FRANCISCO DEL RIVERO Y ESTEBAN ARZE

Por: Wilson García Mérida / Publicado en el periódico: Sol de Pando, el 14 de septiembre de 2015.


Esteban Arze impuso una autoridad rigurosamente celosa de la conducta ética en sus propias filas. Al general Arze le interesaba muy poco la corrupción de sus enemigos, ya vencidos. Le preocupaba la de sus mismos entornos. Ordenó que ningún soldado de su ejército, ningún funcionario bajo su administración libertaria, osase robar un solo alfiler de los realistas derrotados; aún tratándose de los más odiosos sojuzgadores. Tampoco era permitido cometer abusos ni violar a las mujeres e hijas del enemigo. Los infractores identificados eran fusilados en el acto, ante la algarabía del pueblo revolucionario…
Todas las crónicas sobre el levantamiento libertario del 14 de septiembre de 1810 coinciden en dar relieve a un suceso histórico correlativo, consecuencia directa de la rebelión de septiembre: la batalla de Aroma, acaecida exactamente dos meses después, el 14 de noviembre de 1810, fecha que marca el hito principal de la revolución cochabambina como aporte la Independencia de Bolivia, con la creación —a partir de esa batalla— del Ejército con el cual se fundaría la República de Bolivia en 1925.
La revuelta del 14 de septiembre no fue necesariamente un hecho independentista sino —como un eco de los levantamientos de Chuquisaca y La Paz en 1909— una adhesión a Junta Tuitiva de Buenos Aires, cuyo Ejército Auxiliar comandado por Manuel Belgrano, como es sabido, intentó derrocar al Virreinato de Lima después de arremeter contra el Virreinato de La Plata al que pertenecía el antiguo Collasuyo.
En el año de 1810, Josep Gonzales de Prada fue nombrado gobernador de Cochabamba tras fallecer Francisco de Viedma. Prada asumió el cargo persiguiendo a los sospechosos cochabambinos que habían tomado parte en los sucesos revolucionarios del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca, entre ellos a Francisco Vidal y Manuel Urquidi. También decidió mandar a Oruro a sus entonces correligionarios realistas Francisco del Rivero, Esteban Arze y Melchor Guzmán, “el Quitón”, con la misión de reprimir el levantamiento del indígena Titicocha en Toledo, que se había sublevado a orillas del lago Poopó. Sin embargo, los cochabambinos, ya en Oruro, evitaron el combate con los indígenas sublevados.
Estando acuartelados en Oruro esos tres comandantes realistas sospechosos de simpatizar con la Junta de Buenos Aires, las autoridades virreinales habían decidido desterrarlos a Tupiza (Potosí), para lo cual se esperaba al coronel español Basagoitia, quien, procedente del Cuzco, debía llegar pronto capitaneando las fuerzas enviadas por el virrey Abascal que marchaban al sur para auxiliar al gobernador virreinal de Potosí Vicente Nieto, acosado por las tropas del argentino Castelli. Si los cochabambinos hubieran sido trasladados a Tupiza como planeó Gonzales de Prada, imposibilitados de volver a Cochabamba, jamás se habrían producido los hechos revolucionarios de septiembre, octubre y noviembre de 1810.
“Apercibido Rivero de esas maquinaciones, merced a doña Lucia Ascui, avisó a sus compañeros y, durante la noche, escalaron las paredes del edificio en el que se encontraban, salieron de Oruro con dirección a Cochabamba. A mediados del mes de agosto los fugitivos de Oruro llegaron a Tarata. Desde allí les fue posible ponerse en relación con muchos cochabambinos, para trabajar a favor de la independencia. Carrasco, Oropeza, Montesinos, Oquendo, Arauco y Ferrufino, hubieron de ser los primeros en acoger esas tan generosas aspiraciones”, escribió Eufronio Viscarra.
¿Qué pasó aquel 14 de septiembre de 1810?
En su memorable “Diario histórico de los sucesos ocurridos en Sicasica y Ayopaya”, el “Tambor” José Santos Vargas testimonió que los 200 soldados realistas de caballería enviados desde Cochabamba por el gobernador Gonzales de Prada “al mando de un don Francisco del Rivero”, llegaron a Oruro “a principios del mes de agosto o por fines del mes de julio. Estarían como un mes y más… De repente desaparecieron de los cuarteles una noche, tal que no quedó uno. De retorno don Francisco Rivero a Cochabamba, se habían sublevado el día 14 de septiembre de dicho año 1810”.
