PROLEGÓMENOS DE LA ÉPICA DEFENSA DEL FORTÍN BOQUERÓN

Fuente: Boquerón; diario de campaña: mes del sitio del glorioso reducto chaqueño. de: Antonio Arzabe Reque. // Fotografía: estampilla conmemorativa a la Batalla de Boquerón.

DENTRO EL REDUCTO DE BOQUERÓN.

Se escucha dentro el monte, el ruido seco de los golpes del hacha, cavar de zanjas, órdenes de los superiores que indican mayor vigilancia hacia el enemigo. Los “pahuichis” (habitaciones subterráneas o a ras de tierra) del comandante y del puesto sanitario, ya han sido construidos. Lo mismo los de comandos de compañías... Sólo allá en la linde del monte, se mueven sombras... Son las patrullas que recorren silenciosas, escrutando la selva, alertas a cualquier ruido de la maraña. Las sendas también son motivo de reconocimiento.
Esta mañana sobrevoló un avión boliviano; dejó caer un parte y en él nos comunicaba que hay movimiento de tropas paraguayas sobre el camino que conduce a Isla Poí...
Parece que son ellos los que tomarán la iniciativa del ataque. El coronel Marzana, comandante del reducto, ha enviado un parte al coronel Peña.
Todos los soldados viven momentos de verdadera tensión nerviosa. Nadie abandona su fusil, comen, duermen y van a todo lugar con el fusil debajo del brazo.
La inminencia del peligro nos une fraternalmente a oficiales y soldados...“ “... los rastros de los satinadores paraguayos van haciéndose más notorios y frecuentes”... “Hace días el subteniente Humberto Núñez del Prado regresó de un reconocimiento a Pozo Valencia”. ¿Qué trajo? Dos soldados heridos; uno de ellos, el soldado Alvarado. Parece que lo veo..., tiene la mandíbula destrozada, la lengua partida. Es difícil curarlo; ¡es terrible! ...la cara destrozada presenta un cuadro dantesco.
Sangre que le sale a borbotones... imposible hacerla parar. Su agonía ha empezado... Ha perdido tanta sangre, que pronto muere... Otra fosa que se abre dentro del fortín. Un defensor menos y varios que se van a retaguardia a restañar sus heridas... Pero, el monte impasible sigue guardando su incógnita hasta muy pronto. Sólo los animales dan la nota típica con sus estridentes y lúgubres gritos. El espíritu de la guerra prepara sus fauces, para tragarnos, para triturarnos dentro de sus descarnados miembros... ¡Es la letanía de la Muerte que se avecina!
Les oficiales, mientras tanto van comentando: “Si nosotros constituimos la vanguardia hacia el enemigo, si somos punta de lanza de la conquista, si debemos llegar los primeros a las márgenes del Río Paraguay, ¿cómo es que no tenemos cañones, fusiles, municiones, víveres, agua, zapatos, una elemental estación de radio, o un destartalado camión aguatero? ¿Serán los estadistas y los generales unos dementes irresponsables…”

