Por: Roberto Ojeda Escalante / Texto para el Centro Cusqueño
de Investigaciones Históricas Enfoques (CCIHE)
Viernes 24 de abril de 2020.- Ya es un consenso
reconocer que las epidemias fueron la principal causa de la disminución
demográfica de las américas. Compartiendo escenario con guerras, explotación
laboral y deterioro ambiental, las enfermedades virales casi inexistentes en
los pueblos precolombinos, crearon un escenario capaz de transformar la
sociedad por completo. Sin la viruela, el sarampión y el tifus; la pólvora y la
espada no hubieran bastado para imponer el dominio europeo.
Comprender el impacto de las epidemias nos puede servir en
los tiempos actuales, especialmente cómo fueron vistas por la población nativa,
cómo las enfrentaron y qué repercusiones sociales generaron. Las epidemias
desconocidas parecen una novedad en estos tiempos, sin embargo, nuestros antepasados
enfrentaron un problema similar, al que –por raro que nos parezca– combatieron
bailando.
El primer conquistador fue la viruela
Antes de que los españoles llegaran con sus armas nuevas,
con sus caballos y su cruz, otros seres diminutos se les adelantaron en el
viaje. Varias crónicas relatan una epidemia que mató al inqa Wayna Qapaq y
varios de sus acompañantes, incluido el sucesor Ninan K’uyuchi, hechos que
debieron suceder entre 1524 y 1527. Los autores que han abordado el tema (Cook
1999, Newson 2000) reconocen que se trató de una viruela que habría llegado por
la costa, donde los tripulantes de la primera expedición de Pizarro habrían
dejado ropas infectadas, o tal vez llegó del norte, donde los españoles habían
llevado el virus que se fue extendiendo rápidamente, de pueblo en pueblo.
Nuestros autores dan la segunda opción como la más probable.
Bernabé Cobo cuenta que los indígenas recurrieron a una de
sus curaciones tradicionales para salvar al monarca, pero no les funcionó:
“Poco después desta primera llegada de los españoles a esta
tierra, estandose el Inca en la provincia de Quito, dio a los suyos una
enfermedad de viruelas, de que murieron muchos […] Estando muy enfermo,
despacharon sus criados dos postas al templo de Pachacama a preguntar que harian
para la salud del Señor. Los hechiceros, que hablaban con el demonio,
consultaron al idolo, el cual les respondio que sacasen al sol al Inca y luego
sanaria. Hicieronlo asi, y sucedio lo contrario, que en poniendolo al sol, al
punto se murió”.
Cobo 1964 [1653], capítulo XVII
Se tiene registro de que en los Andes prácticamente no
existían enfermedades virales que pudieran generar epidemias. Las enfermedades
se combatían con remedios específicos que combinaban uso de yerbas u otros
elementos naturales, rituales que armonizaban al enfermo, y una dieta que
servía de medicina preventiva. Todos los seres sagrados también cumplían alguna
función sanadora y, por eso, no es extraño que expusieran al inca al sol, su
padre simbólico. Otro testimonio nos recuerda que también podría tratarse de
una costumbre norteña:
“Y la cura que yo les vi hacer es: un dia de gran sol se van
a un boyo y se meten dentro y luego salen y se echan al sol, y esto hacen
muchas veces”.
Relación de la dotrina e beneficio de Nambija y Yaguarsongo.
En Jiménez 1965, tomo 3.
Pero el monarca no sanó, y la enfermedad se propagó por su
entorno cercano. Las crónicas indican que esto fue visto como un mal augurio, y
que además se extendió hasta el Cusco, donde llevaron los cuerpos de los
difuntos para momificarlos. Entendamos que no tenían miedo a una propagación.
Entonces, la enfermedad atacó a muchos habitantes de la ciudad, principalmente
parientes del inca fallecido, tanta mortandad hubo que los cronistas Sarmiento
de Gamboa y Cabello de Balboa confundieron el origen de la epidemia, sugiriendo
que se originó en Cusco.
Los testimonios dados por los cronistas inciden en que este
–entre otros sucesos– fue visto como señal de un nuevo tiempo; aunque esta
interpretación puede haber sido acomodada como parte del discurso de justificación
de la conquista. Los recuerdos de la gran mortandad se confunden con los de la
guerra civil inca, la versión que recibió Garcilaso (1609) sobre las matanzas
que realizaron las tropas de Atawallpa, debieron confundir la mortandad por la
enfermedad con las de la guerra.
