El proceso histórico del nacionalismo boliviano se remonta al período colonial
con la creación de la Audiencia de Charcas como ente articulador de las
poblaciones españolas: La Plata, Santa Cruz, Cochabamba, Tarija, Potosí, Oruro
y La Paz. La Villa Imperial de Potosí resultó ser más importante por
convertirse en “una de las grandes maravillas del mundo” (Barnadas 1973: 504) y
como articulador del mercado interno colonial del Perú y del Río de La Plata.
De modo que, según Vázquez Machicado (1975: 175), “la nacionalidad boliviana es
pues fruto eminentemente colonial”. En este sentido, en el estudio realizado
por el historiador Josep M. Barnadas (1973) sobre los orígenes históricos de la
sociedad charquina, se percibe la conciencia social y una especie de autodeterminación
frente al gobierno central del virreinato.
La creación de la Audiencia de Charcas, como una institución administrativa,
jurídica y política colonial, fue el factor importante para “adquirir
atribuciones políticas, económicas, legislativas, eclesiásticas y militares”
(Arnade 1972: 13). El ejercicio de su poder sobre un vasto territorio,
conformado por los actuales países Bolivia, Paraguay, Argentina, Uruguay, y
parte del Perú, Brasil y Chile, quizás más que todo se debió a la falta de
presencia efectiva del virrey y esta situación influyó decisivamente en la
formación de una colectividad social y regional hasta cierto punto con
autonomía. Entonces, su institucionalidad desde el siglo xvi iba creando una
base social frente a las proposiciones de su supresión o mutación (Barnadas
1973: 521) y esta situación indudablemente con el tiempo fue adquiriendo una
forma de nacionalidad en torno al criollaje. Su carácter subordinada a la
Audiencia de Lima durante el coloniaje, fue otro factor no solamente para crear
una conciencia de su dependencia sino también el deseo de mantenerse autonomía,
en la medida posible, en sus decisiones políticas frente a la autoridad
virreinal del Perú.
La voluntad política no siempre es rasgo propio de lo étnico, entonces el nacionalismo
se caracteriza por su forma política y está por encima de lo meramente étnico
(Acosta Sánchez 1992: 95). En este sentido, la formación del nacionalismo
boliviano no se debió al proceso étnico prehispánico (inkaico principalmente),
sino al acontecer colonial. Desde esta perspectiva, para Vázquez Machicado
(1975: 175), historiador boliviano de tendencia positivista y liberal, “la zona
andina y la zona tropical no tienen de común ni la sujeción al inca, ni la
primitiva conquista de Pizarro, ni la similitud étnica, ni la relación
lingüística, ni analogía telúrica, por tanto, ninguno de estos factores puede
invocarse para la formación de la nacionalidad boliviana”. Con esto quiere
decir que los grupos étnicos prehispánicos (andina-amazónico), que tuvieron su
mutua influencia cultural y su relación interétnica, nada que ver con el
proceso del nacionalismo boliviano. De la misma manera, toda forma de
indianización y andinización no entraba en el contexto del nacionalismo
criollo.
De manera que la formación nacional, en su primer momento, sólo se debió al
proceso del criollaje como base social. En realidad, la región charquina se
presentaba como una colectividad heterogénea, en vez de “una unidad de
población adecuada para disponer de un gobierno exclusivamente propio, para el
ejercicio legítimo del poder en el Estado” (Kedourie 1988: 1). Esta situación
podía resolverse a través de una política que establezca un pacto racial.
Nicómedes Antelo, hacia 1860, al ocuparse del problema racial, sostuvo que hay
“heterogeneidad de razas, de costumbres, de idioma de índole, hasta ideas: hé
aquí el conjunto múltiple que ofrece aquella amalgama, digámoslo así, de muchas
naciones reunidas bajo un mismo pacto racial, o más bien bajo un régimen
impuesto por la espada de los libertadores. En esa compleja fisonomía física,
moral e intelectual, es relevante un rasgo de notable trascendencia en la vida
política de esa república, a saber: la inmensa distancia que media entre la
raza indígena y mestiza, y no educadas, y pequeña clase instruida procedente de
la aristocracia del régimen colonial” (Arguedas 1967: 59). Evidentemente, la
sociedad charquina estaba estructurada de una manera estamentaria y vertical.
Los penisulares ocupaban el primer lugar, luego le seguían los criollos y el
grupo intermedio lo constituían los mestizos. La masa poblacional ma-yoritaria
estaba constituida por las comunidades indígenas y sus miembros estaban
segmentados en diferentes categorías variables como consecuencia de
imposiciones tributarias y del servicio personal de la mit’a de Potosí. Los
cambios jurisdiccionales en el gobierno colonial no afectaron al espíritu
regionalista charquino. Así, la Audiencia de Charcas, a fines del siglo xviii,
perteneció al virreinato del Río de La Plata de reciente creación, pero no
cambió su espirítu de autonomía regional pese a su condición subordinada a la
Audiencia de Buenos Aires.
El otro factor importante fue, sin duda, la explotación de las minas de Potosí
que generó el mercado interno colonial del Perú e integrando al Río de La Plata
a través del puerto de Buenos Aires. Su circuito comercial integraba el vasto
espacio andino. La importancia de la minería potosina creó una conciencia
regional con base en las 16 provincias obligadas al servicio de la mit’a.
Además, creaba una identidad en torno a todo lo que fue Perú, con relación a
Europa y la propia España. Aunque la explotación de las minas de Potosí
generaba la coacción de fuerza de trabajo indígena, sin embargo, creó una
conciencia regional por su riqueza mineral de la plata que durante el coloniaje
aportó con su producción el mayor ingreso al Estado español. Desde luego, el propio
cerro de Potosí para sus habitantes y la sociedad boliviana se convirtió en un
símbolo nacional.
La rebelión de Túpak Amaru, como consecuencia de la crisis económica y el
deterioro social colonial, conmocionó a toda América y fue el factor decisivo
para las propuestas nacionalistas. Tanto tupacamaristas como kataristas, con
sus luchas violentas, conmovieron el cimiento del sistema colonial. Resulta que
el pensamiento tupacamarista, según Perales Ortíz, había alcanzado “a más allá
de los confines del Perú” porque apuntaba a la liberación de toda la América.
Entonces, la restauración del Imperio Inka enfatizado por Rowe (Molinari-Ríos
1990: 87) resultaba ser una propuesta de autonomía frente a la metrópoli. De
manera que la proclama lanzada por Túpak Amaru es explícita:
- Independencia de América;
Acabar con los representantes de la odiosa metrópoli;
- Formar con los representantes una nueva patria con cultura y elementos
propios;
- Trabajar por crear una nueva raza americana y una nueva cultura indígena,
original y propia de estas tierras” ((Perales Ortiz 1953: 12 y 13).
Estos postulados fueron sin duda factores ideológicos para propiciar el
nacionalismo tanto en el Bajo Perú como en el Alto Perú y, posteriormente,
sirvieron para cristalizar el proceso de la independencia de los países andinos
de la Corona de España.
Los llamados gritos libertarios que se produjeron en La Plata y La Paz el 25
mayo y el 16 de julio de 1809, respectivamente, fueron los antecedentes de la
Guerra de la Independencia. En Charcas, después de conocer las noticias de
Europa sobre la invasión francesa y las abdicaciones de Carlos iv y Fernando
vii, los doctores de la Universidad San Francisco de Xavier construyeron su
pensamiento revolucionario en forma de un silogismo para determinar su posición
frente a los hechos consumados en España, manifestando: el vasallaje colonial
era a la persona del rey borbónico, pero el legítimo y recién señor Fernando
viii abdicó junto con toda la familia borbónica y no volverá, entonces, extinta
la autoridad soberana, las provincias altas debían proveerse de su propio
gobierno supremo mientras no constare auténticamente la muerte de Fernando vii
(Vázquez Machicado 1975: 33).