7 DE SEPTIEMBRE DE 1932.

Hoy ha amanecido con una claridad primaveral. El límpido cielo chaqueño da su señal de que tendremos un día caluroso. No hay noticias de que el comando haya resuelto atacar al fortín Isla Poí. Jefes y oficiales se reúnen en el puesto de Comando; no sabemos de qué han tratado.
A las tres de la tarde, tres camiones llegan al fortín conduciendo víveres, municiones y soldados. Más o menos a las tres y cuarenta y cinco minutos se oye ruido de motores hacia el lado boliviano. Son aviones nuestros, que se dirigen hacia Isla Poí.
Han pasado varios minutos, cuando de pronto se escucha la explosión de varias bombas que han dejado caer en el fortín paraguayo. Al retornar, dejan caer dentro de Boquerón, una bolsa que contiene cartas y periódicos.
Nuestros puestos de avanzada, distantes a siete kilómetros de Boquerón, tienen la misión de dar parte telefónico cada hora.
Entre los partes arrojados por el avión, existe uno en el que nos indica que tropas paraguayas avanzan por los dos caminos que conducen a ese fortín. Asimismo nos indican que tengamos cuidado y reforcemos nuestra vigilancia.
Noticias de La Paz: “La alta sociedad, se afana en dar los últimos toques a un gran baile de fantasía. ¡Se trata de seleccionar a las bellezas departamentales!”
El general Lanza desde su sector, ha enviado el siguiente parte: “Servicio de retaguardia no colabora. Escasez de gasolina es desesperante, insinúo conminarse se recuerde existencia Tercera División que sirve a la Patria y no intereses particulares. (Fdo.) Gral. Lanza.”
Los soldados y oficiales se reúnen en grupos para comentar: —Ahora parece que la cosa es seria— dice un soldado, y continúa: —Los pilas se nos vienen encima.
—Hubiese deseado que nos den un poco de tiempo más, para arreglar nuestras posiciones —replica otro— ya que se adelantaron a nosotros, no hay más que recibirlos dignamente; que no digan que somos flojos en la guerra y que nos dormimos en el fortín que nos han cedido.
Mientras tanto, en las trincheras, los soldados se mueven como hormigas de un lado a otro, reforzando parapetos, construyendo troneras, despejando el campo de tiro y haciendo cálculos de distancias.
Ha sonado el teléfono del puesto avanzado. Es el cabo que comanda el grupo. Es una llamada urgente. El telefonista corre a buscar al coronel Marzana, quien viene acompañado del teniente Taborga y varios oficiales. Entre ellos se encuentra el coronel Cuenca. Estos se reúnen alrededor del teléfono. Habla desde el otro lado el cabo:
—Aló, ¿con quién?
—Con el Comandante del Destacamento coronel Marzana, —responde la voz viril del jefe del reducto.
—Mi coronel, desde este puesto estamos viendo que los pilas avanzan; esperamos sus órdenes.
—¿A qué distancia están? —pregunta Marzana.
—Más o menos a mil metros, mi Comandante.
—Bien, esperen a que se encuentren cerca, entren en posición, no se delaten y cuando tengan sus blancos asegurados y bien distribuidos, hagan fuego. No desperdicien la munición. Me dará parte de todo; mejor si deja el teléfono sin colgar. Aquí estaré para saber. Siga observando.
Los oficiales que estaban cerca del coronel, estaban callados. Tan sólo las miradas se buscaban, como diciéndose: ¡Ahora es verdad... La guerra comienza...; pero será terrible, sangrienta y hasta el fin…
Nuevamente se escucha la voz del cabo que dice:
—Mi coronel, están a quinientos metros. Son muchos, vienen en filas a ambos lados del camino. Hay tres hombres que vienen detrás, parecen oficiales, mis soldados están apuntando sus armas... esperan mis órdenes para disparar, he ordenado que nadie hable. Mis soldados tienen órdenes de no moverse de sus puestos, mientras podamos resistir.
—Bien, cabo, —-replica Marzana— conserven su serenidad y calma y, cuando vean que ya es imposible continuar, se retirarán sin dejar armas y recogiendo el teléfono. Deben retirarse en todo orden. Ahora siga observando.
—Atrás vienen como doscientos soldados en columnas; sus uniformes son verdes, usan sombrero en lugar de gorra... Están a doscientos metros. Avanzan rápido. Ahora lo dejo mi coronel, ya están próximos; dejo el teléfono para que escuche mis órdenes a los soldados, le hablaré dentro de un momento... 
La proximidad de las tropas paraguayas, ha enmudecido a los oficiales que rodean el teléfono. Esta noticia ha corrido como reguero de pólvora, toda la tropa que está en las trincheras ya sabe. En unos, la noticia ha causado alegría, en otros, los ha sumido en reflexiones tristes. Están meditabundos; se ve que luchan interiormente con ese fantasma del miedo a lo desconocido, porque muchos recibirán su bautismo de fuego, y para ellos es terrible la situación.
Las tropas del cabo están listas para hacer fuego de sorpresa, mientras las tropas paraguayas siguen avanzando por la carretera con la precaución que el peligro entraña; pero, sin saber de dónde recibirán la sorpresa.
