Por: Camilo Albarracín Zelada/ Escritor / Publicado en el
periódico Los Tiempos de Cochabamba el 12 de septiembre de 2016.
Cuenta el historiador Ramón Sotomayor Valdez, sobre la
personalidad del que fuera el primer presidente cochabambino de Bolivia entre
1861 y 1864: “No era batallador por temperamento; pero sabía resignarse y
guardar serenidad en el campo de batalla, y el triunfo conmovía su alma hasta
la ternura. Su instrucción era mediocre, su inteligencia clara y perspicaz, su
palabra desembarazada y elocuente a veces. Tenía el porte de la tranquilidad y
los modales del cortesano, y en medio de su vida tormentosa y distraída, nunca
perdió la brújula del sentimiento religioso” (sic).
Un hecho muy sangriento se llevó a cabo durante su
caudillaje. En 1861 cundía en la ciudad paceña cierta zozobra por una posible
revolución Belcista, y desde el 29 de septiembre el comandante General de La
Paz, Plácido Yáñez, realizó una serie de arrestos a título de conspiración
contra el régimen. Estos arrestos no tenían el aval de un hecho consumado, sino
fueron tomados como arrestos preventivos, tomando la ley a la inversa. Pues en
general uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario y para Yáñez el
asunto fue que eran culpables hasta que se demostrase lo contrario. Sin que
siquiera hubiese una escaramuza de revuelta armada. La Matanza de Yañez, como
se la denomina históricamente, se consumó bajo un escenario extraño y
misterioso.
Yañez explicó que el 23 de octubre, estando los supuestos
sediciosos encarcelados en Loreto, actual palacio legislativo, un grupo de
sublevados, entre ellos el Segundo Batallón del Ejército y artesanos armados,
trataron de tomar el poder local. Y dentro de la cárcel de Loreto los presos
trataron de fugar o unirse a este grupo que también intentaba liberarlos. Por
tal motivo es que todos los presos fueron fusilados en el acto.
El cronista Gabriel René Moreno rescata un relato sobre este
tema: “El montón de cadáveres y el charco de sangre coagulada cubrían un aparte
de la acera y calle, que en la plaza enfrentan a la puerta del Loreto. Era la
mañana del 24 de octubre. Se concibe la consternación y desesperación de las
familias, que se agolpaban a saber cada cual la suerte que le había cabido en
la carnicería. El pueblo inferior se arremolinaba atónito en la puerta del
cuartel del Segundo, y se derramaba en pelotones hacia el cementerio.
Centinelas apostados por todas partes estorbaban el libre acceso a los sitios
sangrientos”. Se contaban los muertos hasta 60 entre militares, tropa y
civiles. Entre ellos se cuentan a Jorge Córdoba, expresidente, y al hermano de
Manuel Isidoro Belzu, Francisco de Paula.
Al respecto, la reacción de Achá fue calificada como tibia y
sospechosa por la prensa de la época. Una más de las páginas sangrientas de la
historia de Bolivia.
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