Por: Oskar Cordova.
YACÍAN LOS CUERPOS DESTROZADOS DE PARAGUAYOS QUE GEMÍAN Y
GRITABAN SU DOLOR Y SU ANGUSTIA EN LOS ESTERTORES DE LA MUERTE… NO CONSEGUÍAN
NI SIQUIERA EL CONSUELO DE SER RECOGIDOS; ALLÁ LOS HIRIERON Y AHÍ DEBÍAN SEGUIR
ESPERANDO LA LLEGADA DE LA MUERTE… HUNDIENDO SUS MIEMBROS DESTROZADOS EN EL
BARRO Y CENIZAS DEL AVERNO IGÜIRARU…
Eran 24 piezas de 75 mm. de calibre y 8 de 105 mm, fuera de dos baterías
de 65 mm. con abundante munición, las que esperaban listas el momento cumbre
del ataque paraguayo por ese sector, Colmadas todas nuestras previsiones y
esperanzas, el día 20 de febrero a horas 5.30 se lanzó en su loco intento,
precisamente contra ese sector erizado de armas apuntadas en espera de su
aparición, para ser destrozado en una es cena de pesadilla. Esta vez, como el
día 16, las tropas paraguayas cebadas en su ira y exacerbadas por el alcohol,
se lanzaron en feroz esfuerzo, temerario e incontenible. Aún el sol no había
salido para alumbrar a los mortales, cuando comenzó la tempestad.
Los truenos
de la artillería enemiga iniciaron el ataque, despertando a nuestros cañones,
que dejando su somnolencia, comenzaron a vomitar sus proyectiles, dirigidos
hacia los puntos estudiados y reglados con anticipación, mientras la infantería
enemiga se lanzaba furiosamente, para ser acribillada por las ametralladoras,
dejando en el campo a centenares de atacantes estáticos en posturas
inconcebibles. Cada andanada de proyectiles artilleros llevaba la muerte de
centenares de asaltantes y cada ciclón que pasaba a lo largo de su trayectoria
llevaba la fuerza inaudita del terremoto, que derribando árboles daba vuelta a
la tierra, sacando las raíces de sus profundidades, elevándolas hacia el cielo
juntamente con los cuerpos deshechos de los bravos combatientes.
Cuando despertó el día, el espectáculo del campo de nadie
era macabro. En un frente de 1.000 metros defendido por las Compañías Peñaranda
y Aparicio del Regimiento 6°. de Inf. yacían los cuerpos destrozados de
paraguayos que gemían y gritaban su dolor y su angustia en los estertores de la
muerte, porque no conseguían ni siquiera el consuelo de ser recogidos; allá los
hirieron y ahí debían seguir esperando la llegada de la muerte piadosa, que
termine con su martirio, para no seguir aullando su dolor, hundiendo sus
miembros destrozados en el barro y cenizas del averno Igüiraru, para expirar
alcanzados por nuevas balas, revolcándose en sus propias entrañas. No obstante
toda esta tragedia, la presión paraguaya era cada vez más tenaz; nuevas olas de
gente completaban los claros, reforzando la acción, aumentando la tenacidad y
audacia; hasta que en un esfuerzo másculo y supremo la valiente infantería
paraguaya logró irrumpir en nuestras posiciones adentrándose en una profundidad
de 100 metros, para estrellarse nuevamente, esta vez contra el Reg. 16 de Inf.
que recibió la misión de formar el bolsón acostumbrado, lo que no fue difícil
ya que todo estaba previsto. Las Baterías de los Grupos 6 y 8 reforzadas por
las del Grupo 3 hicieron imposible la progresión del enemigo, que detenido nuevamente
en su intento y sin que le fuera posible recibir refuerzos, por la barrera de
fuego que había formado nuestra artillería; después de lucha denodada de más de
cinco horas y dejando el campo sembrado de cadáveres y heridos, tuvo el General
Estigarribia que contentarse con ese pobre objetivo alcanzado a costa de tanto
sacrificio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario