SIGLO Y MEDIO DEL CARNAVAL DE COCHABAMBA

Cochabamba y su carnaval


Por Gustavo Rodríguez Ostria (+)

Jueves 11 de febrero de 2021.- El carnaval es la fiesta más esperada y apetecida en Cochabamba y en Bolivia. Muchas veces se lo quiso prohibir, pero otras tantas ha renacido con más fuerza y colorido. Son 166 años (serían 175 en 2021) de una rica y multifacética trayectoria del carnaval cochabambino, trayectoria que ha estado llena de simbolismo, danza, música, placer y transgresiones.

El Carnaval no tiene un libreto fijo ni una modalidad inmutable; no se puede tejer una sola línea de continuidad histórica. Por el contrario, cambió, se lo recreó y reinventó constantemente. El carnaval tampoco es necesariamente único. Cada grupo social se lo apropia y participa en la festividad de un modo diferente, al calor de aquellas imágenes y deseos contradictorios de distintos grupos sociales y de los poderes institucionales por hacer de él su lugar de expresión y pertenencia a su imagen y semejanza.

Sus orígenes se remontan muy atrás, quizá hasta las fiestas griegas a Dionisio o las festividades romanas de Saturnalia, en honor al dios Saturno. Fue, sin embargo, durante la Edad Media europea que alcanzó su esplendor. En América Latina fue introducido por los españoles tras su conquista, aunque sufrió transformaciones al mezclarse con las tradiciones indígenas.

El carnaval, que se celebra justo antes de iniciarse la cuaresma, es decir, 40 días antes de la Pascua, no es en efecto entendible sin reparar en la tradición religiosa cristiana que supone la cuaresma. El carnaval constituye, en suma, el tiempo permitido y pagano para el desenfreno, antes de ingresar a los rezos, el ayuno, la mortificación y la penitencia de la festividad religiosa.

Los españoles introdujeron en América dos manifestaciones del carnaval: el de las clases llamadas altas, celebradas en salones a la manera española, y el popular, en las calles. Ambos se distinguían por el tipo de música,
baile y comida.

En febrero de 1847 el periódico local denominado “Correo del Interior” describe vívidamente aquel jolgorio que llama “el carnaval de aldea”. Durante la festividad, los cochabambinos, principalmente los del sector popular, se lanzan a ganar las calles con inusitada alegría “ostentando toda la gala de vestidos rústicos, trayendo flores y frutas en la cabeza y danzando al son de un tamboril y una flauta de pastores”; ambos instrumentos imprescindibles precisamente para ejecutar los candentes ritmos negros. La guitarra y el pinkillo eran también convocados para expresarse en los bailecitos andinos.

En las calles, las máscaras y los disfrazados eran de uso frecuente, como lo fueron en aquel carnaval medieval europeo. La máscara y el disfraz sirven para ocultar, evadir y estar a salvo de miradas indiscretas y acusadoras.
Los “señoritos” de clase podían así cometer desmanes y desenfrenos –típicos de las celebraciones del carnaval– gozando del anonimato. A su vez, los plebeyos cochabambinos en este caso los sastres, se (re)presentaban
como si fuesen otros y adquirían un nivel social que normalmente no era el suyo, logrando aproximarse a poderosos, ricos hacendados y comerciantes, sin ser reconocidos.

Era la plebe indígena o mestiza la que ocupaba y tomaba las calles durante el carnaval, imponiendo su música, bailes y vestimentas. Mientas tanto, ¿a qué jugaban los sectores más ricos y poderos de la ciudad? No participaban de las fiestas callejas y no establecían nexos con la plebe, bailaban y se divertían encerrados en la seguridad de sus amplias mansiones. Sólo el martes tomaba el carnaval carácter de “dominio público”, aunque seguía siendo muy discreto.

EN POS DE UN CARNAVAL SEÑORIAL

Se estaban dibujando claramente en la ciudad dos carnavales. El nuevo carnaval cochabambino segregaba y excluía socialmente cada vez más. Las calles también estaban ganadas por los sectores dominantes que bailaban en ellas, a la par que ofrecían sus casas de tres patios como territorios
abiertos mientras duraban las Carnestolendas. Era costumbre bien aceptada ingresar en ellas libremente y recibir una grata acogida, que se iniciaba con un bautizo de agua.

Luego los anfitriones invitaban bebidas como el guarapo e incluso fina chicha, especialmente elaborada para la ocasión con maíz seleccionado. No faltaban tampoco abundante comida, principalmente el tradicional puchero de cordero aderezado con frutas de la temporada.


Mientras tanto, el antiguo carnaval de raíz plebeya y de origen colonial quedaba paulatinamente confinado a la periferia más pobre y alejada de la ciudad. En los barrios populares como Las Cuadras, Kara Kota, Jaihuayco o
Cala Cala, artesanos, comerciantes y campesinos continuaban bailando cuecas y bailecitos con el mismo gusto y desenfreno de antes. Challaban la festividad regándola con la áurea chicha, sólo que ésta no procedía de las haciendas de los encumbrados patrones, sino de las aka huasis de la afamada localidad del Valle Alto, como Cliza y Punata.

EL CORSO DE FLORES Y LA IMAGINACIÓN EUROPEA

La transformación del carnaval en la ciudad continuó en las décadas siguientes. En los años 80 del siglo XIX, quizás por la experiencia traumática de la derrota en la guerra con Chile (1879-1884), la élite cochabambina se tornó más “ilustrada” y extranjerizante.

Todo pasado plebeyo y toda manifestación popular –fuese festiva, culinaria o musical– le pesaba, pues le atribuía la derrota bélica y la frustración por no ser Bolivia una nación y un estado moderno. Buscaban, por consiguiente, ensayar nuevas fórmulas de vida y pensamiento que abarcara todos los órdenes públicos y privados. Se aferraban a la idea de construir la nación boliviana como una “comunidad imaginada” anclada en el trabajo,
la tecnología y la honra de los símbolos patrios, en la cual no cabían las expresiones plebeyas ni indígenas.

En ese modelo de sociedad, el carnaval, con su derecho a la alegría y sus largos feriados, simplemente no ingresaba bien, era necesario regularlo y cohibirlo aún más. En ese espíritu, El Heraldo, matutino cochabambino, sugirió en 1887 trasladar el carnaval al 6 de agosto. El planteamiento no encontró acogida, demostrando que el carnaval tenía muchos devotos y devotas. Sin embargo, otras mentes quizás más prácticas y realistas, decidieron introducir cambios que conservaran la fiesta pero que, al mismo tiempo, la modernizaran y regularan, es decir, que continuarán aproximándola al modelo cultural más valorado e imitado en aquellos tiempos: el europeo.

Se resolvió por tanto mantener la vigencia del carnaval, pero se lo oficializó, lo que significaba que se lo debía transformar en una festividad más aceptable a los (pre)requisitos de la rutina y la cultura de la modernidad. En otras palabras, la ciudad podía divertirse en Carnestolendas, pero con ciertos límites y ornamentos aceptados.

Fue precisamente en ese mismo año de 1887 que un ciudadano alemán, Adolfo Schultze, avecindado en la ciudad de Cochabamba, introdujo por primera vez una entrada carnavalera a la usanza germana, “la que tiene
que hacer época”, vaticinó correctamente la prensa local. El modelo que se tomó fue el del carnaval de Venecia (Italia) y el que se realizaba en Colonia, Mainz y Dusseldorf (Alemania).

Disfrazados con “lujo y gracia” los jóvenes de la élite que han ganado las calles, por primera vez en muchos años, festejaron la ocurrencia. En 1898 participaron en el Corso por primera vez los carros alegóricos, lo que le otorgó un tono majestuoso muy distinto al anterior desorden de la plebe o al aburrido encierro en los salones de baile de los sectores adinerados. En 1898 se dio un paso más tras consolidarse, con auspicio municipal, el “Corso de Flores”.

Los protagonistas de la nueva fiesta fueron nuevamente los sectores de la élite, eran ellos los que vivían y se regocijaban celebrando con el dios Momo. El “bajo pueblo”, en cambio, simplemente observaba las rondas carnavalescas en la Plaza 14 de Septiembre; de protagonista y actor fue
transformado en espectador. La entrada del carnaval se había convertido en una fiesta familiar, desactivada de toda peligrosidad lúdica o subversión plebeya.

LA RECLUSIÓN DE LA FESTIVIDAD POPULAR

A fines del siglo XIX, el carnaval cochabambino se había afirmado como una “fiesta de la aristocracia”. Los minoritarios sectores dominantes que lo monopolizaban impusieron su ritmo, su tiempo y sus expresiones culturales. Los mayoritarios sectores plebeyos, entre tanto, quedaron excluidos porque no contaban con los recursos económicos necesarios para solventar el elevado costo del nuevo carnaval: elaborados trajes, serpentinas o sofisticadas bebidas sólo estaban al alcance de los bolsillos.
Paralelamente, arreciaba en el país una alocución cargada de disciplina, moralismo y orden, que al condenar el goce de la fiesta y exaltar el trabajo, buscaba que el carnaval tuviera una menor extensión y abarcara menos
días.

Estas transformaciones en las costumbres parecían totalmente necesarias para acompañar la esperada modernización de la ciudad de Cochabamba que, con su nuevo rostro, se sentía próxima al progreso y la “civilización”, por lo que ya no podía empeñarse por las manifestaciones “irrespetuosas” del Carnaval, según se proclamaba en la prensa local.

El pueblo, advertía un periódico local, no se exhibe ya en esas bulliciosas y abigarradas ruedas (comparsas) entonando esos picantes carnavalitos al son de bien tocadas guitarras, charangos, acordeones y quenas. Ausentes
las rondas también fue desapareciendo la costumbre de pedir guarapo y unas chicurrias (chicha) en las casas “en la hora reglamentaria del yantar (comer)”.

Varios recuentos tomados de la prensa local revelan la amplitud del fin de estas expresiones, lo que entrañaba el triunfo del carnaval al estilo europeo sobre las manifestaciones culturales de corte popular:

(1901) “Van modificándose las costumbres (…) A las estruendosas algazaras de otros tiempos van sucediéndose más tranquilas manifestaciones de regocijo y entusiasmo”.

(1902) “El pueblo, la clase artesana, no ha dado ni una sola nota de alegría. Los cantares populares no se dejaron escuchar, mucho menos las ruedas animadas de otros tiempos”.

Sin embargo, la verdad era que los artesanos, los pequeños comerciantes y, en fin, quienes eran llamados del “bajo pueblo” no habían olvidado el carnaval, solamente que no hallaban cómo manifestarlo a su tradicional modo en el centro citadino o en los locales encopetados. Debieron, por tanto, refugiarse en las campiñas aledañas. Allí, cuando en la ciudad ya se apagaban los ruidos del carnaval, la fiesta recién comenzaba.

El Miércoles de Ceniza era el inicio de una fiesta que duraba una larga y bulliciosa semana. En tal ocasión, emergían las tradicionales manifestaciones culturales “plebeyas”. Sin complejos el pueblo danzaba
y bebía “al son de su (…) música y su picaresca rima, celebrando a sus dioses”.

En suma, los espacios festivos urbanos habían terminado por dividirse en
Cochabamba en dos escenarios desiguales: uno en el centro urbano en torno a la Plaza de Armas, para los sectores tradicionales y dominantes, otro en las afueras, para las masas plebeyas de mestizos e indígenas. En
consecuencia, la festividad carnavalera no ofrecía –por lo menos en el centro de la ciudad– más espacios compartidos donde pudieran interactuar y compartir plebeyos y “encumbrados”.

FIESTA EN LA POSTGUERRA

Durante las tres primeras décadas del siglo XX se observaban muy pocas modificaciones a la representación carnavalera creada a fines del siglo precedente, cuando perdió su expresión lúdica, transgresora y revoltosa que lo caracterizaba antaño. El Corso de las Flores, los juegos con agua y cascarones, y las fiestas de máscaras animadas con música europea continuarán dominando la festividad, que incluso se tornará más pacata que antes. En 1922 se limitó el consumo de bebidas alcohólicas, lo que permitió que el “Príncipe del carnaval César Augusto I” pudiera encabezar
el baile de máscaras en el Club Social, “en un ambiente en extremo culto” al que asistió “una selecta y numerosa concurrencia”, indicaba la prensa local.

La mayor novedad de aquellos años fue la introducción de automóviles, que sustituyeron paulatinamente a las carrozas jaladas por alazanes. También la cerveza, “la rubia que nunca engaña”, considerada otro símbolo de la modernidad europea, fue imponiéndose, desplazando en los sectores acomodados a la chicha y el guarapo.

El desgarrador conflicto bélico entre Bolivia y Paraguay (1932-1935) condujo a la emergencia de nuevas sensibilidades y ñeques sobres la situación del país, que transformaron la política, pero que tardarían en expresarse en la cultura y la vida cotidiana. En otras palabras, el carnaval en la ciudad de Cochabamba no afrontaría grandes cambios en los próximos años y siguió moviéndose bajo los mismos moldes modernistas que se habían establecido al concluir el siglo XIX.

La fuerza de la festividad fue decayendo, a la par que la economía de la región enfrentaba una recesión. Además, otra guerra, esta vez en Europa (1939-1945), introdujo deudas y crisis económica que afectaron los bolsillos y redujeron las explosiones de alegría.

En los años 40, el carnaval fue politizándose lentamente, recuperando
en algo la función satírica e irreverente que tuvo en sus orígenes. Aparecían presentaciones que se burlaban de los partidos gobernantes, se lamentaban de la crisis económica o aludían a la condición mediterránea de Bolivia.