En efecto —según se confirma en la crónica de Eufronio Viscarra— la mañana del 14 de septiembre de 1810, el coronel Francisco del Rivero junto al alférez Melchor Guzmán, a los tenientes Esteban Arze y Bartolomé Guzmán, “aparecieron en Cochabamba a la cabeza de una fuerza de mil hombres y auxiliados por todos los patriotas de la ciudad que, dirigidos por Oquendo, Montecinos, Oropeza y Arauco volaron a su encuentro. Se presentaron a caballo en la puerta del cuartel, apoderándose fácilmente de la tropa y de las armas, merced a la feliz circunstancia de que el regimiento estaba decidido de antemano por la nueva causa y no se derramó ni una gota de sangre”.
Al tomar el cuartel haciendo huir al gobernador Gonzales de Prada, Francisco del Rivero se dirigió a la tropa y con enérgica dulzura dijo a los sorprendidos soldados que se juntaron en el patio: “Hijos míos, os quieren mandar a combatir contra la Patria. No saldréis de aquí sino conmigo y para defenderla con lustras armas. ¡Viva la Patria!” Y el local invadido de soldados y pueblo todos contestaron “¡Viva la Patria!”.
El 19 de septiembre de 1810, Francisco del Rivero fue nombrado Gobernador mediante cabildo abierto y aclamación pública. Pero el verdadero combate armado de su revolución se produciría militarmente dos meses después, en los campos de Aroma.
La presencia inglesa en los ejércitos de Buenos Aires
ecordemos que las revueltas contra el coloniaje español tuvieron el estímulo del ataque inglés a España, entre 1806 y 1809, cuando el duque de Wellington declaró la guerra a los Borbón que habían abdicado en favor de Bonaparte a cambio de una cortesana francesa que le fue entregada a Fernando VII.
Los ingleses aprovecharon el descabezamiento de la Corona española decididos a quedarse con sus colonias en Sudamérica. Apoyaron con armas y dinero la formación de un ejército independentista en Buenos Aires para apoderarse del Virreinato de La Plata y luego avanzar hacia el Virreinato de Lima siguiendo la ruta Chuquisaca, Potosí, Oruro, Cochabamba y La Paz, hasta donde llegaron las tropas anglo-argentinas entre 1810 y 1813 enarbolando su bandera celeste que terminó siendo también el emblema cochabambino (las tropas originarias del valle, asegura Edmundo Arze, hacían flamear una bandera de guerra colorada).
Respecto a la influencia británica en los sofisticados ejércitos libertadores que surgieron simultáneamente en Argentina y Colombia durante las primeras décadas del siglo XIX, Joaquín Aguirre Lavayén reveló un dato extraordinario cuando escribió sobre esos aprestos del Protectorado Inglés: “El promotor de esa invasión inglesa (a Buenos Aires) fue un criollo nacido en Cochabamba, provincia de Charcas, llamado Aniceto Padilla que el año 1806 hizo escapar de la prisión, en el pueblo de Luján, al general William Carr Beresford, jefe de las entonces tropas invasoras inglesas”.
Según la historia oficial argentina, Aniceto Padilla, acompañado por un pariente del carcelero, usó una falsa orden del virrey Santiago de Liniers para trasladar a los ingleses prisioneros Beresford y Denis Pack de la cárcel de Luján a Buenos Aires. “Los prisioneros y sus conductores fueron trasladados al Tigre, y de allí a Maldonado, que estaba en manos inglesas. De allí pasaron a Montevideo, después de la captura de la ciudad por los ingleses, donde Padilla y el porteño Francisco Cabello y Mesa redactaron el periódico bilingüe The Southern Star, con el que los británicos esperaban congraciarse con los ilustrados criollos”, escribió Carlos Roberts en su libro “Las invasiones inglesas”.
