El siguiente relato fue extraído del libro: La legación de
Chile en Bolivia desde setiembre de 1867 hasta principios de 1870. (Santiago de
Chile 1872) Del chileno Ramón Sotomayor
Valdés que desempeño funciones diplomáticas representando a Chile en nuestro país.
"...Corta fue la residencia del gobierno de Diciembre el La Paz pues
ya el 6 de marzo siguiente abandona esta ciudad para marchar con todo el Ejército
a Sucre y Potosí, donde el gran partido constitucional hacia nuevos esfuerzos
por el restablecimiento del orden legal. Abandona La Paz a sí misma y sin más
fuerza armada que una columna municipal y su guardia nacional comandada por don
Casto Arguedas, que había sido nombrado su jefe por decreto del mismo
Melgarejo, se emprendieron eficaces trabajos para una revolución popular, invocándose
un nombre muy conocido en la historia contemporánea de Bolivia, muy grato al populacho de este país;
nombre que simboliza para el vulgo el valor y la prodigalidad, el amor a pueblo
bajo y el privilegio acordado a su favor en el nombre de la democracia. Ese
nombre era el del general don Manuel Isidoro Belzu. Presidente de la Republica
desde 1849 hasta 1855, dueño, durante ese periodo, de un poder absoluto, hombre
de cuartel y de hozadas aventuras, incansable perseguidor de sus incansables
enemigos, había tenido, no obstante, el suficiente civismo para abandonar, a
mediados de 1855, el poder público, transfiriéndolo bajo formas legales , a un
hijo político, el general don Jorge Córdova. Desde entonces se había expatriado
para recorrer algunos pueblos de América y Europa. Después de algunos años de peregrinación,
al regresar a su patria, encontró ocupado el solio de los presidentes por el
general Acha, que en otro tiempo se había rebelado contra Belzu. El ex
presidente se quedó en Tacna, en esa ciudad peruana que, por su situación, es
el primer asilo y el primer punto de observación, de los emigrados políticos de
Bolivia. Allí permaneció durante casi toda la administración del general Acha,
no sin prestar su nombre y sin alagar a veces la mano, para urdir la trama de algunos
planes revolucionarios, que turbaron la paz pública y mantuvieron al gobierno
en una persona y constante vigilia. En esa ciudad le sorprendió también la
noticia del motín de Diciembre y de la exaltación de Melgarejo al poder, con lo
que Belzu vio más cerradas que nunca para el las puertas de la patria. Entre
Belzu y Melgarejo había un abismo de odios.
El 20 de marzo se supo en La Paz que el general Belzu había llegado al pueblo inmediato de Corocoro, donde fue
recibido con trasportes de entusiasmo. Un jubilo ardiente se apodero de la
muchedumbre, que desde aquel instante se preparó para recibir en triunfo a su
antiguo caudillo. Un emisario mandado por este desde Corocoro, vino a conferenciar
con las autoridades de La Paz trayendo además algunas proclamas del general
para el pueblo, en las que, con notable modestia, pedía permiso para verificar
su ingreso en la ciudad. Las autoridades se manifestaron por de pronto
indecisas, y en tanto que tomaban una resolución, el pueblo se precipitó a los
cuarteles de la guardia cívica, arrebato
las armas y marcho en oleadas al encuentro de Belzu, que ocupo el palacio
presidencial de La Paz en la mañana del 22 de Marzo.
El pueblo está mal armado; pero se siente fuerte con su entusiasmo y se pone desde luego a la obra de atrincherar la ciudad a toda
prisa, de colectar armas, de acuartelar gente y de prepararlo todo para la mas obstinada resistencia.
Melgarejo contramarcha a La Paz inmediatamente que recibe la
noticia de la revolución y se detiene al borde de la altiplanicie que domina la
ciudad.
Un teniente coronel Cortes, que había escapado de la población
sin poder contener en la obediencia una columna que Melgarejo le dejara
confiada, fue a incorporarse en el ejército. Pero Melgarejo desconfiado por
naturaleza y receloso entonces de su propio ejército concibió la idea de
sacrificar a Cortes, para dar a la tropa un ejemplo de terror que asegurase su
obediencia. El teniente coronel es
fusilado, en efecto, a pesar de sus
protestas de lealtad de sus vehementes suplicas para ablandar al tirano, el
cual descendió en seguida a la ciudad, resuelto a tomarla por asalto.
La tentativa fracasa. Una parte del ejercito asaltante, se
pasa al enemigo, y el resto, desmoralizado
y esparcido, deja a Melgarejo en una situación desesperada. Unas pocas horas
has bastado para arrebatar al caudillo de Diciembre, el poder en que su buena
fortuna lo ha colocado. Al verlo todo perdido, al contemplar a su rival
victorioso, al considerar que no tiene más recurso que escapar aceleradamente y
arrastras de nuevo la visa miserable de proscrito, pidiendo a los aduares del salvaje como en
otro tiempo, un asilo contra las persecuciones del poder, Melgarejo tuvo por un
momento la idea de acabar con su existencia, Entonces uno de los jefes de más
temple que se encontraba a su lado, contuvo su brazo, diciéndole: “General para
morir así, vale más arriesgar la vida en un supremo esfuerzo.”