En el Corso, como desde la primera vez que se organizó, continuaban como protagonistas el “núcleo de selectos jóvenes y señoritas de la sociedad”. Gran parte del baile y la alegría mundana se habían desplazado a locales cerrados, tanto públicos como privados. Allí también existían matices sociales y clasistas. El sábado por la noche en el Club Social se reunían de etiqueta. Por su parte, el Teatro Achá, el Cortijo, la confitería Adán y otras similares, se llenaban de danzantes de clase media.

Los tonos populares, en cambio, se escuchaban profusamente solamente en zonas periurbanas o en los mercados. Eran verdaderamente imperdibles para acompañar el jueves de comadres o la Challa del martes, celebrada con derroche de alegría, serpentinas, cohetillos y puchero.

NACIONALISMO Y CARNAVAL

La insurrección del 9 de abril de 1952 rompió antiguas convenciones e introdujo una nueva concepción de la nación, basada en el reconocimiento de los valores culturales mestizos y populares. De inmediato, su influjo no
llegó al carnaval de Cochabamba, que siguió desenvolviéndose como una fiesta ajustada a las manifestaciones culturales de las élites.

Éstas, sin embargo, acusaron el impacto de la supresión de sus privilegios de clase terrateniente, arrastrando consigo la fastuosidad del carnaval. La fiesta del Rey Momo ya estaba desgastada, por lo que el nuevo contexto postrevolucionario pudo acelerar que la festividad se desenvolviera en escenarios mucho más modestos que en años precedentes.

Un primer cambio fue que desde 1953 el Corso de las Flores dejó su ritual de vueltas en la Plaza Principal y se trasladó al Prado. Se dice que la permuta obedeció al temor del partido de gobierno, el MNR, a que la rancia
juventud opositora utilizara la oportunidad para atacar la prefectura. Los adornados carruajes, por su parte, fueron reemplazados por el baile de comparsas, las más importantes de ellas fundadas en los años 40.

Lentamente la festividad iba apagándose. En 1965, para darle un empujón, la Cámara Junior promovió la elección de la Reina del Carnaval. La advocación a la imagen femenina era nueva.

Un quinquenio más tarde, en 1970, la Radio San Rafael y la Alcaldía del Cercado organizaron el primer festival de Taquipayanakus –contrapunteo de coplas picantes entre comparsas– en quechua y castellano, efectuado en el estadium Félix Capriles el Sábado de Tentación. La celebración trasladaba la picardía campesina y venía a establecerse como una suerte de cierre y despedida del carnaval.

CORSO DE CORSOS: LA RENOVACIÓN DEL CARNAVAL

La crisis del carnaval parecía imparable, tanto, que fue necesario intentar salvarlo. En 1974, en ese ánimo, se creó el Corso de Corsos gracias a la iniciativa de la tradicional y (re)conocida Radio Centro. Al año siguiente se
plegaron los soldados de las distintas guarniciones militares del departamento, lo que proporcionó al nuevo Corso una masa segura
de entusiastas participantes. En 1975, el carnaval enfrentó un golpe que lo hizo tambalear. La dictadura militar del Coronel Hugo Banzer estaba convencida de que el placer y la alegría eran contrarios al “orden y el progreso”, y suprimió desde ese año los feriados del lunes y el martes.

En 1978, cuando el ciclo militar concluía, se restituyó el feriado del Martes de Challa y desde 1979 se recuperó también el lunes para la fiesta. El lúdico carnaval había vencido a las fuerzas autoritarias, sin embargo,
la victoria era pírrica. El carnaval cochabambino, en contraste con lo que ocurría en esos mismos momentos en Oruro, con su mezcla de religiosidad y fiesta ancestral, o en Santa Cruz, con su colorido y ritmo moderno,
carecía de alma e identidad. Por muchas décadas, sin mucha originalidad y menos recursos, había intentado el equivocado camino de pretender ser un duplicado de Europa o Brasil.

Para fines de los años 70, la juventud de clase media, de ambos sexos, que acudía masivamente a las universidades, empezó a buscar una nueva plataforma cultural que le permitiera participar en la construcción de
una nación mestiza.

Eran tiempos de exaltación del discurso político nacionalista revolucionario, de la música folclórica y del retorno a las calles, no para luchar contra la dictadura, sino para darle un nuevo contenido
a las fiestas del carnaval. Seguramente muchos y muchas de quienes protagonizaron este vuelco eran nietos o nietas de quienes, a fines del siglo XIX, bregaron por expulsar de la ciudad la música, danza y vestimenta plebeya e indígena. Como señala Beatriz Rosells, las élites, en lugar de continuar recriminando el crecimiento de los desfiles y festejos populares, decidieron participar en ellos, reelaborando el mundo simbólico de la fiesta y tomando para sí una larga tradición de festividad popular.

Fue en Cochabamba donde esta danza de los caporales ganó presencia y patentó su actual identidad ligada a la clase media universitaria y, por
qué no, a los nuevos ricos.

El fenómeno del carnaval, con su nueva estética del cuerpo y del movimiento, rompió las anteriores distancias entre el público y el danzante, entre la gradería y la calle. Supuso además la definitiva irrupción carnavalera de las mujeres, quienes sensuales, a la par que los varones, pudieron expresar en la danza la libertad de sus cuerpos.

La danza del caporal fue la punta de lanza de la folclorización del carnaval cochabambino. Para principios de los años 80, la policromía y la música nacional, plebeya e indígena, habían ganado presencia activa, reconocimiento, participación social y protagonismo callejero, como nunca antes había alcanzado. Desde entonces, cientos de alegres danzarines y danzarinas tomaron sin tregua el ritmo de la fiesta. A ellos y a ellas se
sumaron sin tregua conscriptos de las guarniciones militares, grupos campesinos de las localidades vecinas y comparsas.

La consolidación de las Carnestolendas –palabra que ya entró en desuso- en los años 90 implicó varias otras modificaciones. La primera fue que las rebautizaron como “Carnaval de la Concordia” para expresar el anhelo y la voluntad de unidad nacional y regional. Por otra parte, sus límites temporales se extendieron, se iniciaba más temprano y terminaba más tarde que antaño.

Aunque oficialmente no se movieron los feriados del lunes y martes, la sociedad civil fue ocupando y recuperando más y más tiempo para el ocio y la parranda carnavalera. Nacieron las precarnavaleras y los convites, que se realizan dos o tres semanas antes del Corso. El Jueves de Compadres y Comadres se hizo una tradición que se celebra sin falta en todas las clases sociales. Y cuando el Corso de Corsos se trasladó al Sábado de Tentación, el ambiente de fiesta y jarana también se prorrogó, de modo que el festejo terminó durando casi una semana.

Otras actividades llenan el calendario carnavalero: la Fiesta de la Ambrosía en la zona La Maica, las ferias del Puchero, del Acordeón, de la Concertina y del Confite. Acompañan igualmente el ciclo festivo el prestigiado Festival de Takipayanakus. Por su parte, el imperdible Martes de Challa convoca a las deidades de la buena suerte al son de cohetillos.

La geografía del carnaval tampoco se reduce a la Plaza de Armas o El Prado, como ocurría hace varios años. La extensión de la mancha urbana ha obligado a desconcentrar la festividad hacia las zonas Sur y Norte. Ellas celebran su propia entrada y carnaval, pero con bailes y música similares a los que se oyen por toda la ciudad, lo que contagia y comunica identidad en todos los sectores sociales.

En suma, el nuevo carnaval cochabambino es inclusivo y abigarrado. Pese a las diferencias y jerarquías sociales que existen en su seno, funciona como una suerte de comunidad inter y multicultural que acoge, conjuga y tolera, como nunca antes, en un mismo espacio, lo diverso lo transgresor, lo tradicional y lo moderno.

(Tomado de Resquicios, N°16, febrero de 2012)

*El autor de este ensayo es Gustavo Rodríguez Ostria falleció en noviembre de 2020 en Lima (Perú). Nació en Cochabamba. Estudió Economía en la Universidad Mayor de San Simón. Fue catedrático y decano de la Facultad de Ciencias Económicas de esa universidad. También fue viceministro de Educación Superior  y diplomático. Intelectuales destacaron, después de su muerte, cuánto conocía este profesional a Cochabamba. 

// Fuente: https://guardiana.com.bo/culturas/siglo-y-medio-del-carnaval-de-cochabamba/

CUANDO LA PAZ BAILABA EN CARNAVAL AL ESTILO EUROPEO

 


Ivone Juárez / Esta nota fue publicada en Página Siete, el 14 de febrero de 2021.

“El Carnaval del diablo ha sido muy pecaminoso, los hombres con pretexto de untarles con harina la cara y los pechos a las hembras, cometían tocamientos que conducen al pecado, ¡Jesús!, he visto a seis mocetones apoderarse de una mujer, embadurnarla hasta el extremo de dejarla pura harina y la otra quedarse muy contenta y satisfecha”. Así, en 1747, el  padre comendador de La Merced, de la ciudad Nuestra Señora de La Paz, reclamaba por cómo los primeros paceños celebraban las carnestolendas.  La urbe se había fundado hace 199 años, en 1548.

El texto que muestra la angustia del clérico por tanto desborde  fue recuperado por  el escritor  Gustavo Adolfo Otero (1896 - 1958) en el libro La vida social de coloniaje (1942) y es reproducido por los historiadores Carlos Gerl y Randy Chávez en su investigación El Carnaval paceño (2015). El trabajo cuenta cómo la fiesta, que había  desembarcado  junto con los españoles, casi 200 años antes, se encontró  y fundió con la Anata,  una fiesta ritual andina en agradecimiento a la Pachamama por la producción agrícola, y se convirtió en una celebración que movía a la ciudad entera con diferentes actividades que concentraban a la población y la hacían explotar su júbilo, al extremo de preocupar tanto a los religiosos, como al padre comendador de La Merced.

Es que los paceños fueron incorporando a la fiesta diferentes elementos y actividades para disfrutarla más que sólo tirarse harina. En El Carnaval paceño se hace referencia a dos que los hacían vibrar:  las carreras de caballos y los bailes, que de pequeñas reuniones, se fueron transformando hasta convertirse en suntuosos acontecimientos al puro estilo europeo. Las cabalgatas se quedaron atrás, en el tiempo, pero los bailes se prolongaron y con el tiempo se convirtieron en acontecimientos sociales que cada vez acogían a más paceños.

A puro galope

Las carreras de caballos tenían como escenario la Alameda, ese  paseo paradisiaco que a inicios del 1800 comenzó a trazar el entonces gobernador de la ciudad, Juan Sánchez Lima. En El Carnaval paceño está registrada aquella que se realizó en 1848, donde el mismo Presidente de la República esperó en el Palacio de Gobierno a los vencedores de la competencia. 

 La cabalgata tuvo como punto de partida la Alameda (hoy El Prado) y su meta fue  ubicada en la puerta del Palacio de Gobierno, en la plaza de Armas (hoy Plaza Murillo).  Participaron  más de media docena de parejas de jinetes, “caballeros en corceles disfrazados variadamente, junto a sus damas disfrazadas de odaliscas”, que a galope cruzaron la ciudad, casi de extremo a extremo, pasando por la calle Recreo (desaparecida por la construcción de la avenida Mariscal Santa Cruz), la San Francisco, la Apumalla (mercado Lanza)  y Churubamba, hasta empalmar con la calle Ancha (Evaristo Valle), desde donde retornó para tomar la calle Comercio, hasta llegar a la meta, donde el Presidente de entonces los esperaba para recibir a los ganadores.

Mientras galopaban a toda prisa, eran blanco de cartuchazos de harina y cascaronazos que les lanzaban los eufóricos paceños que se acomodaban en los balcones y ventanas de las edificaciones que estaban a los lados de la Alameda y el resto de las calles que cruzaban los bravos jinetes a puro tropel, sin distraerse ni un segundo, pues de eso dependía su logro en la más grande competencia del Carnaval.

La hermosa tradición se mantuvo hasta inicios del 1900, cuando en la Alameda se continuaron haciendo reformas y en  el paseo se instalaron unos arcos. Con la llegada del tranvía y de los otros medios de transporte la cabalgata quedó en el recuerdo de quienes la vivieron y dejaron registros de su experiencia.

Para entonces, la carnestolendas ya se extendían por cuatro días y la población en su conjunto participaba en ellas a través de las comparsas o “pandillas”, grupos formados principalmente por jóvenes que protagonizaban grandes batallas con escaramuzas de harina, una tradición que se había mantenido desde la época de la Colonia, pero que tuvo fin durante la Guerra del Chaco (1930-1935) debido a la crisis económica que descandenó el conflicto bélico con Paraguay.

Bailes al estilo europeo

Mientras en el día se realizaban este tipo de actividades, en la noche se daban lugar los bailes, que con el paso de los años se fueron modificando hasta convertirse en suntuosos acontecimientos sociales que concentraban gran atención de la población, sobre todo la más pudiente, que incorporaba cada vez más elementos y personajes  europeos a los eventos, como corsarios, calabreses, arlequines, dominós, fígaros, toreros, pajes y diablos, se lee en El Carnaval paceño.

Eran bailes de fantasía en salones y clubes sociales de alto prestigio. Príncipes árabes, romanos, reyes, pierrots y otros personajes se deslizaban envueltos en trajes de fantasía por los lujosos salones, emulando las fiestas y mascaradas de España, Venecia o Francia.

