FORTÍN BOQUERÓN, 20 DE SEPTIEMBRE DE 1932 “AMAR A LA PATRIA ES UN DEBER; MORIR POR ELLA ES UNA GLORIA”

Fuente: BOQUERÓN DIARIO DE CAMPAÑA. Mes del sitio del glorioso reducto chaqueño. De: Antonio Arzabe. // Foto ref.: Cadaver de un soldado muerto.

El comunicado enviado el día 20 de septiembre a La Paz por el Comando del Primer Cuerpo de Ejército (C1CE), no obstante obrar con mucha antelación en conocimiento de las reiteradas advertencias del Comando Divisionario, las cuales habida su consideración de la gravedad, debía haber reflejado, siquiera en parte, es el siguiente:
Transmitido desde Muñoz.- Cif. Nº 193.- Esmayoral.- La Paz.- Urgente.- Horas 22.35.- La situación en ambos sectores no ha variado. Durante todo el día se continuó combatiendo en el sector Boquerón. El enemigo dispone de enorme cantidad de arma automáticas y municiones. - Fdo. General Quintanilla”.
Otro mensaje transmitido desde La Paz, decía: “Recibido de La Paz.- Cif. Nº 301.- C1CE Muñoz Hrs. 23.— Hágole conocer siguiente: “Formosa 18-IX-32— Ayer en vapor “Madrid” pasaron tres aviones para el Paraguay. Todos los días se lleva Asunción tanto de ésta como de otros puntos nuevos contingentes. Llamadas reservas hasta 40 años. Bonifaz Colivian.
Seguramente destínase reforzar Boquerón o algún otro punto.- Fdo. Gral. Osorio”.
Mientras el hilo telegráfico va funcionando entre Muñoz y La Paz, las tropas en el reducto de Boquerón van librando combate tras combate, que va aniquilando nuestras fuerzas de resistencia. La línea enemiga de posiciones se ha aproximado a la nuestra. Los paraguayos se encuentran tan sólo a doscientos metros. El cerco se va achicando alrededor de Boquerón. El
espíritu combativo de nuestros soldados sigue incólume. La serenidad de los defensores del reducto se ha convertido en una indiferencia a la muerte. Muchos desean que ella venga lo antes posible. —Ojalá —dice uno de ellos— que se apresuraran en atacar y dar el asalto definitivo; pues así dejaríamos de sufrir de una vez por todas...!
Los tiros de artillería no dejan de caer dentro del fortín. Tanta munición que gastan! Nos da a conocer que el Paraguay se estuvo preparando desde el año 28. Y ¿nosotros? Nos dormimos sobre nuestros laureles. Con armamento viejo, poca munición, sin morteros, ni piezas de artillería. ¡Esta sí que es una guerra absurda y sin previsión de ninguna clase!
Disparos de fusilería van dirigidos a nuestras trincheras en forma aislada. Los nuestros no contestan; hay orden de economizar nuestras municiones que se agotan poco a poco. Hay sectores que no cuentan ni con cincuenta cartuchos. Toda la noche hemos dormido con los ánimos sobresaltados. Se piensa con evidencia que esto va a terminar muy pronto. No se dice en qué forma; pero terminará; ya con la muerte de todos los defensores o con una orden de salida hacia retaguardia. No sabemos si podríamos resistir una marcha de tres o cuatro kilómetros; porque el aniquilamiento de los nuestros ha llegado a tal extremo, que no pueden tenerse de pie.
Son las nueve de la mañana. El ruido de los motores de nuestra aviación se deja sentir. Los soldados salen de sus posiciones, listos a recoger las bolas que van a arrojar. Aquellos evolucionan sobre las posiciones enemigas; mientras dos de ellos sacuden sus ametralladoras, uno de ellos que es un Junker, arroja seis bolsas; éstas caen con precisión matemática dentro del fortín. Alegría infinita para los muchachos; pues, tendrán más pan que los días anteriores. Las bolsas se van reuniendo dentro del buraco del Comandante. Mientras otros aviones se dirigen a sus bases, varios jefes y oficiales se han reunido en el puesto de Comando.
Empieza el reparto. —Son quinientos ochenta panes. Cuarenta trozos de charque y un paquete de cartas— indica el oficial que ha abierto las bolsas. 
—¡¡Cartas!! ¡¡Cartas!!— exclaman varios. Las miradas ya no se dirigen ni a los panes, ni al charque que dejaba exhalar su olor atrayente. Todos están ansiosos de saber quiénes serán los felices que tienen correspondencia. El Comandante toma el paquete y deshace el cordón que lo sujeta. Mientras, en uno de los sectores, se siente la fatídica carcajada de una ametralladora. Las miradas se cruzan en forma significativa. Por fin, el Comandante muestra unas veinte cartas, las revisa y entrega al oficial para su distribución. Las miradas anhelantes de los oficiales asaltan al ayudante, y éste empieza a llamar.
