Fragmentos del Capítulo "La Guerra larga - Los Ejércitos
Auxiliares Argentinos" del libro OTRA HISTORIA DE BOLIVIA escrita por
Mariano Baptista Gumucio (Cochabamba, 1931. Historiador, Académico de la Lengua
y Diplomático) La obra fue galardonada con el Premio Nacional de Ensayo
"Franz Tamayo" en 1977. La última parte forma parte del Capítulo
"La Guerra larga - Los Ejércitos Auxiliares Argentinos" del libro
"Otra historia de Bolivia" escrita por el Historiador, Académico de
la Lengua y Diplomático Mariano Baptista Gumucio (Cochabamba, 1931)
El envío de las expediciones argentinas al Alto Perú, con el
fin de rechazar la penetración de las tropas del Virreinato de Lima en ajena
jurisdicción y contribuir al derrumbe de este foco reaccionario, en ejercicio
de una solidaridad patria, que también animó a las tropas grancolombianas,
reunía los mejores atributos de confraternidad y sacrificio conjunto.
Pero malgrado de las buenas intenciones, la actuación de los Ejércitos
Auxiliares fue, militar y políticamente, un desastre.
El primer Ejército Auxiliar, estuvo al mando del jurista Juan José Castelli. El
General Manuel Belgrano condujo el Segundo Ejército Auxiliar y el Tercer
Ejército Auxiliar fue encabezado por el General José Rondeau.
JOSÉ RONDEAU Y EL TERCER EJÉRCITO AUXILIAR ARGENTINO
El general José Rondeau, encargado de conducir el tercer Ejército Auxiliar
Argentino hacia el Alto Peru, derrotó a los realistas en abril de 1915 cerca de
la Quiaca, en Puesto del Marqués. No obstante, el General Rondeau, a quien sus
tropas llamaban "buen José" y "mamá", que todo lo permitía,
no persiguió al enemigo. Tampoco tenía con quiénes hacerlo pues sus hombres se
hallaban con frecuencia ebrios.
Pezuela y su lugarteniente, Pedro Antonio de Olañeta, retiraron sus fuerzas
hasta Oruro. Los montoneros ocuparon Potosí y Chuquisaca, recibiendo
cordialmente a los argentinos.
Pero, otra vez, la debilidad de Rondeau consintió en que sus hombres se
entregaran al abuso.
En La Plata se reunió una asamblea popular y un nuevo Cabildo eligió a Manuel
Asencio Padilla como jefe militar y civil de la capital y las provincias.
Padilla encargó las labores de jefe civil al ciudadano patriota Juan Antonio
Fernández pero, Rondeau desconoció a la nueva autoridad, designando por su
parte al Coronel Martín Rodríguez.
En Potosí se constituyó una Comisión de Recuperación, que se ocupó de confiscar
las alhajas y monedas de plata de los habitantes, pretextando que eran bienes
de emigrados realistas, con lo que se cometieron graves injusticias y se abrió
paso a una desenfrenada corrupción de los oficiales argentinos encargados del
acopio.
Durante siete meses, las fuerzas argentinas remolonearon en preparativos de
nunca acabar.
Esta pérdida de tiempo de los patriotas fue utilizada magníficamente por los
españoles, que se alistaron de modo puntual. Rondeau se decidió, al fin,
atacar, y luego de festejos y despedida, sus soldados salieron al norte
completamente ebrios.
Pezuela ganó la partida en Venta y Media, y cuando los argentinos viraban hacia
Cochabamba, los realistas los sorprendieron en Sipe Sipe, el 29 de noviembre de
1815, terminándolos sin atenuantes.
Se considera este descalabro como el peor de todos los sufridos por los
ejércitos auxiliares que llegaron al Alto Perú.
Rondeau logró escapar con dos y tres de sus compañeros, siendo general la
desbandada de los sobrevivientes. Así terminó, deslucida y sin gloria, la
intención de los criollos de las Provincias Bajas de liberar a las Provincias
Altas.
La batalla de Sipe Sipe (Cochabamba) hizo eclosionar el descontento de los
guerrilleros que ayudaron con hombres, armas, bagajes y cabalgaduras a Rondeau,
el que luego de incorporar a los irregulares a sus regimientos había
desparramado a los jefes de las republiquetas, para que no le hicieran sombra.
Si antes las ciudades se volcaron contra Castelli y Belgrano (en menos grado
contra esta último, que fue el mejor de los jefes argentinos), ahora el campo
se sublevaba contra Rondeau.
Este oficial escribió un oficio a Manuel Asencio Padilla desde La Plata, por
donde pasó de retorno a sus lares el 7 de diciembre de 1815, en el que le pedía
"redoblar sus esfuerzos para hostilizar al enemigo".
Sin embargo, expresando el resentimiento de los combatientes altoperuanos,
Padilla le contestó en tono fuerte el 21 del mismo mes, planteando por primera
vez la autonomía de las Provincias Altas.
La carta que se reproducirá en la segunda parte de esta publicación constituye
uno de los documentos fundamentales del separatismo altoperuano.
