Fuente: El País de Tarija, 1 de Noviembre de 2016. /www.elpaisonline.com/index.php/2013-01-15-14-16-26/nacional/item/234305-masacre-todos-santos
Foto: El coronel Alberto Natusch Busch con su gabinete en el palacio de
gobierno en La Paz, después de su absurdo y sanguinario golpe de estado. (Foto
por Alex Bowie / Getty Images)
La madrugada del 1 de noviembre de 1979, un grupo de militares, liderados por
el coronel Alberto Natusch Busch, y dirigentes del MNR y del MNRI,
protagonizaron uno de los golpes de Estado más sangrientos de nuestra agitada
historia política.
Los cabecillas militares de la asonada que secundaron a Natusch, fueron los
generales Edén Castillo, Oscar Larraín, Jaime Niño de Guzmán y Luis García
Meza, el contralmirante Walter Núñez, y los coroneles Carlos Mena y el
‘Mariscal de Todos Santos’, Arturo Doria Medina, quien, en su condición de
comandante del Regimiento de Blindados Tarapacá, fue el principal responsable
de la masacre al pueblo paceño.
Entre los golpistas civiles estuvieron Guillermo Bedregal y José Fellman
Velarde, del MNR; Edil y Willy Sandoval Morón, y Abel Ayoroa Argandoña, del
MNRI.
El golpe de Todos Santos fue una de las mayores expresiones de irracionalidad
política de nuestra historia, no sólo porque interrumpió brutalmente el proceso
democrático, sino porque se hizo a pocas horas de la clausura de la Asamblea
General de la OEA celebrada en La Paz, donde Bolivia logró el mayor éxito
diplomático en torno a su centenaria demanda de reintegración marítima.
Todos los cancilleres de los países americanos, excepto el chileno,
reconocieron que la reintegración marítima boliviana es un asunto multilateral,
no sólo bilateral como sostiene Chile. Sin embargo, ese triunfo diplomático
quedó trunco debido al absurdo golpe de Estado.
Al promediar la mañana de ese 1 de noviembre, cancilleres, embajadores y diplomáticos
de los países miembros de la OEA fueron escoltados hasta el aeropuerto de El
Alto por vehículos blindados y tropas a las órdenes de los golpistas.
El golpe de Todos Santos pretendió ser la tabla de salvación de la mala
administración de los recursos naturales y económicos de los regímenes
dictatoriales que se sucedieron desde 1964.
También intentó frenar el juicio de responsabilidades contra la dictadura de
Hugo Banzer. A fines de agosto de ese mismo año, el juicio se inició con la
presentación del Pliego Acusatorio, leído en el pleno del Congreso Nacional por
el diputado socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, quien, el 17 de julio de
1980, sería asesinado por los paramilitares de García Meza.
Los golpistas justificaron la asonada por la presunta intención de Guevara de
prorrogarse en el poder, y para lograr el respaldo popular plantearon un
gobierno de “izquierda”, pero con un discurso basado en la Doctrina de
Seguridad Nacional que el imperialismo impartía a sus mercenarios en la
tristemente célebre Escuela de las Américas.
Empero, la repulsa al golpe de Estado fue total. La Central Obrera Boliviana
(COB) decretó una huelga general indefinida y la Confederación Única de
Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) instruyó el bloqueo de caminos a
nivel nacional.
Durante 16 días, en las calles céntricas y en zonas periféricas de La Paz se
desató una masacre protagonizada por el comandante del Tarapacá, el coronel
Doria Medina, quien ordenó a sus tanques disparar contra civiles desarmados
que, en trincheras improvisadas, resistieron con piedras el golpe de
Estado.
El saldo trágico fue de al menos un centenar de muertos, más de medio millar de
heridos y un número indeterminado de desaparecidos. Mientras tanto, según
Víctor Montoya, el ministro de Finanzas, Feliciano Monzón, sustrajo 64 millones
de pesos bolivianos del BCB (3,2 millones de dólares), de los que nunca más se
supo.
Y tras 16 días de resistencia popular, llegó un acuerdo. Las Fuerzas Armadas
aceptaron la renuncia de Natusch, a condición de que Guevara no volviera al
gobierno, y el Congreso designó a Lidia Gueiler como presidenta constitucional
interina.
El golpe de Todos Santos marcó con sangre en la memoria histórica de Bolivia el
arrojo de un pueblo que se puso en pie de guerra para defender su libertad y
restituir sus derechos vulnerados sin más armas que su coraje y su decisión
inquebrantable de vivir en democracia.
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