Por: JUAN PEDRO DEBRECZENI 19 de Marzo de 2016 / Correo del
Sur.
“(…) en esos solemnes momentos no vi palidecer a ninguno de
los que se hallaban en el regimiento; más parecía que se preparaban para un
festín que para un terrible combate en el que iban a correr torrentes de
sangre” (Ricardo Ugarte).
Hay héroes que yacen olvidados en el Cementerio General de
Sucre. Su protagonismo e importancia en la historia boliviana contrasta con las
flores marchitas que hoy visten sus lápidas a 137 años de la Guerra del
Pacífico.
Caminaba entre los mosaicos de nichos apilados en el sector
de los primeros cuarteles del camposanto, donde el aire parece más fresco y
limpio por la brisa que corre a través de sus viejos árboles y jardines.
Nombres y fechas variadas desfilaban ante mis ojos cuando me
detuve en un nicho que llamó mi atención; los colores grises de la lápida
apenas se distinguían por el peso del tiempo entre esa reja de hierro forjado.
El olvido se colaba por las rendijas obligando al curioso a aproximarse para
conocer de quién se trataba… Valentín Navarro “Héroe en Calama”.
Junto con Abaroa, en mis recuerdos de estudiante figuraba
también Ladislao Cabrera y alguno que otro personaje que en ese momento no
alcanzaba a identificar. Llegué a la conclusión de que al margen de ellos, en
mi memoria no figuraban o simplemente no existían otros personajes recuperados
por mis maestros o aquellos libros de Historia sobre la Guerra del Pacífico que
acompañaron los años de colegio.
Entonces, ¿quién fue Valentín Navarro?, ¿cómo se explicaba
que el título de “Héroe en Calama” impreso para la eternidad en su lápida pase
tan desapercibido y, a 137 años de ese 23 de marzo, este personaje haya quedado
en el olvido? ¿Habrá conocido a Ladislao Cabrera?, ¿estuvo con Eduardo Abaroa?,
¿qué fue lo que hizo en Calama?
Calama: Coraje, valor y sangre
En febrero de 1879, al inicio de la invasión chilena en el
puerto de Antofagasta, Calama estaba poblaba con menos de un centenar de casas
y edificaciones escasamente habitadas por civiles y algunas autoridades.
El 16 de febrero de ese año, dos días después de la toma de
Antofagasta, el coronel Fidel Lara llegó a Calama con la noticia de la invasión
chilena. En ese momento, los habitantes y estantes allí emplazados jamás
imaginarían que ese pequeño terruño se convertiría, un mes después, en el
bastión de defensa de la nacionalidad boliviana.
Según relata el historiador Roberto Querejazu Calvo en su
libro “Guano, salitre, sangre. Historia de la Guerra del Pacífico”, el
desembarco de→ →tropas chilenas en Antofagasta el 14 de febrero sorprendió a
Ladislao Cabrera en sus funciones de prestigioso abogado en Caracoles, donde
además fungía como presidente del Ayuntamiento. Junto al subprefecto de esa
localidad, el coronel Fidel Lara, coincidieron en que era imposible defender
ese distrito minero con los poco más de 20 soldados disponibles de su
guarnición. De ese modo resolvieron retirarse hasta Calama, donde tenían mejores
perspectivas para hacer frente a la ofensiva chilena.
Así, el 17 de febrero arribó a Calama el coronel Emilio
Delgadillo con 23 hombres que componían la guarnición de Caracoles; un día
después haría lo propio Ladislao Cabrera, en cuyos hombros descansó la
organización de la defensa boliviana.
Ricardo Ugarte, civil que salió de Calama el 18 de febrero
rumbo a Tocopilla en busca de pólvora y armamento, relata que al mando de
Cabrera, entre otras personas, formaron el abogado Valentín Navarro y Eduardo Abaroa,
este último residente de Atacama que se encontraba temporalmente en Calama
atendiendo sus negocios. Ahí estaba, el relato histórico confirmaba la
presencia de Navarro en esa cita con el destino de la nacionalidad boliviana.
En ese escenario, hasta el 22 de marzo, con pequeños
refuerzos de Tocopilla y Mejillones el reducido contingente boliviano consiguió
armar a 135 hombres con rifles, escopetas, revólveres, lanzas, pólvora y otros
insumos apenas suficientes para sostener un combate desigual contra un ejército
entrenado y bien equipado.
