BOLIVIA; OVANDO VS DEBRAY

1967: Un tribunal militar condena al argentino Bustos y a Regis Debray

Revista Siete Días Ilustrados / 19 de enero de 1970.

Aunque su factura respondió con pulcritud al típico recetario latinoamericano en materia de golpes de estado, la revolución boliviana fue abordando —ante el asombro de los observadores extranjeros— un rumbo cada vez más radical. Así, el primer día de 1970 uno de los factótums de ese movimiento, el general Juan José Torres, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, definió en un discurso radiofónico que "la constatación diaria del drama nacional fue la que en primera instancia determinó la forma y contenido del mandato revolucionario, que vino a ser el resultado de un poderoso movimiento de opinión que emergió de las filas de la oficialidad, que también participa hoy de las corrientes renovadoras que mueven a las juventudes del mundo contemporáneo". Lo insólito es que el detonante de ese movimiento de opinión fue la derrota infligida a la guerrilla del Che Guevara por las tropas bolivianas. Exactamente dos años después del combate del Yuro, donde sucumbió la aventura guerrillera, el mismo ejército que logró esa victoria abrió un curso revolucionario que ahora atrae el apoyo de los grupos de izquierda, incluido el comunismo moscovita.

Es que se trata de un fenómeno que parece ir más allá del 'peruanismo, tendencia político-militar inaugurada por Juan Velasco Alvarado en octubre de 1968 con el derrocamiento del liberal Belaúnde Terry. El antecedente de la revolución de 1952 pesa históricamente en las características del caso boliviano. De ahí que a poco de producida la toma del Palacio Quemado por las huestes de Alfredo Ovando (suceso que transcurrió sin pena ni gloria en la madrugada del 25 de setiembre último), se comenzara a especular con la posibilidad de una amnistía para los presos que destiló la guerrilla. Los más famosos: el intelectual francés Regis Debray y el argentino Ciro Bustos, condenados a 30 años de prisión. Hace pocos días, Ovando consideró a Debray como "un joven rebelde e inquieto, cuyas actitudes y modos de pensar resultan comprensibles". En la jornada siguiente (12 de enero), el ministro de Información, Alberto Bailey, comparó la campaña de alfabetización que se apresta a acometer Bolivia con la que consumaron los cubanos en los primeros años de la revolución castrista: "Aunque Cuba y Bolivia tienen diferencias fundamentales, como la unidad racial que existe en la isla del Caribe y que mi país no posee, el haber logrado erradicar el analfabetismo es una gran hazaña para los cubanos", tremoló Bailey. Todo un idilio con los enemigos de ayer.

Ovando y su estado mayor

Por eso, si la amnistía aún no se ha producido es porque Ovando teme arriesgar la estabilidad de su régimen ante la oposición que ello puede suscitar en algunos sectores de las FF.AA., sobre todo el denominado "grupo barrientista", que anida en la Aeronáutica; el más opuesto al actual curso revolucionario.
Descubrir las causas de este proceso, analizar sus componentes ideológicos y sus connotaciones emocionales, componer el cuadro actual de esta situación nueva, resulta una tarea tan inquietante como la historia misma. Para ello SIETE DIAS optó por una vía no menos insólita: durante tres horas, un corresponsal de la revista dialogó con Debray en la prisión de Camiri y registró todas sus interpretaciones acerca de lo que está sucediendo en Bolivia. Sobre esa base se elaboró un interrogatorio para el general Ovando, para cuya elucidación otro corresponsal, Augusto Montesinos Hurtado, debió consumir otros doscientos minutos de cinta magnetofónica en el palacio presidencial de La Paz. Con esta variante: tanto Ovando como Montesinos ignoraban las formulaciones del castrista francés.
El resultado es un contrapunto inédito, una polémica donde no sólo ocurre que se enfrentan dos posturas ideológicas: Ovando emerge con una faceta hasta ahora desconocida, la del intérprete más lúcido del nacionalismo de izquierda continental; mientras el marxista Debray explícita una sorprendente actitud conciliadora respecto al nuevo régimen