COMIENZA LA CATÁSTROFE DEMOGRÁFICA
Durante veinte años (1532-1553), el territorio andino fue
sacudido por guerras constantes, muchos bandos en disputa causaron tremendos
estragos en la economía, el ambiente y en la vida misma de los pueblos. El
violento proceso transformó la sociedad andina de la forma más drástica que se
ha dado en su historia, pero la transformación mayor vino con la disminución de
la población nativa en un proceso más largo que alteró las dinámicas
socioeconómicas de los Andes, facilitando a los europeos la implementación de
sistemas de explotación injustos y violentos.
Recordemos que el interés principal de los conquistadores
era obtener riqueza. Primero apropiándose de los tesoros existentes, luego de
las tierras más productivas y las reservas minerales. Desde 1545 la mina de
Potosí empezó a convertirse en el eje de la actividad económica del recién
nombrado Virreinato del Perú, que abarcaba casi todo el occidente sudamericano.
La mano de obra requerida tuvo que afrontar dos problemas, por un lado la lucha
encabezada por Bartolomé de Las Casas para evitar la esclavización de los
indígenas, y por otro la disminución de la población indígena.
Gracias al trabajo de Cook (2010), tenemos la ubicación
precisa de las principales epidemias en los Andes, así tenemos que para el año
1546, una epidemia de tifus, o más probablemente neumonía (Cook 1999: 352),
afectó fuertemente a la población:
“...vino una general pestilencia por todo el reino del Perú,
la cual comenzó de más adelante del Cuzco y cundió toda la tierra, donde
murieron gentes sin cuento. La enfermedad era que daba un dolor de cabeza y
accidente de calentura muy recio, y luego se pasaba el dolor de la cabeza al
oído izquierdo, y agravaba tanto el mal que no duraban los enfermos sino dos o
tres días”.
Esquivel y Navia 1980 [1750]: 142
También la viruela reapareció en distintos brotes. El padre
Diego Rodríguez de Figueroa describe al inca Titu Kusi Yupanki tras su
encuentro de 1565, indicando que tenía el rostro con señas de haber tenido
viruela. Titu Kusi estuvo con españoles algunos años después de 1539, antes de
ser rescatado y llevado junto a su padre Manqo Inqa en el estado refugio de
Vilcabamba. Debió ser en esa estadía cuando contrajo el mal, que logró superar,
pues los incas ya habían lidiado con esta enfermedad en el pasado.
No era lo mismo para otras poblaciones indígenas que
sucumbían a sus efectos. Para suplir esa carencia de mano de obra, los
españoles importaron esclavos africanos, una de las razones era la resistencia
de estos a la viruela:
“Ellos no sentían mucho ésta pavorosa enfermedad porque
conocían un método de autoinocularse, costumbre que llamaban “la compra de la
enfermedad” y que les determinaba una inmunización rudimentaria”.
Criales 1995
La viruela era una enfermedad africana que los europeos
transportaron a América a través del comercio de esclavos, por eso estos sabían
cómo enfrentarla. Pero aunque existiera esa posibilidad, los africanos no se
adaptaron al clima de altura, sufriendo otras dolencias que los debilitaban y
morían. Hernán Criales cuenta cómo los esclavos negros terminaron
desapareciendo de Potosí. Las formas africanas de curarse no fueron
transmitidas a los andinos probablemente porque las rígidas castas de la
sociedad colonial no facilitaban ese tipo de intercambios.
Entonces, a las autoridades no les quedaba más que forzar a
los indígenas a trabajar y para esto los necesitaban saludables. Tampoco fue
que las epidemias afectaron por igual en climas y tierras tan diversas, fueron
mucho más drásticas en zonas costeñas, donde había más presencia de españoles,
haciendo que el oidor Juan de Matienzo quedara sorprendido:
“En la Sierra hace frio, y estan hechos los indios al frio,
y en los Llanos hace mucho calor, y aun con tener este temple, mueren muchos
indios y enferman todos, que era gran lastima y aun no pequeño cargo de
conciencia”.
