DE LA POTENCIA MILITAR MÁS FUERTE, A LA MÁS DÉBIL DE LATINOAMERICA


Por: José Antonio Loayza Portocarrero. Este artículo fue publicado originalmente en Siglo y Cuarto Documentos Históricos, el 10 de junio de 2018.

ANDRÉS DE SANTA CRUZ, Y LA CONFEDERACIÓN PERÚ BOLIVIANA

De la potencia militar más fuerte, a la más débil de Latinoamérica

El pasado 1 de abril, el Global Firepower Index (Índice global de potencia de fuego) dio a conocer el listado de los países con mejor y mayor capacidad militar. La medición se hizo utilizando factores de población, geografía, industria militar, recursos naturales, flexibilidad y capacidad logística, entre otros datos. En cuanto a poder militar y presupuesto, encabezan la nómina Brasil, Argentina, Perú, Colombia, Venezuela, Chile, Ecuador y Bolivia; en ese orden.

¿Qué ocurrió? Bolivia era una potencia indomable, venció al Perú en Yanacocha y Socabaya en 1835 y 1836, a Chile en Paucarpata en 1837, a la Argentina en Iruya, Humahuaca y Montenegro en 1838. ¡Bolivia era el poder de América! Qué pasó, o que antecedió para que se convierta en un país débil. La respuesta, salvo algún parecer diferente, fue sin duda la derrota en Yungay.

Bolívar quería crear la Patria Grande, la Federación de Naciones. Santa Cruz tomó esa idea integracionista y entre 1836 y 1839, decretó establecida la Confederación Perú Boliviana, compuesta por el Estado Nor Peruano, el Estado Sud Peruano y la República de Bolivia.

Ante el llamado a un Congreso de Plenipotenciarios encargado de fijar las bases de la Confederación Perú-Boliviana, Diego Portales, sin menoscabo alguno, comprometió a la Argentina y al Ecuador, en contra de la Confederación, y lo confesó:

«Chile ha querido suscitar defensores no a sus intereses peculiares, sino a la causa general de los Estados Sur Americanos, cuyo equilibrio ha sido turbado por la incorporación de Bolivia y del Perú, incorporación tramada en el misterio y consumada bajo el imperio de la fuerza.»

La Confederación respondió que fundada la patria triunfante, tenía la misión sublime de resolver su existencia y la de sus hijos, y dio lectura a un proyecto de ley:

Art. 1.- La Nación boliviana aprueba por lo que a ella toca, el decreto protectoral de 20 de octubre de 1836, que estableció la Confederación Perú-Boliviana, en conformidad con la voluntad de Bolivia y de los Estados Sud y Norte peruanos, expresada solemnemente por las leyes de 22 de junio y 6 de agosto de 1836, sancionados por los Congresos de La Paz, Sicuani, Tapacarí y Huaura, e insiste en la Confederación de dichos Estados, cuya pronta perfección encomienda al Capitán General Presidente de la República, Andrés Santa Cruz.

Art. 2.- Se aprueban todos los actos del Capitán General Andrés Santa Cruz, como protector de la Confederación, ejercidos en uso de las autorizaciones con que fue investido por la ley de 20 de junio de 1836.

Chile abominó contra la Confederación Perú-Boliviana con denuestos de gran calibre porque sabía que era un contendor que haría difícil su codicia expansionista, y decidió con una expresión guasona y con el genio de que las victorias son las armas, destruir la Confederación. El 15 de septiembre de 1837, zarpó la flota chilena con un ejército de 3.200 hombres al mando del almirante Blanco Encalada. El 5 de octubre inició su caminata a Arequipa, adonde llegó el día 12. Blanco convocó a un Cabildo en la capilla de la universidad arequipeña, y organizó un gobierno nombrando Jefe Supremo de la República al general Antonio Gutiérrez de la Fuente, a su vez este nombró Ministro General al doctor Felipe Pardo, a su vez este nombró Prefecto de Arequipa al general Ramón Castilla. El miedo los deshacía, temían encontrarse con el ejército de Santa Cruz.

