POR: DIEGO MARTÍNEZ ESTÉVEZ (Sintético relato)
Comida y refuerzos, ambos de máxima importancia no llegaban
en las cantidades mínimamente requeridas de la zona del interior (mayormente
desde la región central de Bolivia situado en promedio a unos 2 mil kilómetros
de distancia hasta Boquerón, pues, localmente era imposible obtenerlo porque el
gobierno argentino y a título de “neutralidad” le negaba a Bolivia la venta de
sus productos alimenticios a través del Río Pilcomayo y sin embargo le prestaba
su generosísimo apoyo y en todo sentido a su aliado el Paraguay).
Sobre todo, la paupérrima alimentación producía bajas entre
las tropas bolivianas, cuyos organismos extremadamente debilitados eran presa
fácil de la disentería, el paludismo, incluso y entre los más débiles, pequeños
rasguños rápidamente infectaban sus carnes hasta provocarles la muerte. Estos
factores humanamente insalvables, provocaron la retirada de una parte del
contingente del Primer Cuerpo de Ejército, desde la retaguardia de Boquerón,
hasta más al sur de Alihuatá.
Los soldados que se habían negado a esta retirada,
recogiendo armas y municiones a lo largo del camino y sopesando la gravedad de
la situación, resolvieron defenderse en Alihuatá. Destacaron puestos
adelantados sobre los caminos que conducen a Rojas Silva y Arce en el norte; en
tanto que en el sur (en dirección a su retaguardia) enviaron patrullas a
Kilómetro 31 y kilómetro 22 sobre el camino que conduce a Saavedra.
Ante tan crítica situación, en la retaguardia más profunda –
en Kilómetro 7 - como por milagro se hizo presente el tenientecoronel
Bernardino Bilbao Rioja; modesto y retraído en su carácter y que claramente
contrastaba con el perfil de ciertos oficiales. Bilbao, percatándose que
Alihuatá no se prestaba para una defensa en vista que patrullas enemigas ya
rondaban por el kilómetro 22 y ante la muchedumbre de soldados y sus oficiales
presentes en ese punto tomó la palabra y transformó su aparente parsimonia en
una impetuosa voz. Recogió la bandera tricolor, la plantó en el borde del
“kilómetro Siete” y clavando su mirada al norte y en actitud desafiante gritó:
“! Aquí están los 730 defensores y no pasarán!!!”
En seguida y luego de juramentar a los presentes, el terreno
comenzó a ser organizado en el borde norte de Kilómetro 7.
No sólo fueron únicamente los infantes quienes decidieron
detenerse en kilómetro 7. A su turno, los artilleros demostrando una vez más
ser entre las otras Armas, los abanderados del espíritu de cuerpo, se reunieron
para escuchar la arenga del mayor José Rivera:
“El que quiera cumplir con su deber que lo diga con
honradez. Somos llamados al sacrificio, el que no se sienta con fuerzas para
morir por la patria, puede optar por la retirada”.
“Eso no podemos hacer” – fue la respuesta general.“Entonces
a escribir su testamento” – respondió el mayor Rivera.
El prestigio profesional de Rivera había ganado el respeto
entre sus camaradas de armas. No en vano era opinión generalizada que el mejor
de los artilleros bolivianos era el mayor Rivera.
Durante el repliegue boliviano que tuvo lugar hasta
Kilómetro 7, los sirvientes de artillería se vieron obligados a abandonar una
de sus piezas. En el acto, dos oficiales - los tenientes Antonio Seleme y
Hintze - conduciendo un vehículo emprendieron marcha hasta el sector dominado
por el enemigo, para sorpresa de todos y dando tumbos en el camino, aparecieron
con su cañón remolcado.
En estas mismas circunstancias, el teniente La Rosa,
mientras cumplía la misión de observador adelantado, su sector fue rodeado y
sus camaradas lo dieron por perdido, pero volvió replegándose a tiros.
Cuando los 665 soldados (este número es proporcionado por el
ex combatiente capitán Santiago Pol Barrenechea), decidieron detenerse en
kilómetro 7 para jurar que NO PASARÁN, la artillería dislocó sus piezas para
apoyar a la defensa.
Para la batalla de “Kilómetro Siete” o “Campo Jordán”,
Rivera mandó a abrir “picadas” (sendas), para los observadores adelantados y de
enlace entre las piezas. Oficiales y soldados abordaron la tarea del
levantamiento topográfico midiendo distancias, calculando derivas y reglando
los tiros en abanico hacia puntos críticos preestablecidos. Datos estos
centralizados en la denominada “plana mayor”, encargada de conducir los
tiros.