Matienzo 1967 [1567]: parte segunda, capit. IV
LOS PRIMEROS HOSPITALES
“Porque en Potosi concurre mucha cuantidad de indios muy
ordinariamente, y habiendo tantos, aunque el asiento es sano, no puede dexar de
haber enfermos, y por esta causa hay en el un hospital para los curar”.
Matienzo 1967 [1567]: capit. XLI
Las autoridades coloniales fundaron hospitales diferenciados
para españoles y para los “naturales”, de estos últimos se crearon en
Lima (1549), Huamachuco y Huamanga (1555), Cusco (1556) y La Plata (1557). Una
interesante descripción de este tipo de establecimientos nos la da Antonio
Calancha:
“I los Ospitales curan sus enfermos con regalo, porque los
Indios con poco les sobra, i el que apetecen los Espanoles no les aze falta,
porque se crian sin el, i no son antojadizos de nuestros potages; quieren mas
su agi, que nuestras especias, i sus medicinas de yervas sinples son de mejor
salud para ellos, que nuestras drogas de botica […]
[El hospital tenía] pagando un medio medico, que es entero
cirujano que anda visitando la Provincia, que a vezes aprende a curar de los
mesmos Indios, que con yervas i sinples curan en breve enfermedades peligrosas,
i mejoran males desahuciados”.
Calancha 1974-81 [1638], capit. XIV
¿Qué motivaba a construir hospitales en una población que
aparentemente se enfermaba poco, y cuando se enfermaba usaba remedios
tradicionales bastante efectivos? Sin duda, para atender las enfermedades que
esos remedios no podían curar, es decir las enfermedades traídas con la
conquista.
Los hospitales no eran un centro de atención médica como en
el presente, sino espacios administrados por la iglesia, para atender a
diversos sectores desvalidos de la población (huérfanos, ancianos, enfermos).
En Florencia (Italia) el año 1348 se organizó la primera cuarentena para
controlar la peste negra que asolaba Eurasia. Luego de esta peste, la más letal
de la historia, los europeos habían aprendido que la mejor forma de enfrentar
este tipo de males era aislar a los enfermos, para que no continuasen
contagiando a la población. Los hospitales fundados en territorio andino
seguían esta motivación, aislar a los enfermos para proteger a los sanos.
En 1557-58 atacaron epidemias combinadas de catarro,
influenza, sarampión y viruelas. Años más tarde rebrotó la viruela (1566-69).
“En estas instituciones se prestaba “caridad” para los indios y se comenzó a
construir un sistema de salud que precario y todo lograba calmar algunas
conciencias” (Pilares 2020: 6). Parece que los hospitales ayudaron a contener
la expansión, pues hablando de los mitayos en los cocales, Matienzo observa:
“Es cierto que padecera necesidad, aunque este sano, porque
si enferma, pocos tienen remedio, por lo cual se hizo la ordenanza que a cada
indio se le de comida, con lo cual, y con el hospital que se hizo, ha cesado
gran parte del daño".
Matienzo 1567: capit. XLVIII
RECHAZAR AL DIOS CRISTIANO
El año 1564, el cura Luis Olvera denunció la existencia de
una “idolatría” en la provincia de Parinacochas. Se trataba de un movimiento de
rechazo a la religión católica, que tenía su epicentro en la vecina provincia
de Soras y Lucanas. Su principal ritual era un baile.
“Iban a sus provincias о pueblos particulares para ser
recebidos con el propio bayle taqui ongo o ayra. Tenían estos maestros tanta
fuerça en hazer lo que querian y en saver lo que deseavan que no dezían más
palabras de dezir ser mensajeros de las dichas guacas”.
Albornoz, en Duviols 1967: 36
El cura Bartolomé Álvarez describe algo similar, pero en el
altiplano:
“Tienen después a estos tales en veneración, como a hombres
dedicados a su diabólico culto; llaman a este ejercicio en lengua aimará
talausu, y en lengua del Cuzco taquiongo, que quiere decir ‘canto enfermo'”.
Álvarez 1998 [1588]: 126
El mismo Álvarez menciona un hechicero que también es
referido por Calancha, en la región de Conchucos (Ancash), en la misma época
(según la ubicación cronológica de las andanzas de Álvarez).