La Revolución de mayo de 1810 en Buenos Aires, fue el paso importante hacia la
independencia de Sudamérica. En 1816, en Tucumán, las llamadas Provincias
Unidas declararon su independencia de España. Este suceso fue significativo
para los habitantes de la Audiencia de Charcas para decidir su destino, aunque
las fuerzas realistas eran fuertes para resistir a las acciones patrióticas. En
esto incidieron los llamados ejércitos auxiliares que “marcharon al Alto Perú
desde Buenos Aires con el propósito de liberar estas provincias, obtuvieron
resultados opuestos”. Desde luego, “su fracaso militar y su conducta indigna,
crearon hondo resentimiento, el cual vino a ser la base del deseo de separación
respecto a Buenos Aires”. Es decir, los abusos de los tres ejércitos auxiliares
y el abandono de las provincias interiores durante la guerra fueron “las
principales causas de la separación de Charcas frente a la Unión argentina”
(Arnade 1972: 74 y 96). Por tanto, la dura guerra de los quince años
(1809-1825) que soportaron los altoperuanos, fue el factor decisivo para la
búsqueda de la formación de una nueva nacionalidad sobre la base territorial de
la antigua Audiencia de Charcas. Esta situación impactó a Sucre y a los
representantes en la Asamblea Constituyente para que tomaran la decisión de
independezarse no solamente de España sino también del Perú y del Río de La
Plata (Argentina). Los factores políticos fueron determinantes para decidir la
ceremonia de fundación de una nueva república, el 6 de agosto de 1825. Siendo
que “la nación estaba en potencia y le había llegado la hora de salir a la evidencia”
(Mendoza 1941: 11).
Según Jaime Mendoza, el otro factor fue el aspecto físico que define como “el
medio hace al hombre”. Por entonces, El Alto Perú se percibía como una obra de
reconstrucción y renacimiento nacional “sobre el bloque montañoso que antaño
sirviera de plataforma a otras razas que llenaron aquí grandes misiones”
(Mendoza 1941: 13). Pero había que ver el contraste social. A los seis años
(1831) de su fundación, según Arguedas (1967: 58) se práctico el primer censo
que dio como resultado nacional 1.083,540 habitantes, de “los cuales más de la
mitad eran indios y salvajes sin ninguna noción sobre nada y en estado pleno de
barbarie, una parte de cholos ignorantes y desidiosos y una ínfima proporción
de blancos que componía la parte dirigente y activa de esa masa casi amorfa”
(Arguedas 1967: 58). Esto quiere decir, que esa gran mayoría no podía formar
todavía parte de la nación boliviana por no tener ninguna noción sobre el
significado de “nación”.
Posteriormente, la nueva república boliviana tuvo que enfrentar una serie de
conflictos con sus vecinos para conservar su integridad territorial como
Estado-nación. Esta tarea era muy difícil de cumplir, puesto que los países
vecinos con más preparación militar y recursos, en diferentes conflictos, se
apropiaron de una extensión considerable del territorio boliviano. La defensa
de la integridad del territorio nacional, desde entonces, permitió crear una
conciencia cívica como “estado libre y soberana” entre sus habitantes para
fortalecer el espíritu del nacionalismo boliviano (Vargas Valenzuela 1977:
177-178).
Las figuras más importantes de los primeros momentos del nacionalismo
boliviano, según Montenegro, fueron Santa Cruz y Ballivián. Estos políticos y
militares (que étnicamente pertenecían al criollo-mestizo) se enfrentaron a los
intereses territoriales de Chile y Perú. Entonces, con sus victorias militares
crearon una conciencia nacional. Por otro lado, la tendencia colonialista
(política, económica y societaria) habría sido anulada “por el orden
republicano bolivianista de Santa Cruz y Ballivián”. Belzu fue la otra figura
importante del siglo xix, quien pese ser enemigo mortal de Ballivián y
adversario personal de Santa Cruz, resultó ser el continuador de ambos por su
obra de afirmación nacionalista. Sin embargo, “la población india no hacía
parte activa del cuadro social diseñado por la República” (Montenegro 1953: 47,
84 y 93), por estar aislada de todo acontecer político y sometido a una serie
de explotaciones. De esta manera, la República del siglo xix representa al
nacionalismo criollo-mestizo, pese a existir la participación de sectores
indígenas aculturados de centros urbanos en el acontecer político, económico y
social.