EL ENIGMA DE OVANDO Y LA SANGRE DEL CHE

Cuando un soldado con carabina rastrillada condujo al cronista hasta la sala de la comandancia, Debray —uno de los presos más famosos del mundo— vestía un gastado pantalón liviano, una camisa verde, desabrochada, y llevaba los pies casi descalzos, cubiertos por un par de frágiles sandalias de baño. No bien dejó su celda, se vio que ha vuelto a dejarse la barba, una pelambre espesa y rojiza que le cae sobre el pecho y hace resaltar aún más su mirada celeste. Es delgado y pálido, pero exuda un espíritu capaz de ejercer la ironía a costa de cualquier tema. Después de dos años de encierro en la sofocante prisión de Camiri, puede enfrascarse en una apasionada discusión política como si estuviera en un aula, y enarbolar un excelente dominio del castellano, en el que intercala algunas palabrotas cubanas cuando se entusiasma. Ostentando en la frente una gruesa cicatriz —secuela, dijo, de los castigos que debió soportar durante los interrogatorios—, Debray aseguró que no ha menguado su capacidad analítica y que, desde su particular punto de vista, posee un robusto realismo.

Ovando.

—¿El cambio político ocurrido en Bolivia, se reflejó en su situación dentro de la cárcel?
—Sí, pero no inmediatamente. Después de un tiempo empecé a recibir libros y buena comida. Ahora, esto se ha trasformado en una detención normal. Pero también creo que además del nuevo gobierno influyó en este cambio la solidaridad internacional.
—Usted tiene más de mil libros apilados en su celda, una máquina de escribir, fichas y un archivo de recortes. Se dice que trabaja en varios proyectos. ¿Piensa publicarlos?
—Esa posibilidad no me la he planteado aún, porque todavía estoy organizando algunos puntos de vista, trabajando exclusivamente para mí. Pero en esta nueva situación, hasta eso se puede concebir; que me dejen publicar afuera.
—¿Por qué restringió su contacto con los demás presos?
—La verdad es que yo, como intelectual, vivo encerrado. No experimento mucho la necesidad de pasear. Vivo muy aislado y muy solo, sin ninguna relación personal. Generalmente no hablo, no tengo contacto con los otros detenidos. Aquí somos cuatro ahora. Tampoco tengo ninguna relación con Bustos. Sólo con uno de los bolivianos, Paco, a veces converso o juego al ajedrez.
—¿El alejamiento de Bustos es por decisión suya?
—Sí, claro.
Desde 1967 Debray adoptó una línea inflexible: aislarse de quienes consideró desertores, delatores o débiles en los interrogatorios. No es un secreto que considera a Bustos como incurso en esa debilidad; a principios de 1968 dejó de dirigirle la palabra. Curiosamente, sin embargo, frecuenta a Paco (José Castillo), el boliviano a quien el Che hizo retirar el arma y expulsó de la guerrilla como "resaca", según anotó en su diario. Después sirvió como testigo de cargo en el proceso a los guerrilleros, aportando numerosos informes. Tal vez Debray establezca una diferencia entre el minero "con escasa conciencia política" y Bustos, el intelectual.
—La enorme cantidad de pedidos internacionales por su libertad es considerada en algunos círculos de La Paz como una inaceptable presión extranjera.
—No creo que ésa sea una actitud nacionalista, sino chauvinista. La política es un campo donde se ejercen y combinan fuerzas. Sobre todo en este asunto, en el que desde hace dos años se evidenciaron presiones de la CIA y del Departamento de Estado. Resulta hipócrita y farsante decir "no aceptamos presiones", cuando se sabe muy bien que se las acepta y que en el pasado se han aceptado muchas presiones, antes y después del proceso. Las peticiones, además, se han hecho con total respeto por la dignidad del país y por la consideración que merece después de haber nacionalizado la Gulf. Tales pedidos no hubieran tenido sentido durante el gobierno de Siles Salinas; entonces las presiones venían de un solo lado, y las aceptaban encantados.
—El gobierno de Ovando se ha definido como "nacionalista de izquierda". ¿Cuál es a su juicio la índole del nuevo régimen?