“Entre los Conchucos, indios del término de Uánuco, se hizo
un indio Dios e hizo entender a toda la tierra que era Dios; y los pocos días
que tuvo lo siguieron muchos y lo temían; y les hacía entender que en su mano
estaba el poder de llover y no llover, dar vida y salud, y otras cosas. Hasta
que fue sentido, y lo justiciaron con otros muchos. El indio se llamaba
Charimango".
Álvarez 1998 [1588]: 149
Tenemos por lo menos tres corrientes aparentemente
distanciadas, en Conchucos (charimangos), Lucanas (takionqoys) y Titicaca
(talausus). Se sabe que esta tendencia se extendía hasta Charcas.
“...entendio que no solamente en aquella provincia, pero en
todas las demas provincias y ciudades de Chuquisica, La Paz, Cuzco, Guamanga y
aun Lima y Arequipa, los mas dellos habian caido en grandisimas apostacias y
apartadose de la fe catolica que habian recibido, y volviendose a la idolatria
que usaban en tiempo de la infidelidad”.
Molina 1947 [1573]: cap. VI
Aparece como una corriente de retorno a los cultos antiguos,
teniendo una jerarquía de wakas en cuya cúspide estaban Pachakamak y Titicaca.
Pero era una corriente no centralizada ni organizada, o en todo caso organizada
localmente, que se extiende por el territorio de la misma forma que se
extienden los movimientos sociales contemporáneos. ¿Cómo es que se expande por
un área tan extensa?, sucede que los pueblos andinos, con toda la diversidad
que presentaban, no dejaban de estar bastante vinculados hacía varios siglos.
Las prácticas culturales y sus innovaciones solían extenderse rápidamente por
amplios territorios.
En 1569 el padre Cristóbal de Albornoz fue enviado desde
Cusco, como visitador a la zona de Huamanga, desarrollando una campaña de
detención y castigo a los “taquiongos”, apresó a los líderes de Lucanas, Juan Chocñe
y dos mujeres que se hacían llamar Santa María y María Magdalena. Albornoz
infló la magnitud política del taki onqoy, vinculándolo con los incas de
Vilcabamba, para hacer crecer también la importancia de sus méritos como
evangelizador.
La probabilidad de una coordinación entre los de Vilcabamba
y los “takionqoys” es muy remota, más parece que se trataba de una respuesta
cultural a la nueva realidad que habían impuesto los conquistadores, que se dio
de distinta manera en cada zona, siendo más radical y organizada en Soras y
Lucanas. El Taki Onqoy era mostrado como una herejía (apostasía) y exigía
asumir una evangelización más severa en los Andes. Hasta el momento, los cultos
nativos habían sido vistos como idolatría y paganismo, pero este movimiento fue
considerado herejía porque pretendía erradicar al cristianismo.
SANAR BAILANDO
Gracias a un texto de Juan Cincunegui (2019), que explora el
origen del ñakaq (personaje espectral de la mitología popular andina
contemporánea), encontramos algunas citas de Cristóbal de Molina que nos
permiten comprender las motivaciones del movimiento:
“...que de España habian enviado a este reino por unto de
los indios para sanar cierta enfermedad que no se hallaba para ella medicina
sino el dicho unto…
...y que para volver a ellos ayunasen algunos dias, no
comiendo sal ni aji, ni durmiendo hombre con mujer, ni comiendo maiz de
colores, ni comiendo cosas de Castilla, ni usando dellas en comer y ni en
vestir, ni entrar en las iglesias, ni rezar, ni acudir al llamamiento de los
padres curas, ni llamarse nombre de cristiano …
A resultado de esta endemoniada instruccion, todavia hay
algunos indios hechiceros, aunque en poca cantidad, que cuando algun indio esta
enfermo los llaman para que los curen, y les digan si han de vivir o morir”.
Molina 1947 [1573]
La enfermedad pesa sobre las tres citas. Primero como el
origen de la conquista: los españoles vinieron para extraer la grasa de los
indígenas (el untu), para elaborar la cura a cierta enfermedad. Luego, entre
las órdenes que dan las wakas (a través de sus sacerdotes) está el ayuno, que
incluye no comer ni usar “cosas de Castilla”, ¿tal vez las relacionaban con la
presencia de las nuevas enfermedades?, entonces no se sabía del contagio viral,
pero algo de esto deducían por la forma en que las enfermedades se expandían.
Finalmente, aunque la “idolatría” había sido vencida, los indígenas volvían a
recurrir a los sacerdotes de las wakas cuando se sentían enfermos.