Desde Montevideo, Aniceto Padilla pasó a Río de Janeiro, donde se unió a los carlotistas, que esperaban coronar a la princesa Carlota Joaquina de Borbón (consorte del rey de Portugal, apoyada por los ingleses y adversaria de su hermano bonapartista Fernando VII) como reina del Río de la Plata, ya habiendo sido reina del Brasil. Padilla fue enviado a Londres en 1808 para a colaborar en una hipotética tercera invasión. Regresó a Buenos Aires en 1810, muy poco después de la Revolución de Mayo. “Por consejo de Nicolás Rodríguez Peña, la Primera Junta lo envió a entrevistarse con Lord Strangford en Río de Janeiro y a comprar armas a los Estados Unidos. No tuvo éxito en ninguna de sus dos misiones”. (Tras el triunfo de la Independencia, el osado revolucionario cochabambino colaboró con el mariscal Andrés de Santa Cruz para formar la Confederación Perú-Boliviana. Fue funcionario de ésta y editó un periódico en Cochabamba. Murió en esta ciudad hacia el año de 1840).
Así pues, la rebelión del 14 de septiembre de 1810 fue alentada por un Ejército Auxiliar Argentino profundamente influido por el poderío inglés, intentando transformar las republiquetas guerrilleras indígenas en una guerra convencional. El matiz con el ejército libertador colombiano liderado por Bolívar y Sucre que profesaban el parlamentarismo republicano británico, fue que el ejército argentino del libertador San Martín intentaba mantener un régimen monárquico bajo el Protectorado Inglés.
Retorno a Oruro en octubre de 1810
Después del golpe del 14 de septiembre del 1810, las tropas libertadoras de Cochabamba, que desconfiaban de los argentinos, tuvieron que retornar pronto a Oruro para salvaguardar unos tesoros virreinales que Goyeneche, desde el Cuzco, había mandado a confiscar desplazando a sus tropas por la ruta del Desaguadero.
El guerrillero José Santos Vargas, quien entonces contaba con 14 años de edad, fue testigo de aquella “invasión de cochabambinos a Oruro”, en octubre de 1810, lo cual además obedecía a un clamor de los orureños para bloquear el avance que emprendía Goyeneche en pos de aniquilar a las tropas argentinas de Castelli que se expandían sobre el territorio de la Audiencia de Charcas con el objetivo de llegar a Lima misma. De hecho, Castelli y sus tropas de Buenos Aires —que eran parte del Ejército del Norte creado por Manuel Belgrano con el referido financiamiento inglés—, habían ingresado a Oruro en abril de 1810 y permanecían allí cometiendo abusos que indignaron los cochabambinos, por lo cual la consigna de Esteban Arze era “no depender de España, ni de Lima, ni de Buenos Aires”.
“Ya se oía decir que el señor presidente de la real audiencia del distrito del Cusco, un don José Manuel de Goyeneche, mandaba a algunas compañías a Oruro a castigarlos porque atajaron las arcas reales” —relata el “Tambor” Vargas—. “Informados en Oruro pidieron auxilio de Cochabamba a don Francisco Rivero. El número de tropas que Goyeneche mandaba a Oruro era de 700 hombres bajo las órdenes del comandante general, un tal Piérola”.
Siguiendo el relato de Vargas, “Don Francisco Rivero de Cochabamba mandó 2.000 hombres entre los que fueron 200 de infantería armada, dos piezas de artillería, 500 de caballería y los restantes de cívicos (que decían urbanos) al mando del señor coronel y comandante general don Melchor Guzmán, alias el Quitón”.
Eufronio Viscarra informa sin embargo que el ejército expedicionario que también era comandado por Esteban Arze constaba de mil hombres divididos en 10 compañías; y que “se creó también una tropa auxiliativa de 174 indios, encargada de conducir víveres y pertrechos de guerra y hostilizar al enemigo en caso necesario”.
“El partido que más contribuyó a la formación del ejército fue Tapacarí” —dice Viscarra—. “En la tropa creada en Punata con el nombre de ‘Patricios de Caballería’, llama la atención la circunstancia de que jefes y soldados se alistaron en sus caballos propios, y sin exigir el precio de estos últimos”.
Respecto al armamento, según el biógrafo de Arze, “apenas una tercera parte del ejército contaba con malos fusiles, morteros y arcabuces. Las dos terceras partes restantes estaban armadas solamente de chuzos, garrotes, macanas, cachiporras, barras de hierro y lazos”.
