasta la elevada de General de División, obteniendo todos sus grados por campañas, acciones de guerra y servicios importantes a la República.

XI.
En 1855 reunió Belzu el congreso extraordinariamente en Oruro y presentó la renuncia del mando, paso que sobrecogió a amigos y enemigos induciendo a los primeros y a los aduladores que nunca faltan a suplicarle que desistiese de una determinación que calificaron de funesta para los destinos de la república. Belzu aparentó resignarse en la voluntad de sus amigos y de los representantes del país, pero vuelve a manifestar la decidida voluntad de abandonar su puesto, llamando al país para elegirle un sucesor. (3) 
Entonces se postularon en los diversos departamentos las candidaturas del General Jorge Córdova. del doctor José María Linares y del General Celedonio Ávila. La lucha electoral fue agitada y la mayoría de los pueblos favoreció al joven General Córdova, a quien el General Belzu transmite el poder según la forma y tramites de la constitución, partiendo enseguida a Europa. con el cargo de ministro diplomático.
El honrado General Ávila puso su espada al servicio del gobierno constitucional elegido por los pueblos; cumpliendo así un doble deber de soldado y de ciudadano.
XII.
Si era moral y digna la conducta del General Ávila en su vida pública, no lo era menos en la vida privada.
Contrajo matrimonio en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, con doña Isabel Antelo, una de las señoras iras vivas e inteligentes que hemos conocido, y fundo una familia honorable y digna de sus honrosos antecedentes.
Entre los diversos cargos públicos, civiles y militares que nuestro General desempeñó, se cuentan los siguientes: jefe de cuerpo, jefe instructor de guardias nacionales, jefe de las colonias de la frontera del Brasil. jefe militar de la frontera del Perú. gobernador y comandante militar de la provincia de Vallegrande, comandante general del ejército, senador, comandante general de los departamentos de Tarija, de Santa-Cruz y de Chuquisaca, prefecto y comandante general de Tarija, jefe superior político- militar de los departamentos del Sud y ministro de la guerra.
Más de una vez saboreó también el pan amargo de la proscripción y se vio emigrado en el Perú y en la República Argentina.
Su vida entera consagrada al servicio de la patria, no pudo dejar de ser siempre agitada y rodeada, en medio de sus glorias, de los sinsabores consiguientes a la vida pública.
XIII
El 14 de enero de 1801 un golpe de estado, como llamamos en Bolivia a traiciones de ese género, dio fin con la dictadura del doctor Linares, a la que. después del triunvirato revolucionario que duró poco tiempo, sucedió el gobierno constitucional presidido por el General don José María de Achá, quien llamó a su gabinete al General Ávila, encomendándole la cartera de la guerra. que este desempeñó dignamente.
Aquí se no presenta le oportunidad de manifestar uno de los más notables actos de magnanimidad que tanto distinguían a nuestro héroe. Pero antes de llegar él, y para mayor claridad, permítasenos una ligera. y necesaria digresión histórica.
El General Achá no podía hallarse muy seguro en el poder; pues si contaba con un buen número de fieles partidarios en el pueblo y en el ejército y con inteligentes y leales colaboradores en el ministerio como Bustillos y Ávila, tenía en su contra los maquiavélicas intrigas de su favorito el ministro Fernández y tenía que luchar con el odio del rencoroso partido rojo que no le perdonaba la revolución contra Linares, y con el formidable partido belcista, que esperaba la vuelta de su caudillo como la venida del Mesías.
A principios del mes de setiembre de 1861, el gobierno salió de La Paz. para visitar los departamentos del centro y sur de la república. y dejó de Prefecto de aquel importante departamento al doctor Rudecindo Carvajal, antiguo belcista, y de comandante general al Coronel Plácido Yañez, encarnizado enemigo de ese partido, y uno de nuestros militares más valientes, más audaces y más sanguinarios también, que procesaba un odio implacable al círculo belcista.
Desde mediados de septiembre empezaron a correr en La Paz, rumores de una próxima revolución belcista. Si no era inverosímil del todo que los partidarios del General Belzu conspirasen. lo era menos que las autoridades se desmandasen contra ese gran partido, so pretexto de conspiración, lo que por desgracia ha sucedido muchas veces en Bolivia.
