Por: Escarley Torrico Socióloga Investigadora CEDIB / Pagina
Siete, 17 de junio de 2018. // http://www.paginasiete.bo/ideas/2018/6/17/odesur-banzer-evo-183530.html
Corrían tiempos difíciles en América Latina, eran los años
en que los militares se habían aficionado del poder. Se dice que en medio de
esos años turbulentos, en 1976 el presidente del Comité Olímpico
argentino, Pablo Cagnasso, tuvo la iniciativa de realizar unos juegos
deportivos de países sudamericanos que se llevarían a cabo en Argentina.
Por alguna razón, no logró apoyo de las autoridades de su
país y entonces su par boliviano, José Gamarra Zorrilla, tomó la posta. Le
propuso la idea al general Banzer, que a la sazón llevaba ya más de un lustro
gobernando el país de facto y logró convencerlo de ello. Bolivia cogería
los Primeros Juegos Cruz del Sur, en 1978, teniendo como sede la
ciudad de La Paz.
Es difícil comprender las razones que llevaron a Hugo Banzer
a dar el paso. Para nadie es desconocido que una de las cosas que sostenían la
dictadura, fuera de la fuerza, era la idea de progreso y bienestar
económico.
El epicentro de las demostraciones de éxito económico eran
las ciudades y sobre todo La Paz, que recibía ingentes cantidades de migrantes
rurales que llegaban atraídos por la promesa de encontrar un hueco en la urbe,
como obreros, empleados públicos, comerciantes y/o transportistas.
Banzer inauguraba colegios, carreteras, refinerías, hoteles
de lujo, autopistas, edificios y empresas públicas. Todo se financiaba con el
flujo generoso de los recursos que provenían de una buena racha en los precios
internacionales de nuestras materias primas y los petrodólares atraían más
préstamos de organismos internacionales.
Tal vez, en 1976, la bonanza permitía pensar que los
Juegos Cruz del Sur (Odesur) vendrían a ser algo así como la demostración de
que Bolivia ya no estaba jugando en ligas menores.
En los dos años de preparación del evento, con apoyo del
gobierno y la creación de un impuesto a la cerveza, se pudo generar los fondos
suficientes para construir la infraestructura necesaria, no solo en La Paz,
sino también en Cochabamba y Santa Cruz. La apuesta era grande, se refaccionó
el estadio Hernando Siles, se construyó el coliseo Julio Borelli, un velódromo
y una piscina olímpica.
En los dos años que tardaron en construir estadios y
coliseos, la política y la economía cambiaron. En principio, el tema de los
derechos humanos había cobrado más relevancia que nunca en la política
internacional, distintos y sucesivos tratados internacionales relacionados al
respeto a los derechos humanos fueron firmados y muchos otros empezaron a pedir
la democratización de los gobiernos como condición de la cooperación económica
y las relaciones entre países.
Latinoamérica no fue ajena a esta oleada, en especial de la
que provino del gobierno norteamericano encabezado por Jimmy Carter que
realizó varias giras para presionar a todas las dictaduras de la región
por la realización de elecciones libres.
En segunda instancia, la situación económica también se
deterioró. Lo de siempre, los precios de las materias primas bajaron y la gran
deuda externa, contraída sin mucho fijarse en las condiciones de los intereses,
dejaba muy pocos recursos en las arcas nacionales.
También es necesario considerar que el apoyo de las Fuerzas
Armadas al general Banzer estaba mermada por las disputas internas y debido al
rechazo de las negociaciones con Chile respecto al tema marítimo, después del
“Abrazo de Charaña”. Por si fuera poco, los sectores sociales, obreros y
partidos políticos de izquierda comenzaban a reorganizarse venciendo la
represión.
Ante la situación, a fines de 1977, Banzer tuvo que anunciar
la convocatoria a la realización de elecciones para 1978. En el
transcurso de los siguientes meses se vivió una gran agitación, ya
que no se sabía cuál sería el futuro político del general. Finalmente todo
quedó claro cuando nombró a su ahijado, el militar Juan Pereda Asbún,
como candidato a la presidencia de una fórmula electoral donde claramente
él mantenía el control.
Pero éste no resultó el problema mayor, las cosas se pusieron
realmente mal al conocerse la noticia de que las esperadas elecciones
podrían realizarse sin la presencia de los líderes de oposición más
importantes, que por entonces se encontraban en el exilio o presos. Para
guardar las apariencias se promulgó un decreto de amnistía que casi todos
tildaron de estafa.
El 24 de diciembre de 1977, cuando el país se
aprestaba a celebrar la Noche Buena, cuatro mujeres mineras, en las oficinas
del Arzobipado de La Paz, iniciaron una huelga de hambre que duraría 21 días.
