EL “VALE UN PERÚ” QUE “VALE UN POTOSÍ”

 

Plaza principal de Potosí, al fondo se observa el Cerro Rico.

Por: Juan José Toro (*) / Tomado de: https://www.lostiempos.com/sites/default/files/edicion_online/oh_webb_13_nov.pdf

Aunque existe desde tiempos inmemoriales y la ciudad corresponde, históricamente, a los últimos tiempos, pocos accidentes geográficos están tan vinculados a un conglomerado urbano como el Cerro Rico a la Villa Imperial de Potosí.

Tan unidos están ambos en el imaginario popular que muchos autores los confunden al referirse indistintamente a uno y otra.

Gunnar Mendoza apuntó que la admiración que causa el “rey de los montes” ha motivado toda una “literatura apologética de Potosí que a partir del descubrimiento del Cerro se fue renovando sin cesar hasta constituir toda una modalidad expresiva. Monte excelso y su equivalente en quechua Súmaj Orkjo, ‘Vale un Potosí’, etc. son fórmulas mínimas de una retórica cuyo caudal corre parejas con la cuantía misma de la plata extraída de los senos del Cerro, y que acaba resonando con eco nostálgico en el apelativo de otras montañas y otras minas (Nuevo Potosí, San Luis de Potosí, etc.) situadas a cientos y miles de kilómetros”.

“La belleza de esta montaña dio motivo a exaltaciones poéticas y a diverso comentario”, dijo, por su parte, el paceño Gonzalo Romero Álvarez Guzmán. Desde Miguel de Cervantes, que dio lugar a la acuñación de la frase “Vale un Potosí”, hasta Arturo Uslar Pietri, decenas de escritores se han ocupado de ella.

Se podría llenar volúmenes enteros con las descripciones y pareceres de cronistas y escritores. Están desde los laudatorios, como Bartolomé Arzáns, hasta los críticos, como Eduardo Galeano. Tan famoso fue el Cerro Rico, y tan famosa hizo a la ciudad que yace a sus pies, que, cuando se quería hablar de riqueza extraordinaria, se decía que “Vale un Potosí”

Pero como Potosí formaba parte del Virreinato del Perú, la frase se hizo extensiva a esa entidad territorial y se convirtió en “Vale un Perú”. Y la frase llegó hasta el periodo republicano, cuando José Santos Chocano escribió que “¡Vale un Perú! Y el oro corrió como una onda. / ¡Vale un Perú! Y las naves lleváronse el metal; / pero quedó esta frase, magnífica y redonda, / como una resonante medalla colonial”.

“Costar o valer un Perú o un Potosí o valer un imperio: todas estas frases están relacionadas y aluden a las minas de oro y plata en Sudamérica”, le dijo el autor del Diccionario de dichos y frases hechas, Alberto Buitrago, a la periodista Analía Llorente de BBC Mundo.

El Perú era un emporio de riqueza y muchas de sus construcciones destinadas al culto estaban adornadas con oro y plata. Los cadáveres momificados de achachilas, particularmente de los incas, estaban forrados en oro y eran objeto de veneración. Todos fueron objeto de saqueo por parte de los españoles. “Viendo Pizarro tanto oro y plata por allí, creyó la grandísima riqueza que le decían del rey Atabaliba”, escribió, por ejemplo, López de Gómara.

“Aunque es el oro tan excelente y precioso, que poca cantidad dél excede en valor a mucha materia de plata, todavía la mayor riqueza que se saca en estas Indias al presente consiste principalmente en la plata, por ser muchas minas por ser muchas más e incomparablemente más abundantes las minas de plata que las de oro”, apuntó, a su vez, el jesuita Cobo.

Es cierto que en el Perú había otras minas de plata, como Castrovirreyna, en Huancavelica, y Hualgayoc, en Cajamarca, pero ninguna llegó a compararse siquiera con las de Porco y Potosí que fueron las que llenaron las arcas de la corona española.

Además, la frase sobre la riqueza en exceso no hacía referencia al Perú, en general, sino a la mina potosina en particular.

