El surgimiento de las “Madrinas de Guerra”, fue un programa
autorizado por el Ministerio de Guerra a cargo de Ernesto Sanjinés con sede en
la ciudad de La Paz y encabezado por la señora Bethsabe de Iturralde, quien a
su vez conformó una red de madrinas a nivel nacional con representaciones en
cada capital de Departamento.
Ser “madrina de guerra” consistía en encargarse de un
combatiente en el frente de batalla, enviarle apoyo logístico, es decir, ropa,
medicamentos, calzados, alimentos, también era la encargada de apoyarle
moralmente, redactarle cartas y estar en permanente contacto averiguando sobre
la situación de cada uno de ellos en los frentes de batalla. Ser “madrina de
guerra” era considerado como uno de los actos colectivos de mayor relevancia
para los soldados que combatían en el Chaco y fue el más demostrativo suceso
que concibió la sociedad boliviana para crear una nueva trama de relaciones
humanas en medio de la hostilidad y crueldad de la guerra. En el campo, el
agricultor nombraba “madrina” a la dueña del fundo, o “padrino” al patrón,
obligando así a los latifundistas a proteger a la mujer e hijos del combatiente
mientras duraba la ausencia, a veces sin retorno. En muchos casos estas damas
llegaban a establecer lazos sentimentales con los soldados, pero en otros casos
ellas velaban por la estabilidad de la familia de los combatientes.
La “madrina de guerra” se comprometía a escribirle, rezar
por él combatiente, velar por su madre, sus hermanas y visitarlas
periódicamente para informarles sobre el estado de situación del “ahijado” en
el Chaco, a través del servicio de correo y comunicación del Comando General
del Ejército en Campaña. En ocasión de las despedidas de los soldados en
diferentes regiones y ciudades del país, las “madrinas de guerra” asistían a
las estaciones de trenes, plazas y cuarteles de las ciudades, llevaban flores,
fotos con dedicatorias, escapularios, medallitas, detentes bordados por ellas
mismas, coca, caramelos y cigarrillos.
En ocasión de las despedidas de los soldados en diferentes
regiones y ciudades del país, las “madrinas de guerra” asistían a las
estaciones de trenes, plazas y cuarteles de las ciudades, llevaban flores,
fotos con dedicatorias, escapularios, medallitas, “detentes” bordados por ellas
mismas, coca, caramelos y cigarrillos. Es de imaginarse la emoción y el dolor
de esas valientes jóvenes que como madrinas de guerra demostraron una actitud
de valor y entereza al despedir en particular a sus novios o enamorados a una
muerte casi segura, pues no había la certeza del regreso.
Ante el inevitable llamado a la defensa de la patria por el
estallido de la guerra en junio de 1932 se produjo el llamamiento a los
reservistas que habían cumplido con el servicio militar obligatorio para que se
presenten en los cuarteles de las ciudades capitales. En la ciudad de La Paz, los
jóvenes reservistas llenaron las instalaciones del Cuartel de Miraflores y en
la ciudad de Tarija se presentaron en la Región Militar que estaba ubicada en
la esquina de las calles Sucre y Virginio Lema. El registro documental de la
época destaca el entusiasmo de los jóvenes al llamado a los cuarteles imbuidos
de gran euforia y patriotismo, frente al silencioso dolor y congoja de madres,
hermanas, esposas, novias y enamoradas. Difícil imaginarse el momento sublime
de lágrimas silenciosas llenas de angustia que rodaban por las mejillas de
estas mujeres en los momentos de la partida al frente de batalla. El desarrollo
de los acontecimientos corroboró el dolor de las mujeres bolivianas al conocer
partes e informes de los Comandos de Operaciones de los frentes de batalla, a
través de los cuales se conocían los nombres de los muertos, heridos,
mutilados, desaparecidos y prisioneros.
Miles de mujeres bolivianas con el corazón destruido,
demostrando heroísmo entregaron a sus hijos a la obligación sagrada para
cumplir con su deber y a su vez asumieron acciones valerosas desde sus hogares,
calles y organizaciones para apoyar a los combatientes, a través de la colecta
de recursos, medicamentos, organización de eventos, confección de ropa,
preparación de alimentos, redacción de cartas para los soldados analfabetos,
leer la correspondencia recibida desde el frente de batalla a los familiares y
otorgar el consuelo ante la pérdida de los seres queridos.
En la ciudad de Tarija, principal centro de arribo,
movilización y partida de las tropas al Chaco, las madrinas de guerra, llevaban
a sus hogares a los ahijados que las habían elegido para otorgarles alimento,
comunicación con sus familias de los lugares de donde provenían y les
proporcionaban apoyo psicológico. Los regimientos que llegaban a Tarija
procedentes del norte del país pernoctaban en esta ciudad un promedio de veinte
días entre el proceso de adaptación al clima cálido, el entrenamiento militar
en la zona del actual barrio de La Salamanca, el merecido descanso, los
agasajos por parte de la comunidad y la asistencia a una eucaristía comunitaria
a cargo de la iglesia y capellanes del Ejército.
La partida era anunciada por el Comando del Ejército en
Campaña, mediante comunicado oficial con 24 horas de anticipación en la cual se
fijaba la hora y el programa oficial. La determinación de la jefatura militar
implicaba una activa movilización y ajetreo en la ciudad desde tempranas horas,
siendo las mujeres de toda edad las principales protagonistas por su condición
de madrinas de guerra, madres, hermanas y novias que hacían compras para
aprovisionar a los soldados. Las niñas acompañaban a sus madres en una muestra
de identificación con la consigna de servicio y apoyo a los contingentes de
soldados movilizados
El programa generalmente se iniciaba a partir del mediodía,
alcanzaba su plenitud a media tarde y al atardecer se impartía la orden de salida.
La partida se verificaba en la zona de La Pampa, actual área del Stadium
Departamental y el Parque Bolívar, ceremonia que comenzaba con el “cuadro”,
formación de la tropa por batallones en forma de cuadrado con el acompañamiento
de las bandas de música militares que interpretaban melodías nacionales. Las
madrinas de guerra asistían a este acontecimiento, acompañando a sus ahijados
con improvisados bailes y posterior entrega de presentes, destacando el
escapulario o “detente”, distintivo confeccionado por ellas mismas con hilos de
colores que portaba la imagen de Jesucristo, el Corazón de Jesús, la Virgen
María u otro gravado que era colgado del cuello del soldado significando un
emblema de protección, salvaguarda o amparo, además de pan, mote, tostado,
queso, “atados” de cigarrillos, ungüento, pomada o medicamento para curar
ampollas, picaduras, infecciones y heridas en la piel y las recomendaciones,
abrazos y bendiciones.
Del preparativo y la alegría inicial, se pasaba al dolor,
congoja y angustia de la despedida de cientos de jóvenes bolivianos que partían
rumbo a Villa Montes para ingresar a los diferentes frentes de batalla en
cumplimiento del sagrado deber de la defensa de la patria, ceremonia a la que
asistían autoridades y pueblo en general. Una vez dada la orden de movilización
y con el acompañamiento de la banda de música militar hasta la salida de la
ciudad que interpretaba boleros de Caballería, la columna se ponía en marcha a
pie, oficiales a caballo y camiones Ford de la época cargados de municiones,
armas y equipo de guerra por la ruta de “salida al Chaco” que actualmente
atraviesa la zona de Juan XXII y El Portillo, hasta el “Ojo del Agua” (*)
vertiente donde se consumía el último sorbo de agua limpia y se aprovisionaba
para el camino. A partir de ahí, la columna subía a los camiones que esperaban
en la zona e iniciaban su recorrido hasta Entre Ríos, primera etapa del largo
viaje para ingresar al infierno verde. El registro documental señala la
interpretación del conocido bolero de Caballería “Despedida de Tarija”,
convertido en patrimonio de las bandas del Ejército Nacional. El Semanario de
Informaciones La Opinión que se editaba en nuestra ciudad bajo la
administración de Severo Encinas en su edición Nº 200 del 19 de enero de 1933,
reflejaba esos emotivos y conmovedores momentos.
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