Taki onqoy puede traducirse como “baile enfermo” o “enfermedad
del baile” (se acostumbra decir “canto enfermo” por una inexacta traducción del
término taki). El otro nombre, ayra, podría significar “locura” (del quechua
ancashino, Curátola 1990). Cuentan que en la danza temblaban con frenesí,
quizás simulando una enfermedad y su curación, como una forma de atraer al
“espíritu” de la enfermedad y así poder enfrentarla. Las danzas rituales tienen
esa característica, no son representaciones, sino llamados a las energías
invocadas. Esa es una práctica común en muchos pueblos indígenas, el llamado
“chamanismo” tiene cantos y bailes que invocan algún mal y su consecuente cura.
En tiempos prehispánicos, este tipo de danzas se realizaban
en las fiestas importantes, caso de la Situa, ceremonia realizada anualmente para
“echar los males”.
“Preparabanse para esta fiesta con ayuda y abstinencia de
sus mujeres; el ayuno hacian el primer dia de la luna del mes de septiembre,
despues del equinoccio … Preparados todos en general, hombres y mujeres, hasta
los ninos, con un dia del ayuno riguroso, amasaban la noche siguiente el pan
llamado zancu” (Garcilaso 1609: capit. VI).
“Y cuando empezaba la voceria en el Cuzco, salian todas las
gentes de los sitios poblados, grandes como pequeños, a sus puertas, dando
voces, sacudiendo las mantas y llicllas, diciendo: “¡Vaya el mal fuera!”, que
fiesta tan deseada ha sido esta para nosotros. “¡Hacedor de las cosas, dejanos
allegar a otro año para que veamos otra fiesta como esta!” Y en aquella, todos
bailaban y tambien el Inca, y al amanecer entre dos luces, todos iban a las
fuentes y rios a se lavar, diciendo que saliesen las enfermedades dellos”
(Molina 1947 [1573]).
La primera cita refleja similitudes con el taki onqoy:
abstinencia y ayuno. La segunda es parte de la serie de representaciones que
menciona Molina como parte de la celebración, en las que la danza está
incluida. Curátola (1990) identifica la descripción del baile con la enfermedad
de la pelagra, demostrando que se trataba de una danza antigua (aunque el
nombre “taki onqoy” parece referirse a la danza ritual más que a la enfermedad
aludida). En todo caso, estaban recuperando viejas prácticas, pero como una
forma de enfrentar las enfermedades llegadas con los cristianos. La asociación
del tiempo nuevo, su religión (su Dios) y las epidemias, es más que evidente.
LAS REDUCCIONES Y LOS NUEVOS HOSPITALES
En varios documentos de visitas se menciona el
despoblamiento a causa de las enfermedades:
“Estos cuatro pueblos tienen pocos indios y que en otros
tiempos han tenido mas; y estan todos poblados en pueblos formados; y que el
haber agora menos indios es por haberse muerto de enfermedades”.
Descripción de la tierra del corregimiento de Abancay, 1586.
En Jiménez 1965 [1881-1897].
A partir de 1570, el Virrey Francisco de Toledo intensificó
las políticas de control colonial, entre las que estuvo el reordenamiento de
los pueblos denominado reducciones, que mandó habitar a los ayllus hasta
entonces dispersos, en concentraciones poblacionales que dieron origen a los
pueblos actuales. En la visita de Cuenca de 1582 se vincula esta medida con las
enfermedades:
“De enfermedades mueren de presente menos que entonces,
porque les venian pestilencias y males contagiosos de virgruelas, sarampion y
otros generos de enfermedades, que, viviendo en un galpon veinte o treinta
moradores con sus mugeres y chusma, ninguno escapaba y por maravilla algunos.
Entiendo que agora, aunque algunos males destos acuden, no son tan danosos, por
estar distintos y apartados cada casado en su casa en los pueblos fundados, y
por los remedios que de los espanoles y sacerdotes resciben y consuelo grande
que tienen”.
Jiménez 1965 [1881-1897].