—Hay muchas formas de contestar a esa pregunta. Una, oportunista y a corto plazo, sería decir que todo está bien y perfecto. No es mi posición. Pero puedo dar otras respuestas distintas. La primera, clásicamente marxista; la segunda, también marxista pero más matizada, porque tendría en cuenta algunos factores latinoamericanos y bolivianos. Primera respuesta: se trata de un gobierno pequeño-burgués, sin participación de las masas, que busca el desarrollo de un poder económico autónomo para la burguesía nacional mediante el capitalismo de Estado, para hegemonizar a las masas populares y evitar su radicalización. Por supuesto, se trata de un proceso contradictorio y esa contradicción se refleja en el gabinete. Creo que en el seno del gobierno hay un ala progresista de tendencia nacional, que si bien no representa a los trabajadores, se opone a un ala tradicionalmente dominada por los norteamericanos.
—¿Esa contradicción se refleja también en el Ejército?
—No sólo en el Ejército como institución, sino también en la cabeza de cada militar. Ellos sufren, como todos, la enorme presión ideológica y propagandística de los medios de información. En Bolivia, a través de una prensa vendida o débil, repercute la menor tontería que ocurre en los Estados Unidos. Europa todavía no ha podido entrar aquí. Todas las líneas históricas, la supuesta ayuda económica, la presión ideológica, vienen del Norte. Los militares manejan por un lado el anticomunismo, pero por otro sienten la necesidad de formar un Estado nacional, de liquidar este subestado yanqui que fue Bolivia hasta hace poco tiempo.
—¿Seguimos en la definición marxista clásica?
—Bueno, hemos mezclado un poco las cosas.
—De acuerdo a esa definición, ¿se podría deducir que usted supone que las contradicciones internas del gobierno lo derrumbarían a corto plazo?
—Puede pensarse así, sobre todo porque Ovando se maneja dentro del esquema bonapartista: combinación y aniquilación recíproca de fuerzas antagónicas. Ovando está situado al centro del gabinete: si éste se inclina demasiado a la izquierda, él se va a la derecha y viceversa. Este bonapartismo se puede explicar teniendo en cuenta que no hay organizaciones populares fuertes; como en Chile, por ejemplo.
—¿Cuál es la segunda respuesta, o sea la que tendría en cuenta los factores latinoamericanos y bolivianos?
—Con esa respuesta se podría juzgar al gobierno de un modo más favorable. Porque hay una cosa cierta: si bien el socialismo no se puede hacer sin la participación de las masas, tiene que enraizarse también en una tradición y una conciencia nacionales. Conciencia y bases nacionales son la condición sine qua non para un desarrollo socialista, y Cuba lo demuestra ampliamente. "Patria o muerte" es un lema potencialmente socialista. Pero para que el propio nacionalismo revolucionario logre sus objetivos tiene que superar su fase inicial. O sea: para realizarse como tal, tiene que traicionarse y pasar a una etapa ideológica y económica superior, entrando en una forma de socialismo que no se puede enmarcar en un esquema preestablecido: a una forma socialista nacional, propia, autónoma.
—Algunos ideólogos de este gobierno sostienen que el planteo nacionalista boliviano no es exclusivista, sino que abarca a todo el continente. ¿Usted comparte ese criterio?
—Esa pregunta conduce al examen de la posición trotzkista, como la del argentino Jorge Abelardo Ramos, quien siempre ha tenido mucha influencia en Bolivia. Hay una curiosa osmosis con un pensamiento aparentemente más radical, como el de Ramos, que sostiene un tipo de concepción nacional latinoamericana. Pero un nacionalismo continental, en el presente estado de una vaguedad tal, que conceda al imperialismo el beneficio de no poner en juego el régimen interno de cada país. Porque la revolución debe hacerse en cada país, primero; después, coordinarse, sintetizarse. Pero esperar que se constituya la nación latinoamericana para romper con el imperialismo es una farsa. Nacionalismo continental como perspectiva, sí; como base previa, no.
—¿Cómo cree que evolucionará el actual régimen boliviano?