“En la noche del 29 del mismo mes y en la mañana del día siguiente se practicaron en la ciudad numerosas prisiones. Pasaba de una treintena el número de los arrestados. Eran todos de lo más granado de: partido belcista allá existente; generales. coroneles, un ex-ministro de estado….
El 18 de octubre inmediato fue aprehendido en su chacra y reducido prisión el ex-presidente de la república, General Jorge Córdoba.
Estos arrestos y otros de personas de inferior condición. se verificaron de orden del Comandante General. con o sin conocimiento del Jefe Político, y dándose por fundamento que la autoridad militar había descubierto una conspiración de cuartel contra el Orden público.
Al gobierno se le informo que esta conspiración fue descubierta antes de entallar. Ninguno fue detenido, no obstante, en flagrante delito: antes bien fueron arrancados casi todos a deshora de la cama, o estando de visita durante las primeras horas de la noche.
También fueron encerrados en calabozos más de veinte individuos de la clase de tropa”.
Pasaba de cincuenta el número de los individuos presos en el Loreto y en el cuartel de batallón segundo.
Más de treinta de estos, y entre los ene se hallaban el General Córdova, el General Hermosa, el doctor Tapia. el Coronel Balderrama, el señor Francisco de Paula Belzu, hermano del General, fueron salvajemente inmolados por la inaudita ferocidad de Yañez, en la nefasta noche del 23 de octubre de 1861.
El gobierno se hallaba en Sucre. y recibió allí el parte oficial de esta sangrienta hecatombe. dado por el célebre Yañez: documento en cual al lado de una ferocidad bárbara campea un cinismo inaudito.
Tan terribles sucesos obligaron al gobierno a regresar al Norte. saliendo de Sucre con dirección a Oruro.
El ministro de la guerra. General Ávila se adelantó solo a La Paz. donde aun quedaba más de una veintena de presos políticos que Yañez inmolaría a su furor. El General llevaba la nobilísima y firme resolución de salvar a toda costa a aquellos infelices, de las garras del tirano.
“El 21 de noviembre llegó a La Paz el ministro de la Guerra. Escuchó esa tarde el clamor general, notó por la noche que. vigilantes de Balsa (que llegó también con su batallón a La Paz, y que trataba igualmente de favorecer a los presos) rondaban en las cercanías del Loreto, habló con los oficiales del Tercero que cubría la guardia del edilicio. Pudo quizá presenciar por sí mismo aquel frenesí sanguinario de que. según cuentan. estaba Yañez poseído. Tomó su resolución y sus precauciones para el día siguiente. Por la mañana temprano se presentó en el Loreto y puso en libertad a los presos. El alborozo fue inmenso en las familias terribles desde este momento los rugidos del coraje popular” (5)
“Ese día, 22 de noviembre en compañía de las autoridades locales y del vecindario, se apersonó el ministro de la guerra, General Celedonio Ávila en el lugar del Loreto y puso en plena libertad a esos desgraciados que de un momento a otro aguardaban, sumidos en las más acerbas angustias la hora fatal de la muerte.
Estos, semejantes al resucitado Lázaro, de la Sagrada. Escritura, manifestaban a porfía con las más patéticas expresiones, sus sentimientos de eterna gratitud, al ángel tutelar que les habla dado la vida.
El General Ávila lleno de las más tiernas emociones en esta grandiosa escena. los abrazo y confundido entre ellos les dijo:—Al daros la libertad he cumplido con las prescripciones del jefe Supremo de la nación, quien ha conocido que sois víctimas de la más nefanda maldad.
Repitió esto mismo a las corporaciones civiles y eclesiásticas, que se presentaron en su alojamiento al objeto de darle las gracias por el acto magnánimo que en aquel día había ejercido.” (6)
El mismo señor don Gabriel René Moreno, a quien hemos citado, dice también a este respecto en su importantísimo libro Matanzas de Yañez, lo siguiente:
“El General Ávila llegó a La Paz el 21 de noviembre. Esquivó con maña las exigencias de Yañez para que por una orden general aprobase los fusilamientos y los ascensos del 23 de Octubre.