Señor General:En el oficio de 7 del presente mes, ordena U. S., hostilice al enemigo de quien ha sufrido una derrota vergonzosa. Lo haré como he acostumbrado hacerlo en más de 5 años por amor a la independencia, que es la define el Perú, donde los peruanos privados de sus propios recursos no han descansado en 6 años de desgracias, sembrando de cadáveres sus campos, sus pueblos de huérfanos y viudas marcados por el llanto, el luto y la miseria.Errantes los habitantes de 48 pueblos que han sido incendiados; llenos los calabozos de hombres y mujeres que han sido sacrificados por la ferocidad de sus implacables enemigos hechos el oprobio y el ludibrio del Ejército de Buenos Aires, vejados, desatendidos sus méritos; insolutos sus créditos y en fin el hijo del Perú mirado como enemigo, mientras el enemigo español es protegido y considerado.Sí señor, ya es llegado el tiempo de dar rienda suelta a los sentimientos que abrigan en su corazón los habitantes de los Andes, para que los hijos de Buenos Aires hagan desaparecer la rivalidad que han introducido, adoptando la unión y confundiendo el vicioso orgullo, autor de nuestra destrucción.Mil ejemplares de horror pudieran haber irritado el ánimo de estos habitantes que U.S. llama en su auxilio. La infame conducta… que con el mayor escándalo deshizo, rebajó y ofendió el virtuoso Regimiento de chuquisaqueños que habían salido a morir por su patria, la prisión de los Coroneles Centeno y Cárdenas por haber hostilizado a Goyeneche y debilitado sus fuerzas para que él las batiera y premiar a hombres que habían desolado a millares de habitantes (pero eran del Perú), la pena impuesta a los vallegrandinos por haber propuesto destruir a los enemigos para vengar sus agravios y los de la Patria. La prisión de mi persona por haber pedido se me designe un puesto para hostilizar a Pezuela con altoperuanos, que siempre sin sueldo, siempre a su costa, sin partidos y por sólo la Patria, han sacrificado su vida y su fortuna; con otros millones de insultos que han sufrido en general todos los pueblos; desde el primer mandatario hasta el último cadete de Buenos Aires, no han podido mudar el carácter honrado y sufrido de los peruanos.Nosotros amamos de corazón nuestro sueldo y de corazón aborrecemos una dominación extranjera, queremos el bien de nuestra Nación, nuestra independencia y despreciamos el distintivo de empleos y mandos, olvidamos el oro y la plata sobre la que hemos nacido y donde ha sido cuna.La justicia de nuestra causa y nuestros sacrosantos derechos, vivifican nuestros esfuerzos y nivelan nuestras operaciones contra esta generalidad de ideas.El gobierno de Buenos Aires, manifestando una desconfianza rastrera, ofendió la honra de estos habitantes, las máximas de una dominación opresiva como la de España, han sido adoptadas con aumento de un desprecio insufrible; la prueba es impedir todo esfuerzo activo a los peruanos, que el ejército de Buenos Aires con el nombre de auxiliador para la patria se posesiona de todos estos lugares a costa de la sangre de sus hijos, y hace desaparecer sus riquezas, niega sus obsequios y generosidad.Los peruanos a la distancia sólo son nombrados para ser zaheridos. ¿Por qué haberme destinado al mando de esta provincia amiga sin los soldados que hice entre las balas y los fusiles que compré a costa de torrentes de sangre? ¿Por qué corrió igual suerte el benemérito Camargo mandándolo a Chayanta de Sub Delegado dejando sus soldados y armas para perderlo todo en Sipe Sipe? Olvídase muy en buena hora el empeño del Perú y sus revoluciones de tiempos inmemorables para destruir la Monarquía? ¿Si Buenos Aires es el autor de esa revolución, para qué comprometernos y privarnos de nuestra defensa? El haber obedecido todos los peruanos ciegamente, el haber sacrificado inauditos, haber recibido con obsequio a los Ejércitos de Buenos Aires, haberles entregado su opulencia, unos de grado y otros por fuerza, haber silenciado escandalosamente saqueos, haber salvado los ejércitos de la patria ¿son delitos? ¿A quiénes se debe el sostén de un Gobierno que él se acuchilló? ¿No es a los esfuerzos del Perú que ha entretenido al enemigo, sin armas por privarle de ellos los que se titulan sus hermanos de Buenos Aires? Y ahora que el enemigo ventajoso inclina su espada sobre los que corren despavoridos y saqueando, ¿debemos salir nosotros sin armas a cubrir sus excesos y cobardía?Pero nosotros somos hermanos en el calvario y olvidados sean nuestros agravios, abundaremos en virtudes. Vaya U.S. seguro de que el enemigo no tendrá un solo momento de quietud. Todas las provincias se moverán para hostilizarlo; y cuando a costa de hombres no hagamos de armas, los destruiremos para que U.S. vuelva entre sus hermanos. Nosotros tenemos una disposición natural para olvidar las ofensas: Quedan olvidadas y presente.Recibiremos a U.S. con el mismo amor que antes; pero esta confesión fraternal, ingenua y reservada, sirva en lo sucesivo para mudar de costumbres, adoptar una política juiciosa, traer oficiales que no conozcan el robo, el orgullo y la cobardía.Sobre estos cimientos sólidos levantaría la Patria un edificio eterno.El Perú será reducido primero a cenizas que a la voluntad de los españoles.Para la Patria son eternos y abundantes sus recursos, U.S. es testigo. Para el enemigo está almacenada la guerra, el hambre y la necesidad, sus alimentos están mezclados con sangre y, en habiendo unión, para lo que ruego a U.S. habrá Patria.De otro modo los hombres se cansan y se mudan. Todavía es tiempo de remedio: propende U.S. a ello si Buenos Aires defiende la América para los americanos y si no… Dios guarde a U.S. muchos años.Laguna, diciembre 21, 1815
Manuel Ascencio Padilla.
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