Desde el 5 de noviembre de 1932 comienza a perfilarse la
gran batalla cuando el pajonal que se extendía por delante fue siendo sembrado
de cadáveres paraguayos. Al día siguiente, más de 10 mil soldados paraguayos
atacaron en todo el frente extendido en más de 10 kilómetros.
Para la Batería Rivera, la apertura de fuego se inició a las
8 de la mañana, en respuesta al violento fuego de la artillería enemiga que
apoyaba el ataque de millares de soldados. Fue esta fecha, el primer gran duelo
de artillería sostenido entre ambos adversarios.
Voces de mando como las siguientes eran rutinarias: ¡Batería
Siete! Deriva 4320…Distancia 5.600 ¡Dirección derecha de la picada Alihuatá!
Tiro con granadas sensible, a intervalos ¡Atención: fuego!!!
Las bocas vomitaban sus proyectiles de muerte y a lo lejos
se escuchaba el estampido y simultáneamente el resplandor. A su turno y como
ecos, los batracios, desde los lodazales emitían similar ruido a las
explosiones.
El combate duró todo el día bajo el paraguas de una feroz
lluvia acompañado de rayos que parecían formar parte del concierto de muerte.
En un momento dado, dos piezas de artillería aparecieron en primera línea, pero
la oportuna intervención de otras piezas más la infantería despejó el peligro;
los paraguayos que rodeaban el sector cayeron segados por los mortíferos
proyectiles que al rojo vivo surcaban los aires para incrustarse en sus
cuerpos. Rápidamente, ambas piezas fueron replegadas a lugar seguro.
El 7 de noviembre, la batería del mayor Rivera recibió como
refuerzo a la Batería Velarde. En sincronía con la infantería, las bocas de los
cañones volvieron a rechazar los ataques.
El 8 de noviembre se produjo mayor carnicería cuando el
enemigo atacó en todo el frente hasta situarse a cincuenta metros de la
posición defensiva. Pero no contaron con la ocurrencia del Comandante del
Regimiento Campero, que ante la gravísima situación, por toda la línea de
defensa hizo pasar la voz de: “Alistar las granadas de mano”. Los paraguayos
captaron la intención y comenzaron a retroceder y fue el momento para
producirles nuevas bajas desde la copa de los árboles y trincheras. Por
entonces, el ejército boliviano no contaba con granadas de mano, tampoco con
morteros. Particularmente este día la lucha fue feroz. Los paraguayos atacaban
el centro y las alas del dispositivo defensivo. Nuevamente el Comandante del
Regimiento Campero – cuya unidad cubría el ala derecha - les tendió otra
trampa, esta vez permitiendo que las patrullas enemigas incursionaran en su
sector, haciéndoles creer que no se encontraba cubierta (los defensores ocultos
no abrieron fuego). Esta ala estaba cubierta por dos compañías al mando de los
bravos, teniente Héctor Saucedo y el subteniente Néstor Valenzuela; al
replegarse las patrullas enemigas, los oficiales montaron una zona de muerte
cruzada por ametralladoras pesadas y fusilería. No tuvieron mucho que esperar;
al rato se concentraron dos unidades paraguayas: el regimiento Acaverá y el 3
de infantería. El ruido de las ramas anunció su presencia y cuando se
aproximaron a los 40 metros, los soldados escucharon el silbato que anunció la
apertura de fuego y en seguida se produjo una espantosa carnicería entre los
atacantes. Tampoco la artillería boliviana se dejó esperar; ese punto también
se encontraba reglado.
A lo largo de estos días, la artillería ya se encontraba
familiarizada con sus distintos sectores de tiro claramente identificados con
datos precisos, de tal modo que cualquier concentración enemiga en tal o cual
sector, era dispersada por los aires.
En estas circunstancias, entre los soldados capturados se
encontraba el teniente Rolón, quién, al percatarse de la formidable
fortificación y gran acopio de material para la defensa, se llevó las manos a
su nuca para exclamar:
- “Caray, qué prendida. Cómo será de mis pobres. Si siguen
atacando no ha de quedar uno para contar la historia”.
Este oficial, como los demás, estaba muy convencido que en
virtud a sus triunfos en Arce y Alihuatá, pronto almorzarían en Muñoz. Con esta
creencia se lanzaron a inmolarse cumpliendo la orden de su comandante, el
general Estigarribia, el mejor aliado de Bolivia en esta guerra, por cuanto a
lo largo de ella, reeditaría en futuras batallas sus ataques suicidas y que al
final de la campaña, su ejército – de unos 40 mil – quedará reducido a poco más
de 12 mil combatientes.