—En 1952 los bolivianos hicieron la experiencia de una revolución democrático-burguesa que resultó un fracaso. Como pienso que esa experiencia no se puede repetir, me parece que el proceso político boliviano tiene que inscribirse en una continuidad revolucionaria nacional. La historia no se hace en el vacío, se hace con un trampolín, y ese trampolín es el pasado. No se puede decretar una ruptura abstracta de la continuidad histórica. De ahí que creo que no podrán ir para atrás del año 52, tendrán que ir para adelante.
—¿Apoyándose en qué sectores?
—En la pequeña burguesía radicalizada, que a veces es una mera frase, pero aquí quiere decir algo. Como lo prueban los universitarios o las figuras como Marcelo Quiroga Santa Cruz, el ministro de Minas. Esa gente ha librado una lucha nacional formidable. Otro sector de apoyo: los trabajadores fabriles y mineros, aunque aritméticamente son escasos.
—¿Inclusive con los organismos sindicales existentes?
—No, eso no. Están burocratizados. Pero el régimen también tendría que buscar apoyo en el campesinado, fuera de los esquemas corruptos del grupo de dirigentes pagados por los ministerios, inventados por el MNR. Reconozco que en este sector es difícil. El MNR burocratizó a los campesinos, hizo de ellos una masa de individualistas aburguesados con sus minifundios, y tampoco promovió la tecnificación agraria. Resumiendo: dado que este gobierno no puede apoyarse en la burguesía, si quiere desarrollar una verdadera política de independencia nacional tendrá que respaldarse en los sectores que no perderán nada rompiendo totalmente con los norteamericanos. Si Ovando practica esa política, creo que habrá posibilidades para una verdadera dinámica revolucionaría.
—¿Usted cree que el gobierno seguirá ese rumbo?
—Eso depende de la capacidad que tenga de vincularse con las masas. Hubo indicios de que ese proceso podría iniciarse. Pero todavía la estructura vertical del gobierno permanece intacta. Las buenas intenciones de los ministros hacen que desde los balcones de Palacio se dejen caer decretos sobre la cabeza del pueblo, que espera. Por supuesto, ése no es un método revolucionario. Todavía no se puede decir si se dará o no la radicalización; hay un compás de espera, de duda.
—¿El apoyo desde el exterior podría impulsar al régimen a radicalizarse?
—Sobre ese apoyo exterior, el gobierno sabe que hay muchas cosas en su contra. No se lava la sangre del Che tan fácilmente, les guste o no. La gente no olvida. No se trata de usar un criterio maniqueísta, diciendo: "Lo que hace ahora ese señor está mal porque hace tres años hizo esto otro". Eso no. Un revolucionario tiene que pensar en la realidad, no puede encerrarse en estas cosas, aunque le duelan. Pero una cosa es enclaustrarse en el pasado, y otra olvidarlo. Aquí no se debe emplear el blanco y el negro solamente: hay una zona gris. Está el negro del pasado, y un blanco que se vislumbra, que está naciendo. Pero lo esencial sigue siendo gris. Y el gobierno actual no puede quedarse en ese color, porque moriría.
—En la enumeración de los sectores de apoyo, usted parece omitir deliberadamente a las izquierdas marxistas organizadas; es decir, el Partido Comunista, el Partido Obrero Trotzkista, etcétera.
—La colaboración de la izquierda con el gobierno no está muy clara, porque la izquierda tiene razón en mantener su independencia de organización y de criterio. Precisamente porque aquí hubo un 1952: entonces se comprobó que cuando un hombre (Lechín) es vicepresidente de la república y líder máximo de los trabajadores al mismo tiempo, las cosas andan mal.
—¿Para quiénes?
—Para los trabajadores primero, y al final para el gobierno. Es muy normal, entonces, que la izquierda, con esa experiencia tan costosa, que se pagó con sangre, sea prudente. Claro que la prudencia es una cosa y la negativa resentida otra muy distinta. Todavía no hubo ninguna definición clara del gobierno sobre el papel que adjudica a los trabajadores en su revolución. En esas condiciones no se puede pedir tampoco una definición clara de la izquierda.
—Pareciera que usted sigue eludiendo la cuestión.
—No contesto en detalle porque no quiero entrar en polémicas, porque estoy preso y porque soy francés.