Entre los salones que albergaban estos acontecimientos aparece en primera instancia el Teatro Municipal, inaugurado en 1845; luego se suman el Hotel París, el Club de La Paz, entre otros, que fueron apareciendo a lo largo de los años, sobre todo con la llegada de 1900, cuando La Paz se convierte en sede de Gobierno de Bolivia.

Y estos acontecimientos sociales se salían de los márgenes de la ciudad y se realizaban hasta en haciendas ubicadas en Poto Poto (Miraflores), Obrajes o Mecapaca, donde  lujosos caserones eran el marco de bailes de etiqueta, en los que los asistentes bailaban desde el minué hasta la redoba (estilo polca), como se relata en La crónica de Elías Zalles Ballivián, publicada en 1900.

En su trabajo Tradiciones paceñas, El Carnaval de antaño, Javier Escalier Orihuela menciona la Mascarada, “que con mucho lujo y pompa” se realizaba en el Teatro Municipal. La Paz había entrado al siglo XX y los bailes de etiqueta comenzaron a diseminarse por diferentes salones, algunos ya desaparecidos.

Menciona al White House Hotel, a los hoteles  Quint Italia, Torino, Crillón, Sucre; al Club de La Paz, el Club Ferroviario, al Fantasio, a Valero Nigth Club, Bar Bristol, el Teatro Mignón y los Manzanos, cuatro y sus orquestas típicas, orquestas como la Baigorri, en el año 1930.

“O las décadas de los años 50 y 60, en el Club Ferroviario, en la calle Bolívar, esquina Ballivián, administrado por el famoso hincha bolivarista don Chicho Navarro, el Club 16 de Julio, que estaba instalado donde fuera la Central Obrera Boliviana, en El Prado, y no podemos olvidarnos del Fantasio, Cine Murillo en 1956 y 57; lugares que congregaron a la flor y nata de la sociedad paceña y que tuvieron como anfitrión al mismísimo alcalde de la ciudad”, añade.

Entonces ya comenzaban a organizarse  los bailes populares auspiciados por la Alcaldía  de La Paz, donde los paceños se deshacían bailando al compás de la canciones de Carlos Romero, junto a las orquestas del momento, como la Típica y Jazz de Fermín Barrionuevo, de Víctor Hugo Serrano y después de Delfín y su Combo, Carlitos Peredo y la Swingbaly; entre otras, “que tenían la obligación -según ordenanzas municipales de entonces- de tocar los mejores temas de su repertorio de manera gratuita, en un convenio de la municipalidad con los salones de fiesta de la época”. 

“Recordados son los bailes que se hacían en pleno Obelisco o El Prado, lugares habilitados especialmente para esta celebración”, dice Escalier.

¿Qué habría pensado el  padre comendador de La Merced de 1747 al ver estos bailes masivos? Tal vez que más allá de los actos pecaminosos, los paceños sabían divertirse a lo grande, tomando lo que veían afuera para adecuarlo a su Carnaval. Este año la pandemia por el coronavirus no nos permite repetir estas fiestas, como lo hacíamos cada año, pero al menos recordemos cómo las vivieron los que estuvieron en La Paz antes que nosotros.

SOBRE EL ORIGEN DE LAS EMPANADAS BOLIVIANAS “SALTEÑAS”


 

¨Por: Juan José Toro.

Mi amigo Elías VacaflorDorakis escribió un artículo que presentó como ponencia en el III Congreso de Historia Gunnar Mendoza Loza realizado en Sucre a principios de este mes.

En ese trabajo presenta algunos documentos que prueban que la familia de la escritora Juana Manuel Gorriti ingresó a Bolivia por Tarija en noviembre de 1831 y permaneció hasta allí por lo menos hasta agosto de 1832, cuando ella se casó con Manuel Isidoro Belzu.

Afirma que durante ese breve periodo, más o menos nueve meses, la familia Gorriti ayudó a su subsistencia con la venta de empanadas que, por ser ellos de Salta, eran llamadas “salteñas”. Agrega, por tanto, que ese es el origen de este alimento que ya ha rebasado nuestras fronteras y actualmente ya se vende en ciudades de Estados Unidos y el Reino Unido.

Como le expliqué en una carta, Elías menciona pero pasa por alto el documento más importante sobre la empanada que los bolivianos conocemos como “salteña”: el “Libro de Cocina” que doña Josepha de Escurrechea escribió en 1776 y cuyo original está en manos de la investigadora Beatriz Rossells Montalvo.

Con ese manuscrito, y una investigación de años que se extendió a otras comidas, Rossells demostró que la empanada boliviana es el resultado de las modificaciones que sufrieron, en el Potosí colonial, empanadas y pasteles españoles a los que se agregó ají, papa y caldo, este último para evitar que esa comida se enfríe rápido.

Como se ve, entre 1831 y 1776 hay 55 años de diferencia pero, además, la empanada boliviana no apareció como tal en el siglo XVIII sino que el proceso para su transformación comenzó mucho antes, prácticamente cuando las comidas españolas comenzaron a llegar a Potosí, en el auge de la explotación de la plata. Lo que hizo doña Josepha, en 1776, fue recoger una receta que ya era conocida por entonces.

Pero hay más: Juana Manuela Gorriti publicó un recetario, su “Cocina ecléctica” en el que existen tres recetas de comidas que son o están vinculadas a las empanadas.Ninguna tiene papa, ají ni caldo. Son secas. Son empanadas, pero no las bolivianas. Llamarlas “salteñas” no es un error, porque llegaron de Salta, con las Gorriti, pero no son las empanadas de caldo que motivaron la disputa entre La Paz y Potosí.

La empanada boliviana tiene su origen en Potosí, muy probablemente en el siglo XVI, y adoptó el nombre de “salteña” unos 300 años después. El gentilicio mutó en sustantivo, como afirma Elías, pero eso no cambia la historia y peor cuando hay documentos que no han sido refutados hasta ahora.

// Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

Artículo publicado en Página siete, el 19 de septiembre de 2019.

LA PELEA DE PAPELES ANTES DE LA GUERRA ENTRE PARAGUAY Y BOLIVIA

 


Por Álvaro Montoya Ortega*

En estos días de septiembre, cuando recordamos la batalla valiente e imposible que sostuvieron los hombres de Marzana en Boquerón, siempre pesa el recuerdo de la guerra que llevamos por tres años contra Paraguay. Sin embargo, aquellos tres años fueron el resultado de otra guerra que ya llevábamos adelante más tiempo y que ninguno de los contendientes ganó. Se trata de la confrontación entre los publicistas e historiadores de ambos países a través de la compulsa de documentos para comprobar la pertenencia del Chaco a sus países.

El Chaco Boreal es un territorio que está al sureste del país, delimitado por el río Parapetí en el norte y el abrazo de los ríos Pilcomayo y Paraguay hasta su punto de encuentro en las puertas de Asunción.

EN MANOS DE PIZARRO, ALMAGRO Y MENDOZA

Primero se dividió el dilatado territorio conquistado por los adelantados en grandes porciones de tierra: para Pizarro, Almagro y Mendoza, el norte, el centro y el sur, respectivamente. Y, desde entonces, los publicistas paraguayos y bolivianos revisaron los archivos de aquellas reparticiones para resolver la problemática de a qué república le pertenecía el Chaco.

Los bolivianos arguyeron en su momento que en la Capitulación de Diego de Almagro del 21 de mayo de 1534 se precisaban los límites al norte y sur que le correspondían a dicho territorio. Sin embargo, el rey no había definido expresamente el límite oriental de Nueva Toledo. Lo que los defensores de los intereses bolivianos determinaron era una obviedad, por ser la línea de Tordesillas el límite final del territorio español al este.

En respuesta, los publicistas paraguayos determinaron que, si el rey no había fijado el límite oriental de Nueva Toledo, no era por la obviedad que representaba la línea de Tordesillas; es más, argumentaron que, según la capitulación de Pedro de Mendoza fechada el mismo día que la de Almagro, se le encargaba a Mendoza que protegiese el territorio español a lo largo de la línea divisoria que habían definido con los portugueses, lo que implicaría que los límites orientales de Nueva Toledo no alcanzaban al preciado Chaco Boreal. La réplica boliviana explica lo impracticable de una frontera que abarcara desde la actual Argentina hasta Guyana.

APARECE EN ESCENA LA REAL AUDIENCIA DE CHARCAS

Después de la repartición de las tierras y la llegada de cada vez más gente interesada en el nuevo mundo, se requirió de instituciones que fiscalicen y garanticen la aplicación de la justicia ibérica en aquellas lejanas regiones. Por eso y por la cercanía al rico cerro de plata de Potosí se creó la Real Audiencia de Charcas con base en el documento fechado el 22 de mayo de 1561. Dicho documento le daba como jurisdicción 100 leguas a la redonda; una delimitación algo ambigua de la que sacaron provecho los bolivianos para reclamar su derecho al Chaco. Dicho argumento pasó a reforzarse gracias a la incorporación de las tierras de Andrés de Manso y Ñuflo de Chávez a dicha audiencia a través de la cédula real del 29 de agosto de 1563.

La replica paraguaya se basó en lo impracticable de determinar los límites de una entidad judicial como la Real Audiencia de Charcas como válidos, ya que, según ellos, esta no poseía jurisdicción política. A su vez señalaron que las tierras de Andrés de Manso no conformaban parte del Chaco Boreal. Ante lo estipulado, los bolivianos respondieron con guante blanco, en especial Ricardo Mujía y Antonio Mogro Moreno, estipulando la amplitud de las funciones de las Audiencias.

“Las ordenanzas de cada audiencia y varias reales órdenes y cédulas les asignaban tareas variadas y de importancia. Eran parte integrante del juzgado de la santa cruzada, del juzgado de bienes de difuntos. Debían visitar la tierra, se les encargaba la inspección de las armadas, se les comisionaba para las ejecutorias, impuestos, alzadas, contrabandos y cuando se trataba de patrimonio real, intervenían en forma de junta con los Virreyes, oficiales reales y contadores, bajo la denominación de “Acuerdo general de Hacienda”.

Algunos hechos como la defensa del territorio (demostración de soberanía no judicial) realizados por la Real Audiencia de Charcas en la marcha del presidente audiencial Brigadier Pestaña en 1765 para expulsar a los portugueses de Santa Rosa y la liberación de la ciudad de La Paz el 30 de junio de 1781 por el ejército enviado por la Real audiencia de Charcas al mando de Ignacio Flores son argumentos de respaldo en la réplica boliviana.

Sobre si las tierras de Andrés Manso otorgadas a la Real Audiencia de Charcas correspondían al Chaco o no, surge una simple premisa: de qué lado del río Parapetí se encontraba Nueva Rioja, fundada por Manso. Si se encontraba al norte del río se suponía que el Chaco Boreal no estaba bajo la jurisdicción boliviana, y si estaba al sur de dicho río, significaba que sí.

Lastimosamente la Nueva Rioja fue quemada hasta los escombros, y la correspondencia que vagamente señala su ubicación no define con exactitud cartográfica dónde se encontraba la población.

FRONTERAS INDÍGENAS

Otro tema tratado mucho más por los bolivianos que los paraguayos es el de las fronteras indígenas. Estas eran las que separaban lo conocido y poblado por los españoles de los territorios en los que las tribus y naciones: Guaycurus, Lenguas, Tobas, Mbayas y otras habitaban y defendían del hombre blanco.

En lo práctico, estas naciones indígenas eran las verdaderas dueñas y señoras del Chaco Boreal o lo fueron durante prácticamente toda la etapa colonial. Argumento que además alimentaron los bolivianos con una serie de mapas y correspondencia de autoridades paraguayas que designaban al río Paraguay como la frontera de la provincia. Además de encontrarse mapas oficiales en los que el Chaco Boreal no figuraba dentro de los límites de Paraguay, como el mapa de la creación de la provincia del Guayrá el 16 de diciembre de 1617 o el del informe del virrey Montes Claros en 1609.

El contra argumento paraguayo se constituye en las constantes expediciones e internaciones que realizaban en el Chaco Boreal para defenderse de las incursiones infieles, ya que eran de las pocas provincias que tenían concedido el permiso para ignorar las ordenanzas de Alfaro de 1611 que prohibían a los gobernadores la guerra ofensiva contra los indígenas fuera de los límites establecidos.

La provincia del Paraguay formó parte de las Provincias Unidas de la Plata, actual Argentina, y se separó en 1617, para retornar a su seno en 1663 tan solo para volver a separarse en 1672 cuando la breve vida de la Real Audiencia de Buenos aires se extinguió.

Durante estos periodos separados de la actual Argentina, Paraguay estuvo bajo la jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas. El argumento paraguayo afirmaba que, pese a pasar a formar parte y separarse, tanto de la actual Argentina como de la actual Bolivia, el Chaco Boreal siempre formó parte de su territorio.

Ante todos los documentos, mapas, correspondencia, refutaciones, réplicas y demás, las negociaciones iniciadas en 1879 a raíz de las guerras del Pacífico y de la Triple Alianza que habían mermado el territorio de ambos países, el diálogo nunca encontró buena salida, porque tanto los plenipotenciarios bolivianos como paraguayos presentaban sus extensas investigaciones y sus títulos en regla, todos reales y válidos. Pero tan válidos que ninguno podía anular o ser jerarquizado encima del otro, por lo que llegar a un consenso, incluso con la ayuda de un árbitro como el presidente Rutherford B. Hayes o el rey Leopoldo II, fue extremadamente difícil. Y cuando se lograba algún acuerdo, las palpitaciones patrióticas en el pecho de los miembros del Congreso no permitían su aprobación.