En medio de los preparativos, el parlamentario chileno Ramón
Espech se presentó en Calama para demandar la rendición de los bolivianos y la
entrega inmediata de sus armas. Sin embargo, Cabrera respondió que cualquiera
que fuera la superioridad del enemigo, ese puñado de patriotas “defendería
hasta el último trance la integridad del territorio de Bolivia”, según recoge
José Vicente Ochoa en su texto “Calama”, publicado en 1890.
Tras ello Cabrera, junto a Valentín Navarro, uno de sus
principales colaboradores, redactó una proclama dirigida a sus compatriotas en
Calama; 135 bolivianos dispuestos a enfrentar su destino en un combate por
demás desproporcionado. “Que sepa Chile que los bolivianos no preguntan cuántos
son sus enemigos para aceptar el combate (…)”, reza el documento citado por
Querejazu.
“De los 135, nueve eran civiles y 126 vestían uniforme
militar. De los nueve civiles, cinco eran abogados (Ladislao Cabrera, Valentín
Navarro, Ricardo Ugarte, Lizardo Taborga y Manuel J. Cueto), dos empleados
públicos (José G. Santos Prada, subprefecto de Calama y Eugenio M. Patiño,
intendente de Policía), uno médico (Gregorio Saavedra) y uno contador (Eduardo
Abaroa)”, precisa Querejazu en su relación sobre los protagonistas de la
defensa de Calama.
Al frente tenían 544 soldados chilenos a la cabeza del
teniente coronel Eleuterio Ramírez y el coronel Emiliano Sotomayor, quienes
organizaron a sus oficiales en dos grupos para la toma de Calama por los
puentes Topáter y Carvajal, la madrugada del 23 de marzo de 1879.
Los sucesos de esa jornada, ampliamente estudiados y
relatados por historiadores bolivianos e incluso chilenos, encumbraron el valor
de ese puñado de bolivianos que cumplieron su promesa al entregar sus vidas por
la patria.
Tras dos horas de aguerrido combate, Cabrera, viendo
mermadas sus fuerzas ante el dispar enfrentamiento, ordenó a los sobrevivientes
entre jefes y oficiales, tropa y empleados de la Prefectura del Litoral, la
retirada en dirección de Chiuchiu, Canchas Blancas y Potosí.
En su parte fechado el 31 de marzo de 1879 en localidad de
Canchas Blancas y dirigido al Ministerio de Guerra, Cabrera da cuenta con
detalle sobre los preparativos para la defensa, los pormenores y los resultados
de la lucha por defender Calama. Desde ese mismo lugar, a su turno, Ricardo
Ugarte levantó una relación de los “señores jefes, oficiales, paisanos y tropa”
que combatieron en Calama; 135 fueron los defensores, sin embargo en la lista
solo se consigna a 87, el resto no tenía documentación que respalde su identidad.
Así se sabe que esa jornada 30 hombres fueron prisioneros del ejército chileno
y que Eduardo Abaroa, el teniente Menacho y 14 oficiales más de la tropa
perdieron la vida.
“Aquel pequeño grupo de valientes cumplió su consigna
defendiendo su puesto con valor y denuedo, hasta que su bandera no fue más que
un arambel, hasta que sus armas no fueron más que garrotes por falta de
balas…”. Así reseñó el combate Eduardo Subieta, en su homenaje titulado “¡A los
héroes de Calama en testimonio de admiración!”, documento que fue leído el 25
de mayo de 1879, en una sesión pública de la Sociedad Literaria Sucre.
Navarro y la Guerra del Pacífico
Tras la requisa de los libros el peso e importancia de
Valentín Navarro quedaba por demás demostrado. Ese personaje había protagonizado
uno de los episodios más importantes para Bolivia en la Guerra del Pacífico.
Ese protagonismo fue recuperado y difundido también por el
destacado escritor y ensayista boliviano Tristán Marof, que en su texto “Sangre
Gloria y Honor en el puente del Topáter”, publicado el 22 de marzo de 1965,
recuerda cómo Navarro se dirigió al grupo de 135 bolivianos en Calama
instándolos a defender con su vida la integridad del territorio nacional:
“Saben que los chilenos son numerosos, con fuerzas de caballería, infantería y
artillería en número de 900 plazas, pero ustedes han resuelto defender su
patria hasta morir. Se firma el acta correspondiente, se lucha y se muere…”,
había sentenciado el doctor Valentín Navarro frente a las intenciones chilenas
de propiciar una rendición en vísperas del 23 de marzo.
Esas palabras seguramente fueron reproducidas una y mil
veces en persona y de boca del mismo Valentín Navarro a Tristán Marof, su hijo.
Sí, esta búsqueda me había develado una nueva sorpresa: el autor de “La ilustre
ciudad”, “La justicia del Inca” y otras importantes obras, era hijo del propio
doctor Valentín Navarro, héroe en Calama.