La prueba está en el capítulo LXXI de la segunda parte de la obra cumbre de Miguel de Cervantes, “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, en el que se refiere a este diálogo entre el caballero de la triste figura y su escudero, el de la esférica panza, a propósito de unos azotes que este último habría de recibir a cambio de una paga:

—Agora bien, señor, yo quiero disponerme a dar gusto a vuestra merced en lo que desea, con provecho mío; que el amor de mis hijos y de mi mujer me hace que me muestre interesado. Dígame vuestra merced: ¿cuánto me dará por cada azote que me diere?

—Si yo te hubiera de pagar, Sancho — respondió don Quijote—, conforme lo que merece la grandeza y calidad deste remedio, el tesoro de Venecia, las minas del Potosí fueran poco para pagarte; toma tú el tiento a lo que llevas mío, y pon el precio a cada azote.

Como se ve, Cervantes pone, en labios de Don Quijote, su parecer sobre la plata de la Villa Imperial, conocida por él solo por lecturas y oídas: es tanta y tan abrumadora que es sinónimo de excesiva riqueza.

La mención de Potosí en la obra de Cervantes es repetitiva. Poco antes, también en la segunda parte del Quijote, en el capítulo LX, vuelve a mencionar a la ciudad, ya no solo al cerro o a sus minas, al referirse al caballo de madera que unos duques ponen frente a Don Quijote y Sancho Panza, asegurando que se trata de un corcel volador llamado Clavileño el Alígero, y les instan a montarlo. El famoso caballero andante asegura conocer al animal e incluso su procedencia: “De allí le ha sacado (el gigante) Malambruno con sus artes, y le tiene en su poder, y se sirve dél en sus viajes, que los hace por momentos por diversas partes del mundo, y hoy está aquí, mañana en Francia y otro día en Potosí”.

Pero no solo hay referencias a Potosí en el Quijote. Una investigadora de la obra de Cervantes, Adriana Arriagada de Lassel, dice que el escritor convierte el nombre de Potosí en adjetivo en “El rufián dichoso”, comedia escrita entre 1605 y 1615, en la que hablaría de “una mina potosisca”. Pese al dato, varias revisiones a esa pieza teatral no permitieron encontrarlo. Sin embargo, allí aparece este verso:

“¿No has visto tú por ahí

mil con capas guarnecidas,

volantes más que un neblí,

que en dos barajas bruñidas

encierran un Potosí?”.

Como para despejar cualquier duda al respecto, cada vez que Cervantes habla de Potosí, lo hace para graficar mucha riqueza. Arriagada misma lo dice: “Encontramos en Cervantes el uso de un vocabulario propio a las circunstancias de la época: un ‘perulero’ es un español establecido en Perú, pero es también un hombre rico y si algo vale mucho, vale un Potosí”. Así, en “La entretenida”, don Ambrosio le dice lo siguiente a Cristina: “Amiga, por tu industria y tu fatiga, este pobre premio toma. Y prométete de mí montes de oro, que bien puedes” a lo que la aludida responde que “la menor de tus mercedes suele ser un Potosí”. En la misma obra, el personaje Muñoz exclama “¡Qué bien trazada quimera! Si ella llega a colmo, espero un Potosí de barras y dinero”.

En su última novela, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, publicada después de su muerte, Cervantes vuelve a citar a Potosí como mina, en el capítulo noveno del tercer libro: “En esos dos baúles que ahí están, donde llevaba recogida mi recámara, creo que van hasta veinte mil ducados en oro y joyas, que no ocupan mucho lugar, y, si como esta cantidad es poca, fuera la grande que encierra las entrañas de Potosí, hiciera della lo mismo que desta hacer quiero”.

Ahí van no una ni dos sino hasta cinco muestras de que, al hablar de una gran riqueza, Cervantes no se refería al Perú, en general, sino a Potosí, en particular. Por eso, y no por otra cosa, incluyó a Charcas entre los cuatro posibles lugares dónde desempeñar un cargo público y, concretamente, pidió el corregimiento de La Paz.

“Pide y supplica humildemente quanto puede a V.M. sea seruido de hacerle merced de un officio en las yndias de los tres o quatro que al presente están vaccos, que es el vno la contaduría del nuebo Reyno de granada, o la gouernacion de la probincia de Soconusco en guatimala, o contador de las galeras de Cartagena, o corregidor de la ciudad de la Paz”, dice una parte de la carta que el escritor envió al rey Felipe II el 21 de mayo de 1590.