El Chaco dejó de ser aquella frontera indígena impasable y comenzó a ser el escenario del choque de patrullas e internaciones de las fuerzas armadas de ambas partes, una mecha de pólvora encendida que amagó explotar en fortín Vanguardia y Laguna Chuquisaca estalló de manera definitiva en Boquerón en días como estos hace 87 años. Peleando por un Chaco que, al parecer, no tenía dueño.

(*) Álvaro Montoya es socio de número de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí (SIHP).

// Diponible en: https://guardiana.com.bo/culturas/la-pelea-por-el-chaco-antes-de-la-guerra-entre-bolivia-y-paraguay/

LEOCADIO TRIGO Y SUS EXPEDICIONES EN LAS TIERRAS DE MANSO



 El presente artículo fue extraído de: https://lcbarrios.wordpress.com/2013/10/14/leocadio-trigo-y-sus-expediciones-en-las-tierras-de-manso/

Uno de los hombres más representativos de la historia política tarijeña, es Leocadio Trigo. A lo largo de su vida, tuvo momentos cumbre donde mostró su fuerte apego a lo que es Bolivia, y por esto intento reforzar el concepto de nación en lo que alguna vez se llamó las tierras de Manso, hoy la provincia Gran Chaco. Ocupo varios cargos en la administración pública. Fue un liberal consumado, a tal grado que por sus escritos anticlericales tuvo que sufrir la excomunión por parte del Monseñor Miguel de los Santos Taborga.

Además de haberse distinguido por su actividad política, también cabe destacar su actividad como médico, y como el primer oftalmólogo del país. Fue un hombre que dio mucha importancia al estudio, por lo que se ocupaba constantemente de la lectura.

Antes de continuar con el artículo en sí, debo hacer notar que las falencia que pueda tener el mismo es porque lo elaboré cuando era estudiante (hace unos cinco años mas o menos). Si tienen más datos o fuentes que se puedan consultar agradecería me lo hagan saber. (Continuemos con la lectura… )

SU VIDA

“Don Leocadio estudió medicina en la Universidad de Chuquisaca. Inmediatamente de graduarse se incorporó a la expedición Thouar, como “Medico y Ayudante Naturalista”. (…)”[1] Fue así que Leocadio Trigo, empezó su vida profesional, acudiendo a una expedición al Chaco, que si bien no fue un éxito, le serviría como una gran experiencia para las próximas tres expediciones que realizaría en su calidad de Delegado Nacional del Sudeste. Posterior a esto, se fue a Buenos Aires para hacer su especialidad, que es oftalmología. Luego de trabajar un tiempo ejerciendo su profesión, regresa a Tarija y es nombrado para ejercer la representación de su pueblo en el parlamento. “En la cámara fue un paladín de avanzada y un defensor ardiente de los derechos de Tarija”[2]

Este hombre, de carácter enérgico y de una rectitud y moral muy bien marcadas, tuvo que vivir cosas anecdóticas, como la que menciona Bernardo Trigo en “Tarija y sus valores Humanos”, la cual transcribimos a continuación:

                “El Gobierno Alonso designó Prefecto de Tarija al Coronel Francisco Arraya, que se había distinguido como buen agente político en la subprefectura de la Provincia Sur Chichas. Descartado queda decir que, por la ausencia absoluta de preparación y de moral que distinguían al agraciado, su labor Prefectural fue pobre, mediocre y cobarde. Vino a Tarija el señor Eduardo Perou, como inspector de oficinas fiscales. Una u otra razón tuvo para no simpatizar con sus vecinos. Era un hombre ilustrado, pero neurótico y de carácter nada comunicativo. Este señor se prestó para redactar el Informe Prefectural de Arraya, dando soltura a sus pasiones y a sus odios. Ese informe se pasó a conocimiento del Gobierno en julio de 1879. Es un documento lleno de infamias, de ultraje a la sociedad, de burla y de calumnias cobardes, vulgares y plebeyas. Leocadio Trigo, fogoso y altivo, creyó de su deber salir en defensa de la sociedad y retó a duelo al Prefecto que había suscrito ese libelo. Tarija, ante los procedimiento de Arraya, se sacudió en un solo gesto. Téngase en cuenta que Arraya debió ser un hombre no menor de sesenta y cinco años y Leocadio Trigo frisaba los treinta y dos años. El retado abandonó la ciudad en altas horas de la noche. Así, con gestos de hombría de bien, el doctor Trigo supo defender los prestigios y la dignidad de su ciudad natal”[3]

Una vez que se produce la revolución federal, L. Trigo se unió  a las fuerzas revolucionarias de Cotagaita, que lograron desarticular las acciones del gobierno de Alonso. Después de este triunfo, él paso a ser el Cancelario de la Universidad de Tarija, haciendo un excelente trabajo al interior de esta, logrando organizarla y levantarla del precario estado en la que se encontraba; no ocupo este cargo más de cinco meses. Posterior a esto, se hizo cargo de la aduana, donde realizó un trabajo más que notable, lo que le valió la invitación por parte del Gobierno para reorganizar la Primer Aduana de la República, como es la aduana de Uyuni.

Cuando se produjo la revolución separatista del Acre, el Dr. Trigo organizo en Tarija un destacamento de Voluntarios para apoyar la campaña militar que se estaba realizando. Luego de haber sufrido todas las calamidades en aquellas tierras abandonadas, se firmó la capitulación, donde Bolivia cedía territorio por la incapacidad que tuvo para nacionalizar y tomar soberanía en aquellas tierras. Cansado de todo aquello, el Dr. Trigo se retiró por un tiempo a Buenos Aires, pero, por invitación del presidente Ismael Montes, vino a ocupar el Cargo de prefecto al Departamento de Tarija, siendo posesionado el 12 de octubre de 1904.

Preocupado por el abandono en el cual se encontraba la región del Chaco, se propuso hacer algo al respecto, es así que se dirige al gobierno diciendo: “Es necesario atender el Chaco; allí no existe el concepto de Patria y el cuatrerismo está asolando las estancias. Sería necesario se me permita visitar esa provincia para orientar el camino que debemos seguir a fin de que sea real y efectiva la labor del gobierno nacional”[4]

 “Varias son las exploraciones en las riberas del Pilcomayo, que ha realizado el Dr. Leocadio Trigo. Todas revisten un valor incuestionable, ya que han fisonomizado nuestras posesiones en el Chaco y han servido para la defensa jurídica de nuestro dominio y señoría en esa hermosa región, tan disputada por la ambición de los vecinos. (…)”[5]

EXPEDICIONES AL CHACO REALIZADAS POR EL DR. LEOCADIO TRIGO

En este acápite, mencionaremos las tres más importantes expediciones que el Dr. L. Trigo realizó, según Bernardo Trigo.

PRIMER EXPEDICIÓN.- Luego de haber conseguido el apoyo del Gobierno de Ismael Montes, el mismo año 1904, en fecha 20 de diciembre partió desde Caiza, con un total de cincuenta y seis expedicionarios. Además de esas personas, se consiguió a través de engaños y halagos la compañía de tres capitanes Tobas: Talcoliqui, Burica y Yaguarezca. El 25 de ese mes, llegaron al hito del grado 22, donde se fundó el Fortín D’Orbigny. A lo que pudieron observar los expedicionarios de aquella época, pensaron que en algún tiempo más, se podría establecer un criadero de caballada en aquel lugar, pues era un lugar de fecundos pastos y de un clima muy agradable.

“La expedición tuvo resultados prácticos. Se abrió la ruta para los posteriores avances y se diseñó la creación de algunos “Fortines”, donde nuestros soldados han establecido sus fuertes y cultivado esas regiones, mediante las garantías que se han podido ofrecer a los pobladores”[6]

Enterado el Gobierno nacional de las ventajas que se podían obtener realizando una acción inmediata en el Chaco, se propuso la creación de una Delegación para cimentar el dominio boliviano en el Chaco. Con este motivo se propuso una ley ante el congreso, ley que no fue aprobada sino hasta fines de 1905(27 de diciembre). Ante el retraso de la aprobación de la mencionada ley, el presidente, encomendó nuevamente al Dr. L. Trigo para que realizase una segunda expedición como “Delegado y Comisionado Especial del Supremo Gobierno en el Gran Chaco”, con la promesa de que él ocuparía la dirección de la “Delegación Nacional” una vez se cree ésta.

La Ley de 27 de diciembre de 1905, en su artículo 2º “(…) establece que dicha delegación, sólo funcionará por el término de cinco años, no comprometiendo los derechos territoriales de los departamentos de Tarija, Chuquisaca y Santa Cruz, deberá ejercer principalmente  su acción en la provincia del Gran Chaco, perteneciente al departamento de Tarija.”[7] Es así que una vez creada la “Delegación Nacional se delimita su territorio, sobre todo en lo que es la provincia Gran Chaco, pues: “Esta ley establece también como fin de la “Delegación Nacional” ante el gran Chaco del Departamento de Tarija: “atender el servicio de colonización, administración y exploración en el río Pilcomayo y territorios adyacentes”.[8]

SEGUNDA EXPEDICIÓN.- “El 17 de mayo de 1905 partió de la ciudad de Tarija, con cincuenta hombres del “Escuadrón Tarija”. En Caiza se incorporó el joven Eliseo Lea Plaza hijo, con un pelotón de civiles. (…)” [9]

A lo largo de su expedición se iba recogiendo datos del terreno, de las comunidades indígenas, además de tener que pacificar levantamientos producidos por éstos últimos. En momento dado, hubo un conflicto territorial con pobladores argentinos de la “Colonia Buena-Ventura” que alegaban propiedad sobre unas tierras al margen izquierdo del río Pilcomayo, pero gracias a la información brindada por el Dr. Trigo, la cancillería refutó tales afirmaciones.

Para el mes de enero de 1906, el Gobierno le extendió el título prometido de Delegado Nacional, donde el Presidente Montes, reconoce la ardua labor que realiza Leocadio Trigo en beneficio del país.

TERCERA EXPEDICIÓN.– Esta expedición inicia en el Fortín Guachalla, establecido en la expedición anterior, el 4 de agosto de 1906. Se realizó un recorrido por el río Pilcomayo, en la chalana “6 de agosto” desde la cual se fueron realizando observación del territorio, además de atravesar por poblaciones indígenas (matacos, tapietes, etc.). Gracias a la navegación en la chalana, se hizo un estudio más preciso de la profundidad y navegabilidad del río Pilcomayo.

Con esta expedición, Leocadio Trigo, vio que era indispensable iniciar una etapa de colonización en el Chaco, tanto para establecer soberanía, como para utilizar tantas tierras útiles que estaban en el abandono. Dio a conocer esta necesidad al gobierno central más de una vez, a lo que éste no hizo caso, sino que posponía su respuesta una y otra vez.

“El doctor Leocadio Trigo, cansado de pedir se lo deje en libertad de acción para la colonización del Chaco, exigió del gobierno la aprobación de un plan general de colonización, a lo que se le contestó, que debíamos respetar el statu quo pactado con la República del Paraguay, en el acuerdo de 12 de enero de 1907, por lo que profundamente amargado, renunció al cargo de Delegado Nacional (…)”[10]

CONCLUSIONES

En la elaboración de este breve trabajo sobre la vida del Dr. LEOCADIO TRIGO, nos dimos cuenta de la carencia de bibliografía existente respecto a la vida de este personaje tarijeño. Además, lo que se pudo encontrar son escritos que lo único que muestran son sus facetas de hombre sin tacha alguna.

Con toda la información obtenida, lo que se podría concluir es que:

Uno de los personajes tarijeños más importantes en lo que es el estudio, exploración e investigación del Chaco en el periodo republicano, es el Dr. Leocadio Trigo

Pese a todo el trabajo que él realizó en el Chaco y todas los demás cargos que ocupo, al final de su vida tuvo que retirarse a la Argentina y  vivir del ejercicio de su profesión, quedando en la actualidad prácticamente en el olvido.

En una publicación que el padre Lorenzo Calzavarini, hace en la página web del convento franciscano, muestra una faceta muy distinta del Dr. Leocadio Trigo, donde dice que al contrario de lo que escribe Bernardo Trigo, en los escritos franciscanos su acción pasaba a colores oscuros, pues lo acusan de tomar decisiones en lo político, económico y administrativo que no eran favorables a las poblaciones originarias del chaco, sino que tendían a favorecer a un grupo de hombres blancos. Además de que en su afán de afianzar el concepto patria, destrozaba el concepto nación de los pueblos allí asentados.[11]


TEXTOS CITADOS

[1] TRIGO, Bernardo; “Tarija y sus Valores Humanos” Tomo II, Editorial Universitaria. Tarija – Bolivia, 1978. Pag.592

[2]  Ibídem, pág. 594

[3] Ibídem, pág. 596 – 598

[4] Ibídem, pág. 605

[5] TRIGO, Bernardo; “Las tejas de mi Techo” Paginas de la historia de Tarija, Edit. Universo. La Paz-Bolivia, 1939. Pág. 210

[6] Ibídem, pág. 211

[7] ROBERTSON Trigo, Víctor; ROBERTSON Orozco Margarita. “Ese pedazo de Tierra” El Territorio de Manso. Edit. Muela del Diablo. La Paz-Bolivia, 2005. Pág. 135

[8] Ibídem, pág. 135

[9] TRIGO, Bernardo; “Las tejas de mi Techo” Paginas de la historia de Tarija, Edit. Universo. La Paz-Bolivia, 1939. Pág. 212

[10] Ibídem, pág. 218

[11] Lo mención que se hace del padre Calzavarini, se demostrará posteriormente con la bibliografía y la cita correspondiente.  (Nota.- encontré este artículo casi cuatro años después de haberlo escrito y no puedo ubicar la cita de Calzavarini, pero intentaré recordar de donde la tomé)

BIBLIOGRAFIA

TRIGO, Bernardo; “Tarija y sus Valores Humanos” Tomo II, Editorial Universitaria. Tarija – Bolivia, 1978.