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RESPUESTAS A REGIS DEBRAY

Mide un metro y 65, es delgado y nunca para de mover sus ojos pequeños y socarrones, como si estuviera al acecho de alguna turbulencia. A veces, para oírlo bien, hay que hacer un esfuerzo porque pronuncia las palabras rápidamente, hablando para adentro, Sin embargo, sus últimas apariciones en los actos públicos lo muestran como un orador avezado, capaz de mantener en vilo al auditorio. A solas, en cambio, conserva la vieja costumbre. Cuando el 4 de noviembre de 1964 el extinto René Barrientos y el ahora presidente Ovando expulsaron del poder al Movimiento Nacionalista Revolucionario, una de las primeras medidas que pusieron en vigencia fue rebajar los salarios a los trabajadores de las minas nacionalizadas. Poco después, las cuevas de estaño de Oruro y Catavi se trasformaron en algo parecido a campos de concentración. En mayo de 1965 el Ejército ocupó las minas dejando un tendal de muertos y heridos; episodio que se reiteró con más violencia aún la noche del 23 de junio de 1968. Ese genocidio fue bautizado por muchos de los actuales ministros —que entonces eran diputados que militaban en la oposición— como la "masacre de San Juan". Cambio de los tiempos: ahora, el gobierno revolucionario del general Alfredo Ovando Candia se apresta a restituir los salarios mineros a su antiguo nivel, y hasta es posible que se resuelva aumentarlos. En la mañana del miércoles pasado, cuando SIETE DIAS abandonaba el despacho presidencial, aguardaba en antesalas el embajador norteamericano en La Paz, Víctor Ernesto Siracusa. Ovando produjo entonces uno de sus gestos más espectaculares: mandó decir por un ayudante que "el presidente de la república no lo recibiría por hallarse ocupado en una reunión ministerial". El estupor de Siracusa fue explicable: hasta hace poco los diplomáticos norteamericanos penetraban en el Palacio Quemado con más confianza que en la Casa Blanca.
—¿Hacia qué tipo de régimen se orienta la revolución boliviana?
—Los procesos de liberación en América latina se orientan de acuerdo a una serie de factores. Entre otros, la ideología de sus líderes, la relación de fuerzas políticas y económicas del esquema hemisférico, A mi modo de ver, el problema básico es definir el destino nacional frente a la enajenación de todo tipo que representa el imperialismo en nuestros países. Por eso no es posible hablar de desarrollo, de liberación, ni de ningún nuevo tipo de sociedad, sin romper previamente el esquema de oprobio que mantiene nuestras estructuras en estado de dependencia colonial. El nacionalismo revolucionario es la realización de esa gran tarea. Y nuestra revolución está encuadrada en esa línea. Ni socialismo excluyente (abolición de toda propiedad privada), ni capitalismo explotador. Buscamos una coexistencia de propiedad privada de los medios de producción en limitados y definidos campos, con un sistema de propiedad colectiva de esos medios junto con una prevalente y definitoria acción del Estado. Si es verdad que nuestros países van a evolucionar hacia una sociedad socializada, no hay que imaginarse el futuro como una ineludible réplica del modelo socialista de los países de Europa oriental. En ese sentido, nosotros nos orientamos hacía un capitalismo de Estado cada vez más socializado.

Ovando.