Para Gómez Martínez (1988: 20), Bolivia al constituirse en república, tuvo un
proceso semejante a los demás países latinoamericanos con una composición
racial o étnica, distribución demográfica y su peculiar situación geográfica.
Supuestamente, las comunidades indígenas en principio estaban integradas a la
ciudadanía boliviana para conformar una sociedad. Sin embargo, por diferencias
étnicas, las comunidades indígenas por cuestiones culturales y lengua
diferenciaban enormemente de la minoría y la llamada “raza blanca”, no podían
estar integradas. Por consiguiente, se vieron excluidos de la sociedad civil
constituida por criollos y mestizos.
Esa realidad, en cierta medida, está explicitada por Tristán Marof en su
trabajo La tragedia del altiplano; en la parte pertinente, resume los primeros
cien años de la vida republicana manifestando que inaugurada la república,
todos los caudillos habían hablado de “liberar al indio y adaptarlo a las
costumbres democráticas”, dictando leyes y decretos en ese sentido. Pero,
pretender de esa manera una transformación social resultaba más bién
simplemente querer “trasplantar la mentalidad occidental al cerebro del indio”.
Lo evidente es que el indio permanecía sometido “a todos los abusos y acciones”
de las autoridades locales y los hacendados. El tirano Melgarejo (1864-1871)
había confiscado con más saña “las tierras de muchísimas comunidades” y las
había obsequiado a sus parciales y amigos. Cincuenta años más tarde, cuando el
movimiento indígena se hacía sentir, el presidente Morales (1871) aparentaba
ser protector de “la clase indígena” y, sin embargo, continuaba con la política
de la expoliación. “El general Montes, que ocupó la presidencia el año 1906 y
se hizo reelegir por segunda vez en 1914, valióse de iguales métodos, y todavía
más arbitrarios cuando despojó a los indios de Taraco de sus tierras” (Marof
1934: 38-39). Los políticos (civiles y militares) estando en la oposición,
hablaban de la redención del indio, pero cuando llegaban al poder cambiaban de
posición, en vez de defender al indio sometido a la explotación, defendían los
intereses de la oligarquía. De manera que, las ideas de emancipación del indio
de la opresión y sumisión o hablar de la igualdad para la mayoría de la
población boliviana sencillamente no tenían sentido, por tanto, eran
incomprensibles (Gómez Martínez 1988: 41).
Hasta la primera década de este siglo, en Bolivia, en la élite intelectual
predominaba la ideología positivista y la mentalidad de darwinismo social, con
la idea de progreso a través de la industrialización del país y el desarrollo
del sector minero (Demelas 1981: 67). Estos fueron factores principales para
excluir a las comunidades indígenas de los derechos civiles y políticos que
gozaban los demás y por lo tanto no entraban en la concepción del nacionalismo
boliviano. Es decir, esos factores fueron la base para marginar a vastos
sectores de la población indígena de los beneficios sociales y políticos de la
sociedad civil. Este marginamiento dificultaba a la formación social y la
identidad nacional. Hasta entonces, en el contexto latinoamericano, la formación
de los Estados republicanos “fueron originalmente un proyecto político y no la
afirmación de una identidad cultural y que este proyecto político se vio
favorecido por un grado creciente de integrante económica” (Colmenares 1985:
311). Desde luego, la valoración de la cultura originaria (prehispánica) estaba
fuera de la cultura que propiciaba el Estado liberal porque la preocupación
estaba orientada hacia la homogeneización social en base la transformación
racial con la posibilidad de desarrollar la política de inmigración extranjera
(anglosajona o norteamericana).
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Foto: Dos indígenas de la zona de los Yungas de La Paz. 1934.
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