Por: Marco Fernández Ríos, Yuvert Donoso y Mario Vidal.
Uno de los movimientos armados más sobresalientes durante la guerra de la
Independencia es el acaecido en el pueblo de Tarabuco, aquel enfrentamiento que
tuvo lugar en la zona del cerro de las Carretas. Tres son las batallas
conocidas con el nombre de: “La Batalla de la Carretas”.
PRIMERA BATALLA: Según Ramallo y Luis Paz tuvo lugar el dos de mayo y según
Gantier y Miranda del 2 al 5 de agosto de 1814. Cuando los Guerrilleros Manuel
Asencio Padilla y su esposa Juana Azurduy de Padilla sabiendo que el coronel
Sebastián Benavente se dirigían al pueblo de Tarabuco para atacar, decidieron
atacar en dicha localidad con 1.900 honderos comandados por Juan
Huallparimachiq y 500 infantes. Fue una lucha intensa de 4 días, en dicha
acción murió valientemente Juan Huallparimachiq.
SEGUNDA BATALLA: Sucedió el 4 de abril de 1815. En este memorable combate
aparecen los caudillos indígenas Pedro Calisaya e Ildefonso Carrillo.
TERCERA BATALLA: Se llevó a cabo el 12 de marzo de 1816 en Huano Huano
actualmente conocido como Jumbate, (deformación quechua de combate).
El libro Doña Juana Azurduy de Padilla, de Joaquín Gantier, relata lo ocurrido
en la Batalla de Jumbate, el 12 de marzo de 1816, que sirve de referencia para
la celebración de la Festividad del Pujllay, cuando indígenas yamparas
derrotaron a un contingente del ejército realista español.
Los realistas no solo habían sido derrotados por las guerrillas de Manuel
Ascencio Padilla y Juana Azurduy, sino también por Jacinto Cueto en Sopachuy.
Estas victorias alentaron a los indígenas de Tarabuco, quienes se sublevaron y
encerraron a los peninsulares en la región entre La Laguna y Takopaya.
Desesperado, el militar español José Santos La Hera vio el modo de abrirse paso
a Chuquisaca con el batallón Centro, comandado por el coronel Castilla, y el de
la Guardia del General, que por el color de su uniforme era conocido por el
nombre de Verdes, y que estaba dirigido por el coronel Herrera.
Como la tropa carecía de alimentación y cabalgaduras, se hizo una nueva requisa
de ganado caballar y bovino en la región que dominaban.
Elegido Castilla para abrir el paso deseado, salió muy seguro de su intento,
pero, apenas transcurrido un día de marcha, volvió derrotado y sin el ganado ni
las cabalgaduras, que le habían sido arrebatadas por los indígenas. La Hera,
exacerbado, puso de lado al coronel, y llamando a Herrera, que tenía fama por
su valor y por ser sanguinario, le dio la orden de abrirse paso a sangre y
fuego. Pocas leguas caminó Herrera cuando nubes de montoneros lo acometieron,
pero siguió adelante. A sangre y fuego avanzó hasta llegar, el 12 de marzo de
1816, a Jumbate, situado entre la serranía de Carretas y Tarabuco. Allí lo
esperaron los indígenas tarkafucus (nombre del que viene Tarabuco), comandados
por Pedro Calizaya, Idelfonso Carrillo, Prudencio Miranda y el mestizo José
Serna.
El indígena Carrillo agitó su montera en el norte, Calizaya en el sur hizo otro
tanto, Miranda estaba en el este y, para completar los cuatro puntos
cardinales, Serna avanzó por el oeste. Una vez acorralada la Guardia del General,
Herrera ordenó formar un cuadro, y él se situó en el centro. Los montoneros
atacaron a pedradas, pero los fusiles españoles barrieron las primeras filas.
Carrillo levantó un cadáver y lo arrojó contra los españoles, lo que produjo el
entusiasmo entre sus hombres. Los españoles, confiados por la serenidad de su
jefe, avivaron el fuego.
El espacio estaba sembrado de cuerpos sin vida; por un tarkafucu muerto
aparecían diez indígenas con renovado ímpetu. Las municiones se agotaban y la
hueste montonera avanzaba ciega de furor. La gritería era infernal. Los puntos
cardinales se habían llenado de indígenas, que con audacia increíble se
lanzaban sobre el más bizarro y valiente batallón realista, el Verdes.
“A la bayoneta”, ordenó Herrera, y éstas se clavaron en los cuerpos. Calizaya y
Miranda, escudándose con los cadáveres, saltaron en medio de los españoles.
Allí fue la matanza. Ningún cráneo quedó entero al golpe de las makanas.
En medio del grupo de cadáveres estaba el del arrogante Herrera, quien
despreciaba a los guerrilleros.
El sacerdote Luis Villarroel García, historiador chuquisaqueño, añade:
“Concluida la batalla de Jumbate, Carrillo (...) se acercó al cuerpo sin vida
del coronel Herrera, con un tajo de su cuchillo abrió el pecho para arrancarle
su corazón, luego lo levantó en lo alto mostrando a su gente, la que con un
griterío triunfante saludó la victoria. Carrillo, lanzando un grito atronador,
arrojó lejos el corazón de Herrera”, dice textual.
Foto: cuadro de la Batalla de las Carretas o Cumpati. / Via Correo del Sur.
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