(Por Diego Martínez Estévez)
En la ciudad de Cochabamba, en el parque La Torre, en la
parte aledaña a la calle Sucre y frente a la Universidad de San Simón, conocí a
un señor octogenario que se dedicaba a fletar a los estudiantes universitarios
de ese sector, canchitas de futbolín. Cierto día conversamos. Le pregunté a qué
se dedicaba en los pasados años. Me respondió que en Siglo XX trabajó como
Sereno.
Este dato me interesó muchísimo, pues, casualmente y meses
antes, mi persona defendió la tesis titulada “La lucha en la retaguardia de
Ñancahuazú”; es decir, la lucha casi encubierta que el año 1967 llevaron a cabo
las fuerzas legales contra los miembros de la red urbana de apoyo a las
guerrillas del Che Guevara.
Las preguntas y respuestas sostenidas con mi interlocutor
derivaron en los pormenores de la tristemente célebre fecha conocida como “La
noche de San Juan”.
Palabras más o palabras menos, este fue el diálogo:
¿Qué hacía usted aquella noche del 23 de junio de 1967?
- Esa noche me encontraba de turno y al día siguiente muy
temprano nos atacó el Ejército.
Sí – asentí – fue un gran error del Ejército atacar tres
poblaciones mineras, en lugar de enviar agentes del gobierno para localizar,
identificar y capturar simultáneamente a los principales dirigentes; por ese
error murieron una quincena de inocentes, entre éstos, una niña. Los mineros,
ni se imaginaban que serían atacados.
El ex sereno me miró fijamente y dijo:
- Los dirigentes de Siglo XX sabían que serían atacados.
Su respuesta me tomó por sorpresa. – Por favor explíqueme
cómo usted llegó a informarse que los dirigentes sabían que serían atacados.
Me respondió:
- Esa noche me encontraba de turno y como era mi costumbre,
pasé ronda por el sector que me correspondía vigilar y luego, a eso de las
nueve de la noche me dirigí a la Plaza del Minero donde tradicionalmente, año
tras año se reunían los dirigentes de Siglo XX para festejar la Noche de San
Juan. Cuando ya se encontraban sentados alrededor de la gran fogata, alguien
apareció y les dijo algo que no llegué a escuchar; pero, inmediatamente
apagaron la fogata y rápidamente se recogieron a sus domicilios.
Me puse a pensar quién podía haber sido la persona que tenía
conocimiento antelado sobre el inminente ataque militar a Siglo XX, Llallagua y
Catavi.
Repasando mentalmente mi tesis recordé que el Ejército
contaba con dos espías dentro la propia organización dirigencial minera: El
Secretario General, o sea, el principal dirigente de Siglo XX: Waldo Sandoval;
el otro, Crescencio Herrera. Ambos, militantes del PCB (Partido Comunista de
Bolivia).
Los informes de Inteligencia del Ejército dan cuenta de lo
siguiente:
En esa época, el Partido Obrero Revolucionario (POR) y
disidentes del PCB organizaron “las guerrillas mineras”. Precisamente la noche
del 23 de junio y en complicidad con el Cabo Ferrel y soldados de la guardia y
aprovechando cuando los oficiales estuvieran ebrios, tenían planeado atacar el
cuartel militar de Miraflores. Esta tentativa fracasó debido a una oportuna
delación. Con el material capturado en ese cuartel, la segunda fase consistía
en capturar el campamento de los ingenieros militares que construían un puente
sobre el Rio Lawa Lawa, próximo a Chucuita, situado en el camino a Sucre. La
tercera fase consistía en marchar sobre Oruro y en coordinación con los mineros
y universitarios de esta ciudad, atacar los cuarteles militares.
Siempre remitiéndome a uno de los Informes de Inteligencia,
acotar que, para el ataque al cuartel de Miraflores, los mineros contaban con
17 fusiles Máuser, 6 carabinas M-1, granadas y artificios de lanzamiento.
El comandante de la unidad de ingenieros se informó que
también su campamento, a media noche sería atacado y despachó un radiograma
dando este parte al Comando General del Ejército.
Las FF.AA. dedujeron que la insurrección de los mineros
venía siendo coordinada con la guerrilla del Che, con la agravante que las
zonas mineras habían sido declaradas “territorios libres”. Por este
antecedente, el Comando de la Segunda División acantonada en Oruro, ya tenía
elaborados dos planes denominados: “La Mascarada” y “La Diablada”.
No existía ninguna coordinación; no podía habérselo
establecido por una serie de razones. El mismo Che lo aclara en su Diario.
