Por: Carlos D. Mesa G. (*)
¿Qué nos une y que nos separa? ¿Por qué queremos estar
juntos? ¿Cuál es la idea de comunidad que le da sentido al ser bolivianos? ¿Por
qué me siento boliviano y cuál es la razón de ese sentimiento?
Las respuestas se encierran en la comunidad de intereses,
comunidad de ideas, comunidad de objetivos. Un proyecto común, en suma ¿Cuál es
el proyecto común de Bolivia?
Es una imaginario como la propia noción de Patria. Quizás la
más real y a la vez la más poética la expresó José Santos Vargas, el famoso
Tambor, cuando en su diario en los días duros de la lucha por la independencia
en Ayopaya mencionaba el genérico “la Patria” en la forma plural del “nosotros,
la Patria” para referirse a aquellos que junto a él combatían en el corazón
mismo de lo que hoy es el territorio boliviano.
La Patria Para Santos eran sus compañeros, los que le
protegían la espalda, los que lo acompañaban en la aventura de vivir o morir,
los que le daban fuerzas para continuar porque estaban junto a él, y él junto a
ellos. La causa era aún incierta, la palabra Bolivia no se había acuñado, los
libertadores que llegaron a Charcas cuando ya todo o casi todo estaba resuelto
a favor de la causa de la libertad, le dieron forma a una idea que se había
construido de muy diversas maneras en muchas partes de esta tierra gigantesca.
La Patria, en suma, era una idea que unía en tanto una
comunidad de seres humanos decidió encarar una batalla sin cuartel para lograr
una forma de libertad, no sólo la libertad como idea total frente a la opresión
y la tiranía, sino la libertad de comercio, de propiedad, la autonomía de
gobierno, la apropiación de una o varias formas de poder. Fue una idea que
tardó en construir un armazón que nos incluyera a todos. La conciencia de un
denominador común dependía de la comprensión de la igualdad y del respeto por
el otro. Ese concepto no se desarrolló en 1825 y dificultó muchísimo un espacio
común para una causa común amasada por todos. El todos de esa Bolivia de la
independencia estaba incompleto y en muchos sentidos –reales y figurados-
mutiló al otro. Pero no era algo que no se hubiese vivido en muchos lugares del
mundo. Más o menos complejo, ese imaginario de Bolivia se volvió una realidad
que estableció parámetros específicos con sus símbolos y la construcción de una
identidad que acabó por existir tangiblemente. Esa identidad superior absorbió
muchas identidades, luego les devolvió su forma, las reconoció en su plenitud,
al punto que cuestionó la idea misma de que tuviese sentido poder decir, como
Vargas, que la Patria somos quienes caminamos juntos hacia un destino común.
¿Quién define ese destino? La propia sociedad que decidió
unir voluntades para edificar una nación. La nación, no el término de
definición académica, ni el estado-nación decimonónico, sino esta nación de hoy
que es una suma de diferencias que sin embargo tienen un núcleo común. El
objetivo es tan sencillo como la carga de humanidad que contenga, como la
voluntad real de saber que quien esta a mi derecha y a mi izquierda, delante y
detrás de mí, quiere lo mismo que yo, una sociedad organizada, ordenada, justa
y de oportunidades para todos, ¿para qué?, para que la búsqueda del la
felicidad y el bienestar nos permitan ocupar un lugar en el mundo, en el
próximo, el de nuestra región, lograr objetivos que permitan a Bolivia
contribuir en el escenario latinoamericano en términos sociales, económicos y
políticos, ser un país de poder intermedio en América del Sur, transmitir la
riqueza de nuestra capacidad de organización, nuestros valores culturales, espirituales
y creativos en el más amplio sentido. Demostrar que podemos vivir juntos en la
diferencia de pueblos con lenguas, culturas y modos distintos, pero que
anhelamos un futuro compartido en este espacio.
Ser boliviano más allá de la piel, la lengua, la religión,
el paisaje, el carácter, el frío o el calor, más allá de cualquier
consideración. Ser boliviano y ser universal, pensar en un futuro en el que la
conciencia de nación en el sentido de patria patriotera, la del chauvinismo
nacionalista más cerril, sea el mal recuerdo de un momento superado. Estamos en
un tiempo de inflexión en el que lo particular y lo universal deben convivir
sin excluirse, deben comprender una realidad en la que, como parte de un gran
todo universal, sentimos una pertenencia
*Fragmento del artículo escrito por Carlos D Mesa G.
Publicado en su blog el 26 de junio de 2011.
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