TRIGO, Bernardo; “Las tejas de mi Techo” Paginas de la historia de Tarija, Edit. Universo. La Paz-Bolivia, 1939.

ROBERTSON Trigo, Víctor; ROBERTSON Orozco Margarita. “Ese pedazo de Tierra” El Territorio de Manso. Edit. Muela del Diablo. La Paz-Bolivia, 2005.

La imagen de Leocadio Trigo fue tomada de: Archivos Bolivianos de Historia de la Medicina. Vol. 10 N° 1 – 2 Enero – Diciembre, 2004. Disponible en:  http://saludpublica.bvsp.org.bo/textocompleto/rnabhm20041017.pdf

 

LOS DESCENDIENTES DEL LIBERTADOR BOLÍVAR EN BOLIVIA

 


Por: Juan José Toro.

Establecido como está que José Costas fue el hijo de Simón Bolívar, la pregunta que todos me hacen es si el Libertador tiene descendientes. La respuesta es que sí.

El hijo de Simón Bolívar en Potosí se convirtió en noticia mundial en dos ocasiones. La primera vez fue en 1975, cuando el periodista Wilson Mendieta Pacheco la publicó en el periódico Presencia, de La Paz, motivando la atención de la comunidad bolivariana. Como consecuencia de esa nota, por lo menos un periodista, Ciro Molina, jefe de redacción de la revista Bohemia, de Caracas, visitó Potosí y se fue hasta Caiza, como enviado especial.

En el vallecito, que está ubicado a 66 kilómetros de Potosí, ambos encontraron, por separado, a Elías Costas Barrios, un lúcido e ilustrado hombre de 81 años que era hijo de Delfina Barrios y Urbano Costas Argandoña, el hijo mayor de José Costas. Era, entonces, bisnieto del Libertador.

Y no era el único. Además de él, aquel año todavía estaba viva su media hermana, María Luisa Costas Sánchez, de 63 años, quien residía en Potosí. Tras su unión con Delfina Barrios, don Urbano Costas se casó con Segundina Sánchez Loria, con quien tuvo a María Luisa, María Asunta y Urbano Costas Sánchez.   

Urbano Costas Argandoña fue el hijo mayor del hijo de Simón Bolívar, José Costas, y de su compañera de toda la vida, Pastora Argandoña. La pareja tuvo tres hijos pero sólo dos alcanzaron descendencia. El segundo fue Pedro Celestino, quien debió morir tempranamente porque de él no se encontró más que la partida de bautismo. 

La tercera hija es Magdalena Costas Argandoña, quien se casó con Julio Rosso y tuvo siete hijos: Adriana, Humberto, Raúl, Balbino, María Alcira, Héctor y Alfredo Rosso Costas. En 1975 vivían y radicaban en Potosí Adriana, María Alcira, Balbino y Alfredo.

Los hijos de Urbano y Magdalena se casaron y tuvieron hijos que, a su vez, también formaron sus familias.

La segunda vez que el hijo de Simón Bolívar se convirtió en noticia mundial fue en septiembre de 2016, cuando el diario El Potosí presentó, por primera vez, la fotografía de la partida de matrimonio de José Costas y Pastora Argandoña en la que se puede leer su filiación respecto al Libertador. Era la prueba irrefutable de la paternidad de Bolívar.

Como en 1975, la noticia tuvo difusión internacional y la pregunta que no sólo hicieron periodistas, sino la gente que la leyó fue "¿Existen descendientes de Simón Bolívar?”.

Para volver a responder baste decir que el 27 de marzo de 2012, representantes de la numerosa descendencia de José Costas se reunieron en Potosí para intercambiar documentación y dejar definido su árbol genealógico. Elaboraron un documento privado que fue registrado en los archivos de la Notaría de Fe Pública de Primera Clase de la abogada María del Carmen Gardeazábal Paputsachis con el número 1440-12. Allí se puede tener un detalle de su descendencia hasta nuestros días.

Sí. Bolívar tiene descendientes que se multiplicaron y, además, se esparcieron por el mundo porque fueron muy pocos los que se quedaron en Caiza. Actualmente, la mayoría de ellos vive en Potosí pero otros están en Sucre, La Paz, Cochabamba, Santa Cruz e incluso Europa.

Así que para quienes vivimos en Potosí no es raro cruzarnos por la calle, conocer a uno, trabajar con otro o, por lo menos, haber tenido referencia de algún descendiente del Libertador Simón Bolívar. Es parte del encanto de la ciudad con más historia de Bolivia.

// Esta nota fue publicada en el diario paceño Página Siete, el 6 de octubre de 2016.


1908 INFORME DEL DELEGADO NACIONAL EN EL GRAN CHACO DR. LEOCADIO TRIGO

 


Delegación Nacional en el Gran Chaco
La Paz, 30 de junio de 1908.
Al señor Ministro de Colonización y Agricultura.
Presente

Señor:
Al terminar el presente período constitucional, me es satisfactorio presentar al Supremo Gobierno, por el digno órgano de ese ilustrado Ministerio, un informe sintético de la misión que me fue encomendada.
Habiendo elevado oportunamente los informes correspondientes a todos los actos de mi administración, con la amplitud y el detalle necesarios, me toca ahora referirme a ellos, a la vez que confirmarlos en todos sus conceptos.
Cuando el egregio repúblico Sr. Ismael Montes, elevado a la Presidencia de la República, me invitó a que desempeñara la Prefectura y Comandancia General del Departamento de Tarija, acepté el delicado cargo exponiéndole los anhelos que desde mucho tiempo atrás tenía, de llevar todas las energías de nuestra soberanía real, y los beneficios de la administración nacional, a la provincia del Gran Chaco, que abarcando toda la riquísima zona del río Pilcomayo, en la alejada y vasta frontera sudeste de la República, entrañaba especial importancia y muy particular interés, de oportunidad precisa e inmediata.
En el año 1902 fue ocupada la margen derecha del Pilcomayo, desde su intersección con el grado 22o de latitud sud, por colonizadores argentinos. Al frente se hallaba el territorio boliviano de la margen izquierda de este río, poco menos que olvidado. Razones de previsión nacional, hacían sentir la necesidad inaplazable de seguir, cuando menos, paralelamente la acción que se desenvolvía en la margen derecha del Pilcomayo, a más de otras consideraciones de un orden muy superior y trascendental, que fijaban nuestras obligaciones patrióticas de vistas y alcances más elevados.
Hasta entonces, era intensamente sugestivo el fracaso de las repetidas empresas exploradoras, nacionales y extranjeras, que dejaban al país sin resultados positivos, y llegó el plazo en el que era absolutamente necesario alcanzar soluciones de carácter netamente nacional, que nos sean propias y que nos pertenezcan.
Altamente favorecidos estos propósitos con la superior intuición del Excelentísimo Presidente de la República, quedaron comprometidas mi plena voluntad y mi decisión patriótica para realizarlos.
Se quería obrar con precisión y firmeza. Los detalles del programa que debía guiar nuestra acción, eran complejos, y surgirían e irían desenvolviéndose, según las indicaciones que se recogieran sobre el propio terreno, a medida que avanzara su exploración y su reconocimiento, que eran puntos fundamentales de mi cometido.
Someter y dominar la población salvaje, para dar fácil y seguro acceso a la población civilizada industrial.
Abrir caminos y establecer comunicaciones regularizadas.
Elegir sitios apropiados para establecer fortines.
Resolver el difícil problema del abastecimiento de víveres a las guarniciones.
Estudiar las condiciones en que fuera posible navegar el alto Pilcomayo, y verificar el curso real de este río.
Con estos propósitos, y con las suficientes instrucciones y autorizaciones del Supremo Gobierno dimos comienzo a la empresa nacional.
Practiqué la primera visita oficial a la provincia del Gran Chaco, a los dos meses de haberme posesionado de la Prefectura del Departamento de Tarija.
En diciembre de 1904 y enero de 1905, realicé la primera expedición exploradora de la margen izquierda del Pilcomayo, partiendo del fortín Murillo y avanzando una distancia calculada de 40 leguas, por ruta muy tortuosa, pasando las regiones de Teyú, Ibopetairenda y Cabayu-repoti hasta las inmediaciones de Piquirenda.
Confirmo el informe oficial que contiene el diario de esta expedición, que elevé al Supremo Gobierno con fecha 30 de enero de 1905.
Para esta empresa patriótica, recibí la más decidida y valiosa cooperación de los distinguidos vecinos del Gran Chaco, que se hicieron dignos del mayor reconocimiento nacional. Expuse a aquellos patriotas ciudadanos el objeto de mi visita y los propósitos del Supremo Gobierno, de atender decididamente los intereses de aquella rica región. Les propuse que colaboraran a tales designios y me acompañasen en la exploración de la margen izquierda del Pilcomayo. El territorio que íbamos a recorrer, nos era desconocido, razón por la que el patriotismo nos obligaba exigentemente a conocerlo y poseerlo.
Los resultados debían ser satisfactorios, dadas las muy favorables disposiciones del Supremo Gobierno y las condiciones ventajosas en que entraba la República.
Aquellos buenos bolivianos, que tantas pruebas de patriotismo tienen dadas, se aprontaron en tres días para hacer la campaña con recursos propios.
En Cabayu-repoti, esperaron a nuestra expedición los principales capitanes de la tribu toba, con los que tuve la primera conferencia que debía plantear las bases de nuestras buenas relaciones. Cabayu-repoti, es la región donde terminan las posesiones de los tobas y comienzan las de los numerosos y bravos chorotis.
Con el propósito de que se aprecien los alcances del concepto, reproduzco las exposiciones dirigidas a los salvajes, sin que deba extrañar que se use con ellos de lógica y de razonamientos, porque sus alcances intelectuales superiores, los hace dignos de un cambio de ideas fundadas y discretas.
Con el favor de un excelente intérprete, hice decir a los caciques tobas, el propósito civilizador benéfico que nos obligaba a visitar aquella región llena de inconvenientes y de dificultades para nosotros, pero que llenábamos una obligación del patriotismo yendo a proteger las poblaciones salvajes que habitaban el suelo boliviano, para las que deseábamos iguales condiciones de civilización que las que habían alcanzado los demás pueblos. Que les daríamos elementos y facilidades de trabajo, así como favoreceríamos sus relaciones con los pueblos y con los industriales de aquel territorio, ofreciéndoles las garantías a que justamente tienen derecho. Que de esta manera obtendrían los medios para salir de la desnudez y de la miseria que los atormentaba. Que tendrían provisiones para vencer el hambre en las épocas del año en que se terminan los frutos de sus selvas, y que finalmente podrían entrar en el concierto de los pueblos que tienen vida normal.
El capitán toba Yaguareza, accionando con energía imperativa y paseando delante de nosotros, respondió: “habéis venido a nuestro territorio y nosotros os recibimos y tratamos como amigos. La conducta que hemos tenido con los pobladores de nuestro suelo, ha sido de sumisión, respeto. Su hacienda no ha sido tocada por nosotros, a pesar que no se nos ha pagado el derecho por nuestro suelo. La realidad es que somos buenos, que no hacemos ningún mal, siendo esta la mejor prueba que abona nuestra conducta”.
Y en verdad la tribu toba, se ha mantenido fiel y leal aliada de nuestros fortines.
Tres capitanes tobas se incorporaron a nuestro cuerpo expedicionario y sirvieron decididamente a los propósitos de amistad con que nos presentamos ante la tribu choroti, en cuyo territorio nos internamos hasta llegar a su término, en siete días de marcha, contados desde el fortín Murillo.
En el límite terminal del territorio ocupado por la tribu choroti, encontramos al gran capitán Atamó Tapchía, con el que pactamos amistad, para poder regresar a establecer en su propia ranchería, a la altura del grado 22’ 30’ sud, un fortín nuestro.
En el diario citado de esta expedición, está consignado el detalle descriptivo del territorio que recorrimos.
Este primer paso nos sirvió de iniciación y de estudio, y nos permitió preparar la obra que hemos continuado.
El Supremo Gobierno, halagó nuestro patriotismo con expresiones de grande aliento y estímulo.
Sin pérdida de tiempo preparé en Tarija la segunda expedición exploradora. Organicé un escuadrón de 50 plazas, que en el Gran Chaco fue aumentado a 80.
Compré caballos y mulos suficientes.
La decidida y particular protección del Gobierno, nos permitió vencer todas las dificultades consiguientes.
Para esta segunda empresa, contamos con la valiosa cooperación de muy distinguidos colaboradores. El ingeniero Sr. Juan Muñoz y Reyes acompañó esta expedición, encargado por el Supremo Gobierno de los estudios correspondientes a su profesión.
Partimos de Tarija el 17 de mayo de 1905. Nos fue indispensable llevar los recursos y medios necesarios para la empresa que realizábamos, venciendo la difícil traslación de Tarija a Caiza, por caminos que son de los más quebrados de la República.
En Yacuiba y Caiza se completaron las disposiciones convenientes y penetramos en la región del Pilcomayo.
A la altura del grado 22o 30’ y en la margen izquierda del Pilcomayo, fundamos el fortín que lleva el nombre del eminente señor Fernando E. Guachalla, en homenaje a este hombre de Estado que tan grandes servicios tenía ya prestados a la patria.
Establecida la guarnición en aquel fortín, se constituyó el centro de nuestras operaciones.
En muy pocos días se dispuso la expedición que debía continuar explorando la margen izquierda del Pilcomayo. Con un personal de 30 hombres, partimos del fortín Guachalla el 5 de julio de 1905.
Esta expedición avanzó desde Guachalla 201 kilómetros, hasta el grado 23o 36’ de latitud sud.
A corta distancia del fortín Guachalla, encontramos poblaciones de indios tapietes. Después hallamos la numerosa tribu de indios matacos, que desde Piquirenda extienden sus poblaciones en ambas márgenes del Pilcomayo, hasta pasar el grado 23o sud.
Muy largas zonas de bosque espeso y cerrado, nos obligaron a abrirnos paso haciendo difíciles picadas. Los indios procuraron obstaculizar nuestro avance sin lograr atajarnos.
Estuvimos de regreso en el fortín Guachalla, el 29 de julio, a los 25 de días de nuestra partida.
El ingeniero señor Muñoz y Reyes, verificó el curso del Pilcomayo en todo lo recorrido y pudimos apreciar el error que contenían todas las cartas geográficas. Los esteros de Patiño se alejaban muchísimo más de lo que se había creído.
Asegurando las condiciones de subsistencia del fortín Guachalla, regresamos para fundar el fortín d’ Orbigny, en el grado 22º sud, margen derecha del Pilcomayo, próximo al primer hito que fija la línea divisoria entre Bolivia y la República Argentina.
Dejamos este fortín con .iguales seguridades de subsistencia y con la guarnición conveniente, y continuamos nuestra marcha subiendo por la margen izquierda del Pilcomayo, hasta las Misiones de San Francisco Solano y de San Antonio de Padua, a los 210 15’ 48” sud, donde fundamos la villa Montes nombre que le dimos en justo homenaje al Excelentísimo Presidente de la República, que favorece la empresa del Gran Chaco, con decisión muy eficaz y valiosa.
El ingeniero señor Muñoz y Reyes, demarcó un precioso plano sobre el terreno, de la nueva villa.
Consignados a grandes rasgos, por haberse enviado con oportunidad los informes detallados, fueron estos los resultados de la segunda exploración que me tocó realizar.
Como se comprenderá, quedó en pie nuestro deseo de llegar a los célebres esteros de Patiño, que los mapas existentes presentaban en una región muy alta y próxima al paralelo 22” sud, lo que producía un gran error en nuestros cálculos. Era necesario dar feliz solución a este interesante problema y satisfacer nuestras aspiraciones.
Sobre la base de nuestras anteriores expediciones y con la más conveniente preparación de fuerzas y recursos, emprendimos la tercera exploración, que debía completar nuestro empeño patriótico, y llevarnos al término que nos proponíamos alcanzar. Este era un delicado punto de honor.
Entre nuestra segunda y tercera expedición, se realizó el interesante viaje explorador del ingeniero noruego señor Gunardo Lange, que subió el río Pilcomayo desde su desemboque en el río Paraguay, hasta el grado 22o de latitud sud, practicando el mejor y más completo estudio científico, al que nos referiremos oportunamente.
El señor Lange guardó sus resultados hasta dar el informe que le correspondía, y sólo hizo conocer que los esteros de Patiño, comenzaban después del grado 24o sud. Este dato cierto, fue para nosotros muy valioso.
El 31 de julio de 1906, teníamos en el fortín Guachalla todo apercibido para partir en la tercera expedición. En ese momento se nos presentó el ingeniero alemán señor Wilhelm Herrmann. Me puso de manifiesto un pasaporte firmado por el Canciller de Alemania, otro del Ministro Plenipotenciario de Bolivia señor Francisco de Argandoña y otro del Encargado de Negocios de Bolivia en Buenos Aires señor Ángel D. de Medina, quien exponía las especiales y distinguidas recomendaciones con que lo había presentado al señor Herrmann, la Legación de Alemania. Este señor venía provisto del material científico apropiado para sus estudios y tuvo la bondad de hacerme conocer muchos trabajos suyos referentes a Bolivia, geográficos y estadísticos: poseía varios planos del río Pilcomayo.
Recibí a este distinguido hombre de ciencia con las mayores consideraciones de mi parte, y. le ofrecí todos los medios y recursos que podía necesitar para llenar cumplidamente su importante comisión. Acordamos que me daría el resultado de sus estudios para enviarlos al Ministerio de Colonización y para que se sirva de ellos nuestro Gobierno, sin darles publicación, por ser este un derecho que se reservaba. Apreciando la importancia de los estudios que este competente ingeniero podía ofrecernos sobre el río Pilcomayo, especialmente respecto a sus condiciones de navegabilidad, incliné su ánimo para que bajara el río navegando en una chalana que bien aparejada y tripulada puse a su disposición.
Pude lograr que sea una realidad la aspiración que anteriormente expresé al Supremo Gobierno, de practicar conjuntamente el avance por tierra y por el río Pilcomayo navegándolo. Tomé las disposiciones convenientes para dar seguridades a la chalana, amparando su avance con la fuerza que iría por tierra.
El señor Herrmann llevaba el propósito de arribar a Asunción del Paraguay y creía encontrar en los esteros de Patiño, a las comisiones de límites argentina y paraguaya, que se sabía que subían el Pilcomayo.
Fueron muy satisfactorias las condiciones de la fuerza que se desprendió del fortín Guachalla para realizar la expedición del Pilcomayo; eran 50 hombres de línea decididos patriotas y bien disciplinados. Conducíamos víveres suficientes y ganado en pie. Debíamos utilizar los meses de agosto y septiembre para realizar nuestra empresa, salvando de la estación lluviosa en que el río baña sus riberas abundante y extensamente.
Todo el cuerpo expedicionario, incluyendo el personal civil, se componía de 70 personas. El muy cumplido y distinguido jefe Natalio C. Suarez, comandaba la fuerza militar.
La chalana “5 de Agosto” fue puesta por la Delegación de mi cargo, a órdenes y disposición del señor Herrmann. .

