Por: Hugo O‘Connor d‘Arlach / Este artículo apareció
publicado en el periódico El Diario el 3 de Julio de 2012.
Después de atravesar la llanura desolada y hostil del
altiplano, circundada de montañas seculares, donde el viento entona entre la
paja brava la vieja melopea de una raza que se extiende, surgen las
ondulaciones caprichosas de las últimas estribaciones andinas, y allá, en el
fondo polícromo, oculto entre sus breñas, como un nido que colgó la alondra, se
encuentra el valle fértil y fecundo de Tarija.
Sus vegas siempre floridas, su ambiente perfumado y tibio,
su clima siempre templado, su cielo azul, parecen trasuntar en su poética
placidez el alma de una raza tranquila y soñadora. Prolongación del noble
gaucho de la pampa, con más calor en sus venas, con más poesía en su alma. Y,
la policromía infinita de las vistosas flores que cubren sus vegas, parece simbolizar
a la bella chapaca, siempre fresca y lozana, alegre y espontánea, vestida de
colores llamativos, de tez rosada, ligeramente tostada por el sol tropical, de
contorneadas curvas, de senos turgentes, de ojos negros y de labios rojos.
El glorioso expedicionario doctor Daniel Campos, al visitar
Tarija, en 1883, decía: “Tarija está formada por una serie de ondas y
repliegues, que parecen presentar la superfi cie del mar, cuyas inmensas olas
hubiesen petrificado rápidamente, dando lu gar a los valles profundos y a
alturas abruptas. Son tan bellas las decoraciones de la naturaleza, el clima
tan benigno, tan perfumado y transparente el aire, que el viajero no se fatiga
al trasponer sus cumbres coronadas de vegetación o al descender a sus valles
completamente obstruido por las bellezas de esa espléndida naturaleza”.
Un hidalgo español, aventurero y soñador, don Francisco de
Tarifa, paseando su inquietud entre esas breñas, descubrió ese valle,
guarnecido de verdes colinas, bañado por un río cristalino y rumoroso, pueblo
de indígenas tomatas, valientes y decididos, que repelían las frecuentes incursiones
de las tribus salvajes y afianzaban sus dominios, –“gente pacífica y noble, de
excelente carácter y muy accesible a la civilización y que contribuyeron al
bien y seguridad del nuevo pueblo, con tanto valor y lealtad, como los veremos
más tarde contribuir con la independencia del país”.
El 4 de julio 1574 el “distinguido español” don Luis de
Fuentes y Vargas, natural de Sevilla, procedió, de conformidad a la Real
Provisión del Virrey de Lima, don Francisco de Toledo, dictada en Charcas el 22
de enero del mismo año, a fundar la Villa, que bautizó con el nombre de San
Bernardo de la Frontera, lleva el nombre de Tarija en honor a su descubridor.
Al río a cuyas orillas se trazó el pueblo y se denominó “Nuevo Guadalquivir”;
allí se establecieron algunas familias, principalmente españoles y se les
contribuyó parcelas de terrenos. Sin embargo, las frecuentes incursiones de los
indígenas chiriguanos, obligaron a abandonar el valle a muchos de sus recientes
pobladores, inclusive a don Luis de Fuentes, quien se trasladó a Chuquisaca
donde falleció en 1598, con el alma atribulada de honda nostalgia por la Villa
de su fundación.
Entre las pocas familias que se sobrepusieron a las
hostilidades de los salvajes, se contaban las de Baeza, García, Durán, Cortés,
Alava, etc., etc. Se constituyó el primer Cabildo con los vecinos eminentes
Jaime de Lucca, Alonso de Avila, Domínguez, Gutiérrez. Los cargos más
prominentes eran los de Tesorero de la Real Audiencia y el Administrador de
Correos, habiéndose confiado este último a don Pedro Fernández de Tordoya,
cuyas sobresalientes condiciones le hacían acreedor a la estima general de los
vecinos de la Villa.
A mediados del siglo XVIII se fundó la primera escuela y
comenzaron a recibir los primeros periódicos en letra de molde, procedente de
la ciudad de Lima.
Este siglo encuentra también a la Villa en cierto
florecimiento en la instrucción y en el comercio; se desarrolla la agricultura,
se edifican varias casas y se destacan algunas fortunas privadas, sobresaliendo
las de don Juan José Fernández de Campero, del filántropo don Francisco
Gutiérrez del Dozal y la famosa fortuna amasada por el cura Valdivieso. El
marqués Capero se distinguía por su generosidad y patriotismo. En los albores
de la independencia organizaba verdaderos cuerpos militares a costa de sus
peculio y los ponía al servicio de la causa republicana. Acusado por este
motivo ante el Rey, fue apresado en varias ocasiones y finalmente trasladado a
España para su juzgamiento, habiendo fallecido durante el viaje en la isla de
Jamaica.