—!Lorenzo Ramos!
—Es mi soldado— exclama un oficial.
—José Rosales— vuelve a llamar.
—Está en mi sector— replica otro. 
—Subteniente Renato Sainz...
—¡¡Presente!!— exclama el oficial; mientras su rostro cadavérico adquiere un rubor que le hace feliz y pronto toma la carta y se va a un rincón para luego comenzar a rumiar el contenido de la carta. El oficial continúa gritando otros nombres, hasta que llega un momento que no quiere leer el nombre. Mira a unos y a otros... Por fin, con un nudo en la garganta, apenas articula:
—Subteniente Luis Reynolds Eguía...
Todos se miran en silencio; bajan los ojos que se llenan de lágrimas, y alguien contesta con voz ronca y tartamudeando:
—Murió... por… la... Patria…! 
Todos aquellos hombres, de rostros curtidos por la batalla, tienen una lágrima entre las pestañas que pronto se torna en raudales por las mejillas hirsutas y pobladas de abundante barba.
—Esa carta me pertenece— exclama lleno de amargura el teniente Pardo —Luis Reynolds ha sido mi Comandante de Sección, y yo la contestaré.
El oficial ayudante, lleno de emoción, entrega la carta que es abierta en presencia de algunos de los oficiales. Era de la madre que, presintiendo el fatal desenlace, escribió: “Mi idolatrado hijito: No sé si llegará esta carta a tu poder; pero confío en Dios que así será. Sé que te encuentras ahí en el Chaco. No sé cómo será aquello; pero, me imagino que debes estar bien; porque yo rezo siempre para que no sufras ningún percance. ¡Cuánto lloraría querido mío, si supiera algo malo de tí.
Dios es Todopoderoso y no permitirá que tu madre se suma en la desesperación. ¡Cuánto te extraño mi amado hijito! Si supieras, cada noche te veo en mis sueños, arrogante, con tu uniforme de militar, que me abrazas y me besas con todo cariño. Ayer soñé verte chiquito, soñé que te mecía entre mis brazos. ¡Qué hermoso sueño! Cuando desperté, al no verte a mi lado, lloré amargamente... Pensando en los peligros a que estás expuesto. Hijito, cuídate, no te expongas mucho... Mira que ya soy anciana y perderte... sería para tu viejita, la muerte... Esperando con ansias tus cartitas, recibe hijo mío, la bendición de tu madre que te añora y te da muchos besos. Tu madre”.
Encima de la firma había la mancha de una gruesa gota de lágrima... Había sido escrita aquella carta entre sollozos. Era la madre boliviana que escribía a su hijo, un oficial que peleaba en el reducto de Boquerón y aquella carta ya no encontró al vástago idolatrado. Al hijo que era su única esperanza... ¡Pobre madre...! Si pensara en este momento que el fruto de sus entrañas, el hijo de sus sueños, ha entregado su alma al Eterno, hace tres días en un sangriento combate.
¡Cuántas madres como ésta, habrán escrito a sus hijos; mientras ellos ya se encuentran bajo tierra, allí a la vera de una picada o entre los escombros de una trinchera destrozada por la explosión de un tiro de artillería... ¡Pobres madres nuestras! ¡Madre mía, me desespero ante tu recuerdo; pero, esta es la ley de la vida del soldado: “AMAR A LA PATRIA ES UN DEBER; MORIR POR ELLA ES UNA GLORIA”... 
Emociones del alma... Tragedias de la vida… Ironías del Destino... Aun cerca de la muerte...
Una descarga de ametralladoras nos saca de nuestro ensimismamiento, a la triste realidad que nos rodea. Estamos dentro del reducto de Boquerón frente al enemigo que nos acecha arma al brazo y ojo avizor. Son las cuatro de la tarde y no hay ruido de los aviones paraguayos. Esta vez creemos que ya no vendrán; pero de pronto, en medio de andanadas de ametralladoras, surge el ruido fatídico de dos aviones. Estos van hasta Yucra. Quizá pasaron mucho más allá; pero a los diez minutos, los vemos regresar a gran altura. Sobrevuelan a Boquerón como dos cuervos que se aprestan a darse un gran festín y uno de ellos se pone perpendicularmente a las posiciones y lanza una cosa blanca, como una pelotilla. Esta va creciendo cuanto más cerca está a la tierra y parece que cae encima de los que observamos; la sentimos próxima. Un soldadito que está tendido en el suelo boca arriba observa, como nosotros, el silbido característico... La bomba está encima, se agranda... El soldado cierra los ojos. Se le contraen los músculos del vientre. La bomba va a estallar... Estalla y las esquirlas se esparcen alrededor formando un concierto de sones agudos y graves. La bomba ha explosionado a veinte pasos del soldado. Felizmente está a salvo... Veamos en qué estado se encuentra... Pálido, los ojos que parecen se le van a saltar de las órbitas; despide un olor sugestivo... Recorre con la mirada a su contorno y comprueba que nadie le observa; mas, un par de ojos están viéndolo. Es el sargento que se le acerca con andar inseguro. Habla el soldado:
—Créame mi sargento, parecía que la bomba iba a estallar sobre mi cabeza.