El 14 de noviembre Santa Cruz tomó los altos de Paucarpata, los chilenos intuían su muerte, lloraban, discutían, escribían cartas de despedida, porque cualquier momento se ordenaría el ataque, ya habían recibido de su capellán el sacramento final. Pero consta que Santa Cruz dentro de varias conclusiones absurdas, optó por el dialogo cuando podía triunfar, y le envió a Blanco una invitación con marbete oficial para una entrevista, Blanco abrió la carta con miedo y se apresuró en responder:

«Hoy a las tres de la tarde me tendrá Ud. en el pueblo de Paucarpata, la confianza con que me entrego sin más salvaguardia que el honor de Ud. prueba el aprecio que doy a su palabra.»

A las tres de la tarde, Blanco todo pálido, vestido de marinero, vio que Santa Cruz se aproximó y con los ojos cerrados sintió que dos brazos lo tomaron por la espalda y lo atrajeron como un padre a un hijo, hablaron durante dos horas, cenaron juntos, oyeron misa en el convento de monjas.

El 17 de noviembre se firmó el Tratado de Paucarpata, en “nombre de Dios Todopoderoso Autor y Legislador de las sociedades humanas”. Blanco prometió olvidar y sepultar los malos momentos; a no tomar armas el uno contra el otro; a abstenerse de toda reclamación sobre lo ocurrido; a devolver en ocho días los barcos arrebatados, y juró por lo más santo que el gobierno de Chile enviaría la ratificación al puerto de Arica dentro de cincuenta días de firmado el tratado…

Qué fue: ¿Fue logia contra logia?, ¿fue complejo de inferioridad?, ¿fue por resguardar la paz? ¡Qué fue! En la lejanía, los últimos barcos chilenos balanceando sus popas de puro contentos, viraron al horizonte después de haber salvado sus vidas; eso fue el 15 de diciembre de 1837.

El Tratado de Paucarpata, fue un tremendo error que fomentó la traición y el triunfo final de Chile, que no ratificó el Tratado y lo sometió a proceso a Blanco Encalada por la desatinada solución que le dio a su misión… y la guerra empezó.

Yungay, 20 de enero de 1839. Eran 6.000 contra 6.000, ambas fuerzas lucharon desde las cinco de la mañana hasta las cinco de la tarde. Chile destruyó a las cinco compañías que ocupaban la cumbre Pan de Azúcar, eso fue terrible, perecieron todos, pese a que el batallón del coronel Manuel Isidoro Belzu defendió el sitio donde quedaron 2.400 soldados muertos y se tomó a 2.000 prisioneros. Al final de la tarde, el general Santa Cruz, acompañado de sus generales, jefes y una porción de oficiales echándose culpas unos a otros, buscaron motivos antes de huir. A las 16 leguas, ya no se veían las elevadas plumas blancas, o los soberbios penachos, o los orgullosos estandartes bordados, ni el lujo de las grandes placas o el brillo de las armaduras de la escolta de honor. Sólo se veía humo y fuego, y un profuso incienso que soplaba el capellán por la soledad, el hambre, la miseria, el abandono, la muerte, y la cara aterrada de Santa Cruz que avistaba de cuando en cuando mientras se alejaban, a los desesperados que se estremecían entre hayes de dolor, junto a los muertos que se quedaron a pudrirse en los barrancos.

Después de Yungay hubo otra guerra internacional con el Perú, la de Ingavi, el 18 de noviembre de 1841, más nada. El país ya no pudo levantarse, los genios políticos y militares luchaban entre ellos por sus intereses, sus ambiciones, y fue así hasta la Guerra del Pacifico, en cuyo tiempo por la inestabilidad política tuvimos 17 presidentes y Chile sólo 5, ese índice se duplicó posteriormente porque nunca aprendimos de la historia. Hoy Bolivia es un país débil y pobre, mantiene a un ejército con un alto presupuesto a sabiendas que nunca entrará en combate con ningún país vecino; a sabiendas que su función nacional y constitucional no trasciende; a sabiendas que con ese capital podría fortalecer la precaria cualidad de los vacíos institucionales; a sabiendas que el triunfo vital no es vencer al otro, sino crecer, crear, para no nacer de nuevo con cada régimen, ni hacer más vulnerable nuestra peligrosa existencia.

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