Por: José E. Pradel B./ Académico Supernumerario de la
Academia Boliviana de Historia Militar.
Cuando el presidente boliviano Gral. José Ballivián (1805-
1852), llegó al poder en 1841, el país se encontraba en un total aislamiento
comercial, su único puerto en el océano Pacífico; Santa María Magdalena de
Cobija era muy precario y se encontraba alejado de las principales ciudades de
la época, como fueron: La Paz, Oruro y Potosí. Para llegar a dicho puerto, se tenía
que atravesar la cordillera y cruzar el desierto de Atacama. En ese momento,
Bolivia miró al océano Atlántico, como una alternativa prospera, pero ¿Cómo
llegar al Atlántico? ¿Qué corrientes eran las adecuadas? ¿Son navegables los
ríos Pilcomayo y Paraguay? ¿Qué poblaciones habitan las riberas de estos ríos?,
fueron las interrogantes que motivaron que el gobierno de la época incentivará
la exploración y colonización de las tierras bajas bolivianas.
Estos territorios son parte de dos extensas regiones geográficas
al norte/noroeste la Amazonia y al sur/sureste el Chaco. En este caso, para
llegar al océano Atlántico, se pensó en el río Pilcomayo de la región del
Chaco, aunque fue una corriente explorada en la época colonial por el Capitán
Andrés Manso (1559); los padres jesuitas Gabriel Patiño y Lucas Rodríguez
(1722) y el “Oficial de la Real Armada española D. Manuel Antonio Flores,
Encargado de la Demarcación de Límites entre las Coronas de España y Portugal,
tuvo entre otras importantes comisiones la de averiguar las comunicación del
Río de la Plata con las Misiones de Chiquitos y pueblos del Perú por el
Pilcomayo (1756)” (1). Sin embargo, se mantenían las interrogantes de ¿Cuál era
la fuerza de la corriente? y ¿Cuál era el fondo y curso del citado río?
En ese sentido, geográficamente el río Pilcomayo, que se
encuentra situado en el sur de Bolivia y es parte de la Cuenca del Plata, tiene
una longitud de 2.426 km. Durante la cuarta década del siglo XIX, el gobierno
boliviano tomo diversas medidas para fortalecer la presencia del Estado en los
territorios orientales. Para ello creó las ‘Colonias Militares’ mediante la
promulgación del Decreto del 22 de noviembre de 1841, con el objetivo de ocupar
los territorios distantes, disponiendo: “Art. 1. Se formaran en la República
colonias militares, que se establecerán en las fronteras de los barbaros, en
las márgenes de ríos navegables, y en los campos fértiles y poco poblados
valles que tiene la República” (2). Además, se dictó la Orden General del 13 de
junio de 1842, que ordenaba: “S. E: desea organizar a la vez cuatro colonias
militares, una en Tarija, y otra en la frontera de Cochabamba, otra en La Paz
en Songo, y la restante en Mojos” (3).
Por otro lado, el 17 de junio de 1843, el Congreso de
Bolivia “reconoció la independencia del Paraguay y encargo al Poder Ejecutivo
trasmitir su resolución y establecer relaciones de Amistad, Comercio y
Navegación. El presidente de Bolivia, Gral. José Ballivián nombró E. E. y
Ministro Plenipotenciario ante el Gobierno del Paraguay al General Magariños,
encargándole que se dirija á su destinó explorando á la vez el Pilcomayo” (4) y
fundará una colonia militar.
Bajo ese contexto, en esta nota describimos la expedición
liderada por Gral. Manuel Rodríguez Magariños. En ese sentido, es necesario
mencionar que Magariños, según el escritor Julio Díaz Arguedas: “era natural de
la República Oriental del Uruguay. Ingresó a Bolivia en los primeros años de su
fundación, llamado por el mariscal Santa Cruz, a quien le unían lazos de amistad
desde años atrás, cuando ambos servían en el Ejército del Perú. Magariños fue
destinado como capitán del Estado Mayor General, donde prestó sus servicios
durante varios años, captándose aun más las simpatías del mariscal por su
inteligencia e ilustración. Pronto dio a conocer su capacidad y competencia
científica en sus trabajos de Estado Mayor”(5). En 1833, ascendió a sargento
mayor. Por otro lado, combatió en las batallas de la Confederación en
Yanacocha, Uchumayo, Socabaya y Yungay. Durante la Batalla de Ingavi combatió
con mucha valentía y ascendió al grado de coronel. Más adelante: “en 1843 hizo
la tercera expedición al río Pilcomayo a indicaciones del presidente Ballivián,
quien en carta dirigida el 3 de enero del mismo año, de decía: ‘sucesivamente,
hablaré a Ud. de esta empresa que le va a llenar de gloria, y que será muy útil
a nuestra patria” (6).