Vemos la idea de apartar a la población en casas por
familias, como una forma de controlar los contagios. También se crearon más
“hospitales de naturales” en Zaña (1570), Chachapoyas (1578), Callao y Chancay
(1580), Arequipa (1585), zonas donde las epidemias y la explotación laboral
prácticamente habían despoblado a la población original, que fue reemplazada
por españoles, criollos, esclavos africanos e indígenas de la sierra. Esto no
sucedió en zonas de altura, donde años antes había crecido el Taki Onqoy. Si
las autoridades entendían que la disminución de epidemias se debía a las
reducciones, probablemente algunos indígenas la explicarían como resultado
exitoso del movimiento pasado.
Es más, los hospitales no eran bien percibidos, puesto que
quien entraba en ellos no tenía la certeza de salir sano:
“En el pueblo de Sarance, que por otro nombre se llama
Otavalo […] hay un hospital, y tiene el dicho hospital mas de cuatro mil
cabezas de ovejas de Castilla; no hay indio que caya enfermo que quiera ir a
curarse a el, porque tienen por abusion, que si entran a curarse alli, se
moriran luego”.
Relación de Otavalo, 1582. En Jiménez 1965
La crisis más grande
Sin embargo, el optimismo duró poco, en 1582 volvieron la
viruela y el sarampión, y “una de las series epidémicas más devastadoras de
todo el siglo XVI ocurrió en el período comprendido entre 1585 y 1591” (Cook
1999: 353). Una combinación de viruelas, sarampión, tifus y paperas se dieron
en dos oleadas, atacando prácticamente todo el territorio. El año 1588 fue más
severo y se tiene registro de su avance, comenzando desde Quito, llegó a
desaparecer prácticamente a toda la población wankawillka del golfo de Guayas
(Newson 2000: 129).
“El 21 de marzo de 1589, el virrey Fernando de Torres y
Portugal escribió al rey Felipe que la epidemia había llegado a Trujillo.
Entonces estableció una comisión para evitar que esa epidemia -compuesta de
viruelas y sarampión- se continuara expandiendo hacia el sur. Los médicos
Hieronnymo Enríquez y Francisco Franco Mendoza aconsejaron al virrey recomendar
el uso de azúcar, aceite, miel, pasas y carne a fin de ayudar a bloquear la
propagación de la epidemia a otras provincias. La sangría también fue
recomendada como un profiláctico útil. Aun más importante, el virrey sugirió
que la ropa de las víctimas debía ser quemada”.
Cook 1999: 356
Vemos la aplicación de usos españoles para contrarrestar la
epidemia que afectaba a españoles e indígenas, aunque más a estos. Es probable
que el uso medicinal-preventivo (medianamente efectivo) de ciertos elementos
alimenticios (principalmente carnes y derivados), ayudase a su incorporación en
la dieta andina, rompiendo el rechazo heredado de los tiempos del Taki Onqoy.
Pero el mal siguió su expansión a Lima, Cusco, Arequipa y el
Alto Perú. El Virrey dio nuevas disposiciones para enfrentar el problema:
“...ordenando a todos los corregidores en sus distritos que
con mucha diligencia acudan a la cura y el amparo de los dichos indios y
provean las medicinas y sustento conveniente de las cajas de las comunidades
donde está el dinero que para esto se aplica”.
Leviller 1925: 208
Coincidimos con Anael Pilares cuando afirma:
“Estas informaciones muestran lo terribles que resultaban
ser estas pestes incontrolables, y que realmente no existía forma alguna de
contenerlas, salvo la fe y la confianza en remedios improvisados o dudosamente
efectivos”.
Pilares 2020: 5
Algunos vieron en la situación una manifestación de castigo
divino, que podía ser favorable a los intereses de España. Uriel García
transcribe una interesante cita de Alonso González de Nájera, del año 1590:
“Todo parece denotar que Dios ha facilitado a aquel reino
con particulares favores, mostrando ser su divina voluntad que se perpetúen en
aquella fértil tierra… Pues es cosa de maravilla el ver que conocidamente… se
van acabando los naturales tan de prisa por contagiosas dolencias con que les
hace Dios a la sorda con ellos”.
García 2003: 44
Algunas poblaciones indígenas tuvieron una lectura similar,
pero aplicada a otros dioses.