Según relata Gustavo Adolfo Navarro Emeller (Tristán Marof,
1898-1979), tras la Guerra del Pacífico, como reconocimiento a su padre, el
Senado de Bolivia le otorgó una medalla de oro y un emblema con la leyenda: “Se
batió uno contra diez”.
Es interesante percatarse de que, si Valentín Navarro no
habría vuelto de la defensa de Calama, Tristán Marof jamás habría nacido y Bolivia
se hubiera perdido de una de las figuras más influyentes y representativas del
movimiento político de izquierda durante el siglo XX.
Navarro regresó a su ciudad natal, Sucre. Siendo uno de sus
ciudadanos más probos y respetables, continuó desempeñando sus funciones de
abogado y partió al más allá el 3 de enero de 1917.
Me figuro al joven Gustavo Navarro, de pie, frente a la
tumba de su padre, embargado por un profundo sentimiento de vacío frente a la
partida de ese ser que marcó su existencia y al que probablemente había
defraudado. “Sus funerales fueron solemnes en atención a sus méritos. Una
compañía de soldados acompañó sus restos hasta el cementerio y el instante que
el corneta tocaba silencio solo su hijo sabía que su padre había muerto de dolor”,
confesaría años después Tristán Marof, en sus memorias.
La familia sucesora del abogado defensor de Calama siguió la
línea Querejazu, que ahora florece en Santa Cruz. Doña Olga Saavedra de
Querejazu, descendiente directa de Navarro, cedió la única fotografía conocida
de Valentín Navarro al Archivo de la Casa de la Libertad; gracias a ello hoy
podemos conocer cómo y quién fue el personaje de Calama. En la imagen del
personaje, al lado izquierdo del pecho se puede apreciar la insignia medalla de
reconocimiento como Héroe de Calama, distinción que, según su hijo, portaba
orgulloso en ocasiones especiales.
Sobre héroes y tumbas
137 años han pasado desde ese fatídico 23 de marzo y en el
nicho de Navarro, incrustado en las rejas por alguna mano piadosa, una
astromelia amarilla medio marchita alegra de alguna manera ese espacio de
silencio y olvido. Su intenso color contrasta con un par de floreros
improvisados donde unas flores marchitas y saturadas de polvo dan cuenta del
tiempo que yacen allí sin renovación alguna.
Parecería que no es casual el lugar que ocupa el nicho de
Navarro, prácticamente detrás del ángel de mármol encargado por el expresidente
Hilarión Daza en memoria de sus padres. Es como si aquel ser alado diera la
espalda a uno de los personajes olvidados de la contienda del Pacífico. “La
muerte es nada: el olvido es todo”, reza el epitafio inscrito en el mármol
fechado en 1878, un año antes de la Guerra.
Resulta paradójico que esa figura haya sido erigida por un
personaje tan cuestionado por su accionar durante la Guerra, calificado incluso
como traidor a la patria, delito que en los hechos no fue olvidado y
probablemente por eso, después de 14 años de ausencia, en febrero de 1894, a su
retorno de Europa para enfrentar un juicio de responsabilidades en la Corte
Suprema, Daza fue asesinado en la estación de trenes de Uyuni. Fue baleado por
tres disparos de carabina, presumiblemente disparados por la misma guardia que
lo escoltaba a su llegada a la estación, según colige Querejazu.
El mismo historiador cuestiona así su papel en la Guerra del
Pacífico: “¿Por qué por lo menos no reforzó un poco la guarnición de los cuatro
puertos (Antofagasta, Cobija, Tocopilla, y Mejillones) aunque no fuese sino
para que la piratería chilena no fuese tan fácil… y la muerte de Abaroa menos
solitaria?...”.
Como cualquier guerra, la del Pacífico devolvió al país un
contingente de excombatientes, muchos→ →de los cuales terminaron sus días en
Sucre. Según el historiador Guillermo Calvo Ayaviri, el Cementerio General de
la capital alberga los restos de aproximadamente 400 personas que participaron
del conflicto bélico con Chile entre 1879 y 1880, cuando Bolivia se retiró de
la Guerra tras la Batalla del Alto de la Alianza, el 26 de mayo de 1880.
En su trabajo titulado “El Cementerio General de Sucre,
apuntes sobre su historia” Calvo logró recuperar una lista de más de 100
personas, veteranos cuyos nombres probablemente nunca se habrían conocido de no
ser por la labor del investigador. No obstante, hoy en día en el cementerio solo
unas cuantas tumbas de personajes que parti-ciparon de la Guerra del Pacífico
pueden ser reconocidas, aunque ello no significa que hayan superado el olvido
de autoridades e instituciones.