El grueso de la fuerza expedicionaria, cargas de provisiones y parque, marcharon por tierra.
El 4 de agosto de 1906, partió del fortín Guachalla la expedición así constituida.
Se estableció para toda la campaña un orden regular de marcha, encargándose la vanguardia de abrir y limpiar el camino. El avance de la chalana pudo hacerse con mayor facilidad y rapidez, por las favorables condicionas del río.
El día patrio “6 de agosto”, fue entusiastamente solemnizado en aquellas apartadas regiones, donde nos hallábamos en servicio de la Nación. Se manifestó vivo y altivo el amor a nuestra patria.
El 7 de agosto, al frente de la villa María Cristina, capital de la colonia Argentina Buenaventura, el señor Herrmann y su adjunto señor Tapia, me manifestaron que en cierta manera les preocupaba que pudieran surgir dificultades de nuestro encuentro con las comisiones Argentina y Paraguaya, que creían muy posible las hallemos en los esteros de Patiño. Me fue grato darles las seguridades de que no podían haber inconvenientes con comisiones que persiguen fines científicos de provecho universal, dejando absolutamente independientes los derechos territoriales de cada país. Con estos sanos propósitos guiaríamos convenientemente nuestra acción, si se presentara el caso en el propio terreno; mientras tanto quedaban inalterables nuestra prudencia y nuestros propósitos pacíficos, dentro del respeto que merece la sagrada soberanía de Bolivia.
Desde aquí ingresamos a la zona que ocupan los indios matacos en ambas márgenes del río. Fuimos muy bien recibidos y servidos en cuanto quisimos ocuparlos.
El 15 de agosto arribamos a los últimos pueblos de la tribu de matacos. Advertidos de nuestra llegada, nos esperaron reunidos en gran número y pretextando hallarse entregados a un juego semejante al foot ball, para lo que estaban provistos de grandes y fuertes bastones.
Estos indios conocidos en la anterior expedición, me llamaron con insistencia a una conferencia reservada con sus principales capitanes, manifestándose muy interesados en que les escuche y preste atención. Me expresaron que el año próximo pasado, habían avanzado los indios tobas de la inmediata zona baja del río, siguiendo nuestras huellas y por el camino que dejamos abierto, hasta tener un encuentro con ellos y matar a uno de sus hermanos. Me rogaron ardientemente que no siga adelante, temerosos de que se repita lo sucedido el año anterior. Les respondí que ahora contaba con mayores fuerzas y recursos y que pasando adelante, más bien les procuraría la paz con los tobas, o castigaría en caso contrario su avance sobre los matacos. Que fijaría los límites de su territorio, para evitarles las guerras en lo sucesivo. Se me ofrecieron a marchar de aliados míos para batir a los tobas, lo que rechacé con palabras sagaces y de amistad.
Este último pueblo de la tribu mataca, se halla situado a la altura del grado 23o sud y es el centinela avanzado. Los matacos constituyen la tribu más numerosa de los salvajes del Gran Chaco, extendiéndose por la margen derecha del Pilcomayo desde Villa Montes, a los 21o 15’ 48” sud, hasta el 23o.
Continuando nuestra marcha y después de atravesar una zona desierta,- llegamos el 18 de agosto a las poblaciones de los valientes y fuertes tobas, que se nos presentaron en gran número. Entablamos amistosas conferencias y afianzamos nuestras buenas relaciones. Obtuve que un capitán y tres indios de esta tribu, se incorporaran a nuestra expedición, sirviéndonos de guías muy expertos.
El 23 de agosto, después de salvar empeñosamente los cerrados y compactos bosques, en los que abríamos ancho y cómodo camino, llegamos a los palmares que nos indicaban la aproximación a los esteros y el comienzo del territorio ocupado por los bravos y numerosos indios tapietes.
Produce entusiasta admiración la inmensidad de las grandes llanuras cubiertas de innumerables y gigantescas palmeras. Se aprecia la solemnidad del suelo salvaje que duerme silencioso, hasta que las huellas de la civilización lo despierten, y le trasmitan la actividad de la vida y del trabajo proficuo. En la época presente son muy pocos los territorios que permanecen ocultos para el mundo civilizado, guardados por las tribus salvajes. El territorio del Gran Chaco, uno de los más fértiles, ricos y poblados de numerosos indios en estado salvaje, y cruzado por el caudaloso Pilcomayo, es probablemente el último rincón del mundo que se abre a las industrias y a la civilización, y que favorecido por sus especiales y muy superiores condiciones de situación, clima y suelo, llegará a ser en muy pocos años una región de las más florecientes de la América del Sud.
Quizá nos sea permitido a los que con nuestras plantas fuimos borrando las huellas de los salvajes, por sus tortuosas y estrechas sendas, ver aquel suelo boliviano cruzado por amplios caminos, y al río Pilcomayo surcado por embarcaciones a vapor, comunicando a nuestra amada patria con las prósperas repúblicas vecinas.
Son muchos los esfuerzos que han fracasado en este territorio, y muy importantes vidas las que se han sacrificado, sin que nuestra patria hubiera alcanzado los resultados deseados.
El 24 de agosto, llegamos al primer pueblo de los tapietes. No fue grande la sorpresa que les causó nuestra presencia, porque habían sido advertidos con anterioridad. No tardó en presentársenos el gran cacique de la tribu, As-lú, acompañado de numeroso séquito. Pactamos amistad y fuimos bien recibidos por todo el pueblo tapiete.
Estos indios son muy sucios; se tiznan la cara y el cuerpo con ceniza y carbón; algunos se presentan completamente negros; las mujeres todas tienen una ancha faja de tatuaje en la frente y nariz, como signo característico y diferencial de su tribu.
Los indios tapietes ocupan la mejor zona del Chaco. Tienen en la proximidad de los esteros de Patino, el más rico suelo, fecundizado anualmente por los derrames del Pilcomayo. Cultivan la tierra y hacen extensas siembras. Son poseedores de numerosos ganados. Tienen la más abundante pesca. Viven bien organizados; cada pueblo, dentro de la republiqueta, tiene su cacique anciano que lo gobierna. Esta situación feliz los hace el objeto de la envidia de los otros pueblos salvajes vecinos, con los que sostienen permanente guerra.
Atravesando el vasto territorio ocupado por la población tapiete, llegamos el 30 de agosto a la última ranchería de indios pescadores, en la inmediación de la laguna Chajá o Escalante. Hasta allí pudimos llegar con nuestras cargas y monturas. Un paso más y el fango hizo imposible el avance de los animales. Desde aquel punto fue necesario cambiar la forma de exploración.
La especial circunstancia de haber precedido tres años de extraordinaria sequía y de haber escogido los meses particularmente secos de agosto y septiembre para practicar nuestra expedición, nos permitió poder avanzar internarnos hasta los esteros, sin separarnos de la margen izquierda del Pilcomayo, mucho más de lo que hubiera sido posible en otras épocas. Los indios del lugar nos confirmaron que en esa estación, les era excepcionalmente permitido permanecer tan inmediatos al río y a los esteros, favorecidos por la extraordinaria disminución de agua y la mayor extensión de terreno seco.