Por la tarde de este mismo día – 23 de junio – el Presidente
René Barrientos Ortuño, en un avión aterrizó en la pista de Uncía y en los
breves momentos que habló con el personal militar presente, les deseó éxito en
la misión que estaban a punto de cumplir. Antes de reembarcarse, a cada uno les
obsequió un revolver de fabricación brasileña marca Tauro.
Los dos grupos políticos que se propusieron atacar las
instalaciones militares eran el POR y el PCBML. (Partido Comunista de Bolivia
Marxista Leninista). Este último, disidente del PCB, como fue el caso de la JCB
(Juventud Comunista de Bolivia). Los miembros juveniles de este partido, al
descubrírseles sus preparativos previos al estallido la guerrilla, fueron
expulsados de su seno. El 1ro. de enero de 1967, Mario Monje Molina, antes de
abandonar el campamento guerrillero de Ñancahuazú, todavía intentó persuadir a
su ex militancia juvenil, de marcharse con él (Los hermanos Peredo, Jorge
Vázquez y Loyola Guzmán).
El PCB, fiel a su estrategia de toma del poder por la vía
eleccionaria o democrática – burguesa, rechazaba todo acto de violencia y menos
aún, apoyar a una guerrilla. Además, para su existencia; es decir, el pago de
sueldos a sus dirigentes era remitido desde Moscú, cuya política exterior era
la “coexistencia pacífica” con el bloque ideológico, político y militar
hegemonizado por EE.UU. Por tanto, prohibió a todas sus agencias políticas
regadas por el mundo, apoyar o integrarse a cualquier movimiento guerrillero.
A esa instrucción se debió la conducta asumida por el PCB en
el distrito minero de Siglo XX, ejecutada a través de su representante Waldo
Sandoval, “buzo” o espía del Ejército que le ponía al tanto de toda actividad
insurreccional de aquella población. Así y dando cumplimiento a las directivas
emanadas de Rusia, el PCB se daba a la tarea de neutralizar o anular toda
actividad contraria al régimen democrático del general René Barrientos Ortuño.
Concurrentemente, en la ciudad de La Paz, las delaciones de miembros de este
partido ante la embajada norteamericana, menudeaban.
Otra forma de traición esta vez delatando y anteladamente la
presencia del Che en Bolivia, se dio casi simultáneamente en Alemania y
Uruguay.
En los primeros días de enero, en la capital uruguaya,
durante el Congreso continental de Partido Comunista, Jorge Kolle Cueto, a la
sazón el nuevo Secretario general del PCB, se vio compelido a informar que en
Bolivia se preparaba un movimiento guerrillero bajo la dirección de Ernesto Che
Guevara.
En este mismo mes – enero de 1967 – en Bonn, capital de
Alemania Occidental, el Agregado Militar de Bolivia, teniente coronel Federico
Arana Serrudo, en un Vino de Honor ofrecido por la embajada de un país amigo al
que concurrió, fue abordado por una persona de estatura alta y contextura
militar. En castellano perfecto y con acento de Europa del Este, sin rodeos, le
dijo: “como resultado de la Conferencia Tricontinental llevada a cabo en La
Habana (evento a que el PCB también asistió), ciertos poderes habían decidido
que se reforzaría la lucha antiimperialista en tres continentes: Asía, África y
Latinoamérica. El foco revolucionario en América estará bajo el mandato de un
personaje internacional conocido. Bolivia sería usado como “plataforma de
lanzamiento”. Añadió que esto se debía porque era el país con mayor número de
fronteras; que el personaje ya se encontraba en el Bolivia realizando labores
de preparación.
Efectivamente, en "Campamento Central" y en “La
Clínica”, situado más al norte, al mando de Che Guevara y desde la segunda
semana de noviembre del año anterior, se hallaban concentrados entre nacionales
y extranjeros, alrededor de cincuenta, realizando varias tareas, entre estas,
cavando trincheras y trasladando todo tipo de abastecimientos para ser
depositados en las “cuevas”.
Aquella noche del 23 de mayo, el espía y por defecto traidor
de sus compañeros, si bien demostró ante sus pares un ápice de lealtad al
anunciarles que su distrito sería atacado por el Ejército, sin embargo, éstos
últimos, no transmitieron esta alerta a los mineros de base, no obstante que
disponían de la potente y combativa “Radio la Voz del Minero” y también de la
sirena instalada en el edificio del sindicato. Sabían los mineros y sus
familias que cuando la sirena aullaba en horas no programadas, era señal que
algo grave estaba a punto de suceder.
¡En esos momentos tan cruciales, la “sirena del sindicato”
no sonó!!!
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