En los primeros días del mes de julio de 1972, el Batallón
de Cadetes del Colegio Militar fue dotado de poleras de color verde. Una semana
más tarde, todos los cadetes de Primer año decidieron ponerle un nombre a su
deserción: “Operación Poleras Verdes”.
Por entonces, el suscrito era cadete del Curso Básico, esto
porque aún no era bachiller. En el Primer Año revistaban los cadetes que
ingresaron al Colegio Militar, siendo ya, bachilleres. Lo que en común teníamos
todos por ser nuevos, era el denominativo de “sarnas”, “mostrencos”, “perros”,
“sapos”, etc.
Así llegó la primera semana del mes de julio. Mi persona se
desempeñaba como “Encargado de Curso” (del Básico “A”) y como tal ocupaba el
primer pupitre adyacente a la puerta de ingreso al aula. Una mañana de esas,
cuando el profesor de turno aún no se había hecho presente , un "sarna"
- el cadete Meruvia - asomó su cabeza y me dijo:
“Que su curso; (se refería a los dos paralelos del Primer
Curso), había decidido desertar esa noche por el salvaje e inadmisible trato
del que éramos objeto casi a diario y que ni los judíos los habían recibido de
sus carceleros, los nazis”.
Dejé que expusiera sus argumentos y cuando terminó,
escuetamente le respondí:
“En mi curso no existen cobardes, si vamos a abandonar el
Colegio Militar lo haremos en ataúd”.
A continuación cerré la puerta.
Esa noche a las 21:00 – como todas las noches – tocó la
corneta para el “Parte de Retreta”. Como pocas veces, en esa oportunidad no
“chocolateamos”, es decir, no nos hicieron trotar alrededor del patio de honor
con las manos en la nuca, impulsados por cinturones o con lo que tenían a la
mano, nuestros “brigadieres”. Por supuesto que de los chocolates masivos nadie
se salvaba, ni siquiera los cadetes de Tercer año, aunque el trato hacia ellos
y debido a su antigüedad, era más suave; recuerdo que algunas veces no
trotaban, los mantenían plantoneando mientras el resto hacía crujir con sus
botas o botines, el ya desportillado pavimento del patio de honor.
Luego de controlar que nadie faltaba a esa formación, el
Capitán de Servicio hizo escuchar su hermosa orden: “Batallón buenas noches” y
la respuesta al unísono y a todo pulmón fue: “Buenas noches mi teniente”. A
continuación, el oficial gritó su orden de: “Conducir” y fuimos conducidos a
nuestros dormitorios entonando alguna canción, como por ejemplo: “vamos a
dormir, dormir, dormir…..”.
Esa misma noche y tres horas más tarde – a las 24:00 – se
produjo otra formación. Esta vez los cadetes del Primer Año, individualmente y
sigilosamente abandonaron sus dormitorios y se dirigieron a la parte tracera
del Colegio Militar que colinda con Calacoto y formaron para ser controlados
por uno de ellos. Todos vestían uniformes incluido sus flamantes poleras
verdes. Verificaron si se habían hecho presentes todos; pero no, faltaba uno
que había decidido no desertar y como la consigna era desertar todos o nadie,
decidieron abortar la operación y retornaron a sus dormitorios, se pusieron sus
pijamas y se acostaron “de costado derecho”, como era la norma.
Ese intento fallido de deserción, se mantuvo en secreto por
varias semanas.
A Meruvia, el instigador a la deserción no eran precisamente
virtudes las que adornaban su personalidad. Meses más tarde fue dado de baja.
Muchos años después, lo vimos como diputado por el MIR; luego, llegó a trabajar
en el área de mantenimiento dd vehículos de la alcaldía de la ciudad de La Paz
de donde fue expulsado al ser sorprendido vendiendo autopartes. Unos meses
antes - en 1988 - cuando los tanquistas del Regimiento Calama nos dirigíamos al
Colegio Militar para participar en la celebración de creacion del Ejército, lo
vi a Meruvia ataviado con su uniforme de gala - chaqueta azul, colán blanco y
botas negras- montando en caballo y desplazándose por la avenida de Irpavi,
posiblemente retornaba del club hípico "Los Sargentos".
Decía líneas arriba que la operación "Poleras verdes”
se llevó a cabo en los primeros días de julio de 1972.
Unos doce días más tarde, – el 14 de julio – nuestros
brigadieres, cuyo efectivo era 52, SE AMOTINARON. Decidieron todos y nada menos
que a vista y paciencia de los oficiales, abandonar el Colegio Militar por la
puerta principal y se dirigieron a pie hasta el Gran Cuartel de Miraflores a
exponer las razones de su grave insubordinación. Se podría decir que desertaron
por dignidad, pues, algún oficial se atrevió a chocolatearlos delante de todos
sus cadetes subalternos, por lo que se negaron a "cuclear" . Ante
esto, el capitán más antiguo ordenó que los oficiales fueran a armarse con sus
revólveres; sin embargo, ni con la amenaza de muerte obedecieron la orden de retornar
a filas cuando se dirigían hacia la puerta de salida del instituto no sin antes
arrojar sus fusiles en los jardines. A partir de ese día no los volví a ver,
sino, hasta el mes de febrero del siguiente año cuando retornaron de los
cuarteles donde habían sido destinados en situación de castigo.
