Antes del gran vuelo. Desde la izquierda, Mayor Donato
Olmos, el Excmo. Ministro norteamericano S.H. Magginis, la señora de Hudson, el
aviador Donald Hudson, y los ingenieros mecánicos Alberdi, Birren y Albongh.
Donald Hudson, teniente coronel Donald Hudson... el nombre y el apellido de
este gringo nacido en Topeka (Kansas) en las navidades de 1895 hoy no nos dice
nada. Pero hace casi un siglo, en 1920, La Paz estaba rendida a sus pies.
Hudson alcanzó “la más grande popularidad inimaginable” (dicen los diarios
de la época) después de sus hermosos vuelos sobre la ciudad, el Illimani, el
Illampu, el lago sagrado y su raid entre La Paz y Oruro. Hudson falleció en
1967 en el fuerte Meade (Maryland), pero los cinco meses que pasó con nosotros
fueron los mejores de toda su vida. Y no fue para menos.
Las hazañas aéreas de países vecinos (especialmente de Chile y Argentina)
obligan al ministro de Guerra, general Prudencio, a dar un golpe contra la
mesa: el gobierno de Gutiérrez Guerra echa la casa por la ventana y firma un
contrato con un as de la aviación, con un héroe de la Primera Guerra Mundial,
con un piloto rubio que tenía en su pecho la Cruz del Servicio Distinguido, la
segunda medalla bélica más importante de Estados Unidos, lograda en seis
victorias aéreas contra aviones alemanes.
Hudson y su esposa Lorraine hacen por mar la travesía hasta Chile; desde uno de
los puertos robados recientemente llegan a comienzos de 1920 a La Paz en
ferrocarril, con el flamante triplano, el legendario Curtiss 18 T “Wasp”. Hasta
entonces nadie había contemplado la ciudad desde los aires. Hudson va a ser el
primero.
Mientras Hudson arma las piezas del Wasp junto a su mecánico armador, Robert
Albough, y su mecánico de motores, William Birren, pasea la ciudad; de día y de
noche, con y sin Lorraine. Fanático del boxeo, frecuenta las primeras veladas
boxísticas que se celebran con gran asistencia de público obrero en el Teatro
Princesa (de la Comercio, esquina Genaro Sanjinés). Hace migas con un
compatriota, el prestidigitador Bowman que tiene alucinada a media ciudad y
coquetea con Madame Diva, una quirológica del Instituto New York, célebre
medium clarividente que atiende todas las tardes en su oficina de la calle
Fernando Guachalla, número 430.
Su grupo de cuates se completa con algunos players ingleses que juegan al foot
ball en la cancha del Olimpic de San Pedro. Cuando las farras no son
descontroladas con los licores que se venden en la tienda Foulkes de la plaza
San Francisco, se unen el embajador gringo y su señora, Samuel Abbot Maginnis.
En las noches del Gran Hotel París, Hudson se destapa como un gran bailarín.
Controla a la perfección los bailes de moda recién aterrizados en La Paz: el
hestlation walz, el conter, el one step, el fox-trot, el boston y la cuadrilla
americana. A escondidas de todos, ha tomado clases con otro paisano, el
neoyorkino Wilfred Touph Stepienson.
Cinco meses después, tras un accidente en el raid de vuelta Oruro-La Paz,
Hudson tiene un glorioso porvenir, pero no tiene avión. Las colectas continúan
y el 23 de junio de 1920 se funda la Escuela Militar de Aviación (sin aviones
ni pilotos). El 24 de junio se juega el primer partido de baseball para
recaudar fondos y celebrar el 4 de julio la independencia estadounidense. Las
damas más atrevidas organizan el “festival del beso” al día siguiente: un beso,
un centavo más para la causa del avión. Incluso algunos se proponen traer al
mítico Caruso al Teatro Municipal. Sin embargo, sin vuelos y con Hudson en
tierra firme, el entusiasmo se desvanece. De héroe a personaje olvidado: La Paz
tiene corazón de micrero y ya se ha enamorado otra vez del nuevo pasajero que
ni siquiera ha subido.
El 17 de septiembre, el ministerio de Guerra rescinde el contrato con Hudson.
Como indemnización el piloto gringo recibe el salario de cinco meses y dos
pasajes de vuelta a Estados Unidos. “Deja en Bolivia las mejores impresiones de
su intrepidez, de su serenidad y de su cariño eterno por el país cuyos cielos
surcó por primera vez”, dice El Diario. Donald Hudson, teniente coronel Donald
Hudson se llamaba. Fue el primer y último gringo que tuvo a La Paz rendida a
sus pies.
Por: Ricardo Bajo Herreras / La Razón, 20 de julio de 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario