Imagen: Aniceto Arce / Nota publicada por el periódico El
Diario el 5 de Junio de 2012.
Durante el gobierno fuerte y constructivo de don Aniceto
Arce, la prensa liberal abrió constante y nutrido fuego contra el régimen
conservador.
Zoilo Flores, Rodolfo Soria Galvarro e Ismael Montes, desde
las columnas de “El Imparcial” periódico de La Paz, docta e irreductible
tribuna política del liberalismo opositor, bombardeaban eficazmente los
reductos oficiales. En los primeros días de agosto de 1892, se decretó el
estado de sitio en la república y se desterró y confinó a diputados, políticos
y periodistas liberales. Flores, Soria Galvarro y Montes, fueron extraditados a
Covendo, alejada misión religiosa de la provincia Sud Yungas del departamento de
La Paz, a donde se llegaba después de hacer una larga travesía por regiónes
mortíferas.
Los tres periodistas, como los tres mosqueteros de la famosa
novela de Alejandro Dumas que se llamaban Athos, Porthos y Aramis, arribaron a
Cajuata, un pequeño pueblo situado en los confines de la provincia Inquisivi
(La Paz), y allí se alojaron en casa del distinguido vecino liberal don Mariano
Fernández.
Una noche, los policías que vigilaban a aquellos tres
escritores, se habían embriagado y quedaron profundamente dormidos en la misma
habitación que ocupaban los señores Flores, Soria Galvarro y Montes.
Flores de espíritu imantado para las luchas y belicoso por
temperamento, aprovechó esa ocasión para cobrar agravios y poner en ridículo a
sus verdugos. Se levantó de su cama, quemó unos corchos en una vela de cebo y
procedió a pintar como con pincel la cara de los sayones, quienes despertaron
al día siguiente tiznados de negro y parecían diablos salidos de la corte
infernal.
Soria Galvarro, no dejaba de reír de la travesura de su
ocurrente amigo. Flores y Montes taciturnos como siempre, contemplaban con
ironía el pintoresco cuadro.
Los policías al darse cuenta de sus grotescas figuras,
amenazaron y extremaron sus hostilidades contra las tres víctimas de la
política, a quienes obligaron a seguir inmediatamente viaje a Covendo, cuyo
trayecto fue una odisea penosa. Flores lleno de ira, les dijo: ustedes,
lacayos, bien merecen ser los negros de La Florida.
La Florida, era una suntuosa finca, aunque de construcción
rústica ubicada en las proximidades de la ciudad de Sucre, donde el presidente
Arce –su propietario– tenía a su servicio palafreneros europeos que estaban al
cuidado de las caballerías, donde no faltaban los ejemplares de todas las
razas; capataces negros, lustrosos y corpulentos, montados en aperos
argentinos, chapados de plata, como describe la magistral pluma del eminente
estadista y escritor don Alberto Gutiérrez.
El pueblo llamaba negros de La Florida a los partidarios y
amigos de Arce, comparándolos con las gentes que le servían devotamente en esa
hermosa propiedad patricia. Arce, no obstante del enorme sacrificio que hizo
para engrandecer el país, con un presupuesto de apenas tres millones y medio de
bolivianos de ingresos con que contaba el tesoro nacional, ejecutó obras de
gran aliento, como el ferrocarril de Antofagasta a Oruro, caminos, puentes,
telégrafos, etc.
En 1924, nos cupo también pagar nuestro tributo de
periodistas. Se nos confinó a Cajuata (según su etimología, lugar ardiente),
villorrio que tiene una sola calle y es famoso por su paludismo. Nos alojamos
en la misma casa del Sr. Fernández, quien nos relató este pasaje anecdótico y
en ella encontramos las fotografías de Flores, Soria Galvarro y Montes, de
cuyas efigies parecían desprenderse notas de protesta por el atentado que
sufrieron como periodistas, castigándose en sus personas el derecho de pensar
libremente en servicio de la patria.
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