—¿Cuáles son las fuerzas políticas que busca aglutinar en torno suyo el régimen revolucionario?
—Las auténticas fuerzas nacionalistas y revolucionarías que se están definiendo y alineando a raíz, precisamente, de nuestra revolución. Será un proceso de clarificación política, generacional e ideológica.
Como es obvio, la respuesta de Ovando omite los detalles: el proceso de desintegración del antiguo mapa político. Con exclusión del Partido Social Demócrata, núcleo que lideraba el derrocado Siles Salinas, y otros grupos pequeños de franca ubicación opositora, en los demás partidos políticos se registran desprendimientos y reubicaciones que apuntan a la constitución de una sola fuerza de apoyo a la revolución: el Partido de la Izquierda Nacional. Las vertientes que permanezcan fuera se enfrentarán con la desaparición total o irán a emblocar el frente opositor.
—La inexistencia o debilidad del capital nacional en su país, ¿lo obligaría a usted a buscar el apoyo de otros sectores, tales como la pequeña burguesía, los trabajadores, los campesinos y los estudiantes?
—No es que todas esas fuerzas vayan a ser buscadas simplemente porque el capital nacional es débil. Para que se dé un verdadero proceso revolucionario es necesario la participación de esos sectores económicos.
—Ello conformaría un frente. ¿Estará dirigido por las Fuerzas Armadas?
—Las Fuerzas Armadas sustentan y liderizan la revolución. En el futuro, sin sentido de casta, porque las diferencias entre hombres uniformados y hombres sin uniforme tienen que desaparecer junto con las demás fuerzas en el esquema nacional revolucionario, jugando un importante papel.
—¿Cómo considera la experiencia boliviana de la revolución del 52?
—La revolución nacional constituye un largo proceso en el que el pueblo, buscando su liberación, avanza y retrocede. En 1952 se produjo un importante avance. Con la nacionalización de las minas se terminó el gran poder de tres compañías que sacaban del país grandes utilidades y dominaban la vida nacional. La reforma agraria fue (o más significativo de esa revolución, puesto que si bien en lo técnico-administrativo adoleció de muchos errores, otorgó al indígena sus derechos ciudadanos. Pero fue una revolución que se estancó a poco de empezar, y retrocedió finalmente hasta terminar en el entreguismo más pavoroso de los últimos decenios.
—¿A qué se debe esa frustración?
—A la confusión ideológica de sus conductores, a complejos problemas económicos emergentes del subdesarrollo, a personalismos y otros factores que sería largo enumerar.
—¿Esta revolución es diferente?
—La que se inició el 26 de septiembre es una revolución íntegra.
—¿Por qué?
—Porque elimina el poder extraordinario del imperialismo petrolero, porque busca un profundo cambio de todas las estructuras nacionales y porque procede dentro del marco de una ideología y de una planificación definida.
—Sin embargo, hay quienes consideran que el actual proceso no se diferencia claramente del que se dio en el 52. Y, como parten de la premisa de que aquella experiencia es irrepetible, suponen que su gobierno se verá ante la opción de radicalizarse o desaparecer.
—No se trata de repetir lo del 52. Se trata de hacer esta revolución anhelada por el pueblo e indispensable para el país. Si los hombres de gobierno nos mantenemos decididos a hacerlo, y si ha de ser el pueblo el protagonista, el conductor y el vigía de la revolución, este proceso no va a desaparecer.
—Usted habla de la participación popular, pero la revolución sigue conservando la estructura vertical de sus orígenes. ¿Piensa que ello debe cambiar o mantenerse?
—Yo digo que no hay revolución posible sin auténtica participación popular. Por eso la estructura vertical de este proceso deberá ir desapareciendo cada vez más.
—¿De qué manera?
—A través de una institucionalización política que será encarada en base a lo que vengo diciendo.
—Usted definió a la revolución como nacionalista de izquierda. ¿Cuáles son las diferencias con el nacionalismo de derecha?
—Son dos cosas totalmente distintas. El nacionalismo de derecha no ataca la raíz misma del subdesarrollo: dependencia del país respecto de los grupos de privilegio y sumisión a dictados del exterior que succionan las riquezas y dejan intactas las estructuras coloniales. Se trata de una posición de aparente afirmación nacional que es estéril e improductiva aunque opuesta, desde luego, a la mezquina actitud extranjerizante y antinacional de los grupos calificados como cipayos. Un nacionalismo de derecha, así entendido, probablemente no sería capaz de abrirse al proceso integracionista que a mi modo de ver sólo puede ser positivo una vez consolidada la etapa liberadora.
—En relación a eso, ¿usted cree que los objetivos de la revolución boliviana pueden realizarse aisladamente o es necesario un proceso similar en los principales países de América latina; es decir, una revolución continental?
—Los objetivos de nuestra revolución son practicables aun aisladamente. En cien días de gobierno hemos demostrado cuánto se puede avanzar en ese camino pese a obstáculos y presiones. En términos generales, se puede afirmar que todos nuestros países necesitan abrir un proceso revolucionario. Pero al mismo tiempo es preciso dejar bien claro que a cada nación corresponde definir su destino. Por lo tanto, no hay un camino único para alcanzar la liberación, de modo que resultaría inadecuado pretender señalar rumbos a los demás.
—A usted se lo considera la expresión centrista del actual gabinete. ¿No cree que a corto plazo será inevitable una definición suya hacia la izquierda o la derecha?
—Los términos de izquierda y derecha son tan elásticos y relativos que no expresan ya conceptos unívocos. El gobierno que yo presido está integrado por hombres que se aglutinan alrededor de un programa: el Mandato de las Fuerzas Armadas. Y ello constituye un documento claro y fecundo tanto en sus antecedentes e interpretaciones del país como en sus 18 puntos de objetivos generales. La declaración de política internacional, la declaración de política educativa, el mensaje al país del 31 de diciembre pasado, y sobre todo las medidas y las actitudes del gobierno, son resultado de decisiones conjuntas asumidas en el marco del nacionalismo revolucionario, que es una ideología común al Alto Mando de las Fuerzas Armadas, a los civiles del gabinete y a todos los grupos que apoyan la revolución. En lo que se coincide es en destruir intereses y dominios para instaurar valores y principios en una dirección revolucionaria. Si convenimos en llamar izquierda a esta orientación de cambio profundo, de afirmación de la cultura y de los valores nacionales, hay que decir que todo el gobierno que yo dirijo es de izquierda nacional.

