Foto: Cesar Lora.
Por: Filemón Escóbar - escritor / Este articulo apareció
publicado en el periódico La Razón el 22 de junio de 2014.
César solo hizo escuela, desde adolescente trabajó junto a
su padre en su finca que tenía el nombre de Umirpa, era un pequeño latifundio a
los pies de un pueblito denominado Panacachi, a 60 kilómetros de Uncía. Se toma
el camino de herradura desde Uncía, se pasa necesariamente por el Jusko rumbo a
Amayapampa, se ve algo distante el pueblo heroico de Chayanta. Al continuar con
la marcha se divisa Villa Apacheta. César desde Uncía a Panacachi, por más de
15 años, trajinó esa ruta, unas veces arreando ganado para el camal de Catavi o
llevando papa, trigo y, una vez al año, durazno de la finca de su padre para
vender en las calles de Uncía. Desde que nació vivió con su padre en Umirpa. La
finca sin César no caminaba, era el peón mayor de todos. Para la época de
siembra, César tomaba el arado con gran precisión, era la envidia de los otros
jóvenes quechuas, éstos no podían competir con César. Para la cosecha de la
papa, César les ganaba en la cantidad que él solo acumulaba, siempre más de dos
pesadas. Podía, y jugando, demostrar que él era muy fuerte, tomaba los cuernos
del buey y comenzaba a torcer el cuello hasta que el buey caiga al suelo. (…)
César trajinó por estos recovecos por más de 20 años. En
todo el trayecto lo conocían como “el César”, el hombre fuerte que volteaba
bueyes y que en los tinkus ganaba todas las peleas de los abajeños contra los
arribeños, en las ferias del mes de mayo en Pocoata y Macha. A comienzos del 52
César se presenta al servicio militar en la guarnición militar de Uncía y, por
ser hermano de Guillermo Lora, que entonces ya era diputado por la provincia
Bustillos, lo envían rumbo al altiplano de La Paz, concretamente a Curahuara de
Carangas. En ese regimiento hace amistad con un omiso, era el famoso Fellman
Velarde. Después de las elecciones de 1951, ambos soldados logran amotinar al
regimiento, son apresados y conducidos al panóptico de San Pedro por rebeldes
contra la disciplina militar.
En la cárcel Fellman Velarde le habla del pensamiento
nacionalista y las diferencias con el pensamiento ideológico de su hermano
Guillermo. Su hermano nunca le habló de política a César, es el movimientista
Fellman quien le habla de política y lo despierta en esta senda. Con la
revolución del 52, César y Fellman salen libres y como héroes. César se
traslada a Uncía y de ahí a la finca de su padre. En ese ínterin, entre 1952 y
1953, César me recibió con un abrazo ya que yo había dejado el internado del
Méndez Arcos, en el año 1953, porque había cumplido los 18 años de edad. Desde
1953 a 1954 trabajé junto a César, recorrí unas tres veces el camino que él nos
señalaba para llegar a la feria de Wañuma. (...)1955. Jaime Romero y mi persona
éramos ya dirigentes del sindicato de Siglo XX, habíamos ganado las elecciones;
la izquierda, por vez primera, desplaza al MNR de la dirección sindical. Irineo
Pimentel es elegido Secretario General y Federico Escóbar Zapata, control
obrero. Jaime y yo, Filippo, ocupamos las carteras de Secretario de Actas y de
Cultura, respectivamente. Esa asamblea es memorable para quien escribe este
intento de semblanzas. La asamblea se lleva a cabo en el teatro 31 de Octubre,
el recinto está completamente lleno, no entra una aguja. El centro está ocupado
por los movis, encabezados por Carlos Flores, jefe de Comando del MNR, son
cientos. Flores pide la palabra y con voz de trueno le dice a Pimentel:
—Compañero, esos dos jovencitos que le acompañan en el
directorio, quiero que Ud. me responda, ¿son casados, tienen sus concubinas o
tienen hijos?Pimentel se da la vuelta y nos dice: “No, respondan No”. Negamos
las tres condiciones: no éramos casados, no sabíamos lo que era concubinato y
menos tener hijos o hijas.
Pimentel, también con voz de trueno, le dice:
—Compañero, no tienen hijos, no tienen concubina y tampoco
son casados.
