Moreno en el carnaval de Oruro (1939) |
Por: Juan José Toro / Página Siete, 17 de junio de 2021
El Congo y Potosí son lugares tan lejanos y distintos entre
sí que parece imposible pensar que alguna vez hayan tenido un destino común.
Sin embargo, no sólo estuvieron interrelacionados mediante un comercio infame,
sino que constituyeron la base de lo que hoy se conoce como la comunidad
afroboliviana.
El vínculo fue indudablemente económico. La mita, que era un
sistema de trabajo obligatorio, se convirtió en un fenómeno desestabilizador de
la fuerza laboral e incrementó la demanda de mano de obra. La mejor, desde
luego, era la gratuita, así que eso determinó la necesidad de comprar esclavos.
Prohibiciones
Aunque la esclavitud fue una institución que en tiempos
antiguos era considerada natural, la caída del feudalismo europeo provocó su
disminución debido a lo caro que resultaba mantener a los esclavos. Entonces,
la servidumbre esclava pasó de economicista; es decir, necesaria para la
producción, a característica de riqueza, ya que sólo las familias acaudaladas
podían darse el lujo de tener esclavos en ciudades como Londres y París.
Pero un hecho cambiaría la historia de la humanidad. La
llegada de Colón a América que, para todos los efectos en el siglo XV, aparecía
como un nuevo continente, una tierra en la que había riquezas que necesitaban
explotarse y, para eso, hacía falta mano de obra.
Lo primero que intentaron los europeos fue someter a los
nativos y éstos se resistieron. Eso provocó resistencia, masacres y la
desaparición de pueblos enteros. Las constantes quejas de algunos sacerdotes,
como Bartolomé de las Casas, Antonio de Montesinos, Alonso de Espinar y Pedro
García de Carrión dieron resultado y el rey Fernando II, el Católico, accedió a
emitir normas, que son conocidas como las Leyes de Burgos, el 27 de diciembre
de 1512, que abolían la esclavitud indígena y consideraban hombres libres a los
naturales.
Por tanto, los indios no podían ser esclavizados y, como los
conquistadores necesitaban mano de obra para trabajar los campos y las minas,
debieron comprar esclavos. “Que para esto su majestad haga merced a los que
viven en la dicha ciudad (de la Concepción, en la isla La Española) é á (sic)
ella vinieren a vivir, de cuatrocientos negros para que se repartan en la dicha
ciudad entre los vecinos del la á (sic) cada uno según lo que justo fuere”,
dice una carta que Pedro López de Mesa dirigió al rey Fernando en 1523.
La demanda de esclavos coincidió con el dominio que Portugal
había asumido de territorios africanos, como el Congo, así que “la esclavitud
floreció en las haciendas y minas de las Américas, desde el siglo XVI hasta el
XIX”, según Mark Welton en El derecho internacional y la esclavitud.
Pero aunque importantes cantidades de esclavos eran llevados
a las colonias inglesas, las minas más productivas eran de plata y estaban en
territorios españoles, Zacatecas, en Nueva España, hoy México, y Potosí, en Nueva
Toledo, después Charcas y hoy Bolivia. El colombiano Hermes Tovar dice que
Zacatecas aportaba el 20% de la producción de plata mientras que Potosí cubría
el 80% restante. La mita
Entonces, comenzaron a llegar esclavos africanos a la
mayoría de las ciudades de América y Potosí no fue la excepción. Al contrario,
documentos de 1572 conservados en el fondo Escrituras Notariales del Archivo
Histórico de Potosí demuestran que la compra y venta de esclavos era una
actividad habitual y puesto en la Villa Imperial alcanzaba precios altos.
Así, un documento suscrito por Juan de Angusiana, que se
identifica como “oficial de la Real Hacienda de su majestad”, certifica la
venta de un esclavo de 23 años llamado Aton por la suma de 400 pesos ensayados.
Esta suma es considerada elevada ya que, para ese tiempo, el peso ensayado, que
todavía no era el acuñado, equivalía a 450 maravedíes.
Pero otro hecho económico cambiaría la historia.
