Por: Ivone Juárez / Pagina Siete 2 de diciembre de 2018.
La tarde del 2 de noviembre de 1972, en plena dictadura militar de Hugo Banzer,
apenas comenzaba. Los habitantes de la Isla de Coati (Luna) del lago Titicaca
acababan de regresar del cementerio después de despedir a las almas de sus
familiares muertos. En la mañana habían recibido en sus casas a los presos de
la cárcel construida en su isla durante la Guerra del Chaco (1932-1935) por los
prisiones paraguayos. Los reos rezaron por los difuntos de los coateños a
cambio de leche y otros alimentos.
A las 14:00, aproximadamente. el sol amarillo de noviembre reflejaba sus rayos
en las aguas celestes y gélidas del lago de los incas que rodeaban la prisión:
la Alcatraz de los Andes hasta entonces.
De pronto comenzó un partido de fútbol en la cancha que estaba delante de la
prisión y al borde del lago. Los presos contra sus carceleros. Los primeros
habían lanzado el desafío después del almuerzo y lo anunciaron a gritos. Los
comunarios estaban soprendidos, el partido no era usual, así que no podían
perdérselo.
Y comenzó el juego. La pelota iba de acá para allá, de un pie a otro, atrapando
la mirada y la atención de los que lo presenciaban..., hasta que uno de los
detenidos pateó el balón con tal fuerza que éste pasó por encima del muro de
adobe de más de 10 metros de alto y cayó en el patio, dentro la prisión.
“La pelota se entró a la prisión. Un preso entró a buscarla, pasó un buen rato
y no regresó, se perdió. Otro preso más entró. ‘No hay la pelota, dice que
están buscando, ¡vayan a ayudar!, gritó alguien y otro confinado más salió, y
se perdió igual. Pasaron unos minutos nomás y los jugadores aparecieron con
armas. ‘¡Ha caído el Banzer’, gritaban. Nosotros nos asustamos, no entendíamos
nada”, cuenta Miguel Rojas. Entonces tenía 23 años y junto con su hermano Juan
miraba el partido.
“Al gobernador, el coronel Burgoa, le sacaron el revólver y lo pusieron con las
manos atrás. Hicieron arrodillar a los agentes y éstos les entregaron sus
armas. La mayoría de los presos eran jóvenes universitarios y corrían por toda
la playa armados. Subieron corriendo hacia donde estaban los policías que
vigilaban la playa y la cárcel, y también los redujeron”, continúa Miguel.
Mientras relata la fuga se mueve y señala hacía diferentes lugares de la isla,
como queriendo dibujar con sus dedos lo que fue la temida prisión, de la que ya
no queda el mínimo rastro.
Y si los presos amotinados daban vueltas en la playa, armados con los fusiles
Mauser de los policías era porque no tenían oportunidad de salir de la isla
Coati sin las embarcaciones de los comunarios (seis botes a vela y uno a
motor), que no estaban a la vista.
“Tres semanas antes, el coronel Burgoa nos dijo que nos llevemos nuestros botes
de la playa porque tenía sospechas de que los presos querían fugar. Nosotros
nos los llevamos, pero no se de cómo los presos sabían dónde los teníamos y nos
llevaron hasta donde estaban, apuntándonos con las armas”, cuenta Rojas.
Antes, los presos amotinados, después de reducir a los guardias, hicieron
formar a los comunarios y los obligaron a quedarse en el lugar. Félix Mamani,
que entonces tenía 11 años, está convencido de que todo estaba planeado. “Lo
han planeado con tiempo. Los confinados eran como 82 y los agentes 19, y 11
estaban jugando fútbol, ocho nomás se quedaron en la prisión y estaban durmiendo”,
concluye 46 años después.
Tiene razón. Eusebio Gironda, uno de los fugitivos de Coati, en su libro Furia
de los Andes, Fuga de Coati lo confirma: “La fuga fue planificada con
anticipación pero no todo salió como estaba pensado. El primer ensayo se produjo
durante los últimos días de octubre de 1972, a la hora del té (...) se activó
la segunda opción: plantear al gobernador un partido de fútbol con los guardias
(...) en principio se negó porque consideraba incogruente que presos y guardias
jugasen un partido de fútbol”.