La divulgación de este hecho dio lugar a que la Alcaldía de La Paz declare “Corregidor perpetuo” de esa ciudad a Cervantes el año 1962.

En su El mundo desde Potosí, publicado en 2001, Mariano Baptista aseguró que “Miguel de Cervantes quiso ser Corregidor de La Paz para estar cerca de Potosí” y en septiembre de 2016, durante la Feria Internacional del libro de La Paz, el investigador Andrés Eichmann confirmó esa teoría al señalar que “Cervantes quería vivir en La Paz para encontrar ‘interlocutores dignos de ese nombre’ y que entre esa ciudad, Potosí y Lima vivían por lo menos once admirados escritores”.

“El investigador añade varios otros nombres de poetas que vivieron en estas tierras, pero en Potosí, al sur de La Paz, que era una de las urbes más pobladas del mundo debido a la plata de su Cerro Rico, que aún hoy sigue explotándose”, dice la nota que añade que “en Potosí también pasaron un tiempo Diego Mejía de Fernangil, que traduce al castellano ‘Las Heroidas de Ovidio’; Diego de Ocaña, autor de la comedia ‘Nuestra señora de Guadalupe y sus milagros’, y Enrique Garcés, traductor del ‘Cancionero’ de Petrarca, entre otros”.

“Quizá el deseo de conocer Potosí fue lo que animó a Cervantes para solicitar un cargo real en el Perú, que no logró”, agrega, por su parte, Varela.

La investigadora española también se refiere al “Vale un Potosí” de Cervantes y añade que “en uno de sus famosos sermones, un jesuita portugués, el padre Antonio Vieira, soñaba con ‘un paraíso terrestre lleno de flores (...) un Potosí, próspero’. Pero no sólo en la literatura ibérica aparece Potosí como un sueño dorado; también en la inglesa la expresión ‘as rich as Potosí’ se encuentra con frecuencia, y hasta el capitán John Smith, el fundador de Jamestown en Virginia, declaró a un amigo en una ocasión: ‘No se permita que lo ordinario de la palabra pescado lo desagrade, pues le proporcionará algo bueno (…) oro como las minas de la Guayana o Potassie (Potosí), con menos azar y carga y más certidumbre y facilidad’. En fin, la reputación del Cerro alcanzó a los más lejanos confines de la tierra y hasta el jesuita Mateo Ricci lo incluyó en su mapamundi chino con el nombre de Monte Pei-tu-hsi”.

Entonces, no se trata de regionalismo simplón ni chabacanería. Tal vez Potosí no haya llegado a ser el centro de la literatura universal, pero, como se ha demostrado, inspiró incluso al autor más importante del idioma español.

(*) Este texto es un fragmento del primer tomo de Literatura y coloniaje, el libro que el autor publicará con motivo de la efeméride del 10 de noviembre.

20 DE NOVIEMBRE DE 1944. LOS ASESINATOS DE CHUSPIPATA EN 1944

 


El Gobierno de Villarroel práctico una política represiva a cargo de los jefes encargados del control político. La excesiva represión estatal tuvo como corolario el fusilamiento de renombrados personajes de la oposición que intentaban desestabilizar al gobierno. El frustrado golpe de Estado de noviembre de 1944 terminó con la ejecución de 10 golpistas y 4 reconocidos personajes. Luis Calvo, Félix Capriles, Carlos Salinas y Rubén Terrazas fueron fusilados y luego despeñados de las alturas de Chuspipata, en la provincia Nor Yungas de La Paz.

El impacto de tal brutalidad fue muy fuerte sobre todo en sectores de clase alta y media de las ciudades. Fue el comienzo del fin del gobierno de Gualberto Villarroel.