El teléfono dejado por el cabo permite oír lo que habla:
—Ya están más cerca, están a ciento cincuenta metros... Están a cien... a cincuenta... Y de pronto se escucha la voz del cabo:
—¡Fuegooo!
El aire se llena de un sordo tronar de fusilería, la ametralladora lanza al espacio su carcajada de muerte y desolación. El monte multiplica el ruido de los disparos. Los corazones de los oficiales reunidos alrededor de Marzana que permanece impasible, parecen que van a saltar. El traquido de las detonaciones continúa. La sorpresa ha causado sus efectos. El cabo habla:
—Mi coronel, muchos han caído. La línea se ha deshecho... Ahora los sobrevivientes se han metido dentro del bosque.
Disparan, pero no saben dónde nos encontramos. Mis soldados siguen disparando, hay muchas bajas en el camino. La demás tropa se protege dentro del monte. Hay gritería de los pilas. Muchos están heridos y se arrastran buscando el monte.
Espero sus órdenes mi coronel.
—Siga sosteniéndose un momento más, observe sus movimientos. ¿No tiene heridos?
—No, mi coronel. Siento ruido de pisadas a mi derecha... Un momento... Aquí se escucha varios disparos. Era que un pila se había aproximado demasiado al puesto y allí dejó de existir. Su cuerpo acribillado de balazos a quemarropa se desplomó inerte sin lanzar ni un ¡ay! de dolor...
—Mi coronel, parece que nos están rodeando, me retiro—. Fue la voz del cabo, que luego desapareció. Sólo se escuchó allí, a los siete kilómetros, el estruendo de los disparos que pasaban o llegaban hasta el fortín como latigazos... Los soldaditos del puesto avanzado se retiraban después de haber cumplido con su deber...
Los oficiales cabizbajos, también se retiraban cada uno a sus puestos de combate. La alarma ha cundido dentro del fortín y, tanto oficiales como soldados, están listos para repeler el ataque enemigo.
Han pasado dos horas; los soldados del puesto avanzado fueron llegando poco a poco. No hubo bajas de parte de los nuestros... ¡Buena la misión cumplida...!
Al anochecer ha llegado otro grupo de soldados que se encontraban en el fortín Arce; son soldados del Regimiento Lanza, de caballería. Cada uno busca su posición dentro las fortificaciones del reducto.
Pronto la noche cae, y con él, el monte se viste con su negro manto. Los grillos y los sapos dan comienzo a su monótono cantar... ¡Música triste y lúgubre que enerva los sentidos...! ¡Música que nos habla de los abismos tenebrosos de la Muerte que ronda en la oscuridad de los bosques circundantes al fortín...
Se ha prohibido fumar o encender fuego..., el silencio es sepulcral. La vista y el oído se multiplican en su función avizora, queriendo rasgar la oscuridad de la noche para desentrañar los misterios que encierra la selva. La noticia de que el enemigo se encuentra cercano, ha hecho que nuestro sueño sea ligero, sobresaltado... Tememos que el enemigo nos sorprenda durante nuestro sueño y nos pase a degüello... ¡Miedo...! ¡Miedo de morir sin defenderse... ¡Pocos son los soldados que conocen a los soldados paraguayos! Y nosotros para ellos debemos ser seres extraños. Talvez nos consideran con plumas o... ¡qué sé yo!; pero sí, sabemos que vienen a matar y que son nuestros enemigos...
¡Nada ya hay que hacer! Los acontecimientos se apresuran y no se dejarán esperar.
Ha prohibido el coronel que los soldados se alejen de sus trincheras. Deben permanecer en sus puestos en constante vigilancia. Los centinelas tienen mucho cuidado de dar una falsa alarma; mientras tanto sus compañeros descansan de las emociones del día.
A las diez de la noche se escuchan varios disparos, son las patrullas adelantadas que han chocado con las patrullas paraguayas que ya están en las proximidades del fortín. Luego... el silencio, un silencio que mata, que aterra nuestras almas.
El coronel Marzana redacta el parte que debe ser transmitido a Muñoz. Este es enviado al telefonista. Inmediatamente se siente la voz melosa que va dictando palabra por palabra.
¡Qué lejos nos encontrarnos de nuestras tropas! Nuestra retaguardia está protegida por pocos hombres. Se dice que son pocos, porque no alcanzan a doscientos hombres en Arce y Saavedra y unos cincuenta en Castillo. Y, están tan lejos, a seis leguas de Boquerón y una a Castillo. Mientras tanto, los pilas ya están frente a nuestras posiciones buscando los lados débiles de nuestro atrincheramiento.
¡Sabe Dios, lo que será mañana de nosotros...!
Nuestras plegarias al Cielo se elevan sinceras; cada uno hace una rememoración de su vida pasada, porque cerca ronda la Muerte...



Siglo y Cuarto "Repensando Boquerón, 1932... desde nuestros tiempos" De: Pablo Michel.

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