CRUZANDO EL TITICACA
A las 17:00 de ese 2 de noviembre de 1972 todo era confusión para los coateños.
“Los presos nos agarraron hasta a los que estábamos pasteando”, dice Félix
Mamani.
Miguel Rojas cuenta que los confinados querían que los llevaran en sus
embarcaciones hasta Puno, Perú. “Nos asustamos y les dijimos que Puno era
lejos, que en medio del lago íbamos a morir. Aceptaron que los lleváramos hasta
la frontera”, cuenta.
Remigio Mamani es otro de los propietarios de los botes que los presos
necesitaban para salir de Coati. Afirma que fue obligado a transportarlos en su
embarcación.
“Nos hicieron llevarlos hasta la frontera con Perú. Pasamos la frontera y los
peruanos no nos querían soltar. ‘Su gobierno es malo (dictadura de Banzer) y
los van a liquidar’, nos dijeron. Llegamos hasta Lima, estuvimos ahí una semana
y nos devolvieron a la Guardia Nacional, en el Desaguadero y de ahí directo al
Ministerio del Interior y a la cárcel de San Pedro nueve meses, donde fuimos
incomunicados, y torturados, acusados de complicidad”, afirma.
Fueron seis los balseros que fueron acusados de complicidad en la fuga de Coati
y encarcelados: Remigio, Lorenzo y Juan, aún vivos, y Juan, Benjamín, Simón y
Florencio, ya fallecidos.
Sus paisanos Miguel, Félix y Remigio rememoran la fuga de parados en medio de
una cancha de cemento a la que bautizaron como Fidel Huanca, el nombre de un
locutor de radio Méndez que visitó su isla hace muchos años.
El campo deportivo está sobre lo que fue la cancha de tierra donde, en 1972, al
menos 60 presos políticos concretaron con éxito su plan de fuga.
En el lugar se puede jugar fútbol y básquet. Cuando no hay partidos, llamas,
ovejas y vacas se pasean en ella. Fue construido por la comunidad después de
que las aguas del Titicaca, que crecieron cuatro metros, barrieron con la
prisión en los años 80. Con la cancha quieren olvidar a la temida cárcel de
Coati, donde –según afirman los comunarios– se infligían castigos crueles a los
presos y hasta “se los hacía desparecer”. “Nosotros no queremos saber nunca más
de una cárcel aquí”, afirman.
CÁRCEL PARA PRESOS POLÍTICOS Y “ANGELITOS”
La cárcel de Coati fue construida en los años 30 del siglo pasado y, además, de
albergar a peligrosos delincuentes, a los que se los llamaba “angelitos”,
también era lugar de confinamiento de presos políticos, hasta finalizar la
década de los 70, aproximadamente.
La prisión era famosa porque era imposible huir de ella pues se encontraba
rodeada por la gélidas aguas del lago Titicaca y porque los prisioneros eran
sometidos a castigos “inhumanos”.
Jaime J. cuenta que en los años 60 su padre fue confinado en Coati como preso
político. Allí, junto a otros prisioneros, decidieron declararse en huelga de
hambre hasta conseguir su libertad. Cuando el encargado de la prisión se enteró
de su decisión, los encerró durante días en una de las celdas, sin comida y sin
agua. Cuando decidió terminar con el castigo, les dijo: “Eso es una huelga de
hambre”.
Debilitados por el castigo nunca más intentaron una protesta, menos huir de la
prisión. El padre de Jaime sobrevivió a Coati y contó a sus hijos su paso por
esa temida cárcel.
Carlos B. también pasó por Coati, a finales de los años 60, como preso
político. Era muy joven y cuenta su experiencia con cierta nostalgia porque ahí
conoció a gente que compartía su ideología.
“Era un lugar al que nadie llegaba a visitarte porque entonces estaba tan
alejado”, cuenta. Recuerda a mucha gente que estuvo con presa, con él y también
a un perro que criaban los presos. El can se llamaba Papillón.
Los comunarios de la Isla de Coati, o de la Luna, afirman que en la prisión fue
encarcelado incluso el expresidente Hernán Siles Suazo, el diregente de la COB
Juan Lechín Oquendo y otros políticos históricos de Bolivia.
