José Costas y su familia |
Tomado de: https://christianhbarron.wixsite.com/macaale/single-post/2020/05/27/jos%C3%A9-costas-el-hijo-de-sim%C3%B3n-bolivar
"El nombre de María Joaquina Costas se repite en
biografías dedicadas al Libertador Bolívar, como las escritas por el argentino
José García Hamilton, el colombiano Héctor Muñoz y los bolivianos Julio Lucas
Jaimes y Luis Subieta. Maria Costas era esposa de un importante militar
rioplatense, Hilarión de la Quintana, tío político del Libertador argentino
José de San Martín. Demás está decir que la familia de María Joaquina
pertenecía a la alta sociedad altoperuana, y por esto fue protagonista del
triunfal recibimiento que los potosinos brindaron a Bolívar en 1825. "A su
llegada a Potosí, rociaron a Bolivar con agua bendita y lo condujeron a un
sillón ricamente forrado en terciopelo”, se lee en Tiempo de Bolívar, (de
Jacobo Libermann). Pronto, 12 ninfas se acercaron al venezolano y le
obsequiaron coronas de rosas y laureles y una bella mujer le entregó un ramo de
flores, mientras le mascullaba la advertencia del complot para asesinarlo. Era
la voz de María Joaquina, quien le explicó que el jefe de la intriga era su
tío, el oficial español León de Gandarías.
“Simón se enterneció ante el interés manifestado por la
muchacha, la envolvió con palabras galantes, giró con ella alegremente al
compás de la música y, a la madrugada, la condujo a sus habitaciones. El nuevo
romance le despertó la coquetería y una mañana, al advertir que empezaban a
aparecerle canas en la barba, decidió afeitarse el bigote y las patillas”, se
lee en la biografía novelada Simón. Vida de Bolívar, de García Hamilton. El
Libertador permaneció siete semanas en Potosí, tiempo en que mantuvo la
clandestina relación con Costas, quien no veía a su ausente marido hacia tres
años, ya que éste se encontraba en campaña con el ejército chileno. La relación
terminó cuando Bolívar partió hacia Chuquisaca, Costas envió una serie de
cartas a su amante. En una de las misivas le anunció su embarazo. El venezolano
respondió inmediatamente:
“Como hombre de mundo y como militar de talento debo
confesar y ratificar mi pecado. La lucha interna fue enorme y Cupido derrotó a
Marte en buena ley, pero el botín de ese combate debe reservarse en lo más
profundo de nuestros corazones, pues si no, ¿qué sería de ambos? No se deje
amedrentar y diga usted que mis visitas a su casa fueron nocturnas por algún
pretexto. Seguiré de cerca el desenlace y a fuer (sic) de Bolívar y Palacios,
pondré a buen recaudo su honra y mi conducta”.
Jose Costas contrajo matrimonio el 2 de octubre de 1895 en
Caiza (provincia Linares del departamento de Potosí), quien en aquel acto
declaró ser hijo del Libertador Simón Bolívar. Costas a la sazón contaba 69
años de edad, lo que me hace suponer que dicho matrimonio lo contrajo en
artículo mortis, como que días después dio “El Tiempo” de Potosí, la noticia de
que en el pueblo de Caiza había dejado de existir el señor José Costas,
declarando en su último trance ser hijo de Bolívar y de doña María Joaquina
Costas. El Libertador en sus charlas con su edecán Luis Perú de Lacroix, le
dijo en 1828 encontrándose en Bucaramanga:
“El Potosí tiene para mi tres recuerdos: allí me quité el
bigote, allí usé vestido de baile y allí tuve un hijo”.
Otro día, al hablar de la numerosa prole de cada uno de los
miembros de su familia, dijo:
“Que él solo no había tenido posteridad, porque su esposa
murió muy temprano, y que no ha vuelto a casarse, pero que no se crea que es
estéril o infecundo, porque tiene prueba de lo contrario”. (Diario de
Bucaramanga, pág. 21).