El castigo de las wakas
En la provincia de Aymaraes, un sacerdote andino llamó a
abandonar el cristianismo y demostró tener poderes especiales, tal como lo
cuenta un anónimo jesuita el año 1600:
“Habiendo pasado en esta cuidad (del Cusco) la enfermedad de
viruelas, que llaman los indios moro oncoy, y teniéndose en aquella provincia
noticia de la mortandad y fallecimiento de 6 mil indios, que en esta ciudad
murieron, se levantó en aquella provincia de los Aimaráes un indio ladino […
que] hizo pregonar en el pueblo de Huaquirca, que es la cabeza de toda esta
provincia, que todos los hombres y mujeres se juntasen y subiesen a un cerro a
adorar y sacrificar a una guaca ídolo llamado Pisi, la cual enojada de que le
habían quitado su adoración antigua y la habían dado al Dios de los cristianos,
prometía que, si no volvían a sus antiguos ritos y ceremonias (…), había de
destruir toda la provincia, enviándoles la enfermedad del moro oncoy”.
Mateos 1944: 78-80
El cerro Pisti Chucchi es un apu importante de la zona, el
testimonio indica que el movimiento fue asumido por caciques locales, y culmina
con el castigo que recibió el “profeta” en algo similar a un auto de fe. El
movimiento de Aymaraes se había extendido a Vilcashuamán, en donde Antonio de
Vega informaba que:
“Se publicó en esta provincia que todos los indios que
adoren lo que los cristianos adoran y que tuviesen cruces, rosarios, estatuas
de santos o vestidos españoles, debían padecer una peste que la huaca les
enviaría para castigarlos por haberse hecho cristianos”.
Duviols 1977: 123
Esta era una nueva explicación a la causa de las epidemias.
Era la waka quien mandaba estos males a la gente que se cristianizaba,
olvidando cumplir con los ritos y ofrendas a las wakas. En la religiosidad
andina, las wakas son seres superiores, pero no perfectos, tienen sus cóleras y
violencias como las tendrían los seres humanos, por eso hay que calmarlos
cumpliendo con las ofrendas requeridas.
En 1596, un profeta similar apareció en Yanawara
(Cotabambas), convocando a abandonar el cristianismo y haciendo demostraciones
de poder casi mágicas, según los testimonios de la época:
“...decía que era lugarteniente de Dios, predicando esto a
los indios […] haciéndoles creer que una general peste de sarampión y viruelas,
que pocos años antes había corrido la tierra, era zote y castigo de su mudanza
de la Fe de los Cristianos”.
Ramos 1621: 56
El “profeta” era tullido de pies y manos, condición que en
la mentalidad andina lo acercaba a los seres sagrados. Se contaba que realizaba
proezas como apaciguar la lluvia y que realizaba sus prédicas “en un cerro
entre los dos pueblos Mara y Piti” (Idem), que sería el Aranqhuma, donde
existen vestigios arqueológicos y una cueva sobre la que cuentan una leyenda.
Federico Latorre relata que al enterarse de la muerte de Atawallpa, quienes
llevaban tesoros para pagar su rescate, los escondieron en esa cueva (Montes
2019: 56).
Nuevamente es un apu importante el que encabeza el
movimiento. El corregidor logró apresar al profeta; pero este logró huir, a
quien sí torturaron fue a una vieja “amiga” del personaje, ¿sería también una
hechicera, compañera del otro o independiente de éste?, como tantas veces, por
ser mujer, no se registró suficiente información de esta mártir andina.
Lo interesante de este nuevo momento, es la activa
participación de los caciques. Por los mismos años en Huarochirí, el cacique
Gerónimo Cancho Guaman retomó el culto de la waka Lloqllay Wankupa.
“...cuando hubo la gran -epidemia de- sarampión, volvieron a
practicar todas las formas de culto. El curaca, como si creyese que -la
epidemia- había sido enviada -por Llocllayhuancupa-, ya no les amonestaba
cuando bebían en el purum huasi […] cuando Don Gerónimo murió y Don Juan
Sacsalliuya asumió las funciones de curaca, como el curaca mismo era huacsa,
toda la gente empezó a celebrar de nuevo sus antiguas costumbres frecuentando
-los santuarios de- Llocllayhuancupa así como -de- Macahuisa, velando hasta el
amanecer y bebiendo”.