La respuesta de Pimentel llena el teatro de gritos e
insultos contra los dos jóvenes. Carlos Flores retoma la palabra y exclama, con
gritos, tremendamente furioso:
—¡Qué mierda hacen esos dos jovenzuelos en el directorio del
sindicato más fuerte del país! ¡Sin hijos, sin mujer! ¿Cómo van a manejar el
sindicato si no tienen la responsabilidad de la familia?
Los trabajadores responden con una ovación cerrada, no
tenemos otro camino que abandonar la posición del nuevo sindicato de Siglo XX.
Carlos Flores, jefe de comando del MNR era un auténtico líder junto a los
hermanos Torrico de la sección Siglo XX, eran famosos perforistas, junto a los
Cayoja, los Herreras. Eran auténticos movimientistas, grandes luchadores contra
el poder de la rosca minera. Todos ellos continuaban trabajando en el interior
de la mina, ninguno de ellos era “busca pegas”.
A Jaime le comento: “Valía la pena que estos compañeros nos
obliguen a renunciar”. En ese momento habíamos escalado unas gradas de
prestigio porque nos llegaron a conocer, posteriormente por nuestros actos
fuimos aceptados en la dirección sindical. Nos conocían como “los cartuchos”.
Así, como dos cartuchos, a pedido de César, nos fuimos a la vivienda de
Federico, era la primera casa de la fila cerca de las cinco casas para los
empleados; en la primera vivían los curas oblatos del Canadá. Por su calle
pasaban los camiones Leyland rumbo a Cancañiri y de ahí rumbo a Siglo XX o
Catavi, era el centro de ese trajín. Serían las seis de la tarde, tocamos la
puerta, nos abre la compañera de Federico, doña Alicia. “Pasen solteritos”, nos
ironiza doña Alicia. Nos da la mano Federico, cuando él estrechaba la mano lo
hacía con convicción, su mano demostraba solidaridad y absoluta confianza. Su
mirada expresaba profundo amor al prójimo, al amigo, al camarada, a la familia,
al sindicato y a los principios ideológicos. Sentía un profundo amor por los
trabajadores, ni duda cabe.
—Federico, hemos venido los dos a pedirte que ordenes el
ingreso a la mina al hermano de Guillermo Lora, autor de la Tesis de Pulacayo,
él nos ayudará en la lucha contra el MNR, él te admira y está convencido de que
tu rol como Control Obrero con derecho a veto es una gran conquista y que los
movis van a intentar arrebatarnos esa conquista de la nacionalización de las
minas. Fíjate, Federico, el derecho a veto en las manos del partido de gobierno
es para que desaparezca esta gran conquista.
Federico nos miró a los dos, tenía una mirada de profunda
amistad y respeto al aliado político.
—Sí, tienen razón, con el apoyo del hermano de Guillermo
Lora y, además, si su partido no nos quita el Control Obrero. Manejando con
eficiencia el veto nos consolidamos por mucho tiempo en el sindicato junto al
Control Obrero.
El instante en que nos acepta nos pide que César, a primera
hora, esté en la oficina del Control Obrero. Al día siguiente Federico y César
se abrazan, ese abrazo va a perdurar hasta la muerte de ambos. Con ese abrazo
se amarró el frente entre el Partido Comunista y los trotskos; era un frente
antimovimientista visualizado por los trabajadores en los tres personajes:
Irineo, Federico y César. Lo más curioso de estos tres personajes es que a
Irineo y Federico no les llamaba la atención ser miembros de la FSTMB y tampoco
de la COB, preferían mantenerse en el Sindicato Minero de Siglo XX, el primero
como Secretario General y el segundo como Control Obrero. Tenían absoluta
conciencia de que el salir del distrito minero más importante del país era una
posición política errónea. Lechín buscaba que sean parte de la Federación de
Mineros o de la COB. Nuestra travesura y sueño político era que Pimentel y
Federico se vayan a la Federación de Mineros y a la COB, para que nosotros, los
trotskos, ocupemos sus lugares en ese distrito tan importante. Lechín prefería
que nunca salgan de Siglo XX; así aseguraba su reelección como Secretario
Ejecutivo de la Federación de Mineros y de la COB. En ese marco se jugaban
“nuestras travesuras”, en cada congreso de la Federación de mineros y de la
COB. (…)
César ingresa a “interior mina” y directamente a la sección
Beza; en esa sección, había un famoso perforista de topes, Braulio Veizaga, es
cabecilla de su cuadrilla, es un auténtico perforista, el mejor de toda la
sección Beza y Braulio, de entrada, se lleva a César a su cuadrilla. Al
seccional le dice: “El nuevo que se venga a trabajar conmigo”. Si es el mejor
perforista, el seccional no tiene otro camino que aceptar esa imposición del
“mejor”. César no tiene que empujar carros, no es carrero, es parte de la
cuadrilla, y de la mejor, en la sección Beza. ¿Por qué hace eso Veizaga? Ambos
conocían la fiesta de Panacachi, él era de Senajo, que queda cerca de la finca
de don Enrique, de Umirpa; se conocían desde muy jóvenes. Es esa vieja amistad
que toma rienda suelta para que César ingrese directamente a la cuadrilla de
Braulio.