—Sí— responde el sargento entre risueño y serio —pero es necesario que vayas a limpiarte... Estás despidiendo mal olor.
El soldado avergonzado agachó la cabeza, dio media vuelta y se retiró más que de prisa... Mientras, los aviones se fueron alejando. Nuevamente la canción de la Muerte se deja sentir entre los disparos de fusilería y la metralla que caen dentro del fortín... Boquerón arde... se reanima en su danza apocalíptica... ¡Boquerón es un volcán...! La tierra llega a su fin...!
¡Disparos... Estruendos... Explosiones... Martillazos... Cataclismo... Boquerón se destroza! ¡Árboles que se desgajan...
Troncos que caen... Metralla que retumba....! ¡Todo es destrucción... y desolación...! Parece que los genios del Averno con toda su secuela de iniquidades hubiesen caído dentro de Boquerón! Boquerón, ahora perecerás...? Hasta cuándo, Señor, tantas calamidades? ¿No tienes compasión por los que aquí se encuentran? ¿Acaso tú también nos has abandonado? ¿No somos también tus criaturas? Protege a los defensores de Boquerón que sólo están cumpliendo con su deber... Protégelos Señor.
Ha calmado el estruendo y los ánimos destrozados por esta nueva lluvia de proyectiles, va desmoralizando el espíritu hasta de los muchachos más fuertes para la lucha. El Comandante recorre las líneas de defensa y comprueba que los efectos de la cruenta lucha han marcado con su sello de desaliento los rostros de los escuálidos y espectrales defensores del reducto.
¡Nada puede hacer...! Contempla a cada uno de ellos y la garganta se le anuda. Sonríe en forma triste y melancólica. Con voz apenas perceptible les dice:
—Hijos míos, ya pronto terminará esto. Cuando salgamos de este lugar, será para ustedes una mejor vida. Iréis a descansar un mes a Muñoz; mientras llegue la orden, debemos cumplir con nuestro deber... 
¡Mentira compasiva! ¡Quiere de esta manera consolar los sufrimientos que atormentan a aquellos muchachos que dan más de lo que permiten sus posibilidades físicas. Mientras tanto, en La Paz y en Muñoz, se atribuye a los generales los reveses que van sufriendo las tropas de Yucra, Castillo y Lara.
¿Será posible que ellos tengan la culpa de todo lo que va aconteciendo en el Chaco? ¿Por qué no hacen prevalecer su situación de Comando de Guerra para dirigir esta campaña que se va tornando en una carnicería estéril? ¿Qué saben Salamanca, Espada y otros de la conducción de una guerra? ¿Qué tienen ellos de estrategas o de tácticos? ¡Maldita política boliviana...! ¡Tú has sido siempre la causante de nuestros desastres, tanto en el Pacífico, como en el Acre! Tú destrozas las mejores intenciones de los hombres sanos... ¡Tú, alimaña infernal, te has apropiado de mi Patria para hacerla desgraciada...!
¡Maldita política de Bolivia, bestia satánica, que corroes las almas nobles de este jirón de América...!! Y tú, América, ¿qué dices por los dos pueblos que se acuchillan, que se despedazan y se matan? ¡Indiferentes...! ¡Negociadores de sangre americana...! ¿Es esto americanismo? Esta actitud que asumís ante la tragedia de dos pueblos desgraciados, es lo que llamáis “Confraternidad Americana”. América, mil veces preferible hubiese sido morir en la lucha contra el yugo español que vivir la vida de Caín que vivís ahora. ¡América! ¿Dónde está ese título que ostentas de “Tierra de Paz”, que tú misma te habías denominado?
¡Boquerón, derrama tu sangre generosa...! Derramen bolivianos y paraguayos la savia de vuestras vidas, si es necesario para hacer con ella una tierra fecunda de entendimiento y de hermandad entre nuestras dos naciones. ¡Derramad vuestra sangre, valerosos hermanos, para que nazca en estas dos miserables tierras, la nueva simiente de la redención de nuestros pueblos, de nuestros ideales de verdadera paz y de progreso! 

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