“Los políticos saben estar aquí, en mi tiendita, donde venían a comprar
sardinas, coca, pan”, afirma Juan Rojas. Él es otro de los balseros que fue
obligado a transportar a los fugitivos de Coati en 1972. Tiene 93 años y conoce
toda la historia de la cárcel.
“Por aquí pasaron más de 30 gobernadores de la cárcel. Sufrimos harto con esa
cárcel aquí. En un tiempo habían 80 presos políticos y unos 30 maleantes”,
afirma.
DE LA PRISIÓN DE COATI A LA HABANA
En la fiesta de Todos los Santos de 1972, más de 60 presos políticos fugaron de
la cárcel de Coati. La noticia se conoció en La Paz, el 4 de noviembre. El
periódico El Diario tituló: “50 presos fugaron de Coati”.
“Utilizando el soborno, los políticos detenidos en la isla lacustre huyeron a
Yunguyo (...) contando con la complicidad de algunos agentes, a quienes se
entregó un cuantioso soborno financiado en el exterior”, informó el periódico.
De acuerdo con los reportes periodísticos de la época, después de salir de
Coati, los fugitivos, “en los cuales figuran profesionales de distintas
especialidades y estudiantes universitarios, en su mayoría izquierdistas”,
llegaron a Yunguyo, Perú, solicitando asilo político. En ese país no recibieron
una respuesta inmediata a su pedido, así que decidieron solicitar ayuda a
Chile.
El 7 de noviembre, El Diario informaba que los evadidos habían llegado a Cuba,
donde recibieron asilo político. “Viajaron anoche de Lima a Cuba. El Ministerio
de Interior proporcionó la nómina de todos los comprometidos”, precisaba el
medio. Al mismo tiempo revelaba que cinco confinados murieron durante la fuga:
“Jorge Satorce, Luis Véliz y otras personas identificadas solamente como Ojopi,
Ossio y Raúl”. Ángel Quispe, un estudiante de 15 años, estaba entre los
fugitivos, “también funcionarios del MNR, del Partido Comunista, del Partido
Indigenista, del Ejército de Liberación Nacional, del Partido Independiente
Nacionalista y otras organizaciones”.
// JORGE FRÍAS SIGG Y SU HISTORIA DE AMOR, TORTURA Y ESPERA (Escrito para el
matutino beniano: La Palabra del Beni.)
La historia del doctor Frías es una historia de amor, tortura y espera. Nació
en Guayaramerín, población amazónica ubicada en el norte del departamento del
Beni, allá estudió en el colegio Manuel Antonio Ojopi (MAO). Frías creció en
una época en la que el Partido Comunista de Bolivia tenía fuerte influencia en
la política nacional. Fue ese partido quien lo ayudó a formarse académicamente
en el exterior. Por ese entonces no tenía idea de las encrucijadas que le
presentaría la vida ni el sufrimiento que le acarrearían sus decisiones y
convicciones.
“Durante su vida y militancia fue un defensor de la democracia, luchador por
los ideales de la justicia social; su compromiso por una nueva sociedad guiaba
sus pasos durante su formación como profesional del derecho en la Universidad
Patricio Lumumba en Moscú (Rusia), su amor por Bolivia dirigió sus pasos para
retornar a su patria y ejercer su profesión; al ser abogado sus manos siempre
trabajaron por la justicia.
Marcos Octavio Medalla, un chileno radicado en Toronto-Canadá, compañero de
universidad. Medalla tenía un motivo poderoso para buscar a Jorge, un motivo
que devela otra faceta del beniano, pero también los efectos que los gobiernos
militares causaron en quienes se opusieron a su régimen. Medalla publicó, en
septiembre de 2007, en su blog El Purgante: Busco a JORGE FRIAS SIGG, Lumumbero
de BOLIVIA.
“En los años que Jorge Frías estudio en Moscú, se conoció con una bella
muchacha, Olga Yurevna. Se encontraron en la estación de Oktiabrskaya, lugar
tan conocido nuestro. Cinco años se prolongó la amistad entre Jorge y Olga y
finalmente formaron una familia. Su matrimonio fue registrado el 19 de Junio de
1969”, escribió Medalla, hace más de una década.