Esa huelga se convertiría en una gran movilización nacional que obligaría a
Banzer a aceptar la “Amnistía Irrestricta”. En el texto Dictadura Minada, del
investigador Pierre Lavaud, refiere que en los prolegómenos de la declaratoria
de la huelga, las mujeres se contactaron con varias redes de activistas,
sindicalistas, religiosos para discutir los términos en que se llevaría
adelante la medida y que en algún momento se consideró la alternativa de que
ésta se iniciara precisamente en la inauguración de los Juegos Deportivos Cruz
del Sur, hecho que fue finalmente descartado.
Tras la huelga de las mineras, escasos 11 meses faltaban
para la inauguración de los Juegos, pero finalmente Banzer no llegaría al
discurso inaugural. En julio de 1977 se celebraron las elecciones
nacionales y Pereda Asbún intentó hacerse de la presidencia a través de un
masivo pero mal organizado fraude electoral, tan escandaloso, que el proceso
tuvo que ser anulado. Pero eso no impidió que el militar intentara llegar a la
silla por otros medios. Le propinó un golpe de Estado a su padrino en julio de
1978 y sería él quien daría el discurso de inauguración de los Primeros Juegos
Cruz del Sur, un 3 de noviembre de 1977.
Eran días turbulentos, el 3 de noviembre se llevaría a cabo
la ceremonia de inauguración y apenas un día antes Pereda tuvo que
sortear un motín militar y una crisis de gabinete. Con todo, apareció en el
acto como estaba previsto.
Odesur vuelve a Bolivia
Un 12 de diciembre de 2103 la prensa nacional anunciaba el
viaje del presidente Evo Morales a Río de Janeiro. Iba acompañado de Edmundo
Novillo, entonces gobernador del departamento de Cochabamba y Edwin
Castellanos, alcalde de la ciudad. Las tres autoridades iban a recibir la
noticia sobre la postulación de Cochabamba como sede de la XI versión los
juegos Odesur.
Al momento de conocida esa noticia en Bolivia,
todo parecía indicar que habíamos dejado atrás la década perdida, la de
las privatizaciones, la desindustrialización y las recomendaciones del Fondo
Monetario Internacional para asegurar el pago de la deuda externa contraída por
los militares.
Durante los 90 Bolivia figuraba en la lista de los
países pobres altamente endeudados. Pero, en 2013 eso parecía algo
lejano. La negociación de contratos con las empresas transnacionales que
controlaban la exportación del gas, la elevación de precios de los minerales,
sumada a una tranquilidad social propiciada por la inclusión de movimientos
sociales en el gobierno, se tradujeron en crecimiento económico y reducción de
los índices de pobreza. El país tuvo entonces el mayor crecimiento
del PIB de la región por unos años, aunque no ha llegado nunca al 6% de los
años de banzerato.
En este contexto se enmarcan los esfuerzos que ha realizado
el gobierno de Morales (en los 12 años que lleva en el gobierno) que buscó
ansiosamente convertirse en la sede de eventos deportivos o del
espectáculo con trascendencia internacional.
No fue casual la postulación de Cochabamba para este evento.
La Bolivia de hoy es muy diferente y tiene tres áreas metropolitanas en el eje
desde el altiplano hasta las tierras bajas de Santa Cruz. Cochabamba, fuera del
hecho de que se encuentra ubicada en la zona central del país, ha sido uno de
los bastiones políticos del partido de gobierno. Allí inició y se
catapultó la carrera política de Evo Morales.
En honor a la verdad, la competencia por convertirse en la
sede de la XI versión de los Juegos Odesur no fue difícil, primero Venezuela
retiró su postulación y luego Lima. Los Juegos Odesur volverían a Bolivia en
2018, después de 40 años, teniendo como sede a Cochabamba.
Desde entonces, se ha hablado de las grandes inversiones
necesarias para la infraestructura deportiva: canchas, pistas, complejos
deportivos y villa olímpica. ¿El costo? Unos 600 millones de dólares de
inversión nacional y local.
Como vimos en el caso anterior, entre el anuncio de la
realización del evento y el momento en que se inauguran, muchas cosas
pueden pasar en Bolivia, desde 2013 las cosas sí que han cambiado. En los
últimos años existen señales de la desaceleración de la economía por la baja
del precio del petróleo que afecta las exportaciones de gas boliviano.
Los conflictos y demandas por recursos empiezan a ser cada
vez más frecuentes y las alianzas con los sectores sociales han empezado a
resquebrajarse junto con la popularidad del presidente.
A ello habría que sumarle el hecho de que el 21 de
febrero de 2016 se llevó a cabo un referéndum que abriría las puertas de una
reforma constitucional para permitir una nueva postulación de Evo Morales. En
las urnas, la mayoría rechazó esta esa posibilidad, pero el Tribunal
Constitucional emitió un fallo que daría vía libre a esa opción. Ahora son
comunes las manifestaciones en defensa de los resultados de ese referéndum.
A diferencia de Banzer, Evo Morales sí pudo estar presente
en la inauguración de los XI Juegos Odesur en Cochabamba, lo único incómodo fue
que no dio el discurso oficial previsto en el programa, se retiró del estadio
Félix Capriles y tuvo que desmentir que se tratara de una salida
“táctica” para evitar una silbatina durante el discurso.
