EL ZAPATO DE LECHÍN


Por: Álvaro Riveros Tejada. / este artículo fue publicado originalmente en El Diario de La Paz, el 6 de diciembre de 2018. / Disponible en: https://m.eldiario.net/index.php?n=24&a=2018&m=12&d=06


 La pérdida de un zapato es un hecho que pareciera conllevar poca importancia, dado su carácter insignificante, empero, éste se hizo presente en nuestras vidas desde nuestra más tierna infancia, como en el cuento de “La Cenicienta”, cuando el extravío de su zapatilla de cristal selló su destino, al abandonar el baile de palacio apremiada por la hora que le había marcado su hada madrina que, de no observarla, hubiese roto el encanto y ella volvería a su condición de una humilde fregona; la bella carroza que la llevó al castillo se convertiría en una calabaza; y los imponentes caballos, en pequeños y simples ratoncillos.

Esta hermosa fábula cobra relevancia, al evocarnos episodios políticos acaecidos en nuestra historia, como la de un 4 de noviembre de 1964, cuando se producía el golpe de estado que dio fin al gobierno de Víctor Paz Estensoro y encumbró en el poder a su vicepresidente, el Gral. René Barrientos Ortuño, el mismo que doce años antes, piloteando un avión de la Fuerza Aérea, trasladó al jefe del MNR, desde su exilio en Buenos Aires, para que asuma la presidencia del país, tras la victoriosa revolución del 9 de abril de 1952.

En dicha oportunidad, y al fragor de una feroz balacera que se desarrollaba en plena Plaza Murillo, las masas enardecidas montaron sobre sus hombros al recio líder sindical, Juan Lechín Oquendo y, en una actitud netamente triunfalista, se aprestaron a introducirlo al Palacio Quemado con el propósito de entronizarlo en el poder. Fue en ese instante que, bajo el bramido de fusiles y ametralladoras, regando de pavor y sangre la esquina de la plaza con la calle Ayacucho, a escasos metros del sitio donde años antes había sido arrojado el cuerpo inerte del presidente Gualberto Villarroel; para ser luego colgado en el farol de la plaza, donde Lechín, en su huida forzosa, perdió un zapato y, a la inversa de la fábula de la Cenicienta, nadie se apresuró en recogerlo o cotejarlo. Por el contrario, el vulgo calificó el hecho como “kencha” o de mal agüero y se resignó a las circunstancias.

Continuando con esta anecdótica recurrencia histórica, el presidente Evo Morales perdió su zapato derecho, en la puerta de la Oficina de Registros del Tribunal Supremo Electoral, donde había acudido en compañía de su vicepresidente, para inscribirse como candidato del MAS, pese a que en el referendo constitucional del pasado 21 de febrero de 2016, la población rechazó la modificación del artículo 168 de la Constitución Política del Estado y se impuso el NO a la reelección de ambos mandatarios. La pérdida del escarpín fue calificada como una “mala señal” por los asistentes al evento.

Tras volverse a calzar el zapato perdido, y registrar su candidatura, a sabiendas que recién el día 8 de diciembre próximo se conocerá si ese binomio está habilitado, S.E. ha dejado en suspenso su reelección y, por ende, queda también en suspenso el mito de los zapatos perdidos.

N. de R.- Esta nota fue escrita antes de que el TSE habilite al binomio Morales-García Linera.

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OSCURANTISMO

Publicado en: Opinión de Cochabamba. 

Cuatro de noviembre de 1964. Recuerdo ese día como si fuera ayer. Radio “Batallón Colorados” de propiedad del Ejército, en cadena con radio Illimani, con el fondo de una marcha militar, prolegómeno de golpes de Estado de esencia castrense, difundía en un primer comunicado, que el presidente Víctor Paz Estenssoro había sido derrocado y asumía la conducción del gobierno, nada menos que su vicepresidente, el general de aviación René Barrientos Ortuño, el mismo que doce años antes, conduciendo una aeronave de la FAB, trasladó desde su exilio en Buenos Aires, al jefe del MNR para que asuma la conducción del país, tras la victoriosa insurrección del 9 de abril de 1952.

El golpe “Barrientista” estaba virtualmente consolidado, tras cruenta toma por aire y tierra, del último bastión de milicianos armados del MNR, parapetados en el cerro “Laikakota”, sede de Gobierno, hoy convertido en centro de esparcimiento para niños. Entretanto, eufóricos universitarios y estudiantes de secundaria, ganaban plazas y calles. Una algarabía expresada en manifestaciones populares, que intentaban llegar inútilmente hasta Palacio de Gobierno, ocupado por soldados del Ejército. En uno de esos intentos, el líder minero Juan Lechín Oquendo, en hombros de sus partidarios, perdió uno de sus zapatos. 

Una muchedumbre de jóvenes se dirigió hasta el “control político”, lugar de torturas y crímenes. Dicha casona ubicada en la calle Potosí, había sido abandonada por los agentes de represión que huyeron despavoridos. De manera que fue fácil liberar a varios presos militantes de la derechista Falange Socialista Boliviana (FSB). Muy jovencito, me encontré mezclado entre los ocupantes del siniestro local, cuyo mandamás fue el tristemente célebre “Negro” Claudio San Román. Observé a varios políticos. Uno de ellos, el magnífico poeta Héctor Borda, quien cargaba sobre sus hombros una ametralladora pesada, todavía humeante, disparada minutos antes contra civiles. Lo insólito, de lo que doy testimonio, es que en una habitación del fondo, cuya puerta fue volada con un cartucho de dinamita, encontramos apilados, miles de libros, en su mayoría de temática marxista leninista. Otros de propiedad de opositores, cuyas casas habían sido allanadas. Los muchachos nos llevamos como trofeo, además de armas, muchos libros empastados de toda temática. Dicho episodio, nos confirmó después, que los sucesivos gobiernos del MNR ocultaron el alimento más importante del conocimiento. Es decir, la sinrazón impidió que la cultura se manifieste a través de la lectura. Hubo un oscurantismo retrógrado como en la época medieval o en la Alemania Nazi de 1933, cuando se quemaban libros considerados anti-alemanes. El oscurantismo es enemigo del libre pensamiento. En Bolivia se quemaron bibliotecas enteras. Afortunadamente hoy somos libres de elegir nuestros libros favoritos. Prueba de esta afirmación es la organización de ferias como la que se clausura hoy. Solo nos falta estimular el hábito de lectura.

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