Por: Lupe Cajías / Publicado en el periódico El Deber, el 1
de noviembre de 2015.
El protagonista fue el militar Alberto Natusch Busch, quien
a sus 46 años encabezó un gobierno que apenas duró 16 días. Fue uno de los más
breves y el más cruento de la historia ya que en ese lapso dejó un centenar de
muertos y al menos medio millar de heridos.
Unos muchachos intentaron lanzar una bomba molotov al centro
del tanque pero les faltó puntería y la respuesta fue una ráfaga que los dejó
tendidos sobre el atrio de la iglesia de San Francisco en La Paz, mientras la
muchedumbre corría para ocultarse unos minutos y reaparecer más vociferante:
“¡Viva la democracia!”; “¡Mueran los militares!” “¡Viva la Central Obrera
Boliviana!” “Mueran los dictadores!”
Aunque esas sangrientas jornadas se conocen como la Masacre
de Todos Santos porque ese día fue el más sangriento, el golpe comenzó al
amanecer del 1 de noviembre, Día de Difuntos. La acción era una conjura entre
Guillermo Bedregal y otros altos dirigentes del ala derechista del Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR) y las Fuerzas Armadas al mando de Alberto
Natusch Busch.
Morir por la democracia
Asomaba tímida la apertura democrática arrancada con la
huelga de hambre y los bolivianos no conseguían una etapa de estabilización
política y económica. El general Hugo Banzer, representante local de la
Doctrina de Seguridad Nacional y del Plan Cóndor, convocó elecciones
controladas a los seis años de su mandato, dentro de una visión más ampliada de
EEUU, presidida por James Carter. El demócrata prometía un discurso favorable a
los Derechos Humanos, como el mejor argumento contra el estalinismo, pero al mismo
tiempo el ‘patio trasero’ estaba gobernado por uniformados apoyados por
Washington. Sin embargo, después de Navidad, cuatro esposas de mineros junto a
sus 14 hijos iniciaron un ayuno en el Arzobispado de La Paz pidiendo amnistía
para los perseguidos y la vigencia de los partidos. La huelga se extendió por
todo el país y por varias capitales y Banzer aceptó esas nuevas condiciones el
18 de enero de 1978.
Eso significó el retorno de los exiliados, la salida de la
clandestinidad y la liberación de los presos políticos. Con una apretada
agenda, la izquierdista Unidad Democrática y Popular derrotó al oficialismo,
que había montado un gran fraude.
Como sucede en el último medio siglo, las denuncias de los
periodistas y de la Iglesia católica evidenciaron las trampas y la Corte
Electoral anuló las elecciones. Esa decisión fue desconocida por el candidato
Juan Pereda que sacó a Banzer del poder. Pereda, responsable del Ministerio del
Interior en la época más dura de la Operación Cóndor, no consiguió apoyo y otro
militar, el general David Padilla, lo envió a su casa el 24 de noviembre de
1978. El nuevo Gobierno ofreció convocar nuevas elecciones. Padilla contó años
después cómo preparaban esos golpes entre parrilladas y tragos.
En las elecciones participaron la UDP, el MNR, Acción
Democrática Nacionalista, formada para defender a Banzer, y el Partido
Socialista 1. Se registraron 57 partidos y hubo diez fórmulas, que reflejaban
la atomización política, sobre todo de la izquierda.
Por su parte, la Central Obrera Boliviana, (COB) convocó un
congreso nacional después de los ocho años de clandestinidad y su líder
tradicional, Juan Lechín, fue reelegido.
Elecciones y relaciones
El resultado de las segundas elecciones en menos de un año
fue complicado pues ninguno de los candidatos obtuvo una mayoría suficiente y
por la normativa vigente tocaba al Congreso Nacional elegir a los nuevos
mandatarios. Hernán Siles Zuazo y Jaime Paz Zamora (UDP) ganaron por estrecho
margen, pero Víctor Paz Estenssoro y Luis Ossio Sanjinés tenían la mayoría
parlamentaria. ADN con Hugo Banzer y Mario Rolón Anaya logró diputaciones
importantes y la sorpresa fue el avance del PS1 liderado por Marcelo Quiroga
Santa Cruz.
Como telón de fondo estaban los reclamos sindicales que se
radicalizaban después de años de opresión. Además, Banzer sabía que Quiroga
Santa Cruz preparaba un juicio de responsabilidades contra su Gobierno por los
derechos humanos y la corrupción en su mandato.
El Congreso se reunió al inicio de agosto y las disputas
impidieron una solución. La COB declaró un paro de 24 horas para presionar una
pronta salida política a favor de la UDP. Mientras, los militares lanzaron
veladas amenazas contra los políticos por retornar a un clima de caos.