Regis Debray

—¿Usted coincide con los que afirman que los objetivos que perseguía el Che en Bolivia, al desatar la guerrilla, son los mismos que sustenta ahora su revolución?
—Efectivamente, muchos de los objetivos de los guerrilleros coinciden con nuestra revolución. Pero quiero señalar algunas diferencias importantes. La revolución tiene que ser nacional. Desde el punto de vista de los principios, somos los bolivianos los que tenemos que determinar los caminos de la liberación boliviana y el modelo de sociedad que necesitamos. Y también desde el punto de vista de la práctica, porque los propios autores del sistema foquista, ante la impracticabilidad evidenciada en la realidad, están revisando sus teorías. Además, hay algo muy importante: no se puede prescindir del pueblo en su expresión más concientizada que es la clase obrera, ni se puede exportar métodos de lucha e ideologías para aplicarlas por igual en todas partes.
Desconocer las realidades y circunstancias políticas, históricas, culturales y económicas de cada pueblo y proceder de espaldas a ellas puede resultar muy romántico y espectacular, pero no contribuye a la revolución misma y a su implantación en los hechos.
—¿Cómo explica los recientes brotes de violencia y el anuncio de Chato Peredo de ponerse al frente del denominado Ejército de Liberación Nacional?
—La actividad de unos cuantos miembros de las guerrillas obedece a un impulso de inercia del pasado que se manifestó en dos actos de bandidaje, sin contenido ideológico o interpretativo de la realidad actual. Por otra parte, no son capaces de mover a nadie. La revolución es una realidad con soluciones bolivianas para los problemas bolivianos, y esos brotes carecen de sentido.
—¿Cómo definiría la etapa actual de la revolución?
—Como la del inicio de un largo camino que debemos recorrer para consolidar la liberación nacional y cambiar profundamente nuestras estructuras. Se trata de impulsar un desarrollo en justicia y en función del pueblo. La acción rectora del Estado irá definiendo la participación popular por medio de una planificación científica que es la que estamos elaborando ahora a corto, mediano y largo plazo.
—Seguimos en la estructura vertical.
—Ya he dicho que por ahora sí. Eso se irá trasformando en el futuro con la propia consolidación del proceso.
—Algunos teóricos de la izquierda sostienen que en la cabeza de cada militar latinoamericano se da un conflicto entre la necesidad de cambios históricos que trasformen radicalmente las estructuras sociales, y el peso de la tradición, la disciplina y la carencia de formación política. ¿Cuál es su opinión al respecto?
—En la lucha latinoamericana los militares participan de los procesos históricos, de sus contradicciones y sus retrocesos. Muchas veces, en Bolivia, las Fuerzas Armadas han luchado del lado del pueblo. Los mismos hechos y el contacto con ellos las han llevado ahora a liderizar la revolución, ubicándose en su justo papel. La disciplina y la formación militares constituyen valores que pueden orientarse hacia el cambio o la defensa del statu quo, Y si hablamos de tradición, ella nos demuestra al Ejército boliviano, en el curso de la historia reciente, encabezando intentos de liberación, como los de Busch y Villarroel. Y si se da ese conflicto como ocurre en otras instituciones o clases sociales, hay que felicitarse porque finalmente haya triunfado la corriente revolucionaria.
—¿Usted se considera un dictador o un caudillo revolucionario?
—Ni lo uno ni lo otro. Soy por vocación y por convicción un nacionalista revolucionario. Y por mandato de las Fuerzas Armadas, el conductor de este proceso.

Regis Debray


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