La ética memorable de Esteban Arze
Mientras permaneció en Oruro desde el 20 de octubre para custodiar los caudales reales mientras Goyeneche avanzaba por el Desaguadero, Esteban Arze impuso en esa ciudad una autoridad rigurosamente celosa de la conducta ética en sus propias filas. Al general Arze le interesaba muy poco la corrupción de sus enemigos, ya vencidos. Le preocupaba la de los suyos mismos, sabiendo que nadie es “impunemente” inmaculado en estas viñas del señor, más aún detentando un poder nacido de las armas.
Esteban Arze dio una orden expresa para que ningún soldado de su ejército, ningún funcionario bajo su administración libertaria, osase robar un solo alfiler de los realistas derrotados; aún tratándose de los más odiosos sojuzgadores. Tampoco era permitido cometer abusos ni violar a las mujeres e hijas del enemigo. Arze creó un sistema de vigilancia que podría considerarse el primer órgano de inteligencia ética en la historia de la Independencia, y los infractores identificados eran fusilados en el acto, ante la algarabía del pueblo revolucionario.
Pocos días antes de la partida de los cochabambinos hacia La Paz, el 9 de noviembre, en pos de las expediciones enemigas enviadas por Goyeneche, el Ilustre Cabildo de la Real Villa de San Felipe de Austria de Oruro, certificó que Esteban Arze —según Eufornio Viscarra— “logró conquistarse las voluntades todas con el desinterés, talento, sagacidad política y demás virtudes que realzan y caracterizan su persona, consiguiendo por medio de ellas el fin laudable de que su gente no cometiese exceso, extorsiones ni incomodidad alguna en la citada población”.
El fugaz gobierno interventor de Esteban Arze en Oruro, previo a Aroma, fue un modelo de autocontrol administrativo inédito y singular en la historia política de ésta que terminó siendo la República de Bolivia 15 años después. En los siguientes dos siglos, nunca más hubo ejemplo tal hasta nuestros días de esplendorosa corrupción y esmerado mal gobierno.
Aroma: de la Guerra a la Fiesta
La Batalla de Aroma, efecto inmediato de la revuelta urbana del 14 de septiembre de 1810, exactamente dos meses después. Nótese en este óleo conservado en la Pinacoteca Militar que la bandera de guerra que hacen flamear los combatientes cochabambinos al mando de Estéban Arze, no es el emblema celeste del Ejército Auxiliar que mandó al Alto Perú la Junta de Buenos Aires. El choque se produjo en las riberas del río Aroma, a pocos kilómetros de Sica Sica, sobre un terreno donde, según Eufronio Viscarra, “numerosos conejos semejantes a la liebre (viscachas) establecen en el suelo sus madrigueras en forma de largas y profundas encrucijadas, que se hunden bajo las plantas, produciendo agujeros donde caen fácilmente hombres y bestias. Los españoles, no acostumbrados a pisar un suelo tan accidentado, daban tumbos a menudo, deteniéndose por tal motivo y facilitando el avance de los cochabambinos que evitaban los peligros con su natural agilidad y por el conocimiento que tenían del lugar”.
“Ante vuestras macanas el enemigo tiembla” es la arenga más poética que Cochabamba ofrendó a la memoria revolucionaria de los pueblos del mundo. La profirió Esteban Arze, el general de ese ejército de cochabambinos desarmados e indisciplinados que infringieron una derrota estratégica a los colonialistas españoles en el altiplano aymara de Haru Uma (Aroma, en castellano), el 14 de noviembre de 1810, exactamente dos meses después de la gran revuelta valluna del 14 de septiembre en ese mismo año.
Aquello de las macanas fue real y fantástico. La batalla se produjo cuando el “ejército cochabambino” comandado por Esteban Arze y Melchor Guzmán Quitón se dirigía de Oruro a La Paz para impedir el avance de las tropas realistas desde el Cuzco hacia el sur altoperuano, protegiendo así los territorios liberados por el ejército auxiliar argentino.
El choque se produjo en las riberas del río Aroma, a pocos kilómetros de Sica Sica, sobre un terreno donde, según una descripción de Eufronio Viscarra poco conocida, “numerosos conejos semejantes a la liebre (viscachas, nr) establecen en el suelo sus madrigueras en forma de largas y profundas encrucijadas, que se hunden bajo las plantas, produciendo agujeros donde caen fácilmente hombres y bestias. Los españoles, no acostumbrados a pisar un suelo tan accidentado, daban tumbos a menudo, deteniéndose por tal motivo y facilitando el avance de los cochabambinos que evitaban los peligros con su natural agilidad y por el conocimiento que tenían del lugar”.