Atendiendo las ordenanzas del virrey Francisco de Toledo, la
mita comenzó a operar en 1575 y determinó que una gran cantidad de indios, de
un total de 17 provincias de Charcas, sean asignados a trabajar por turnos en
las minas del Cerro Rico. Citado por Cañete, Ramiro Valenzuela refiere que los
asignados inicialmente por Toledo eran 91.000 y, de esos, 13.500 debían
turnarse para trabajar anualmente en los socavones pero, como casi todo lo que
tenía que ver con la mita, las normas no se cumplieron. Ni las cifras que
recogieron los visitadores ni la de los propios virreyes son confiables porque
los dueños de minas falsearon la información.
Lo cierto es que la mita produjo una notoria escasez de mano
de obra no sólo porque absorbía una gran cantidad de elemento indígena, sino
porque provocaba que los hombres en edad de ir a trabajar a la mina huyan para
evitar un destino que solían asimilar a la muerte. “Ahora los pueblos han
quedado asolados que aunque hay algunos donde no hay un solo indio que pueda ir
a las minas”, dice un documento de fines del siglo XVII que se encuentra en la
Biblioteca Nacional de España.
La inexistencia de mano de obra en por lo menos 17
provincias de Charcas incrementó la demanda de esclavos africanos que, empero,
debido a su alto costo, no fueron destinados en su mayoría a las minas: “la
excesiva altitud de Potosí limitaba la capacidad de los negros para trabajos
físicos pesados; según informes contemporáneos, haber sometido a los negros a
tales trabajos en las minas de Potosí les condujo a una muerte rápida; en vista
de estos problemas, los mineros encontraron que no valía la pena invertir en
mano de obra esclava negra los muchos cientos de pesos que costaba un esclavo”,
según Peter Bakewell.
Sin embargo, citando a Wolff, Bakewell afirma que “unos
5.000 negros vivían en Potosí a comienzos del siglo XVII. Muchos eran esclavos
domésticos de comerciantes, oficiales y productores de plata. Otros varios eran
artesanos, y varias docenas de esclavos negros estaban empleados en la
acuñación de moneda”. Pero el dato llamativo es que “algunos de los 5.000
fueron, sin duda, liberados, dado que en especial, se les encontró, libres, en
las chacras agrícolas alrededor de Potosí”.
Haciendas
Pero lo que Bakewell llama chacras eran, en realidad,
haciendas que se habían establecido como tales en lugares próximos a Potosí,
con un mejor clima, tanto que eran aptas para la producción de alimentos que
podían ser vendidos en la Villa Imperial y un producto igualmente importante,
el vino.
En las ya referidas Escrituras Notariales se puede encontrar
documentos de transacciones que involucran a estas haciendas como, por ejemplo,
un alquiler de “viñas, casas, ganados, recuas, esclavos, herramientas, fragua y
todo lo demás a ello concerniente” que Juan Sánchez Mejía cede en favor de
Pedro Sánchez Calderón el 14 de octubre de 1628 por la suma anual de 900 pesos
corrientes de a ocho reales, según información que se halla en las Escrituras
Notariales -70.3009 del Archivo Histórico de Potosí.
Si bien este documento no es lo explícito que uno quisiera,
otro, labrado 17 días después, el 31 de octubre de 1628 despeja todas las dudas
respecto a la presencia africana en las haciendas próximas a Potosí.
Éste es el inventario de bienes del menor Josephe de
Oquendo, heredero del difunto Joan de Oquendo junto a su madre, Augustina Feliz
de Santander. El documento es un detalle de los bienes del niño en los que
destaca una viña en el valle de Mataca que incluye huertas, frutales y
acequias, además de muebles y utensilios de diverso valor, entre los que
destacan objetos de plata. “Y ten un majuelo de hasta cuatro cinco mil cepas”
(Ídem. 3010), además de otra viña de 10.000 a 11.000 cepas (ídem. 3009).