Resulto de aquí una ventura singular, que es uno de los
episodios más dramáticos que hayan forjado la ambición despechada y el delirio de venganza.
Melgarejo conocía la índole del populacho boliviano y, sobre todo, el espíritu
de la soldadesca, siempre dispuesta a
obedecer al más audaz y a aplaudir el
buen éxito, sin calificar los medios, ni la moralidad de los hechos. En
consecuencia tomo algunos de los soldados que aún le restaban y colocándose en
medio de ellos, a guisa de prisionero, se introdujo por las calles de la
ciudad, en las que el populaba la confusión el pueblo y las fuerzas de ambos
bandos contendientes. Por en medio de aquella multitud que vitoreaba a Belzu,
tomo el camino del palacio del vencedor. El pueblo que momentos antes había estado
combatiendo, le dejo pasar sin dificultad, y acaso sintió simpatía por aquel
general, que llevaba la actitud de un prisionero
de guerra; entre tanto que sus propios soldados defeccionados, bajaban los ojos con cierto pavor ante aquella figura
que conservaba, en medio del vencimiento, la majestad del tirano. Así llego a
la plaza donde se encontraba el palacio
presidencial, y al atravesar por frente de sus balcones, diviso en uno de ellos
al general Belzu, que descansaba allí de las fatigas de la refriega y recibía
los aplausos de la gente curiosa y allegadiza que se agrupaba a la puerta.
Melgarejo levanto una mirada casi suplicante al vencedor, y le hizo un saludo
militar. Belzu debió creerse en el apogeo de su fortuna.
El general vencido atravesó el patio del palacio, por en
medio de una turba armada, en la cual se encontraba muchos soldados de su
propio ejército, causando en todos una profunda sorpresa; y cuando subía la escalera,
un antiguo enemigo suyo, ayudante de Belzu a la sazón, tuvo la ocurrencia de
interceptarle el paso amenazándole con
un rifle. Melgarejo desvía con una mano el arma de su agresor, y le lanza con
la otra un tiro mortal de pistola. Deja tendido a un lado el cadáver de esta víctima,
y precipita sus pasos hacia el salón en que se en contra el general Belzu. La
gente armada del patio queda sobrecogida
con el incidente sangriento que acaba de presenciar, y presiente aterrorizada
algo más terrible todavía. Belzu, que ha sentido la detonación de un tiro de
pistola en la escalera se alarma y se perturba, hallándose solo en una pequeña
sala contigua al salón de recepción, donde
sus amigos, copa en mano, festejan el triunfo. Al ver a Melgarejo que se
presenta en el umbral de la puerta, pálido, con la mirada chispeante y
siniestra, se paraliza y tiembla, y apenas pronuncia balbuciente la palabra “garantías”
(¿Las pedía o las daba?), cae herido de muerte por una bala que le asesta Melgarejo, acompañada de un
apostrofe insultante. El victimador, erguido
y satisfecho, se presenta entonces a la muchedumbre del palacio y exclama: “Belzu
ha muerto, ¿quién vive ahora?” ¡Algunas voces contestaron “viva Melgarejo!...
El asesino había ejecutado su plan admirablemente. Un ahora después,
era dueño de la ciudad (Algún tiempo más tarde, habiendo reclamado la familia
del Belzu unos botones de brillantes y un anillo que el general traía puestos
el día de su muerte, se hizo con este motivo una ligera indignación, que dio
lugar a un incidente curioso. Uno de los soldados que acompañaron a Melgarejo
hasta la habitación de Belzu, fueron llamados a presencia de aquel, e interrogados por el
mismo acerca de las prendas antedichas, los soldados no supieron dar cuenta de
ellas. Pero en el curso de ese interrogatorio, hubo un momento en que uno de
dichos soldados replico a Melgarejo esta palabras: “recuerde, mi general, que
cuando usía tiro al….” ¿qué estás diciendo, miserable? Replico entonces
Melgarejo, y le despidió. No se ha vuelto a tener noticia de este soldado. Las
alhajas tampoco aparecieron. Es muy
probable que los miserables a quienes se abandonó como un despojo el cadáver de
Belzu, se apropiasen sus brillantes y aun su vestido. La clase media de La Paz
recobro, sin embargo, el cuerpo de su antiguo caudillo, y tuvo bastante valor
para darle el tributo de una pomposa inhumación.)
Los sucesos que acabamos de referir, produjeron un
indefinible estupor en la población de La Paz; mas no por eso quedó extinguido
el genio de la revolución. La gente de Belzu clamaba por venganza, y la revolución
no esperaba sino la más pequeña oportunidad, para levantar nuevamente la
cabeza..."
Fuente: La legación de Chile en Bolivia desde setiembre de 1867 hasta principios de 1870.
Santiago de Chile 1872.
De Ramón Sotomayor Valdés.
Fuente: La legación de Chile en Bolivia desde setiembre de 1867 hasta principios de 1870.
Santiago de Chile 1872.
De Ramón Sotomayor Valdés.
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