Ha venido temprano la banda de música del fortín. En este momento va oyéndose
un wayñu, cuya melancolía arcaica y dulce inunda el corazón. Nada hay como la
música para volcar el cofre de los recuerdos. Los recuerdos se hacen melodía,
embriagan como un perfume y transfiguran como la misma felicidad. El pobre
soldado se siente dueño de la más ligera de las naves y boga por el azul
luminoso del espacio, hasta llegar allá a los valles generosos donde existe un
huerto humilde, oculto entre árboles que nunca niegan su sombra en las
canículas y rodeado de rosales en que cada rosa se abre como un corazón
hospitalario... (Jesús Lara, 1934).
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