Publicado en el periódico Opinión el 26 de febrero de 2012.
Los españoles introdujeron en América dos manifestaciones
del carnaval, la de las clases llamadas altas, celebradas en salones a la
manera española, y el popular en las calles. Ambos se distinguían por el tipo
de música, bailes y comidas, indica el historiador Gustavo Rodríguez en
su libro “Siglo & Medio del Carnaval de Cochabamba”, en el que detalla
cada una de las etapas de la fiesta cochabambina.
Asegura que no es posible establecer desde cuándo se celebra
el carnaval en Cochabamba. Sin embargo, indica que probablemente, con
intermitencias, ocurre desde el siglo XVI. Es seguro que para fines del siglo
XVIII existía esta festividad, por entonces denominada “Carnestolendas”, que duraba
desde el domingo de tentación hasta el miércoles de ceniza, con el que se
iniciaba la Cuaresma.
En los años 40s del siglo XIX, a poco más de veinte años de
lograda la independencia de España, en la pequeña ciudad de Cochabamba de no
más de 25.000 habitantes todavía predominaba aquel carnaval colonial,
fuertemente enraizado en tradiciones agrarias y plebeyas de origen medieval
europeo.
La calle era el lugar predilecto de los sectores populares.
En ella tocaban y danzaban bailecitos de la tierra. Las danzas de procedencia
peruana como moza mala de origen negro y gestos eróticos y la zamacueca, baile
de pareja suelta, también eran muy requeridos.
En febrero de 1847, el periódico local denominado el “Correo
del Interior”, describe vívidamente el jolgorio que llama “el carnaval de
aldea”. Durante la festividad, los cochabambinos, principalmente los del sector
popular, se lanzan a ganar las calles con inusitada alegría “ostentando toda la
gala de vestidos rústicos, trayendo flores y frutas en la cabeza, y danzando al
son de un tamboril y una flauta de pastores", ambos instrumentos
imprescindibles para ejecutar los candentes ritmos negros. La guitarra y el
pinkillo eran también convocados para expresarse y acompañar los bailecitos
andinos.
En las calles las máscaras y los disfrazados eran de uso
frecuente, como lo fueron en el carnaval medieval europeo.
La máscara y el disfraz sirven para ocultar, para evadir y
estar a salvo de miradas indiscretas y acusadoras. Los “señoritos” de clase
alta podían así cometer desmanes y desenfrenos -típicos de las celebraciones
del carnaval- gozando del anonimato. Los plebeyos cochabambinos, en este caso los
sastres, se representaban como si fuesen otros y adquirirían un nivel social
que normalmente no era el suyo. El disfraz les permitía aproximarse a los
poderosos, a los ricos hacendados y comerciantes, sin ser reconocidos. Sólo el
martes tomaba el carnaval carácter de ´dominio público´´, aunque seguía muy
discreto. La élite cochabambina se entretenía nuevamente en sus amplias casas
del teatro en un juego y contrajuego de ataques y contra ataques con agua,
talco y perfumes entre varones y mujeres. No existían bailes de máscaras en sus
grandes salones, los que recién aparecerían años más tarde.
CARNAVAL SEÑORIAL Según Rodríguez, en 1976 se dio otro paso
importante para regular el carnaval y cortar la presencia de los sectores
populares.
El baile de máscaras en el Teatro Achá (y más tarde en el
Club Social) quedó bajo el control vigilante de una comisión municipal con el
propósito de garantizar la deseada “honorabilidad” de los danzantes y evitar la
confusión social.
Es así que el nuevo carnaval segregaba y excluía socialmente
cada vez más. Las calles también estaban ganadas por los sectores dominantes,
que bailaban en ellas, a la par ofrecían sus amplias casas de tres patios como
territorios abiertos mientras duraban las Carnestolendas.
Era costumbre bien aceptada ingresar en ellas libremente y
recibir una grata acogida, que se iniciaba con un bautizo de agua. Luego los
anfitriones invitaban bebidas como el guarapo e incluso fina chicha
especialmente elaborada para la ocasión con maíz seleccionado. No faltaba
tampoco abundante comida, principalmente el tradicional puchero de cordero,
aderezado con frutas de la temporada.
Mientras tanto el antiguo carnaval de raíz plebeya y de
origen colonial, quedaba paulatinamente confinado a la periferia más pobre y
alejada de la ciudad.
En los barrios populares, como Las Cuadras, Kara Kota,
Jaihuayco o Cala Cala, artesanos, comerciantes y campesinos continuaban
bailando cuecas y bailecitos con el mismo gusto y desenfreno de antes.
Challaban la festividad regándola con la áurea chicha, sólo que ésta no
procedía de las haciendas de los encumbrados patrones, sino de las aka huasis
de las afamadas localidades del Valle Alto como Cliza y Punata.
La transformación del carnaval continuó. En los años 80 del
siglo XIX, quizá por la experiencia traumática de la derrota en la guerra con
Chile (1879-1884) la élite cochabambina se tornó más ´´ilustrada´´ y
extranjerizante. Todo pasado plebeyo y toda manifestación popular, fuese
festiva, culinaria o musical, le pesaba. La rechazaba pues le atribuía la
derrota bélica y su frustración de no ser Bolivia una nación y un Estado
moderno.
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