1 DE OCTUBRE DE 1876 MOTÍN MILITAR EN SANTA CRUZ

Por: Luis S. Crespo / El Diario 1 de Octubre de 2013. / EL DIARIO, 1 de octubre de 1925. / gonzalocrespo30@gmail.com

APÓSTOL DEL FEDERALISMO EN SANTA CRUZ
Entre los hombres públicos que ha producido el oriente boliviano, ninguno más célebre que el doctor Andrés Ibáñez. Este personaje se singularizó no sólo por su talento e ilustración, sino también por la entereza de su carácter y por su energía indomable, pero más que todo, por haber sido el propagandista de la idea federal, pudiendo decirse que él fue, hasta su muerte, rendido en aras de este principio, el apóstol del federalismo en Santa Cruz.
Ibáñez llegó a adquirir en el oriente una influencia social y política tan preponderante, como no la había tenido ningún otro hombre hasta entonces. Identificado con las masas populares, a las que halagaba incesantemente, ellas le prestaban su ayuda en todo orden y le guardaban consideraciones que rayaban en la idolatría.
Ibáñez había fundado en Santa Cruz un centro social, “El Club Igualitario”, al que concurrían todos sus amigos y admiradores, a escuchar la prédica de doctrinas igualitarias y socialistas, que no cesaba de propagar aquel caudillo, con admirable consistencia.
IBÁÑEZ REDUCIDO A PRISIÓN
Las autoridades del departamento, recelosas de la actitud de Ibáñez, y temerosas del incremento que tomaba día a día el club igualitario, resolvieron apoderarse del caudillo con un golpe de mano, bien preparado.
El 29 de agosto de 1876, a las 12 de la noche, fue aprehendido Ibáñez por una columna de soldados de la guarnición y conducido en calidad de preso al cuartel. Aquí los esperaba el comandante general Ignacio Romano, rodeado de sus oficiales y de la tropa en formación. Encerrado en un estrecho calabozo, con barras (carlan-cas) en los pies y constantemente vigilado por centinelas de vista, permaneció allí por más de un mes. Se acusaba a Ibáñez de tener armas escondidas en su casa y en las de sus amigos para producir con ellas un trastorno político, y se le exigía la entrega de las mismas.

En la prisión era objeto de constantes ultrajes y amenazas por parte del mismo Romano y hasta de los oficiales subalternos. Algunos de los amigos del preso sufrían iguales rigores. Al fin el prefecto Demetrio Roca dispuso que Ibáñez fuese conducido al cuartel general de La Paz, donde residía el Gobierno, y señaló el 1 de octubre para la partida. El mayor de plaza Demetrio Urdininea debía conducirlo.
EL PRISIONERO TORNÓ A SU FAVOR A LOS SOLDADOS QUE LO CUSTODIABAN
Durante el largo tiempo en que Ibáñez había estado en la prisión, los soldados que lo custodiaban habían llegado a simpatizar con el preso y condolerse en secreto de su triste situación. Ibáñez lo comprendió todo, y en el acto concibió una idea atrevida. Hablar a la tropa y comunicarle su pensamiento, obra que fue de unos instantes.
IBÁÑEZ PROCLAMADO JEFE DE LA COLUMNA AMOTINADA
A las 8 de la mañana del 1 de octubre de 1876, momentos antes de emprender viaje hacia La Paz, la columna de guarnición, encabezada por los sargentos Manuel José Roca y Miguel Céspedes, se sublevó contra sus jefes y oficiales, a los gritos de ¡Viva la unión! ¡Viva el general Daza! ¡Viva el doctor Ibáñez! ¡Abajo los asesinos del pueblo!, disparando tiros al aire, 
penetraron en el calabozo de Ibáñez, le sacaron las barras que éste tenía en los pies, lo pusieron en libertad y lo proclamaron jefe de la columna. Los jefes y oficiales habían huido ante los primeros disparos.
Avisado el coronel Romano de cuanto sucedía, se dirigió al cuartel, seguido apenas de dos ordenanzas, y acometiendo con incomparable valor a los amotinados disparó varios tiros, hiriendo de muerte al oficial Guardia, atropellando al centinela y penetrando al cuerpo de guardia. La tropa le rogó que se retirase y abandone su intento de reacción, pero Romano, como Sucre el 18 de abril de 1828, cargó sobre los soldados, hiriendo a 2 dos de ellos, tras de los cuales él recibió una descarga y murió con un valor sin nombre.
Romano era el tipo del militar bravío y temerario de los tiempos pasados y cuya raza ha desaparecido para no presentarse más en el escenario de la política boliviana. Al ruido de la fusilería, el pueblo supuso que habían victimado a Ibáñez y corrió a la plaza de armas, allí vio al caudillo, libre, y lo vitoreó y aclamó. Una hora des-pués, la columna triunfante y tranquilizada ya, se reunió en el cuartel y suscribió un acto dando parte de lo acontecido con la firma de los sargentos, cabos y soldados en número de 43.

Al día siguiente, el doctor Ibáñez convocó al pueblo por bando a un comicio, que suscribió un acta que fue llenada con 700 firmas, invistiendo a Ibáñez con la jefatura política y militar del departamento.

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