 

El 31 de agosto, dispuse hacer una exploración, acompañado de una ligera columna, para reconocer personalmente el terreno que teníamos delante, dejando el grueso expedicionario bien establecido en aquel campamento.
Partí a las 8 de la mañana con un piquete de 6 rifleros y 6 zapadores, y con 9 indios. Seguimos una angosta senda de salvajes, sin alejarnos del río, marchando sobre terreno fangoso recientemente abandonado por el agua. El suelo estaba surcado por múltiples zanjas. Había monte seco y enlamado. A corta distancia se tenía la continuación de la gran selva de quebracho. Se veía en la ribera derecha lo mismo que en la izquierda, la salida de pequeños riachuelos desprendidos del Pilcomayo. Las márgenes se presentaban cada vez más bajas y el terreno se hacía más fangoso, dificultando nuestra marcha a pie. A las 10 de la mañana vimos la separación de dos riachos del Pilcomayo por su margen derecha, después siguieron separándose otros más a cortas distancias. Atravesamos una ancha y profunda zanja, entonces sin agua, por donde debió correr un brazo del Pilcomayo, desprendido de la margen izquierda. Desde allí ya era ostensible la disminución del caudal del río, mermado por los riachuelos desprendidos. Abundante palizada seca interceptaba el curso del río. Seguía el cerrado bosque espinoso y enlamado, por entre el cual se escurría el agua. Nosotros seguíamos la margen izquierda sin abandonarla, hasta que llegamos a ver al gran Pilcomayo, convertido en un angosto riachuelo de poca profundidad. Al descansar a la sombra de un árbol, grabamos en él, el nombre de Bolivia. No teníamos una copa de champagne para saludar a la patria amada al llegar al feliz término de una empresa anhelada. Los hijos de Bolivia necesitamos ser muy sobrios para terminar la obra de reparación nacional en que estamos empeñados.
A medio día continuamos la marcha, internándonos por el bosque espinoso sin abandonar el riachuelo que nos guiaba. Salimos a vastísima playa, en la que se nos presentaron con todos sus detalles, las divisiones y subdivisiones del río en múltiples brazos, que volvían a reunirse para separarse nuevamente, formando una red inextricable en ancho campo, en el que el cauce de estos riachos tenía insignificantes bordes, y el agua se derramaba bañando el suelo completamente fangoso. Los únicos rastros que encontramos, fueron de tigre, el rey de aquellos desiertos. Avanzamos hasta que el fango nos lo impidió absolutamente. Teníamos al norte el bosque alto y cerrado de quebracho y algarrobo, y al sud las masas compactas de bobo, detrás de las que salían las espesas humaredas de los incendios que producían los vecinos pueblos de tobas o pilagas, que habitan en la margen derecha de los esteros, según afirmación de los indios que nos acompañaban.
En la tarde regresamos a nuestro campamento. El problema estaba resuelto; nuestras cargas no podrían avanzar más por impedirlo el fango. La chalana aún podría bajar por el Pilcomayo, unos pocos kilómetros más, para quedar detenida por la palizada seca y el bosque cerrado que interceptan el río.
El 1° de septiembre, llevamos con el señor Herrmann y el Sargento Mayor Natalio C. Suarez, la chalana “6 de Agosto”, hasta el punto final en que es posible navegar el alto Pilcomayo, donde la dejamos amarrada a un grueso tronco.
Regresamos con todo el cuerpo expedicionario, 5 kilómetros hasta un sitio conveniente para establecer un campamento de descanso, a orillas de un inmenso lago.
Resolvimos practicar una exploración parcial de los esteros, para lo que partimos el 4 de septiembre, en compañía del señor Herrmann y llevando un cuerpo de pocos acompañantes, todos a pie cargando sus provisiones y armas. Avanzando más de lo alcanzado anteriormente, entramos a la región de los esteros; múltiples y pequeños riachuelos corrían en todas direcciones; el bosque estaba enlamado, seco y con las señales de la altura que alcanzaba el agua, a 70 centímetros más o menos; era muy abundante la vegetación de pantano; las compactas enredaderas, formaban amplias grutas apoyándose y rodeando los árboles secos. Escogíamos los mejores sitios para avanzar, entrando en el fango hasta las rodillas. Impedidos por el pantano y los riachuelos, dimos un rodeo inclinándonos al E., hasta convencernos de lo imposible que nos era avanzar más. En seguida emprendimos el reconocimiento hacía el S., pasando algunos brazos del Pilcomayo y cruzando la ancha playa. Nos pusimos descalzos y desnudos, a pesar del viento frío del sud, porque solo de esa manera se podía pasar por aquella red de riachuelos, algunos profundos y fangosos El pantano volvió a impedir nuestra marcha en todas direcciones y nos obligó a regresar.,
De vuelta en el campamento, emprendimos la contramarcha con todo el cuerpo expedicionario.
Para ponernos en relación con los indios tapietes, permanecimos el 7 de septiembre, en una de sus principales rancherías. Les proporcionamos una verdadera fiesta, haciéndoles concursar al tiro de la flecha, con premios a los vencedores. En la noche bailaron y cantaron cerca de nosotros. Conservan el recuerdo de la expedición Campos.
Dan detalles de la expedición de Lange. No responden nada de Ibarreta, y muy temerosos, se manifiestan ignorantes en absoluto. Informan que el pantano es el obstáculo que no permite pasar la región de los esteros por la margen izquierda.
En conversación íntima y afectuosa me expresaron, que tendrán mucho agrado si regreso a visitarlos, llevándoles regalos; que nuestra generosidad los satisfacía; que ellos vivían cuidando sus ganados y creyéndose poseedores de cuanto necesitaban, pero que veían que les faltaban muchas cosas que nosotros les habíamos hecho conocer; que a mi regreso sería recibido como verdadero amigo y conocido, sin que haya razón para que se manifiesten temerosos como estuvieron al vernos por primera vez.
En conclusión: en 31 días, del 4 de agosto al 4 de septiembre, hicimos el avance desde el fortín Guachalla situado a los 22o 3o’sud, hasta los esteros de Patiño más allá de los 24” sud, la distancia calculada de 300 kilómetros, siguiendo la margen izquierda del Pilcomayo. En el regreso tardamos sólo 13 días de marcha, haciendo jornadas cortas y cómodas por el ancho camino que habíamos dejado abierto.
Esta distancia puede disminuir mucho, rectificando las tortuosas curvas que tuvimos que hacer en la marcha exploradora.
El 19 de septiembre de 1906, arribamos al fortín Guachalla, después de haber dado feliz término a la tercera expedición del Pilcomayo.
Me es muy grato hacer constar el distinguido comportamiento de todo el cuerpo expedicionario. Demostraron sus relevantes cualidades el jefe, Mayor Natalio C. Suárez y todos los oficiales, sin dejar nada que desear en el estricto servicio de la delicada campaña.
La clase de tropa, animosa y esforzada, demostró las superiores cualidades de disciplina y abnegación absoluta, del mejor soldado boliviano.
Confirmo el extenso diario descriptivo de esta expedición, que envié al Ministerio de Colonias y Agricultura, con fecha 25 de diciembre de 1906.
Como resultado inmediato de la anterior expedición, me fue permitido ofrecer la verificación del curso del Pilcomayo, acompañando un croquis del río, y las condiciones en que puede ser navegado. Los detalles se hallan consignados en el oficio siguiente:

“Fortín Guachalla, Set. 29 de 1906.
Al Señor Delegado Nacional en el Gran Chaco.
Doctor Leocadio Trigo.
Presente.

Señor;

Me es grato presentar a Ud. un plano provisorio con la escala de 1:1.000.000, del itinerario de la expedición del Pilcomayo, ejecutada desde el 4 de agosto hasta el 19 de septiembre del presente año. Las fechas marcadas al lado izquierdo se refieren a la ida, y las de la derecha a la vuelta de la expedición.
Las tribus salvajes y los nombres de sus caciques, están marcados y fijados en el lugar correspondiente.
El pequeño plano con la escala de 1: 1oo.ooo diseñado en el mismo pliego, detalla el itinerario de la última parte de la expedición en los Esteros.
Como resultado de la expedición por agua, navegando el río Pilcomayo en la chalana que puso Ud. a mis órdenes y disposición, puedo comunicarle lo siguiente: La chalana, que cargada y tripulada calaba 30 centímetros, ha navegado sin mayores dificultades, desde el fortín Guachalla hasta el grado 24o de latitud sud. En todo el curso recorrido del río, he comprobado que no existe ninguna bifurcación ni se desprende ningún brazo, lo que demuestra ser este el único y verdadero cauce del Pilcomayo hasta los Esteros.
Los importantes rápidos marcados entre los grados 23o y 24o de latitud sud, en casi todos los mapas; no existen. Los rápidos de Patiño son una fábula, como es inexacto todo el informe de dicho Padre, quien habría llegado hasta el interior de Bolivia, si en verdad hubiese recorrido 471 leguas, como afirma.
Los rápidos que he marcado en el preferido plano, son sitios en que hay corriente mayor que la general del río, que no ofrecen dificultad a la navegación y que desaparecen cuando aumenta el caudal de agua.
Siendo uno de los meses en que disminuye más el caudal del río, el de agosto, en que he descendido por el Pilcomayo, había en todo el trayecto recorrido bastante agua para navegar en embarcaciones con 40 y aun 5o centímetros de calado.
En casi toda la extensión recorrida, he constatado las señales bien marcadas en los bordes del río, del nivel alcanzado por el agua de 50 a 60 centímetros sobre la superficie actual, y que debe ser el nivel que conserva el Pilcomayo en la mayor parte del año, después que pasan las grandes crecientes de la estación lluviosa. En los tres primeros meses del año, en que el caudal del río alcanza su máximum, el agua se desborda y baña las riberas en más o menos grandes extensiones, sobre todo en la región de los Esteros y sus proximidades. Por las señales marcadas en los árboles se constata que el agua en los Esteros sube sobre la superficie del suelo hasta un metro 20 centímetros. En la ribera próxima a los Esteros, estas señales marcan 10 a 12 centímetros,
A nuestra vuelta he observado que el agua ha disminuido lentamente de 10 a 20 centímetros, lo que ofrecería ahora algunos inconvenientes a la navegación. Debe tenerse en cuenta que el presente año es excepcionalmente seco, y también fueron secos los tres años anteriores. Puede concluirse, que en nueve meses del año, es posible navegar con normalidad el Pilcomayo, en: embarcaciones que tengan un calado de 40 a 50 centímetros. Posiblemente durante 6 meses, pueden navegar embarcaciones de 1 metro de calado. A este respecto no hago afirmación exacta, por faltarme la observación del río en el tiempo oportuno.
Solo en tres meses del año quedaría dificultada o interrumpida la navegación.
Por lo pronto me permito aconsejar el pedido de una pequeña lancha a vapor de mim 12 metros de largo y 35 centímetros de calado, para llenar las primeras y urgentes necesidades de la Delegación, y que sirva para conducir a remolque las chalanas.
Con esto se puede tener en corto tiempo un exacto conocimiento del lecho del río, para determinar las superiores embarcaciones que le sean adaptables.
Confirmando a Ud. mis consideraciones, me suscribo su atento S. S.
Guillermo Herrmann, Ingeniero”