Cabe aclarar la causa que provocó el castigo físico
infringido a los brigadieres, aquella mañana de julio (unos dos o tres días
antes de la celebración del Aniversario del Departamento de La Paz), se debió
al siguiente hecho:
Noches antes, el nuevo Brigadier Mayor (futuro Comandante de
Ejército y posteriormente Director de Aduanas en el gobierno del MAS), en la
"hora de estudios" ingresó aula por aula para hacernos la propuesta
de ya no chocolatear, ni recibir castigos individuales por parte de ningún
cadete, a cambio de ello, todos los miércoles después del Parte de Retreta (que
era el día donde en la cena nos alimentaban con lenteja), trotaríamos en el
patio de honor. A continuación pidió levantar la mano a quienes estaban de
acuerdo con su "política". Todos pues y sin dudar un segundo,
levantamos la mano.
Pero esta norma, los oficiales no la conocían y así llegó el
día de su amotinamiento, cuando por un mal ejercicio con los fusiles, el
capitán Góngora, nos ordenó:
!Adelante cuclas maarrrr!!! !Brigadieres, impulsar!!!
Ante esto, los brigadieres, en lugar de impulsarnos a
puntapiés, a "cogotazos" o con alguno u otro "culatazo" de
su fusil, nos persuadían pidiéndonos, casi rogándonos:.. " salte cadete, salte
cadete, no se haga tocar..."...
El capitán, furioso, conminó a los brigadieres a cumplir su
orden y la respuesta fue la misma. Ante tan descabellada insubordinación,
ordenó a los más de 20 oficiales presentes, que corrieran a sus viviendas y
volvieran armados con su revólver. Entretanto, nosotros los sarnas, semisarnas
del Ejército y la Naval, incluidos los cadetes de tercer año de esta Fuerza,
permanecíamos firmes a medio izquierda, con el fusil al hombro y la mirada al
cielo.
Para los más sarnas, fue una bendición que los brigadieres
abandonaran el Colegio Militar, porque con seguridad y más temprano que tarde,
se hubieran anoticiado del intento de deserción del Primer Año y ya me imagino
el calvario por el que hubiésemos tenido que atravesar culpables e inocentes y
quizás por ello, el efectivo de “los sarnas” hubiese mermado más.
Como el Colegio Militar ya no contaba con brigadieres,
tomaron el mando del Ejército y de la Naval (que por entonces convivíamos en el
mismo instituto), los cadetes navales de tercer año, más conocidos como LOS
SIETE MACHOS, esto, porque los brigadieres navales se encontraban en algún
punto del planeta realizando sus prácticas marítimas en barcos argentinos.
Tampoco se encontraban en Bolivia los cadetes de tercer año del Ejército porque
habían viajado al Canal de Panamá a recibir entrenamiento especializado.
Por consiguiente, LOS SIETE MACHOS y desde el 15 de julio de
1972 y hasta fin de año y sin ser haber todavía alcanzado el privilegiado grado
de "brigadieres", se convirtieron en los nuevos amos del Colegio
Militar.
Sucedió algo más – entre muchos otros hechos – ese mismo año
de1972.
Resulta que en uno de esos frecuentes chocolates, el Capitán
Caballero, al observar cómo saltábamos hacia arriba desde la posición de
cuclillas, le comentó a otro oficial y a viva voz: “!Mirá, estos sarnas parecen
Apaches!!!”. Desde entonces y para siempre, adoptamos ese mote como nombre de
guerra. Lo interesante es que cada cuatro tandas de ese instituto, automáticamente
reciben como herencia, el mismo apodo. Por ejemplo, cuando mi tanda llegó a
último año, nuestros sarnitas adoptaron ese nombre de guerra y los sarnas de
nuestros sarnas lo volvieron a heredar y así, sucesivamente hasta el presente.
Quizás no esté exagerando al afirmar que mi tanda – la de
los primeros “Apaches” – fue y desde que se fundó el Colegio Militar, la que
más sufrió debido a esa rutina de extremo mal trato del que fuimos objeto.
Para finalizar:
Cada rincón del Colegio Militar alberga una particular
historia triste y hasta dramática, matizadas por cierto, de momentos
placenteros como fueron los casos de incontables aventuras de amor y otras
locuras practicadas por esos jóvenes cadetes, algunos de ellos casi niños,
quienes supieron vencer todo tipo de obstáculos en su propósito de cumplir su
juramento de consagrar su vida al servicio de su país.
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