Ávila 1987 [1608]: cap. 20
Rezagos de la peste
Luego de aquel gran brote de enfermedades, en 1597 una
epidemia de sarampión y dolor de costado afectó Lima. Pero ya no se vuelven a
dar epidemias por más de diez años, las siguientes fueron en 1611, difteria y
sarampión en Quito, y en 1614 de tifus y difteria extendida entre Quito y Cusco
(Newson 130). Finalmente:
“Después de un siglo más o menos, tiempo en el cual la
despoblación de muchas regiones llegó al noventa por ciento, la actividad pandémica
disminuyó, tal vez por el tamaño y la densidad de las poblaciones indígenas,
que para entonces se habían reducido a niveles que impedían la difusión de
nuevas enfermedades. Las epidemias (del griego epidemos “gente que
visita”) se convirtieron en endemias (del griego endemos “residentes”)”.
Lovelll y Cook 2000: 249
Los efectos de las epidemias fueron enormes. Habían
despoblado el campo, permitiendo que los españoles implementasen sus usos y
costumbres, entre ellas el pastoreo de ganado que contribuyó a destrozar las
sorprendentes infraestructuras incaicas (Kendall y Rodríguez 2009: 177-178).
Las viejas prácticas andinas resultaban poco sostenibles con poblaciones tan
disminuidas (extensos andenes requerían mucha mano de obra colectiva) y los
forzaron a aceptar el sistema dominante, incluidas sus prácticas religiosas.
Desde el Concilio Limense de 1583, los representantes de la
iglesia se plantearon nuevos lineamientos de evangelización. Allí, la orden
jesuita cobró relevancia y lideró una estrategia de más largo plazo. El
discurso jesuita ponía la tarea en ganar a los indios al catolicismo, como una
forma de contrarrestar el avance reformista en Europa, convirtieron la
evangelización en una misión o cruzada. Esta orden forjada en la contra reforma
europea, tenía experiencia para lidiar con cultos anticatólicos, testimonios
jesuitas de esos años indican:
“...son ceremoniáticos y abrazan bien lo que es procesiones
y disciplinas y estas cosas de cofradías y santos e imágenes”.
Ocaña 1987 [1599]: 125
Entonces se dedicaron a instalar imágenes católicas en los
lugares donde estaban las wakas antiguas. Y para vencer a las wakas, las
imágenes cristianas tuvieron que hacer milagros. En la obra de Ramos Gavilán
(1621) se relatan los milagros que la Virgen de Copacabana concedía a los
indígenas:
“La mayoría de los milagros tiene que ver con problemas de
salud. Con cierta frecuencia estos problemas fueron causados por epidemias”
(van den Berg 2015: 54).
“...un motivo importante para buscar la ayuda de la Virgen
era la convicción de que los medios humanos no alcanzaban para recuperar la
salud” (ídem: 56).
Copacabana vino a reemplazar a uno de los santuarios andinos
más importantes, Titicaca, la isla y paqarina mayor de la mitología andina, que
había mantenido esa relevancia también con el Taki Onqoy. La Virgen (esculpida
en 1583) reemplazó a su vez a la imagen femenina de Tunupa (Ojeda 2019). La
superposición de cultos había logrado lo que las evangelizaciones violentas no
pudieron en otros lugares. El modelo jesuita funcionaba.
Pero a la vez, las epidemias disminuyeron justo después de los
movimientos religiosos locales tipo Aymaraes y Yanawara, como prueba del poder
de las wakas. Finalizando el siglo, los doctrineros católicos habían llegado a
tolerar y convivir con las wakas locales (Acosta, 1982). La pugna entre wakas e
imágenes cristianas para curar a la población, se reactivaría más adelante en
otros contextos y se prolongaría por más de un siglo.
La resistencia de los pueblos quechuas y aymaras a las
epidemias hizo que pervivan sus lenguas y culturas incluso influyendo en otras
variedades culturales, que habían sido más afectadas o extinguidas por la
catástrofe demográfica. Dicha resistencia pareció deberse a factores
contradictorios entre sí: 1) aceptar el cristianismo superpuesto a los cultos
ancestrales, pero manteniendo el culto a las wakas locales; 2) mantener un
recelo por los españoles y sus elementos culturales, pero haciendo uso de estos
cuando resultaban indispensables para el nuevo contexto de poblaciones
disminuidas (queda explorar las particularidades locales de estas estrategias).
Los virus resultaron siendo el aliado secreto y oculto del proceso de conquista
y colonización de las sociedades americanas.
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