Por: Marco Fernández Ríos / La Razón,14 de mayo de 2017.
Ricardo nació el 15 de febrero de 1915 en los 4.000 metros sobre el nivel del
mar (msnm) de Charaña, provincia paceña de Pacajes en la frontera tripartita de
Bolivia, Perú y Chile. El destino suele enseñar la vida con golpes duros. En el
caso del niño charaneño, la primera lección fue la muerte de su padre, a la que
siguió casi de inmediato el deceso de su madre, cuando apenas él tenía nueve
años, por lo que vivió con vecinos, a quienes llamaba tíos. Afirma que lo
azotaban, le negaban comida y caminaba descalzo, aunque con el optimismo de
quien quiere retar al futuro. Así pasaron sus días hasta que conoció a una
familia que le otorgó alojamiento, alimentación y lo trataba mejor que sus
“tíos”. Ese mismo destino hizo que conociera a Rufina, la hija del dueño de
aquella propiedad, de quien se enamoró y eligió para que fuese su compañera de
vida.
Un día se armó de valor, preparó un fiambre con queso, papa y chuño; compró un
alcohol para la celebración y fue a pedir la mano de su novia. Los padres
aceptaron la propuesta, aunque debía cumplir otro requisito: para ser
considerado una persona formal tenía que cumplir con el servicio militar. Con
esa premisa se presentó en el cuartel Tarapacá de Corocoro, en marzo de 1933,
cuando la Guerra del Chaco ya había empezado. Si bien le dijeron que era muy
joven para formar parte del Ejército, Ricardo perseveró hasta ser incorporado,
por lo que fue trasladado hasta Viacha.
El joven uniformado no se sentía cómodo con el fusil Mauser, así que cuando el
instructor preguntó quién quería manipular una pieza pesada, él dio un paso
adelante. “¿Cómo vas a querer manejar esto, si el equipo es más grande que
vos?”, recibió como respuesta, pero estaba resuelto a conseguirlo. Y lo
logró.Cuando le informaron que iba a viajar al Chaco para enfrentarse con los
paraguayos, su reacción inmediata fue pedir a su comandante que le diera
permiso para casarse con Rufina. Con poco tiempo para realizar las nupcias,
fueron donde un oficial de registro civil. Pero faltaba un testigo. El lugar
estaba vacío, con excepción de un niño de no más de nueve años que jugaba en el
campo, a quien convencieron de que fuese el refrendatario de la unión.
Cuando apenas estaban brindando tocó el clarín de llamado de los soldados que
iban a partir en tren hacia las candentes tierras chaqueñas. Mezclada entre
mujeres y niños que despedían a sus seres queridos, la novel esposa también
agitaba su manta para desear suerte a su consorte, con el deseo de que
retornara con vida.
El periplo empezó en Villamontes, desde donde la tropa de Ricardo debía caminar
al menos tres días para arribar al primer punto de concentración. La caramañola
que le iba a permitir sobrevivir, las botas que apenas se acomodaban a sus
pies, la frazada que iba a ayudar durante las noches frías y el intenso calor
del día eran los enemigos en su propia guerra.
Ricardo sospecha que antes de participar en la primera batalla le dieron comida
con pólvora y sangre de perro para obtener fuerzas. Antes de que partiera la
tropa, los oficiales hicieron detonar un arma pesada, con el sonido incesante e
inacabable de un silbato parecido al de un ferrocarril. Era como si todo
hubiese quedado en blanco y solo se veía el movimiento de bocas que parecían
decir algo que por más que intentaban no se entendía.
Con ese “golpe de ánimo”, los soldados del regimiento Colorados 41 de
infantería salieron a cumplir con su deber. Primero participaron en el tercer
ataque al fortín Fernández, después tocó ir a Nanawa y posteriormente hicieron
el cerco de la Cuarta División de Gondra. Muy pronto, la poca comida y el agua
se acabaron, y durante un tiempo la orina servía para mitigar la sed. Pero el
trajín bélico causó que ni siquiera tuvieran ese alivio. Y para alimentarse
debían cazar ratas y serpientes.
Durante las batallas, Ricardo estaba acompañado por Celso y Joaquín, quienes le
ayudaban a cargar el mortero ligero que estaba a su cargo. La valentía y el
esfuerzo llegaron a su punto culmen el 8 de agosto de 1933, en Campo Vía. Como
allí murieron sus dos camaradas, el soldado quedó solo en plena acción. Aun así
siguió luchando. El ahora benemérito cree que desprotegió el cuerpo cuando
intentaba cargar su arma, porque de repente sintió un golpe fuerte en la muñeca
derecha.
Quería continuar luchando pero no podía, pues se dio cuenta de que solo un
pedazo de piel unía su mano con el antebrazo. En ese instante se asustó aunque
no sentía dolor. Con el brazo que estaba bien levantó su mortero y emprendió la
retirada hasta que la pérdida de sangre ocasionó que se mareara y desmayara.
“Si no hubiera sido por mi teniente Peñaranda, no hubiera regresado”, suele
repetir cuando relata esta parte de su vida. Al ver herido a Ricardo, su
superior lo levantó y lo arrojó en una zanja con el fin de protegerlo, hasta
que arribaran los refuerzos. Durante lo que quedaba del día y la noche no llegó
la ayuda, sino la jornada siguiente, cuando su teniente lo rescató. El soldado
fue trasladado al hospital militar de Saavedra, después a Muñoz, Villamontes y
Tarija, hasta su evacuación a La Paz.
Por el intenso calor y la tardanza en la ayuda, la herida exudaba un fuerte
olor nauseabundo y fétido, producto de la gangrena. En un principio le cortaron
el antebrazo desde el codo, pero la lesión había avanzado demasiado, así es que
le amputaron todo el brazo izquierdo.
Después de su convalecencia retornó a Charaña, donde lo esperaba su esposa. El
trabajo en el campo es duro, pues implica sembrar y cosechar para conseguir
cargas que Ricardo no podía llevar. Por esa razón tomó a su familia y probó
suerte como mayordomo en una hacienda de Tiquina. La familia se agrandó, así es
que retornaron a Charaña y después emigraron a Caranavi, donde con mucho
esfuerzo consiguió un lote y se dedicó a la siembra de arroz y frutas. Después
de un tiempo, las heridas de la conflagración y la edad le llevaron a emigrar a
Villa Fátima, donde vivía de su renta de benemérito. A sus 90 años ya había
enviudado y dedicaba sus jornadas a visitar a sus camaradas, hasta que a
inicios de la década de 2000, un dirigente de la Asociación de Mutilados
Inválidos de la Guerra del Chaco (AMIGC) llevó a Ricardo a los ambientes de la
calle Yanacocha para que fuese protegido por Laura, la hija menor de sus siete
hijos.
Desde el año pasado que dejó de salir de su casa como consecuencia de las
dolencias en las rodillas. Prácticamente ha perdido la vista y también el oído
derecho. A veces se levanta de su lecho para caminar un poco. Otras recuerda a
Celso y Joaquín como los fieles cargadores de su mortero. De lo que no se
olvida preguntar es la fecha, pues calcula cuándo llegará el desfile militar,
ya que su deseo es ver a sus queridos Colorados de Bolivia.
Siendo sincera es interesante pero q rango es el q cumplia ❤😊👍🤔
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