Después de la masacre al primer ejercito auxiliar de Castelli por los potosinos en agosto de 1811 y la posterior pacificación, el ejército peruano, bajo mando del mendaz Goyeneche, estaba avanzando hacia el sud. En la batalla de Amiraya derrotó completamente al contingente auxiliar que había sido reorganizado en Cochabamba. Pueyrredón, temeroso de que esta nueva noticia pudiera reanimar a los potosinos para nuevos actos hostiles anuncio calurosamente que Díaz Vélez, el comandante auxiliar en el distrito de Cochabamba, había obtenido una espléndida victoria. Las campanas de las iglesias anunciaron el engaño a la Villa imperial. Pero la deshonestidad fue descubierta pronto, cundo un fraile franciscano recibió de un amigo, oficial del ejército de Goyeneche, un narración detallada de la batalla de Amiraya. La carta hablaba además de la magnanimidad con que Goyeneche había tratado al pueblo de Cochabamba. La noticia se expandió igual que un rayo y nuevamente los ánimos se levantaron contra los auxiliares. Poco después, Díaz Vélez entró en Potosí con su unidad derrotada, probando que la carta del fraile había sido muy verídica. Era entonces aconsejable para el ejército argentino evacuar Potosí.
Díaz Vélez, temiendo acertadamente que esta derrota pudiera agitar más sentimientos hostiles y comprendiendo la imposibilidad de defender Potosí con un ejército desorganizado y una ciudad inamistosa, decidió dejar la Villa Imperial y retirarse a la Argentina. Pueyrredón y algunas unidades excelentes seleccionadas, permanecerían en la ciudad tanto como fuera posible. Quería nada más que apoderarse de los repletos fondos depositados en la famosa Casa de Moneda, El banco de San Carlos, y otras agencias fiscales. Pidió a los potosinos cuatrocientas mulas para llevarse el botín. Elevase una protesta unánime entre los irritados ciudadanos.
Pueyrredón probó a calmar los ánimos diciendo que él no había tenido intención de llevar los fondos a la Argentina, sino que quería llevarlos a la villa altoperuana de Tupiza de modo que aquellos valores no cayeran en manos del enemigo. Pero el comandante se había engañado a sí mismo. La hostilidad hacia su pequeña unidad vino a ser más aguda y la posición del resto del contingente auxiliar era excesivamente precaria. Pueyrredón decidió dejar la ciudad durante la oscuridad de la noche sin decirlo a nadie. Dio la impresión de que l apartida haba sido pospuesta. Planeo que la noche del 25 de agosto de era el tiempo propicio para hacer la escapada. Todo estaba preparado, cuando a las siete y treinta de esa noche, se amotino su mejor unidad y la de más confianza. El comandante decidió que él y los restantes cuarenta y cinco auxiliares, debían tomar el camino inmediatamente. Si en la mañana los potosinos comprendían que parte de sus tropas había desertado, el pueblo sacaría ventaja de esa situación desesperada y liquidaría a él y sus soldados leales. Fue a media noche cuando el comandante y el resto de los auxiliares entraron a la Casa de Moneda para cargar las mulas con plata. Desde las doce hasta las cuatro de la mañana cargaron los animales con las barras de plata, trabajando en absoluto silencio. Luego a las cuatro y treinta, muy cuidadosamente, se movieron a través de las desiertas calles con la esperanza de alcanzar el camino abierto. Cada uno estaba sobresaltado, con los nervios de punta; era justamente la escapada de un ladrón después de un robo exitoso. Al alba habían alcanzado el campo abierto y franqueado la majestuosa montaña de plata.
Cuando despertó l pueblo comprendió que había sido víctima de un engaño. Los auxiliares habían partido llevándose las riquezas almacenadas de su Villa Imperial. Se tocó alarma, fueron batidas las campanas de las iglesias, el pueblo se organizó precipitadamente, buscando armas con ansia. Luego, igual que una furiosa avalancha, la gente corrió fuera de la ciudad en despiadada persecución de los auxiliares. El ejercito del pueblo alcanzo a una unidad argentina siguiendo a una desorganizada escaramuza. Pueyrredón estimo que lo atacaron doscientos hombres de pueblo, pero estos estaban pobremente armados y no tenían comando ni organización. El comandante argentino había colocado su unidad en una posición estratégica y esto, mas su gran superioridad de armas, forzó al pueblo a retirarse hacia el Cerro Rico. Pueyrredón inicio nuevamente su marcha perseguido por los potosinos. Se repitió la escena anterior, con idénticos resultados. Esta clase de escaramuza móvil continuó durante todo el día, hasta la llegada de la noche empujo a los perseguidores hacia Potosí. Entre tanto mucha gente del pueblo había intentado aprehender a los auxiliares. La facción de los realistas, o pro-Lima, había tomado tranquilamente la ciudad.
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Fuente: La Dramática Insurgencia de Bolivia - Charles W. Arnade / Librería Editorial G.U.M.
Fotos: Monedas potosinas / Pueyrredón.
EL PRIMER EJÉRCITO AUXILIAR ARGENTINO ROBA LA PLATA POTOSINA (final) Después de la masacre al primer ejercito auxiliar...
Publicada por Historias de Bolivia en Jueves, 4 de febrero de 2021
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