Encontrándose en el Perú en 1826 y teniendo conocimiento de
que en Potosí le había nacido un hijo demostró el justo deseo de conocerlo,
enviando el Libertador en comisión especial a don José Miguel de Velasco para
que condujera hasta la quinta de La Magdalena a doña María Joaquina Costas y su
hijo. Esta comisión le valió al coronel Velasco su ascenso a General, como muy clara
y rotundamente lo dice don Benito Gardaos en su obra “Aventuras curiosas de un
desterrado”, publicada en Arequipa en 1840 y citada por Cornelio Hispaño en su
“Historia secreta de Bolívar”, pág. 56. El viaje de doña María Joaquina se
realizó con el mayor sigilo, para que no llegara a oídos del general don
Hilarión de la Quintana, esposo de tan bella e interesante dama, que a la sazón
desempeñaba papel importante en el ejército de Chile. Pero el general no debió
ignorar lo ocurrido, porque no volvió más a unirse con su esposa. Tenía 21 años
de edad doña María Joaquina Costas en 1825, y era de un talento y de una
hermosura sobresalientes, por lo que las damas de Potosí le dieron la comisión
de presidir al grupo de distinguidas señoras que, vestidas de ninfas, debían
congratular a Bolívar en su ascensión al Cerro de Potosí, recibiéndolo
teatralmente en un templete griego. Allí fue donde doña María Joaquina llamó la
atención del héroe pronunciando una arenga patriótica y diciéndole al oído, al
colocar en su sienes una guirnalda de filigrana de oro tachonada de piedras
preciosas: –¡Cuídese! ¡Tratan de asesinarlo! Intrigado Bolívar con aquella
revelación misteriosa y flechado por los dardos de Cupido, solicitó de la
hermosa dama una entrevista reservada, que la obtuvo aquella misma noche sin
gran dificultad. Allí supo que un oficial español, León Gandarias, en unión de
otros realistas, trataba de asesinarlo. Al siguiente día, sin ruido ni aparato
alguno, salieron de Potosí, con buena escolta y con rumbo a la costa, Gandarias
y sus compañeros. Como fruto de aquella entrevista vino al mundo, al mediar el
año 1826, un niño que fue bautizado con el nombre de José. Su educación fue
esmerada, correspondiendo a los antecedentes de su distinguida familia,
poniendo doña María Joaquina toda su atención y cuidados en el provenir de su
único hijo, quien se instruyó en humanidades en el Colegio Pichincha. Según
cuentan viejos vecinos de esta coronada Villa, la señora María Joaquina Costas
tenía una casita, cerca al templo de San Juan de Dios donde pasaba la vida
comerciando con disfraces, que a precios módicos facilitaba a los mineros y
campesinos para sus festividades religiosas. Durante el gobierno del general
Belzu desempeñó doña María Joaquina la dirección de un internado de niñas en el
Colegio de “Santa Rosa”, siendo sus alumnas más distinguidas las entonces
señoritas Vicenta Sierra, Virginia Sotomayor, Rosalía Carpio, las hermanas
Inés, Julia y Genoveva Vargas, que después llegaron a ser todas ellas notables
educacionistas. Así no es extraño que su hijo, a quien se lo conocía con el
nombre de don “Pepe Costas”, haya llegado a sobresalir en la sociedad por su
ilustración y talento, cultura exquisita y disposición especial para el arte.
Cautivaba a la concurrencia en cualquier reunión familiar con su guitarra y
melodiosa voz. Era, Pues, el tal don Pepe en Potosí, al mediar el siglo XIX, un
adorno en los salones, una joya de gran mérito en la culta sociedad y el espejo
de la juventud elegante, ilustrada y culta. La situación económica de doña
María Joaquina no debió ser muy desahogada en sus últimos días, cuando, por
consejo de algunas amistades, particularmente del muy distinguido y patriota
historiógrafo nacional Dr. Samuel Velasco Flor, se presentó ante el gobierno
solicitando un montepío en premio a los relevantes méritos e importantes
servicios prestados a la causa de la independencia por su esposo el general Dn.
Hilarión Quintana; pero el Consejo de Estado en su resolución de 30 de mayo de
1874, rechazó dicha solicitud, fundándose en que el benemérito general
Quintana, si bien había sido héroe de la reconquista de Buenos Aires en 1807,
uno de los principales promotores de la revolución del 25 de mayo de 1810, jefe
distinguido del ejército de San Martín y el verdadero libertador de Chile por
su oportuna y decisiva actuación en la batalla de Maipú, en cambio la República
de Bolivia –su patria nativa– no le merecía servicio alguno, debiendo en
consecuencia la viuda recurrir a los gobiernos de Chile y la Argentina en
demanda del montepío que solicitaba. Refiere un testigo presencial –por demás
conocido en el mundo literario con el seudónimo de Brocha Gorda el gran Julio
Lucas Jaimes – que doña María Joaquina sintiendo llegada su última hora, se
confesó con el cura Ulloa –de gran reputación por sus relevantes méritos de
discreción y prudencia– a quien en tan supremo trance le hizo el siguiente
encargo: “Deseo y pido que no sea separado de mi cuerpo en la tumba, este
relicario precioso que lleva el busto del Libertador, y que me fue ofrecido por
él mismo en prenda de amor y agradecimiento por haberle salvado la vida en la
noche de la solemne subida al Cerro de Potosí. Conocía yo la conjuración contra
el héroe fraguada por mi tío el teniente Gandarias y no vacilé ni un momento en
sacrificar mi honra a mi pasión y a mis deberes de patriota, evitando que fuera
aquel grande hombre indignamente asesinado en su lecho. Pedí luego dinero y
salvoconducto para aquellos conjurados y Bolívar fue con ellos grande y
generoso como en todo. Dios le haya premiado y me perdone a mí esta única falta
grave de mi vida que siempre la consagré al bien de mis semejantes y al
recuerdo de Bolívar, mi único amor en el mundo".
Viéndose sólo don Pepe se retiró al campo, eligiendo para su
residencia el pueblo de Caiza, donde ha dejado numerosa descendencia".
NOTAS: Extraído de Historia y Leyenda de la Villa Imperial
de Potosí - Bolivia
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