Por: GUIDO ROBERTO PEREDO MONTAÑO / El autor es periodista,
sociólogo del Centro de Información Estratégica-Washington, DC. / Publicado en
el periódico Los Tiempos, 15 de febrero de 2017.
Desde 1840 empresarios y gobernantes chilenos intentaron
conseguir concesiones mineras para explotar nuestro Litoral. Muchas fueron
negadas; sin embargo, Melgarejo sucumbió ante los halagos de los empresarios
chilenos y el 18 de septiembre de 1866, la Legación Boliviana en Santiago
“otorga a los empresarios Samuel Ossa Borne y a Francisco Puelma derechos para
‘explorar’ (léase bien: explorar) nuestro litoral en busca de Salitre y Guano”.
Sin embargo, una expedición secreta (tal como describe y documenta el
historiador chileno Óscar Bermúdez Miral, en su libro Historia del
Salitre-1963) realizada por estos mismos empresarios, devela que estos ya
habían descubierto grandes salitreras, cobre y guano en 1860 en Antofagasta y
Cobija.
Otro caso similar es el de los hermanos Domingo y Máximo
Latrille quienes entre 1841 y 1843 encontraron grandes depósitos de guano,
plata y cobre en Antofagasta y Calama; Máximo buscó personalmente al presidente
Jorge Córdova para solicitar un permiso especial para “explorar” nuestros
territorios en 1857. Pero 13 años antes, ya habían realizado recorridos por
nuestras tierras descubriendo cobre, plata, oro, y además salitre. Córdova negó
la concesión; para esa época los minerales de las caletas peruanas y bolivianas
ya eran exportados por empresarios chilenos sin dejar beneficio alguno para
estos pueblos.
Ossa y Puelma, según documentos que expone Bermúdez,
explotaban abiertamente nuestros recursos desde 1857 a pesar de no tener
concesión alguna. La concesión que cedió Melgarejo permitió a Ossa “explorar y
explotar todos los recursos de nuestro litoral por 15 años en caso de que se
descubriera algún mineral”. Así Ossa y Puelma fundaron La Sociedad Exploradora
del Desierto de Atacama, en territorio boliviano.
Los historiadores bolivianos y peruanos coinciden en tres
aspectos cuando analizan la Guerra del Pacífico: Primero; que Chile conocía el
tratado de defensa entre Perú y Bolivia seis años antes de la invasión a
Antofagasta. Pues a dos semanas de haberse firmado el acuerdo, el diplomático
chileno Carlos Walker Martínez consiguió copia del documento. En noviembre de
1873, el embajador de Chile en Argentina, Blest Gana, consiguió otra copia
mediante su colega brasileño el Barón de Cotegipe.
Segundo; que las condiciones sociales, políticas y
económicas de nuestras naciones eran paupérrimas. En Perú, pero mucho más en
Bolivia, pequeñas oligarquías familiares dedicadas a la minería, que se
codeaban con las logias chilenas y europeas, controlaban todas las formas de
poder. Una clase política-militar a-patria gobernó nuestros países. Tanto
Manual I. Pardo (presidente del Perú y Daza en Bolivia) se formaron
militarmente ‘apagando incendios’; cuartelazos, caudillaje y borracheras en
masa eran la constante en nuestra clase política. Tercero; Chile desde 1857
sabía perfectamente que jamás podría desarrollarse como país soberano,
económica y políticamente sin expandirse hacia el Norte para apoderarse de las
salitreras, el guano, la plata, y el cobre que hasta hoy es la fuente viva de
su economía.
Urge en estas fechas, 14 de febrero, recordar a los
detractores de Daza que la única unidad militar boliviana que hubiera cambiado
el rumbo de la historia era la ‘5ta. División’ dirigida por N. Campero. El
hecho de que Daza hubiera ocultado o no la noticia de la caída de Antofagasta
no cambia(ría) para nada el curso de los hechos. Sin ejército regular; ni
recursos económicos para comprar armas (cañones, barcos de guerra) 9 mil
soldados harapientos se hicieron presentes en Tacna. Un 90 por ciento descalzos
que a plan de coca, harina y papa cruzan los Andes para llegar al desierto más
árido del mundo.
Historiadores como Bulnes, Mackenna, William Sater, y el
mismísimo general Buendía, estratega del Ejército peruano, admiten que ‘las
falencias materiales del soldado boliviano y de sus mandos superiores fueron
compensadas con su valor y entrega en todas las batallas’. La ‘5ta Columna’
dirigida por Campero era la única unidad boliviana que gozaba de alimentación
diaria, carne, frutas, verduras, armamento nuevo y prediarios. Los pertrechos
asignados les permitían caminar 12 días en cualquier condición climatológica:
pero las revelaciones hechas por los coroneles Morales, Estenssoro y Apodaca
demuestran que Campero aceptó (que la 5ta. Columna, que debía ya estar camino
al frente de batalla) quedarse en la hacienda de la empresa minera
Huanchaca-Tomave, de Aniceto Arce. Estos coroneles describen con lujo de
detalles, que en medio de una borrachera el amigo íntimo de Campero, Manuel V.
Alba, les confiesa que (…)”Arce ofreció la presidencia a Campero y que la 5ta.
Columna no irá a Tarapacá, ni a Calama…van a Oruro” (Murillo, Raúl: La Quinta
División”-pág. 61-63).
De San Francisco a Tacarapaca; de Antofagasta a la toma de
Lima, la Guerra del Pacífico debe ser dirimida en la diplomática y como diría
Demetrio Canelas “La clase política chilena, sus gobernantes y su diplomacia,
siempre fueron los maestros de las cortinas de humo”. Bolivia, por la razón y
no por la fuerza, enfrenta una nueva batalla (ante La Haya) en la guerra más
larga que la historia de la humanidad…la Guerra del Pacífico.
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