Es necesario mencionar que en junio de 1842, fue nombrado
por el Presidente Ballivián, como Prefecto y Comandante General del
Departamento de Tarija, del cual tomó posesión en julio. Sus instrucciones
inaugurales fueron: brindar seguridad a los vecinos de Tarija, combatiendo a
los nativos y reconocer el río Pilcomayo. Como primera labor en el
reconocimiento de dicho caudal, fue el corte de maderas, para los barcos, con
los cuales iba navegar. Sobre esto escribió: “me dirijí al Chaco y hechos en
Puuco todos los preparativos, se dió en julio principio a los trabajos de
fuerte, fundación de la Colonia Militar (nombrada Villa Rodrigo, J. P.) y corte
de maderas para la construcción de dos goletillas y un bote que debían componer
la flotilla exploradora…en tres meses estaba la flotilla hasta con los víveres
listos para poder navegar”. Sin embargo, le costó moldear la madera porque se
encontraba verde y no era seca, por lo tanto tardaron más de un mes en la
construcción, también por la falta de –estopa y brea que trajeron desde los
puertos bolivianos de Cobija-, anotó más tarde: “el 5 de noviembre se
encontraron cargadas y listas a zarpar la Goleta Ingavi de 30 pies de quilla,
20 de manga y 3½ de puntal, calando 20 pulgadas de agua: la Goleta Ballivián de
27 pies de quilla, 11 de manga, 3 pies 3 pulgadas de puntal, 12 pulgadas de
calado y el bote descubridor calando 5 pulgadas” (7). Su tripulación consistía
en cuarenta personas.
Sobre el río Pilcomayo, el explorador Magariños escribió:
“siempre se ha hablado de él como un caudaloso, grande y navegable Río, por el
cual se creía que los pueblos del Alto- Perú que forman hoy la República
Boliviana, tenían un hermoso y fácil canal de navegación con el Río de la Plata
y con la Europa, y que si se mantenía cerrado, era por una culpable indolencia”
(8).
Según Díaz Arguedas, la expedición tropezó desde el comienzo
con dificultades “tuvo que caminar, hora por bosques tupidos, abriéndose sendas
estrechas, hora por regiones pantanosas o áridas, en que carecía de agua para
apagar la sed. A tales dificultades que oponía la naturaleza del suelo, se
añadían las hostilidades que experimentaban de parte de las tribus salvajes que
pueblan aquellos lugares y con las cuales tenían que sostener frecuentes
combates” (9).
Los días 25 al 28 de noviembre, reconocieron el lugar ya que
el río no poseía agua que les permitiera navegar, al día siguiente se
embarcaron algún trecho a vela, aunque pasaban por bancos de arena, para ello
las poblaciones nativas de matacos les ayudaban a pasar fondeando tirando las
embarcaciones. El día 30 de noviembre examinaron el río y determinaron que su
creciente se debía a las lluvias periódicas que aumentaban sus aguas y permitía
navegar.
Después estar varado y avanzar muy poco, los días 4 y 5 de
diciembre la expedición fue atacada por las poblaciones originarias, de este
enfrentamiento cuatro tripulantes fueron heridos. Otras dificultades que la
expedición sufrió fue: el calor, los mosquitos y la falta de alimentos, que
ocasionó que la tripulación consumiera solo una comida cada día, medida que
permitió ahorrar los vivieres. Sin embargo, el día 7 el explorador Magariños
obsequió tabaco a los nativos tobas, que se declararon sus amigos. Cuatro días
después estableció la paz con cuatro capitanes matacos y noctenes. Sin embargo,
la exploración no pudo movilizarse por la falta de alimentos. Desmotivados los
carpinteros y otro personal voluntario, abandonaron la expedición.
El 1° de enero de 1844 todavía se encontraban anclados,
hasta que el día 14 creció el río y les permitió continuar el recorrido. Para
el día 16 navegaron de dos a tres pies de fondo una legua tierra adentro, hasta
que se aproximaron a una barranca de 120 pies de elevación sobre el bañado y
sobre el nivel del río que continuaba en decreciente. Al día siguiente se
encontraba anclado de nuevo y solicito vestías de carga, soldados y nativos
para poder atravesar el desierto a pie, retornando el 1º febrero a Villa Rodrigo.
De esta menara, concluyó la expedición dirigida por Magariños sin poder llegar
a Asunción del Paraguay, como fue la orden del Presidente Ballivián. Sobre este
recorrido mencionó: “es indudable que en las 31 y ½ leguas de veinte en grado,
que hemos andado es innavegable el Pilcomayo” (10).
Finalmente, Magariños en 1845 ascendió al rango de general
de brigada. Desde 1861 se apartó de la política, se cree que falleció fuera del
país, entre los años de 1865 al 68.
(1) Manuel R. Magariños, Diario de una Expedición al
Pilcomayo. En La Gaceta del Gobierno, La Paz, 23 abril.
(2) República de Bolivia, Colección de Leyes, Decretos,
Órdenes y Resoluciones Supremas. 1840- 1842, Imprenta de López, La Paz, 217
(3) Ibídem., p. 308.
(4) Ricardo Mujía, Bolivia y Paraguay. Relación de las
negociaciones diplomáticas de uno y otro país en los años 1863 a 1913, Tomo
III, La Paz, Empresa editora el Tiempo, p. 1036.
(5) Los Generales de Bolivia. 1825- 1925, La Paz, Imp.
Intendencia General de Guerra, 1929, p. 399
(6) Magariños, op. cit., s/p.
(7) Magariños, op. cit., s/p.
(8) Magariños, op. cit., s/p.
(9) Díaz, op. cit., p. 401.
(10) Magariños, op. cit., s/p.
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