A lo anterior se puede aumentar los datos que hemos tomado del importantísimo trabajo publicado por el ingeniero señor G. Lange.
De la boca del Pilcomayo a nuestro fortín d’Orbigny en el 22o sud, hay 1090 kilómetros de vía fluvial, pasando del bajo al alto Pilcomayo, por los esteros y el arroyo Dorado. La distancia en línea recta entre estos dos puntos, es de solo 637 kilómetros.
La altura sobre el nivel del mar a que se halla el fortín d’ Orbigny, es de 285 metros, y la de la boca del Pilcomayo es de 75 metros. La diferencia de 210 metros de altura, en la vía fluvial de 1090 kilómetros, representa un desnivel de poco menos de 20 centímetros por kilómetro.
Entre él fortín d’Orbigny y la laguna Escalante o Chajá, que es donde termina el alto Pilcomayo y comienzan los esteros, cuyo estudio nos interesa particularmente, hay por la. Vía fluvial 563 kilómetros y una diferencia de altura de 140 metros, que da un desnivelado poco menos de 25 centímetros, por kilómetro.
En la segunda expedición, obtuve en el; Gran Chaco el conocimiento de que se quería sustentar una paradójica pretensión, afirmada en. la falsa existencia de un Pilcomayo que decían, tenía su curso inclinado hacia el norte, desviándose y separándose del propio río de este nombre, en una larguísima extensión. Para esto, se hablaba de una bifurcación que no existe del Pilcomayo, cuyos rastros eran buscados sobre el terreno, sin ningún resultado positivo.
Con estos propósitos y a raíz de la fundación de la colonia argentina Buenaventura, se organizó una expedición bajo las órdenes de su Jefe Administrativo señor Domingo Astrada, y del Jefe técnico, el ingeniero sueco señor Otto Asp, nacionalizado argentino, para explorar las riberas del Pilcomayo hasta el Paraguay, lo que practicaron en cien días, del 17 de junio al 24 de septiembre de 1903, fecha en que arribaron a Asunción.
El señor Domingo Astrada ha publicado en Buenos Aires un libro titulado “Expedición al Pilcomayo”, en el que se hallan dos artículos de polémica sostenida con el señor Asp, y que define el asunto enunciado.
Ha escrito el señor Asp; “Mi objeto al hacer esta primera refutación al señor Ástrada, es hacer notar que entre el brazo norte y el del sur o Ferreira, de la Horqueta al estero Bravo, existe una zona de un ancho variable entre 5 y 10 leguas, que contiene campos fertilísimos y los mejores quebrachales que he visto en toda la República.
“Por las teorías del “práctico” señor Astrada, esta hermosa extensión de tierra podría llegar a ser de otra nación; por las teorías del “técnico” que suscribe, tratado respectivamente por su colega de expedición, esas tierras son indiscutiblemente argentinas, porque el verdadero Pilcomayo es el brazo norte que determina nuestros límites con el Paraguay.”
Se ve que el ingeniero señor Asp, habla como una entidad soberana, y que resuelve motu propio los más delicados asuntos internacionales. Se comprende que quiere halagar a su patria adoptiva y le endilga tentaciones que han estado muy lejos de desviar la tradicional lealtad con que procede aquel país, cuya hegemonía, en Sudamérica, que ha llegado a constituirlo en el juez árbitro del derecho de sus hermanos, está fundada en su noble y alta justificación.
A esto ha respondido el señor Astrada con el corazón de verdadero, argentino: “El señor ingeniero comprobó que en el lugar de la Horqueta, las aguas todas del río bajaban por el Ferreira (brazo occidental), y que el verdadero cauce del antiguo Pilcomayo, está completamente cegado en este punto. Sentado esto, puede asegurarse desde luego que el Pilcomayo no corre ya por su antiguo y verdadero cauce.
“Después de lo dicho, sostengo las afirmaciones contenidas en el capítulo y plano gráfico publicados, donde no veo lo que me atribuye el señor Asp; y agrego en rigor NO EXISTEN DOS BRAZOS DEL PILCOMAYO”,
De esta manera ha quedado rectificada la verdad.
En el mismo libro citado ha escrito el señor Astrada: “Dirijo la marcha por la costa del río. Esas aguas turbias, bermejas y ligeramente salobres del Pilcomayo, que tenemos a la vista, son las que nos han de servir de guía a través del desierto, y que hemos de buscar y reconocer en caso de perder o confundir su curso”.
Y en verdad, son esas aguas las que fijan el curso real y propio del Pilcomayo, que si pudieran perderse o confundirse por expedicionarios que marcharan por sus tortuosas riberas, ofrecen la comprobación más exacta e indiscutible a los que, como el explorador señor Gunardo Lange subieron navegando el río Pilcomayo, y a nosotros con el ingeniero señor Herrmann, que descendimos navegando el mismo río desde el fortín Guachalla, hasta donde pierde su cauce en los llamados esteros de Patiño, Poco tiempo antes, nuestras chalanas hicieron la navegación del Pilcomayo desde villa Montes hasta el fortín Guachalla.
El señor Lange ha escrito en su importantísimo libro publicado a raíz de su exploración: “... desde que el Pilcomayo sale de la quebrada honda, por la cual atraviesa la cierra de Caiza aguas arriba de la población de San Francisco, no recibe afluente ninguno, hasta donde se desparrama en el Estero Patino, mermándose sus aguas constantemente por la infiltración en el suelo y por la evaporación.”
La demostración gráfica del verdadero y único curso del Pilcomayo, sin ninguna bifurcación, está en el precioso mapa publicado por el señor Lange, cuyo superior estudio, es de indiscutible competencia científica, siendo a la vez el más completo.
La inexplicable hipótesis con la que se pretende fijar de manera inconcebible, un imaginario río, por una línea marcada sobre terreno seco, pretextando que por allá debió haber corrido el caudaloso Pilcomayo en otros, tiempos, y alejar nuestra línea fronteriza del acceso inmediato al propio río para navegado, y al agua para tener vida, es supremamente inadmisible.
Sólo el anterior abandono pudo dar lugar a tales conceptos erróneos. Hoy está allá la acción efectiva de nuestra legal soberanía, afirmando el sagrado derecho de Bolivia.
Después de incorporar a la guarnición del fortín Guachalla el destacamento que expedicionó hasta los esteros, establecimos un nuevo fortín a 35 kilómetros al sudeste del anterior, en la margen izquierda del Pilcomayo, a los 22o 42’ de latitud sud, frente a la villa María Cristina, capital de la colonia argentina Buenaventura. El sitio elegido para este fortín, es de muy superiores condiciones por tener terreno firme y ofrecer mayores seguridades contra los avances del río Pilcomayo y sus derrames anuales.
Con este motivo se despertaron infundadas susceptibilidades, y el señor Juez de Paz de la colonia Buenaventura, me envió un oficio de protesta en términos que evidenciaban su falta de justificación. Respondí a este oficio concretándome a expresar que el derecho de Bolivia en la margen izquierda del Pilcomayo, era incontrovertible.
Conocido este incidente en Buenos Aires, nuestro Ministro Plenipotenciario me pidió una información, la que fue en el telegrama siguiente:
“Villa Montes, enero 31 de 1907.—A los Exclmos. Ministros Claudio Pinilla y Eliodoro Villazón.—Buenos Aires.—Reclamación argentina es motivada por trabajos de nuevo fortín en “Paso de las Gallinas”, 35 kilómetros al sudeste de Guachalla, bajando por margen izquierda del Pilcomayo indiscutiblemente.—Vecinos argentinos de Colonia Buenaventura, pretenden pasar a margen izquierda Pilcomayo, que respetaron y siguen respetando como boliviana.—Son recientes nuevas pretensiones.—Sírveles de pretexto para reclamaciones, la pretendida existencia de un antiguo lecho del Pilcomayo, que hoy no existe.—Afirman que actual Pilcomayo sigue curso de un riachuelo llamado arroyo Ferreira que en todo caso habría sido un brazo del Pilcomayo.—Evidencia verdadera es que caudal del Pilcomayo, tiene un curso patente indiscutible.—Pretendido antiguo lecho del Pilcomayo, completamente perdido, dicen que se desprendía quince kilómetros al sudeste de Guachalla.—Próximo correo llevará informe detallado.—Anteriormente mandé Ministerio de Colonización, plano del Pilcomayo detallados informes.—L. Trigo.”
En el anunciado informe expuse entre otros detalles, lo siguiente: En la demarcación de los lotes de la colonia argentina Buenaventura, el río Pilcomayo ha servido de límite infranqueable y legalmente respetado, aun en la región del supuesto arroyo Ferreira, conceptuado natural y verdaderamente como propio río Pilcomayo.—En las expediciones que hemos realizado por la margen izquierda del Pilcomayo, hemos ocupado la ribera boliviana, frente a todas las estancias argentinas de la margen derecha, evidentemente limitadas por este río de cauce antiguo y lecho profundo, con márgenes bien determinadas.
Confirmo el oficio informativo elevado al Ministerio de Colonización, el 2 de febrero de 1907,. Número 8.
En cumplimiento del pliego de instrucciones de 19 de abril, de 1905, y el Decreto Supremo de 27 de diciembre del mismo año, ha sido fundada la Villa Montes, en las Misiones de San Francisco Solano y San Antonio de Padua, que con este fin fueron recogidas.
Este ha sido el primer caso en el Gran Chaco, en que se ha querido obtener la realización de un noble esfuerzo civilizador y el cumplimiento de una aspiración nacional, que desde muchísimos años atrás han sido entregados a la labor de los misioneros cristianos. Han sido constituidas en pueblo boliviano sometido a las condiciones generales de nuestra, administración, dos misiones de indios chiriguanos.
Bolivia tenía la Indispensable e inaplazable necesidad de fundar un pueblo en las márgenes del Pilcomayo, que sirva de centro a la acción colonizadora, y a la nueva vida industrial y de intensa influencia nacional que hoy se desenvuelve sobre aquel vasto territorio de la provincia del Gran Chaco.
El sitio elegido para fundar la villa Montes no sólo es el mejor, sino el único de satisfactorias condiciones, en las riberas del Pilcomayo, por ofrecer las seguridades de estabilidad, con terreno firme y libre de los avances del río. Después de este sitio en el que los bordes del Pilcomayo son firmes y resistentes; se presentan las riberas de este río con terrenos areniscos, sumamente deleznables e inseguras:
En villa Montes se halla el mejor, si no es el único sitio, donde tendrá que colocarse el puente del ferrocarril que en todo caso debe cruzar el río Pilcomayo, para llevar la línea férrea que siguiendo de Ledesma, deberá pasar por Yacuiba y villa Montes a Santa Cruz. Aquél es el sitio por donde pasa el camino que liga la República Argentina con Santa Cruz, siendo de grande importancia el cambio comercial de importación y exportación por allí establecido.
Ya fueron abiertos el camino carretero de Yacuiba a villa Montes que debe seguir hasta Santa Cruz, y el camino de herradura directo a Tarija.
Por la proximidad a la cordillera, son abundantes los materiales de construcción, cal y piedra, así como las maderas de primera clase. Es fácil la fabricación de ladrillo y teja, con la abundancia de excelente tierra apropiada. Exceptuando las maderas, desaparecen estos elementos de construcción a medida que se desciende el Pilcomayo.
Han sido instaladas dos escuelas de niñas y una de varones.
Se presta el Servicio médico y de botica, en condiciones satisfactorias.
Se protege decididamente a la población indígena compuesta, de chiriguanos y matacos.
Fueron reparados los edificios públicos.
Se atiende el servicio de chalanas para el paso del río.
El comerciante señor Carlos Holzer, construye una casa, para la que ya tiene invertidos en la preparación de materiales, la suma de cinco mil pesos. Esta casa comercial ha expedido en villa Montes, en 4 meses, la suma de ocho mil pesos.
La propaganda insidiosa de que pronto serán devueltas las ex Misiones de San Francisco Solano y de San Antonio de Padua, a los P. P. Conversores, concluyendo la existencia de villa Montes, ha impedido que se establezcan algunas familias que solicitaron lotes.
Por los límites que debe tener este conciso informe, no me ocupo de la acción que se ha dirigido insistentemente para combatir la nueva villa. A este respecto confirmo mis detallados informes anteriores, Este asunto, demasiado extenso, será tratado si llega el caso, ampliamente con la debida documentación que existe en el archivo de la Delegación Nacional.
Aprovechando de excepcionales Circunstancias, los indios salvajes han dado algunos golpes de mano, felizmente aislados, que fueron reprimidos Como lo indicaba la prudencia. Cuando hubo suficiente fuerza en nuestras guarniciones, reducidas Un tiempo a muy escaso número, por el retardo de las fuerzas de relevo.
Son ampliamente satisfactorias las condiciones de perfecta salud en que se desarrollan, en el territorio del Gran Chaco y riberas del Pilcomayo, las crias ganaderas en general, dando una reproducción máxima. Háyanse libres del flagelo de las epidemias que se presentan en otros territorios.
En especial informe han sido estudiadas las causas del éxodo de las razas indígenas de los Departamentos de Tarija, Sucre y Santa Cruz, estableciendo las diferentes condiciones en que a este respecto se halla la población chiriguana, que es muy superior en civilización, y las particulares condiciones de las demás tribus salvajes y nómadas del Pilcomayo. Se evitará la despoblación, cuando se pueda ofrecer a los pueblos indígenas, dentro del propio suelo los recursos y el trabajo que hoy van a buscar en otro país, Además hay otros medios secundarios, que desde luego podrán ponerse en práctica, mejorando las condiciones de administración protectora y de amparo para estas razas inferiores.
Respecto a las Misiones sostenidas por el Colegio de Padres franciscanos de Tarija, he elevado al ministerio de Colonización, los informes correspondientes. Es incalificable la actitud de reacia oposición en que pretendieron sostenerse los P. P. Conversores, al frente de las disposiciones y leyes que determinan su regular acción, dentro de las funciones que les encomienda el Estado.
Hoy ha mejorado mucho el servicio de las Misiones, con el espontáneo retiro de algunos Conversores que se manifestaban heridos y enconados, los que han sido reemplazados por sacerdotes jóvenes y de buena voluntad.

En conclusión
La Delegación de mi cargo ha avanzado por la margen izquierda del Pilcomayo, fundando fortines, afianzando de manera estable nuestras posesiones, reconociendo y estudiando el territorio para utilizarlo en seguida, y ligando todos nuestros puestos ocupados, para que con fácil comunicación, se sostengan los unos a los otros.
Se ha tomado posesión de nuestro suelo y se ha sometido a sus habitantes salvajes, haciendo real nuestra soberanía y el imperio de las leyes de la República en aquella alejada frontera.
La precisa indicación desprendida del conocimiento del terreno, de la actitud pacífica de las tribus salvajes y de las comunicaciones fáciles por los caminos que hemos dejado abiertos, así como por la navegación del Pilcomayo, que permite el abastecimiento de víveres y de todos los demás medios necesarios, es de establecer un baluarte próximo al último punto alcanzado, para llenar debidamente los altos fines que persigue el Supremo Gobierno y dar sólida firmeza a todas nuestras posiciones sucesivas del Pilcomayo.
Para establecer este último fortín, y sólo después de haber tenido conocimiento de las condiciones en que puede navegarse el alto Pilcomayo, se presenta la oportunidad de obtener con datos precisos, las lanchas a vapor apropiadas al servicio en este río.
Con el importante plano levantado por él ingeniero señor Guillermo Herrmann, que envíe al Ministerio de Colonias, se ha llegado a la solución satisfactoria de que es posible sacar un canal de riego para la margen izquierda del Pilcomayo, a la altura de villa Montes: importantísimo trabajo que daría a esta villa las verdaderas condiciones de prosperidad y adelanto.
Mientras pueda realizarse esta obra de mayor importancia, debe darse riego a villa Montes con pozos artesianos, sin pérdida de tiempo, para hacerla adecuada a la colonización, atrayendo la inmigración europea y asegurarle también la concurrencia de población nacional.
Con particular consideración y respeto, me suscribo de Ud., señor Ministro, su obsecuente servidor.

Leocadio Trigo.

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