El 10 de noviembre de 1932 –fecha memorable para las armas
bolivianas como lo constataremos a continuación - al tener conocimiento que el
enemigo había retrocedido a sus posiciones iniciales y procedía a organizar el
terreno con la finalidad de encubrir un nuevo ataque y para esta oportunidad
reforzado con unidades frescas, el comandante del Primer Cuerpo del Ejército -
general Guillén - habiéndose informado de tal intención ordenó el contraataque.
Para este día, los casi 700 voluntarios reunidos para cumplir su juramento de
NO PASARAN, fueron sostenidamente reforzados los tres días anteriores con
alícuotas de los regimientos Murguía, Abaroa, Chichas, 25 de Infantería y el
Destacamento “A” , llegando a sumar el Destacamento Bilbao con 2.340
hombres.
Su dispositivo de contraataque tuvo la siguiente
organización:
En el ala derecha:
Los regimientos Campero, Abaroa y Destacamento “Z”.
En el centro:
Los regimientos Loa y 25 de Infantería, ambas unidades al
mando del mayor Germán Jordán.
En el ala izquierda:
Los regimientos Campos, Chichas y Murguía - este último al
mando del mayor Florían Montán - apoyados con 12 piezas de artillería al mando del
mayor José Rivera luna, más dos escuadrillas de aviación, cada uno de seis
aviones.
El día “D” se estableció para el 10 de noviembre y la hora
“H” a las 02:30 AM. para el ala izquierda; para el centro y ala derecha, a las
05:30 AM. La artillería rompió el fuego por todo el frente a fin de ocultar la
intención.
Llegó la hora y al unísono se dejaron escuchar en todo el
frente las voces de: ¡AL ASALTOOOOO!!! Y la respuesta de: ¡VIVA BOLIVIA!!!
Otros comandantes emitan su orden por medio de sus silbatos.
Lo soldados saltaron de sus posiciones apuntando su frente
con sus bayonetas caladas dispuestas a penetrarlas en los cuerpos de los
sorprendidos paraguayos que pese a verlos correr desde los 60 – 70 metros de
distancia, no atinaron a reaccionar. Así se inició una gigantesca lucha de
cuerpo a cuerpo; las cajas torácicas, una tras otra o al unísono, crujían
sordamente con el impacto del proyectil disparado desde centímetros de
distancia. En el semblante de los bolivianos se podía nítidamente apreciar
emociones de furia, alegría y venganza. Los sobrevivientes huían despavoridos
mientras desde el cielo, eran ametrallados en macabro concierto con las
ametralladoras de tierra que rápidamente agotaban sus bandas de munición.
La masa humana en desbande fue perseguida a lo largo de
cinco kilómetros. Eran las cuatro de la tarde y el inmenso cañadón se había
saturado de cadáveres. LA BATALLA DE KILÓMETRO SIETE TODAVÍA NO HABÍA
CONCLUIDO.
Los bolivianos, en previsión a una contraofensiva enemiga
retornaron a sus posiciones originales El resto del mes los disparos de
trinchera a trinchera persistieron. La caballería enemiga exploraba el flanco
izquierdo y este sector fue ampliado en tres kilómetros; la batería Rivera fue
misionada para localizar un nuevo emplazamiento para una parte de sus piezas y
encontró en Puesto Montaño (ver carta militar adjunta), un pajonal donde las
instaló y a fin de evitar que la aviación descubriera la senda que abrió, la
mando a cubrir con ramas verdes. Todo el trabajo demoró desde el 26 al 30 de
noviembre. Al otro día – 1ro. De diciembre - y precisamente en el pajonal, desencadenó
su ataque el esfuerzo principal de la maniobra enemiga; sus unidades habían
realizado un enorme rodeo abriendo una senda para aparecer en el flanco y
retaguardia del extremo Este de toda la posición defensiva boliviana; como
medida de engaño buscaron hacer creer que su verdadero ataque se produciría en
el frente y flanco contrario.
Antes de caer fulminado por disparos, uno de los
observadores adelantados de Rivera que se encontraba apostado en un árbol tuvo
tiempo para alertar al telefonista, éste, recogiendo su aparato se replegó
hasta la central de tiro dando parte del numeroso efectivo enemigo que avanzaba
por el pajonal o “isla”. Este día, la artillería boliviana se lució con sus
certerísimos disparos. La infantería intervino y el combate se prolongó desde
las seis de la mañana hasta las ocho y treinta. Dos horas más tarde, este
sector defensivo fue reforzado llegando a extender su línea en dirección
sudoeste. La artillería enemiga disparaba a ciegas, sin poder localizar la
procedencia de las granadas bolivianas.