En el siglo XIX entra Tarija en un grado de progreso igual a
cualquiera de las otras provincias altoperuanas. Por Real Cédula de 17 de
febrero de 1807, Tarija quedaba segregada de la Intendencia de Potosí, a la que
hasta entonces pertenecía, pasando a la dependencia de la gobernación de Salta.
Esta determinación real ocasionó la protesta unánime y espontánea del pueblo
protesta que el Cabildo hizo llegar al Rey, en términos categóricos,
confirmando la firme decisión de pertenecer al Alto Perú.
Desde 1809 se ve a Tarija jugar papel importante en servicio
de la santa causa emancipadora, y del ardiente valle surgen caudillos
singulares, animosos, valientes y abnegados, como Méndez, Uriondo, Rojas,
Flores, Avilés, que con su implacable guerra de montoneras llenaban la comarca
de ardor patriótico, poniendo en serios apuros a las fuerzas realistas,
llegando a convertir Tarija en punto de atracción de ambos bandos y de
importante centro de operaciones militares. “Rondeau, Belgrano, La Madrid, Díaz
Vélez, Güemes y todos los demás destacados jefes patriotas de las provincias
del Río de la Plata pisaron por entonces el territorio tarijeño, lo mismo que
los demás distinguidos del ejército español...”
Desde 1811 se destacan los guerrilleros tarijeños, jugando
importante papel en la guerra de los quince años, destacándose en forma
especial en Suipacha (1812), en la batalla de las “Barrancas” (1816) en
Tolomosa y en todas las refriegas y combates en que les tocó actuar.
Hallándose dependiente del Obispado de Salta, por Real
Cédula de 1807, inicia un movimiento espontáneo y eminentemente popular, el día
26 de agosto de 1826, proclamando su incorporación a Bolivia y enviando sus
representantes al Congreso de Chuquisaca.
Posteriormente, siempre y en toda ocasión que Bolivia ha
precisado el servicio de sus hijos, ahí ha estado Tarija, ofrendado el tributo
de su esfuerzo y de su sangre en aras de la Patria, sin temores y sin reserva,
con sublime interés, con heroísmo incomparable.
Digno ejemplo legaron a la posteridad en las horas aciagas
del 79, los Camperos, Cortés, Martínez, Galleguillos, Antelo y otros ilustres
tarijeños.
En 1883 el ilustrado y audaz expedicionario doctor Daniel
Campos organiza la temeraria expedición al Paraguay y un grupo de tarijeños
acude presuroso a formar la mejor legión al lado del héroe y a desafiar con
estoica grandeza la sed, el hambre y la muerte en el desierto implacable entre
salvajes indomables y arteros. Van entre esos el distinguido coronel Miguel
Estenssoro, además de Echarte, Olaguivel, Sandoval, Núñez y otros valientes. Al
verlos exclamaba el Dr. Campos:“...abundan en Tarija estos hombres de sanas
intenciones, de mirada clara y hondamente patriótica...”
Viene después el conflicto del Acre y vemos nuevamente
sobresalir la abnegación y el valor del soldado tarijeño, destacándo Nicanor
Raña que rinde allí heroicamente la vida, Samuel Campero, Leocadio Trigo,
Salvador Campero, Ricardo Estenssoro y otros...
En la Guerra del Chaco, la Patria ultrajada por alevoso
invasor vuelve a requerir una prueba de sus hijos y Tarija confirma una vez más
su gloriosa tradición, dando muestras conmovedoras de hombría y de valor. El
rústico sargento Tejerina, con su heroísmo instintivo, con su bravura sublime y
sencilla a la vez, formulando el primer gesto de protesta contra la falaz
perfidia paraguaya. Tárraga, digno descendiente del Moto Méndez, mutilado como
él, aguerrido y valiente como él, deja un reguero de sangre generosa en la
caldeada arena de Boquerón, hasta caer desfallecido pretendiendo disparar una
vez más su fusil con la diestra sangrante y deshecha por la pérfida bala
enemiga.
Son pues, estos dos héroes humildes, la tradición viviente
del legendario guerrero tarijeño, la encarnación de su bravura, indomable,
sencillo y heroico. En la magna fecha que Tarija conmemora, concentremos todos
sus hijos nuestro fervor patriótico conmemoremos en las personas de esos dos
sargentos la memoria de todos los caídos por la Patria.
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