En ese jaloneo, se nombró como presidente interino al
titular del Senado, Wálter Guevara Arce, un antiguo disidente del MNR, con el
compromiso de convocar elecciones. Guevara nombró un gabinete de intelectuales
con poco respaldo político y sin fuerza para asumir las tareas urgentes, sobre
todo en materia económica, y en septiembre se sucedieron paros y reclamos.
Pese a su debilidad, el nuevo Gobierno tenía alto
significado para el Cono Sur. Bolivia era el primer país que iniciaba un
proceso democrático sin perseguidos políticos, aún con la amenaza de golpes y
con la impunidad de los dictadores.
Por ello, La Paz era una estación de refugiados
latinoamericanos pues desde 1977 las guerrillas izquierdistas habían retomado
protagonismo en Nicaragua y en El Salvador. Ese ambiente molestaba a los
dictadores de la Operación Cóndor que veían un peligro en sus fronteras para su
propia estabilidad.
La convocatoria para la IX Asamblea de la Organización de
Estados Americanos (OEA) en La Paz alentó más esa oportunidad de mostrar la
situación de los perseguidos. Se organizó un Comité de Solidaridad con los
Pueblos que fue el primero en desfilar ante los delegados pidiendo justicia.
Asimismo, las autoridades municipales brindaron una fiesta
popular donde se celebraba la Asamblea. Sin embargo, lo más importante fue el
trabajo profesional, sin costos especiales para el alicaído Tesoro Nacional, de
un grupo de historiadores, de internacionalistas y de periodistas, para el
éxito de la Asamblea en todas sus deliberaciones.
La guinda de esa torta fue la propuesta de una declaración
de respaldo a la demanda boliviana contra Chile para lograr una salida al mar
como un asunto multilateral y de preocupación continental. El documento
culminaba un año de reflexiones y coloquios por el Centenario de la Guerra del
Pacífico; la llegada de la democracia había permitido fortalecer más argumentos
históricos y consolidar la línea de la “pérdida de la calidad marítima”
sustentada en tesis históricas sobre la provincia de Atacama.
La Cancillería hizo un trabajo de lobbie con las
delegaciones y la Coppal internacionalista cumplió un rol inolvidable pues
tenía influencia en las luchas democráticas en América Latina.
Todos los delegados apoyaron a Bolivia y el Chile de
Pinochet quedó aislado. Sin embargo, el golpe del 1 de noviembre desbarató la
victoria internacional y por varios lustros Bolivia no logró retomar la
iniciativa en su principal problema internacional.
Una aventura sangrienta
A las tres de la madrugada, columnas de tanques, carros de
asalto y tropas motorizadas tomaron el control del centro paceño, mientras aún
algunos borrachitos festejaban en el escenario para despedir agradecidos a los
diplomáticos. El coronel Mario Oxa ocupó el Palacio de Gobierno junto a Mario
Vargas Salinas, Luis García Meza, Ramón Acero. Guevara se declaró en la
clandestinidad y se mantuvo como presidente emitiendo decretos.
Los verdaderos protagonistas eran los militares y los
sindicalistas, las dos fuerzas reales en la política boliviana, aún en el siglo
XXI. René Zabaleta escribió Las masas en noviembre analizando la esencia de la
tensión social y política boliviana que se define en las calles, el ejemplo
claro del Poder Dual. La COB convocó un paro de 24 horas, que fue ampliado
durante varios días. Durante dos semanas hubo intensidades distintas, incluso
dos días de silencio de los periódicos que se negaron a salir con censura. Las
emisoras católicas, privadas y sindicales entraron en cadena para transmitir
únicamente los comunicados cobistas. Al anochecer del 16, se consiguió una
salida civil pero débil: darle la presidencia a la presidenta de la Cámara de
Diputados, Lidia Gueiler.
Los delegados que habían apoyado a Bolivia en la Asamblea de
la OEA salieron espantados y el tono del Cono Sur militarista acalló el apoyo
del Grupo Andino democrático. Primero tuvieron que pedir permiso a Lechín para
que los sindicatos de Aasana permitan salir sus vuelos y luego solicitar
protección a los militares para llegar hasta el aeropuerto. Su apoyo a Bolivia se
diluyó entre el miedo y la torpeza.
Gueiler dictó duras medidas económicas y en diciembre
comenzó el primer gran bloqueo campesino dirigido por la Confederación Sindical
Única de Campesinos de Bolivia. Comenzaba otro capítulo de a agitada historia
boliviana.
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