El niño Oquendo tenía también 1.500 botijas vacías y 600
botijas de vino, lo que permite tener una idea de la producción vitivinícola en
su propiedad. Pero lo que más llama la atención es la cantidad de esclavos
africanos, 25, de diferentes sexos y edades. Con excepción de dos, que llevan
el de Congo, la mayoría de esos esclavos está registrada con el apellido
Angola, que denota su procedencia, mientras que los niños son mentados sólo por
sus nombres: “Miguel, Matías, Julián, muchachos a dos a tres años, negritos;
dos negritas, una Melchora, de 11 años, y otra Juana, de cinco (…) Dieguillo
muchacho, Pablo muchacho” (Ídem. 3011).
Pero lo que hace verdaderamente importante a este documento
es su contexto. Aunque es de 1628, ya bien entrado el siglo XVII, señala que la
casa principal “tiene una cuadra sala y recámara otra cuadra y despensa un
corral grande de gallinas una cocina y otro corral grande donde se entierran
los negros con algunas casas de tapias para los dichos negros con un lagar y
dos bodegas…” (Ídem. 3009).
Entonces, encontramos que, para 1628, esta casa de hacienda
ya había visto pasar por lo menos una generación de esclavos de los que algunos
fueron enterrados en el corral grande. El hecho es expuesto como algo natural y
eso permite formular la hipótesis que, para aquel año, el manejo de esclavos en
las haciendas próximas a Potosí era algo corriente.
Todavía no se ha levantado un listado, y menos un censo de
las haciendas de los alrededores de Potosí y uno de los obstáculos para ello es
que muchas ya han desaparecido. Se sabe, empero, que estas propiedades, que
eran herencia de las encomiendas o repartimientos que la corona había concedido
a los españoles desde 1503, se extendían por Caiza, Puna, Betanzos, Chachí,
Oronckota, Vilacaya, Pilaya o Paspaya, en los actuales cintis, y, en general,
en todas las cabeceras de valle aledañas a la Villa Imperial. En una visión más
general, cubrieron lo que hoy son el área rural de las provincias Frías,
Linares, Saavedra, Nor Chichas, Sud Chichas y Omiste, en el departamento de
Potosí.
En plan de hipótesis, entonces, se puede presumir que, tras
el fracaso en la adaptación de los africanos al trabajo en las minas, se optó
por emplearlos en las haciendas, en labores agrícolas. Aun así, había esclavos
trabajando en las hornazas de la primera Casa de Moneda y otros cumpliendo
labor de servidumbre en las casas de los vecinos más ricos de Potosí. Su
presencia y función se testimonia en el cuadro Entrada del arzobispo virrey
Morcillo en Potosí, que Melchor Pérez de Holguín pintó en 1716 y en el que se
puede ver a africanos vestidos de librea y hasta montando a caballo, lo que
permite suponer que eran hombres libres o libertos.
Ahora bien, respecto a los que fueron llevados a las
haciendas, se entiende que vivieron en éstas por generaciones y, al hacerlo,
desarrollaron su cultura, así sea con las limitaciones que les imponía la
esclavitud. Prueba de ello son los elementos africanos que pasaron a formar
parte de la cultura andina, como el mondongo. No se puede descartar que su
actividad vitivinícola haya dado lugar a ciertas manifestaciones, como la
Morenada.
Aunque hubo negros libres y libertos, la condición de
esclavos de los descendientes de africanos se prolongó hasta los primeros años
de la República, cuando por fin se abolió la esclavitud. Durante el gobierno de
Andrés de Santa Cruz, comunidades enteras de afrodescendientes dejaron las
haciendas de Potosí y fueron a establecerse en los Yungas de La Paz.
En lugares como Vilacaya dejaron huellas como la danza Los
negritos, que se baila en la fiesta de la Virgen de La Candelaria, y cuyos
movimientos y matraca recuerdan de inmediato a la Morenada. La Casa de Moneda
ha documentado otra danza, La mariposa, en el área rural de Chaquí. Su actual
director en ejercicio, Benjamín Condori, dice que la capa que usan los
bailarines se parece a la ropa de morenos que se exhibe en el Museo Etnográfico
de Buenos Aires.
Juan José Toro es presidente 2018-2020 de la Sociedad de
Investigación Histórica de Potosí.
Imagen: Detalle del cuadro de Holguín con afrodescendientes.
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