#Historia #Bolivia

 

MELGAREJO LE ROBA LA MULA A UN CURA


Por tradición los soldados del batallón “Legión” sabían lo que les esperaba. Aguerridos y hambrientos se habían sublevado sorprendiendo a los oficiales de guardia. El sargento Melgarejo se ascendió en una casaca y charreteras de coronel, abrió con una bayoneta la caja del cuerpo, repartió los quintos y tomines de plata y todos salieron a atacar la Fortaleza. Rechazados a cañonazos, se replegaron a consolarse con el saqueo de 3 o cuatro casas de Oruro incluida la del tesorero que guardaba de 5 a 6000 pesos. tiros y fogatas para combatir el frío y azar corderos, vítores al general Ballivián y libre consumo de licor en chucherías y pulperías. Todo un día fue dueña de la ciudad la horda broncínea de mestizos hirsutos, “acostumbrados a morir a bala” en guerras internacionales y civiles. Casacas de lana colorada, pantalones de bayeta blanca, quepis francés y ojotas por calzado, “había 2 del botín y encabezados por sus sargentos emprendieron la fuga tomando unos la dirección de patria y otros la de Toledo”. Entre muertos, heridos y prisioneros cayeron más de 100 en la persecución.
Pero el principal conductor de las tropelías por ver por beber y violar a una mujer del pueblo, se ha quedado dormido en un tugurio te los extramuros. No siente la picadura de las pulgas que libán el dulce alcohol de su piel hasta que le toca la cara un rayo de sol. Tarda en ordenar lo sucedido. Extiende la mano: la mujer ya no está, impresión que le despierta completamente. Puede delatar su escondite. Se incorpora, golpea su cabeza con una viga: rápido, los pantalones, el fusil, la cartuchera, el quepis, el poncho. Asoma la cabeza por la puerta, le deslumbra el Sol. Reconoce que está cerca de la mina, senderos áridos y brillantes, los techos de paja sobre muros de adobe, revisa sus bolsillos y sale, demasiado corpulento para disimular se prefiere marchar arrogante, mirando al frente a unos mestizos cual si estuviera en busca de soldados fugitivos.
Entre pajas bravas y arenas, tan grande como es, debe desaparecer en la pampa bajo el cielo de añil, sin dejar de ser. Siente mucha sed por la resaca alcohólica. Cabrillea el Sol en una delgada corriente que baja del cerro, se echa de bruces, bebe se moja la cabeza y luego toma el sendero de la serranía. Es la región que cruzó en la Revolución del general Guilarte. Con la mano como visera mide por la altura del sol el tiempo quieto entre el espacio azul y los nevados lejanos: cerca del mediodía y unas 30 leguas hasta la frontera del Perú. Divisa que por la ladera vienen indios con su recua de llamas. Muestran recelo, no le entienden, son aimaras. Se detiene en la cuesta y vuelve la cabeza: toda la ciudad de Oruro, con sus techos de paja, su torre y sus calles se le muestra como una manada paralizada en medio de la pampa, tan cerca que parece no hubiera andado una hora. Siempre ha visto parecidos espejismos en el altiplano. Del mismo modo la transparencia del aire diseña nítidamente en la lejanía intacta la figura de un hombre montado en una mula. Se va precisando: sombrero negro, poncho y bufanda de vicuña, nariz colorada, el cura de la capilla del socavón.
“Buenos días, tatay (padre mío). El cura le responde con la bendición para caminantes: “Ave María purísima”. “Sin pecado concebida”, responde el soldado descubriéndose y mostrando el arco superciliar prominente y la frente deprimida. inolvidable fisonomía: “tú eres Melgarejo, ¿no?, ¿qué haces aquí badulaque, soldado suelto?”. El badulaque sonríe, mira la semilla con ojo de conocedor y recurre al quichua, idioma esotérico para la confidencia entre mestizos de como un ancestro: “He sublevado al batallón legión, estoy huyendo al Perú”. Al santo varón le parece de rutina, ni siquiera pregunta por qué ni para quién y esbozó un gesto de resignación. Pero el soldado salta de su premisa a la conclusión: “Ahora tendrás que prestarme tu mulita”. cambia el cura a la ironía: “?yo debo ayudarte a desertar? …No digas son serás sabía que eras medio loco, pero no tanto, yo te di la comunión en la misa de campaña”. “Me acuerdo tatay, no dejarás pues que me fusilen, desmonta nomás por las buenas”. “No desmontaré tú no te atreverás a tocar a un ministro del señor”, pero el gigante mientras pregunta: “?no ves que estoy apurado?”, le pasa los brazos por debajo de sus sobacos, le alza como a un niño y lo pone parado en el suelo. Le alcanza el sombrero de tela: “Lo has hecho caer”. Sacudiendo el polvo del sombrero: “Primero motín, ¿no? Y después asalto, ¿no?, tendrás que responder por los dos delitos!”. “Ajajayllas, preso por cien, preso por mil”. “Hijo me obligaras a andar a pie hasta Oruro, cargando alforjas”. “No porque las alforjas vienen con la mula”. Mira el cura a todos lados, ningún socorro del cielo ni de la Tierra. Murmurando y resoplando mete las manos a la alforja y saca una estola, un breviario y una botella de vino. “No, la botella no”. El sargento tercio el fusil, asegura la cincha y monta. Al partir: “Dios pagarásunqui, tata”. Vuelve entonces el cura al idioma español: “El diablo te lleve, facineroso, ladrón de caminos, sacrílego, carne de patíbulo¡”. Nada más en la pampa infinita bajo el cielo impertérrito: un cura a pie maldiciendo a un sargento montado que inicia su marcha entonando una tonada criolla en quichua:
(Que frio, que brisita helada/ ábreme tu puerta, cholita/ si no la quieres abrir/ devuélveme mi frazada, bandida!)
Las gentes de Oruro al verle llegar a pie, todo polvoriento y derrengado, pensaron que el cura había sido votado por su mula, pero cuando narró el atraco el atraco tuvieron que disimular la risa. Normal es que los soldados se amotinen contra el gobierno, pero solo ese Melgarejo falta además a la Iglesia. “Es el mismo pícaro que incendió la casa mata en el Perú”. Originales fechorías, germen del participio “melgarejada”.
Fragmento de: Las dos queridas del tirano, de Augusto Céspedes.