El 2 de diciembre, el tozudo de Estigarribia ordenó reanudar
el ataque logrando apoderarse de toda la isla, bautizada ahora por los
bolivianos como “1ro. de Diciembre”. La isla fue fortificada en todas
direcciones y simultáneamente realizaron los mismos trabajos pero en un solo
frente y también en el interior del monte cubriéndolo para denotar su
inexistencia. Su medida de engaño consistía en simular un fortísimo
contraataque para enseguida simular una desordenada retirada hasta alcanzar sus
posiciones mimetizadas y desde allí, batir a los bolivianos de quienes
aguardaban su persecución como ocurrió el pasado 10 de noviembre.
Efectivamente, las unidades paraguayas, concentradas frente al flanco y ala
izquierda bolivianas, atacaron impetuosamente y otra vez fueron enérgicamente
rechazadas por la infantería y perseguidas por decenas de granadas de
artillería hasta más allá de sus posiciones mimetizadas.
Nuevamente, Estigarribia ordenó sucesivos ataques en
diversos puntos del frente, ataques que se sucedieron hasta el 10 de diciembre.
Para este fin, el comandante enemigo recibió considerables refuerzos e
incrementó su potencia de fuegos; contaba con cinco baterías de artillería, de
los cuales dos eran obuses de 105 mm. Sus ataques fueron sucesivos desde el 2
de diciembre, resultando todos inútiles, aunque desde los árboles y con su
enorme cantidad de ametralladoras, controlaban la circulación de los
abastecimientos, obligando a las tropas bolivianas a combatir con exiguas
raciones de alimentación y agua.
El más infernal de los ataques a lo ancho del frente ya de
15 kilómetros, se produjo desde la madrugada del 8 de diciembre hasta altas
horas de la noche y lograron aproximarse hasta los 30 metros en el ala derecha
defendida por el regimiento Loa. Al no poder hacer caer este sector, optaron
por atacar el ala izquierda y ganaron terreno hasta posicionarse a 30 metros de
la línea de trincheras, sin embargo, la artillería, orientada por los
observadores adelantados vomitaron una lluvia de granadas a retardo en tiempo;
es decir, explotaban a 20 metros sobre las cabezas de los atacantes para ser
diezmados por sus infinitas esquirlas que como lluvia repartían su mensaje de
muerte.
El 9 de diciembre, la artillería recibió la orden de
concentrar todo su fuego sobre la “Isla 1ro.de Diciembre”, con el objeto de
limpiarla de presencia enemiga. Para este propósito, las baterías de artillería
se dislocaron en línea, dando comienzo a su fuego de barrera, que como un
rodillo de fuego, los disparos incrementaban su distancia de explosión de 50 en
50 metros, provocando el terror entre los atacantes que miraban las explosiones
como el preludio de una muerte anunciada.
Muy temprano del día 10 de diciembre, las patrullas
desprendidas del sector defensivo comprobaron que en la isla no existían
señales de vida. En su rastrillaje encontraron centenares de cadáveres
insepultos. Tres días más tarde, el testarudo de Estigarribia, comprendiendo su
derrota se atrincheró.
A lo largo del 14 de diciembre, de todos los sectores del
frente alargado en 15 kilómetros, las unidades remitían sus partes dando cuenta
de haber encontraron entre 300 a 400 muertos. Más de 2 mil bajas contabilizaron
las tropas sin poderse determinar la cantidad de heridos evacuados por los
suyos.
Más al norte de Boquerón y desde el 12 de diciembre, el
esmirriado Segundo Cuerpo de Ejército boliviano, con su grito de guerra de
¡ARDE O NO ARDE!!! , despejará de enemigo los sectores de Loa, Bolívar,
Jayucubás, Platanillos y el camino de Corrales a Toledo, sembrando por doquier
el pánico y la muerte entre las unidades paraguayas. (Sobre este episodio y en
este mismo grupo, les sugiero leer el artículo titulado:
¿QUIÉN ERA ESA MUJER DE NOMBRE BETTY, EN CUYO HONOR, EL
CAMPO ATRINCHERADO A DONDE LLEGÓ, FUE BAUTIZADO CON SU NOMBRE?)
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