Este acontecimiento se materializa a mediados de 1955. Casi
de inmediato, al ingreso de César, se nos presenta Isaac Camacho, un hombre que
también nació en Llallagua, venía de haber estudiado en el colegio Instituto
Americano, de La Paz, se nos presentó tartamudeando el inglés. Es César quien
le lleva ante Federico y le recomienda su ingreso directamente a los sistemas
de explotación de los Block caving, cae en el 3-D. La suerte está echada.
(...)PERSECUCIÓN. El “sistema de mayo” [impuesto por el gobierno de René
Barrientos en 1965] se materializaba. El gobierno tomó medidas complementarias
para consumar la derrota de los trabajadores. La primera consistía en la rebaja
de los salarios en un 50%, los trabajadores perdían su salario en dicha
proporción. La respuesta de los explotados, en su primer momento, fue de
protesta contenida. Los mineros solo atinaron a morderse los labios de
rabia.Juraban, dentro de sí, que se vengarían de este nuevo ultraje. A las
esposas de los mineros se les llenaron los ojos de lágrimas. Sin sindicatos y
militarizados los centros mineros se sentían reducidos a la impotencia.
La protesta muda de los trabajadores fue rota con la noticia
de que César Lora e Isaac Camacho se encontraban parapetados en la mina Italia
(a unos 30 kilómetros de Siglo XX), la noticia voló por todo el interior de la
mina. Por vez primera, en el seno de la clase obrera, se hablaba de las
guerrillas. Para los mineros, lo que se suponía que hacían César Lora y
Camacho, eran guerrillas para enfrentar al Ejército. Súbitamente, los
trabajadores se volvían a poner en pie de combate. El temor de los primeros
días provocado por la llamada invasión del Ejército sobre el distrito minero
fue rápidamente olvidado. Las “guerrillas de César”, así las denominó la
creatividad de los obreros, fueron el acicate para que se predispongan a
defender sus salarios. (…)CACERÍA. Grupos de gente civil armada al mando del
capitán Zacarías Plaza, como perros de presa, se lanzaron en busca de los dos
caudillos sindicales. Zacarías Plaza era oriundo del Norte de Potosí; conocía a
César Lora; era, pues, el hombre indicado para perseguirlo. El comando militar
no aflojaría hasta encontrar a los dos “agitadores extremistas”, el solo hecho
de nombrarlos causaba intranquilidad y zozobra. La decisión unánime fue
eliminarlos físicamente. Las instrucciones a Zacarías Plaza fueron terminantes
al respecto. Así se daba comienzo a la odisea de los dos luchadores
sindicales.(…)Los prófugos se internaron más al sur del país. Llegaron a
Potosí. En esta ciudad la situación empeoró. Los sindicalistas del partido,
magníficos agitadores para las épocas democráticas, se extinguieron en la
ciudad de Potosí. La fuga continuó hacia Sucre, donde Guillermo Lora contaba
con dos cuadros “firmes”. La presencia tosca de los revolucionarios asombró a
los aristócratas chuquisaqueños. Los nervios, de solo ver a los fugitivos, se
les crisparon. Los dos sucrenses solo atinaron a meterlos en una pieza. Tras el
encierro vino el martirio. El ñato Mendizábal los visitaba para darles
“información” de la tenebrosa Policía chuquisaqueña, les decía que “les estaba
pisando los talones”. Les insinuaban que Sucre no les brindaba ninguna
garantía. Indirectamente les imploraban que abandonasen Sucre.
El terror que mostraban los dos cuadros de Guillermo, los
únicos de Sucre, determinó que César e Isaac se dirijan, nuevamente, al Norte
de Potosí, es decir, donde precisamente las huestes de Zacarías Plaza los
buscaban. Los dos líderes obreros ignoraban que iban al encuentro de sus
perseguidores, se internaron en la “zona roja” del Ejército.
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