Según el relato de Viscarra, “instintivamente y sin previo acuerdo, los patriotas adoptaron una táctica harto singular: aprovechando de las concavidades naturales del terreno, de los pequeños barrancos formados por el río de Aroma en su curso caprichoso y de las tolas (arbustos que en esos parajes alcanzan proporciones considerables), se alebraban en el suelo mientras los enemigos hacían sus disparos, y cuando cesaba el fuego se adelantaban rápidamente para acortar la distancia que había entre los contendientes. A las nuevas descargas del enemigo volvían a agazaparse sin retroceder un solo paso y avanzando siempre, hasta que llegó el momento de lanzarse sobre los realistas”.
Entonces las macanas entraron en acción en un cuerpo a cuerpo indescriptible. “Arrostrando serenos los fuegos de la fusilería, descargaban terribles golpes de macana sobre los realistas y les arrebataban las armas para seguir combatiendo con ellas. Los chuzos y los palos que empuñaban vigorosamente, caían sobre los adversarios haciendo saltar en mil pedazos sus cascos y corazas y convirtiendo en esquirlas sus cráneos”.
En los mil encuentros que se sucedían rápidamente, prevalecía, casi siempre, la fuerza muscular de los cochabambinos, que, acostumbrados como estaban a las rudas faenas del campo, manejaban sus garrotes con admirable desenvoltura y pujanza. “Encontróse en algunos sitios, después del combate, a más de un patriota muerto por la bayoneta de un soldado realista; pero cubriendo con su cuerpo el del enemigo muerto también, lo que manifiesta que el independiente, al sentir el frío de la espada en las entrañas, se daba modos para aplastar con su macana la cabeza del adversario, pereciendo ambos en consecuencia. Desconcertado el enemigo ante la pujanza descomunal de los cochabambinos, cejó de sus posiciones y bien pronto se entregó a la fuga para buscar en ella su salvación”. Y así fue que el enemigo tembló.
La Batalla de la Felicidad
Cuando este ejército libertario obtuvo la victoria de Aroma, parecía que la utopía estaba a la vuelta de la esquina, que la felicidad por fin reinaría en estas colonias de tristeza y humillación. Los festejos en Cochabamba duraron oficialmente tres días después del Te Deum de rigor celebrado el 22 de noviembre de 1810.
“Por cuanto la victoria de nuestras armas contra los enemigos de la felicidad común que decretaron la resistencia a los designios de nuestra capital Buenos Aires, obtenida por los campeones de ella en Suipacha y por nuestros esforzados y leales cochabambinos, exige que tributando al Dios de las batallas las más fervorosas gracias por la misericordia con que nos ha protegido, se hagan también demostraciones de nuestro júbilo y complacencia”, reza un bando emitido por el Gobernador de Cochabamba, Francisco del Rivero, el 21 de noviembre de 1810.
Francisco del Rivero había ordenado que “en las noches de este día y las dos siguientes se iluminen los balcones, ventanas, puertas de calle y tiendas, y que en las de mañana y siguientes se procure la diversión pública en celebración de aquellas acciones decisivas de nuestra feliz suerte”.
La crónica de aquel festejo en la narración de Eufronio Viscarra, es efusiva: “Los caminos que conducen a Tarata, Quillacollo y Sacaba estaban atestados de muchedumbres que acudían a la capital para tomar parte en las solemnidades que se verificaban en honor de los vencedores de Aroma, y de jinetes que, en grupos compactos, iban y venían desalados, conduciendo armas y caballos para las nuevas expediciones que se estaban organizando rápidamente, en los momentos mismos en que el delirio de la victoria parecía embargar todos los ánimos”.
Los relatos de la época testimonian que los repiques no cesaron durante 72 horas, y que la campana más grande que existía en la ciudad, la del convento de San Francisco, “tañó de tal suerte que hubo de rajarse, quedando inhábil desde entonces”.

Aroma era una batalla por la felicidad perdida, y la reconquista de esa felicidad en forma de utópica republiqueta fue el mayor logro político y militar de los cochabambinos.

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