Lo que no se pudo ocultar fue el coreo de los asistentes
desde las graderías que gritaban “Bolivia dijo No”. Un recuerdo que se
escucha en las manifestaciones de quienes exigen que se respeten los resultados
del 21F.
Tan lejos, tan cerca
Banzer y Evo tienen grandes distancias en cuanto a sus
trayectorias políticas personales, como en la forma y contexto en que llegaron
a Palacio de Gobierno. Desde ese punto de vista, la coincidencia que en este
caso los une, la organización de los Juegos Odesur, podría no ser más que eso,
sino fuera porque existen puntos de continuidad.
El primero está ligado a lo económico, ambos gobiernos
tuvieron que administrar una excepcional bonanza económica, en consonancia con
un ciclo de precios altos de materias primas, que a la vez sustentó
el surgimiento de una narrativa desarrollista que les brindó legitimidad.
En ambos casos, las obras, grandes y pequeñas, los
palacios, las carreteras, las nuevas empresas públicas, las obras de
transporte, lo edificios, los pequeños y grandes son la prueba de que su
discurso no es vacío. Cómo serán de parecidas ciertas cosas, que hoy en día
desempolvan proyectos que el banzerato no alcanzó a ejecutar, como la
planta azucarera de San Buenaventura y la hidroeléctrica de El Bala.
En el esquema de legitimación de ambos, lo simbólico juega
un rol de primer orden, para reforzar la idea de que estamos celebrando una
“nueva era” de progreso y bienestar. De ahí que no exista ni una cancha, ni
pequeña escuela, ninguna obra donde no se haga el correspondiente rito de
entrega, con guirnaldas, discursos y ch’allas que presentan ante los asistentes
los frutos/pruebas del desarrollo.
Los grandes eventos y en particular los deportivos superan
con creces el efecto del espectáculo cotidiano de la bonanza de las
inauguraciones y discursos. Brindan oportunidad única de legitimación política
tanto en el terreno interno como externo. Hacia adentro se trata de generar
consensos sobre el buen rumbo de la política y la economía, el siguiente paso
es cuestionar la necesidad de cambio y reforzar la necesidad de continuidad,
mostrar o forzar la unidad en torno a un objetivo que compromete la imagen del
país, o finalmente acallar voces discordantes o restarles protagonismo.
Como estrategia de política internacional, se trata de
“…replantear narrativas dominantes sobre el anfitrión y/o reforzar mensajes
claves sobre en qué se ha convertido/ se está convirtiendo…” .
Tanto en los primeros juegos Odesur como en los últimos, la idea central que
sustenta o justifica el gasto de energías y recursos, es mostrar
hacia fuera que Bolivia ha dejado de ser pobre, que tiene los medios para
permitirse algo a lo que solo aspiran los países “desarrollados”.
Si bien es cierto que Banzer estaba más interesado en
mostrar las bondades del orden social impuesto por los militares, en
contraposición al caos que habían producido los comunistas e izquierdistas, el
gobierno de Morales quiere dejar en claro que los neoliberales debían estirar
la mano a los organismos internacionales incluso para “pagar sueldos”, mientras
ahora Bolivia puede darse ciertos lujos.
Pero el uso de estas “oportunidades” políticas también
tiene sus riesgos. Los ciclos de bonanza económica ligada a los buenos precios
de materias primas no son eternos, y así como pueden sostener o generar
apoyo social, su disminución puede poner en aprietos a quienes han construido
gobernabilidad en torno a esquemas que precisan arcas llenas.
En ambos casos, los juegos Odesur van a realizarse cuando el
ciclo de altos precios está terminando. En países tan desiguales como el
nuestro, donde queda aún muchos problemas por resolver, es inevitable no
vincular los gastos necesarios para que se lleven a cabo los eventos, a
preguntas sobre el orden de prioridades del erario nacional, sobre las
urgencias en salud, educación o saneamiento.
Los primeros Odesur se financiaron enteramente con un
impuesto a la cerveza, mientras que para solventar esta última versión se han
necesitado recursos nacionales y locales (en reducción) y también deuda. Por
otro lado, en ambos casos, los beneficios económicos para el país o para las
ciudades y regiones anfitrionas han sido empañados por denuncias de
corrupción y falta de transparencia.
Después de todo, los apresurados contratos que deben
firmarse para las obras están siempre acompañados de excepciones
administrativas por la “premura” de tener todo listo. Sin embargo, en la
apuesta por los megaventos como estrategia de legitimación política uno de los
mayores riesgos viene de este campo. Es decir, cabe la posibilidad de que éstos
sean también usados como espacios para la visibilidad de reivindicaciones o
demandas sociales. En el presente, los activistas por el respeto a los
resultados del referéndum de 2016 han convertido la inauguración de los
Juegos en su propio espectáculo político.
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