El 22 por la mañana puso en libertad a los detenidos políticos del Loreto. Igualmente saco a la calle de sus calabozos, a los soldados tenidos por Yañez desde septiembre, en el concepto de conspiradores.” (7)
Este es uno de los rasgos más hermosos. brillantes y magnánimos en la vida política del ilustrado y meritorio General Ávila, que hasta hoy recuerda con gratitud el pueblo heroico de La Paz.
Tan digno y noble proceder fue aplaudido con entusiasmo por toda la prensa nacional sin distinción de colores políticos.
Conocida es la manera cómo el pueblo paceño se hizo justicia el 23 de noviembre del mismo año, haciendo pagar con su vida al Coronel Yañez y sus principales cómplices, los incalificables asesinatos del 23 de octubre.
XIV.
El 28 de diciembre de 1864, estalló en Cochabamba una revolución encabezada por el General Mariano Melgarejo, que se proclamó presidente de la república.
El General Ávila protestó contra esta revolución y en pocos días organizó en Tarija una brillante división con la cual marchó al interior de la República, proclamando el imperio de la constitución de 1861.
Desgraciadamente, en Oscara, pequeño villorrio del departamento de Potosí, las fuerzas constitucionales del General Ávila fueron derrotadas después de un recio combate, por fuerzas de Melgarejo comandadas por el General don Agustín Morales, (31 de enero de 1865,) y Ávila tuvo que tomar el camino de la proscripción. Mas como todos los departamentos se levantaron contra la imposición de Melgarejo, Ávila aprovechó esta circunstancia para presentarse nuevamente en Tarija, donde, proclamando siempre la constitución del 61, volvió a organizar otra división.
Entre tanto, la fortuna sonreía al General Melgarejo que en todas partes batía victoriosamente a sus enemigos, y estando toda la República sometida, desplegó de su valeroso ejército un cuerpo de caballería y otra de infantería a las órdenes del General José Manuel Ravelo, sobre Tarija, para batir al General Ávila y someter este departamento.
A la aproximación de estas tropas, las fuerzas del General Ávila, que marchaban en retirada, se defeccionaron en Santa Ana, y se abrió nuevamente para aquel el camino de la proscripción.
Permaneció mucho tiempo emigrado en la República Argentina hasta que una ley de amnistía le permitió volver a pisar el suelo sagrado de la patria y restituirse al hogar, en el cual vivió completamente alejado de la política durante toda la aciaga administración del General Melgarejo.
A la caída de esta, (Enero de 1871,) el gobierno del General Morales le nombró Comandante General del departamento de Chuquisaca, puesto que dejó más tarde para hacerse cargo de la Prefectura y Comandancia General de Tarija, donde siguió prestando sus servicios a la nación hasta el año de 1878.
XV.
Todos los actos del General Ávila tanto en la vida pública como de la privada, llevaban el sello de la bondad y la prudencia.
Fuerte y robusto se hallaba todavía, cuando una violenta enfermedad le acometió y puso fin a sus días el 10 de Abril de 1878, después de haber recibido todos los consoladores auxilios espirituales de nuestra santa religión.
Sus restos fueron sepultados, con todos los honores militares que a su rango correspondían. en la capilla del panteón de esta ciudad, al lado de los de su antiguo jefe y amigo el General O'Connor.
He ahí, a grandes rasgos trazados los hechos más importantes de la gloriosa vida de este notable tarijeño, uno de los Generales más meritorios de la República.
Tarija, 3 de marzo de 1388
(1) Sotomayor Valdez—Estudio Histórico de Bolivia.
(2) Sotomayor—Obra citada.
(3) Sotomayor—Obra citada.
(4) G. René Moreno – Matanzas de Yañez
(5) G. René Moreno – Obra citada.
(6) "El telégrafo—diario de La Paz. Núm. 472.
(7) Matanza de Yañez — pág. 210 y 211.

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