SORPRESA DE TAMBO NUEVO O MÁS CONOCIDA COMO HAZAÑA DE LOS TRES SARGENTOS EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

 


Después de Vilcapugio, y a pesar de su victoria, las fuerzas realistas carecían de abastecimientos y medios de transporte como para marchar en persecución de las tropas de Belgrano. Este supo sacar partido de tales circunstancias y procuró hostilizar constantemente a sus enemigos por medio de partidas aisladas que los atacaban por sorpresa.
La Sorpresa de Tambo Nuevo, conocida como "Hazaña de los Tres Sargentos" fue una exitosa acción de caballería llevada a cabo por una partida de Dragones del Ejército del Norte (Ejército Auxiliador de las Provincias Interiores) entre el 23 y el 25 de octubre de 1813, en el curso de la Segunda expedición auxiliadora al Alto Perú durante la guerra de la Independencia argentina. Los jinetes incursionaron en primer lugar el cuartel general del coronel realista Saturnino Castro en Yocalla (actualmente en Potosí, Bolivia), para luego atacar el puesto avanzado de Tambo Nuevo.
Después de la derrota del general Manuel Belgrano en Vilcapugio (Oruro, Bolivia), el 1 de octubre de 1813, el grueso del Ejército del Norte se retiró hacia el este, acampando tras varios días de marchas forzadas en Macha. Las pérdidas en hombres y material habían sido considerables, sobre todo en lo que hace a la artillería. No obstante, Belgrano comenzó a reforzar sus desmoralizadas y exhaustas tropas con el apoyo de patriotas locales que se sumaron a sus filas y le proveyeron vituallas.
Pese a su reciente victoria, la situación de los realistas distaba de ser mejor. El general Joaquín de la Pezuela había perdido más de 200 hombres en Vilcapugio, junto con un buen número de mulas y caballos, único medio de transporte viable en el terreno escarpado del altiplano. Una parte del ejército de Belgrano se retiró a la villa de Potosí, bajo el mando del general Eustoquio Díaz Vélez. A mediados de octubre, Potosí se hallaba asediada desde el norte por un escuadrón realista, comandado por el coronel Saturnino Castro, quien se había apoderado del pueblo de Yocalla. El camino entre las fuerzas de Díaz Vélez y las de Belgrano estaba controlado por el enemigo.
Lamadrid sabía que Castro, cuyos informantes locales lo tenían al tanto de los movimientos de su partida, había dispuesto que una compañía le preparase una emboscada en la posta de Tambo Nuevo, un puerto de montaña ubicado a unos 25 km al norte de Yocalla. En la noche del 24, La Madrid y sus hombres escalaron una cuesta detrás de la posta. A la cabeza iban tres soldados como exploración avanzada. Ellos fueron los primeros en llegar a la posición realista. Allí se toparon con un rancho de adobe donde pastaban 50 caballos, mientras que otro rancho estaba custodiado por un centinela. Entre los tres dominaron al custodio y penetraron en el edificio, donde sorprendieron a otros diez hombres durmiendo. Los once fueron tomados prisioneros, aunque más tarde uno de ellos -un sargento- logró escabullirse y dar la alarma. El resto de la sorprendida compañía, pensando que estaban siendo atacados por fuerzas superiores, permanecieron dentro de su refugio, a la vez que intercambiaban disparos con los atacantes.
En sus "Memorias", Gregorio Aráoz de Lamadrid lo relata de la siguiente forma:
“Llega la hora señalada y se me presentan los bomberos (espías) con la noticia de haber dejado (los realistas) en Tambo Nuevo una compañía como de 40 a 50 infantes…. En el acto de recibir esta noticia mandé montar a caballo a mis 14 hombres, incluso el baqueano Reynaga, y… me dirigí a sorprender la compañía, pues ésta venía seguramente (como lo afirmaron después los prisioneros) a tomarme la espalda por la quebrada…. Emprendí mi marcha, en efecto, en esta dirección, mandando por delante a Gómez, Albarracín y Salazar, con los indios que acababan de llegar con la noticia, en clase de descubridores. Seguía mi marcha en este orden, con mi baqueano Reynaga a mi lado, y habían pasado ya algunas horas, cuando se me presenta Albarracín avisándome de parte de Mariano Gómez, que encabezaba la descubierta, que venía en marcha conduciendo prisionera a la guardia (realista). Gustosamente sorprendido con esta noticia pregunté… ¿Cómo han obrado ustedes ese prodigio? Continuando mi marcha, me refiere Albarracín que, al asomar los tres hombres el portezuelo de Tambo Nuevo, habiendo señalado el baqueano el rancho en que estaba colocada la guardia….. aproximándose Gómez al momento, le propuso a sus dos compañeros si se animaban a echarse con él sobre aquella guardia que dormía, y cuyos fusiles se descubrían arrimados a la pared con la luz de la lámpara: habiéndole contestado ellos que sí, se precipitan los tres con los dos indios que los guiaban, sobre la puerta del rancho, y que desmontado Gómez en la puerta con sable en mano, dio el grito de “ninguno se mueva”, a cuyo tiempo, abrazándose de los 11 fusiles que estaban arrimados, se los alcanzó a los dos indios; que enseguida hizo salir y formar afuera a los 11 hombres y los echó por delante, habiéndose colocado el exponente a la cabeza, Salazar al centro y Gómez ocupó la retaguardia, suponiéndose oficial y haciendo marchar a los dos indios con los fusiles por delante. Mientras Albarracín me informaba de todo esto, presentóseme Gómez con sus diez prisioneros (ocho soldados y dos cabos), diciéndome que el sargento que mandaba esta guardia, se le había escapado tirándose cerro abajo al descender por un desfiladero, y que no había querido perseguirlo por temor de exponerse a que pudiesen fugar los demás…”.
Al amanecer, La Madrid inició el regreso a Macha con los 10 prisioneros y las armas capturadas. Los tres soldados fueron ascendidos a sargentos por Belgrano, con el título honorífico de Sargentos de Tambo Nuevo.
La incursión tuvo el efecto inesperado de obligar a los realistas a levantar su asedio a Potosí. Castro, convencido de que su escuadrón estaba siendo acechado por una fuerza combinada de 200 soldados, decidió retirarse a Condo, cuartel general de Pezuela. Su retirada permitió a las tropas del general Díaz Vélez reunirse con el ejército de Belgrano en Macha. La caballería de La Madrid, una vez despejado el camino de enemigos, alcanzó el sitio donde había tenido lugar la Batalla de Vilcapugio, donde halló los cuerpos sin vida de varios camaradas, a los que dió cristiana sepultura. En ese lugar erigió dos picas, donde clavó las cabezas de los realistas ejecutados por Belgrano. Un cartel fue colocado en las picas con la leyenda por perjuros.
Fuentes:
Mitre, Bartolomé. Historia de Belgrano.
Lamadrid, Gregorio Aráoz de. Memorias
La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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