“El 2 de Diciembre de 1969 nació un hijo, Mario. Al término de sus estudios, en
Enero de 1970, Jorge viajó de regreso a Bolivia. Por dos años Jorge y Olga
mantuvieron correspondencia. La última carta de Jorge a Olga llegó desde CUBA
en 1973. En esa carta Jorge contaba que había estado prisionero en un campo de
detenidos en Bolivia, luego del último golpe militar. Esas fueron las últimas
noticias que Olga recibió de Jorge”, continuó.
Y era cierto. El investigador y comunicador Edgar Ramos Andrade, le confirmó a
Radio Patujú que Frías fue parte del grupo de 67 bolivianos que escapó de la
isla Coati en el lago Titicaca, durante la dictadura de Banzer.
“En fecha 2-noviembre-1972, en el apogeo de la cruel dictadura de Hugo Banzer,
67 detenidos políticos de la informal ´cárcel´ en la Isla Coati ejecutaron un
audaz plan de fuga masiva que dejó en ridículo a represores y dictadores”,
publicó Ramos, en un documento titulado “Homenaje urgente a los evadidos de
Coati 1972”, firmado en Riberalta, el 26 de octubre de 2014.
“Uno de los evadidos fue Jorge ´Satoracho´ Sattori Rivera, riberalteño y
militante del Partido Comunista, prisionero político (varias veces) de la
dictadura banzerista; recapturado tras la fuga de Coati; exiliado a Argentina,
Chile, Venezuela y que falleció en junio de 1980, cuando era candidato a
diputado beniano por la UPD; el avión que despegó de El Alto, se estrelló cerca
de Laja. Allí murieron también, Enrique Barragán, Jorge Álvarez Plata, y Douglas
Veizaga. Se salvó Jaime Paz Zamora, ese que nueve años después pactó con
Banzer”, añadió el comunicador, con lo que nos ayuda a entender las
circunstancias por las que atravesó Frías, y otros benianos, décadas atrás.
Cuando Marcos Octavio Medalla publicó en su blog que estaba buscando al
boliviano lumumbero, recibió la rápida respuesta de uno de sus seguidores,
Eusebio, quien le pasó el dato de que Frías trabajaba en un banco en Bolivia,
incluso atinó a pasarle un número de teléfono. La pista, sin embargo, no lo
acercó al abogado.
Tuvieron que pasar casi siete años para que alguien le dé otra referencia de su
excompañero universitario.
“Él es mi tío y como hace 10 años que no viene donde vivimos, mi madre que es
su hermana lo extraña mucho ya que ella ya es mayor de edad”, escribió Laura
Sigg.
“Yo buscaba a tu tío porque tiene un hijo o hija desconocida en Moscú y un
programa de Tv de Rusia quería llevarlo a conocer su familia. Un sobrino que
está en España me escribió pero no logramos contactar a tu tío. Si sabes algo
avísame”, respondió Medalla, pero el rastro volvió a desvanecerse.
Enterados de su búsqueda y de la muerte de Frías, contactamos a Medalla y le
preguntamos si todavía estaba interesado en saber sobre el paradero de su
excompañero universitario. “No. Eso fue hace 10 años. Ese programa ya no
existe”, respondió en un primer correo electrónico.
“Yo también quise ayudar hace 10 años y contacté a un banco donde trabajó
supuestamente el Sr. Frías. Contacté familiares directos y nadie me dio
información de su paradero. Ahora por un medio boliviano supe que Jorge murió
en la indigencia y abandono. Me escriben ahora sus familiares y periodistas.
Demasiado tarde para Jorge”, describió ante nuestra insistencia.
Pero tal vez no sea tarde, el mismo Medalla se ha dado cuenta, en un tercer
correo electrónico sostiene: “Ahora lo único que puedo hacer es tratar de
ubicar a la familia y decirles de su muerte”.
Jorge Frías Sigg fue enterrado la mañana del 12 de octubre de 2017 en el
Cementerio General de la ciudad de La Paz, en Bolivia. Quizás de ello nunca se
enteren Olga, su pareja de los años sesenta, ni Mario el hijo que quiso
conocerlo.
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Foto- postal - Grupo de indígenas aymaras posando en Isla de la Luna. (Lago
Titicaca) Aprox. 1904.
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Mas: Historias
de Bolivia.
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