Calvo cuenta que cada entierro de un veterano del Pacífico
era un acontecimiento que despertaba el civismo de la población, que se
entregaba a los actos donde se rendían honores a los excombatientes de la
Guerra. “Eran actos muy solemnes con la participación del clero en una misa
concelebrada en la Catedral Primada de Bolivia, el cortejo fúnebre era en
carrozas con caballos y gente de a pie, estas personas gozaban de nichos dignos
de un notable”, refiere. Asimismo, según su investigación, el Ministerio de
Guerra disponía el pago de Bs 100 a la familia del difunto para encarar los
gastos funerarios.
Los entierros de excombatientes del Pacífico en Sucre se
extendieron hasta 1928; si bien hubo más veteranos todavía vivos, no se cuenta
con registros de sus decesos pasado ese año.
El investigador lamenta que la necesidad de espacio haya
motivado a los administradores del Cementerio a retirar y exhumar los restos de
los veteranos para dar paso a otros cuerpos. Así, la gran mayoría ahora
descansa en una fosa común y es que fue justamente tras la Guerra del Pacífico,
en 1901, que en homenaje a la Batalla de Alto de la Alianza recién comenzaron
la remodelación del camposanto con la construcción de mausoleos.
Honor y gloria
Uno de los pocos actos de reivindicación de la memoria de
los héroes del Pacífico y más precisamente con Valentín Navarro se cumplió en
2006, cuando gracias a la colaboración de la señora Olga Saavedra de Querejazu
autoridades municipales conocieron el relato sobre la vida de su antecesor y su
participación en Calama. De ese modo, a través de la Ordenanza Municipal N°
172/06 se determinó la exhumación de los restos de Navarro, que fueron
retirados de su nicho y colocados en la antigua cripta donde antes descansaban
los de Manuel Ascencio Padilla, justamente al lado de la sepultura de Ladislao
Cabrera y el general Narciso Campero.
“Que, el Dr. Valentín Navarro fue Secretario General de Don
Ladislao Cabrera, de destacadísima actuación durante las jornadas épicas de la
defensa de Calama, el 23 de marzo de 1879, habiendo aportado asimismo con todos
sus recursos económicos, como los de su comandante en la conformación de un
grupo irregular de patriotas que tuvieron como misión dicha defensa. Que, como
un homenaje y retribución justa a quienes permanecieron juntos en la defensa de
nuestro Litoral, en aquellos aciagos días de combate defendiendo nuestra
heredad nacional, se efectuará el traslado de los restos de Don Valentín
Navarro al lado de los restos de Don Ladislao Cabrera y el general Narciso
Campero en el Cementerio General”, reza la ordenanza.
No obstante, más allá del acto solemne de traslado de los
restos, el 16 de diciembre de 2006, hoy esos lugares de la memoria del Pacífico
no gozan de mayor reconocimiento. Este extremo es confirmado por el propio
administrador del Cementerio, Leonardo Soria. “A don Valentín alguna vez dejan
alguna florcita en lo que era su lápida, en esos frascos de mermelada. También
a veces algún colegio viene a hacer sus homenajes y dejan sus coronas de flores
en la tumba de Ladislao Cabrera”, afirma.
Hoy, la memoria de Valentín Navarro flota como fantasma de
un pasado que no deja de hacerse presente. Junto a otros, yace en el Cementerio
a la espera del visitante que se detiene frente a sus lápidas y bronces; ahí,
donde sus historias no terminan, sino que apenas empiezan.
…Esas palabras seguramente fueron reproducidas una y mil
veces en persona y de boca del mismo Valentín Navarro a Tristán Marof, su hijo.
Sí, esta búsqueda me había develado una nueva sorpresa: el autor de “La ilustre
ciudad”, “La justicia del Inca” y otras importantes obras, era hijo del propio
doctor Valentín Navarro, héroe en Calama… Si Valentín Navarro no habría vuelto
de la defensa de Calama, Tristán Marof jamás habría nacido y Bolivia se hubiera
perdido de una de las figuras más influyentes y representativas del movimiento
político de izquierda durante el siglo XX.
BIBLIOGRAFÍA
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Lechín Suárez, Juan. Historia trágica de un camino
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Querejazu Calvo, Roberto. Guano, salitre, sangre: Historia
de la Guerra del Pacífico, Editorial La Juventud, La Paz, 1998.
Ugarte, Ricardo. La primera página de la Guerra del
Pacífico, La Paz, 1890.
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