Por: Jorge Soruco / 23 de octubre de 2006 / Extracto
de eldescribidor.blogia.com
Comparado con un caballero andante, él fue uno de los
combatientes que perdió su vida para que el conflicto de límites con Paraguay
terminara. El estruendo de las explosiones, el ruido de las metralletas, los
gritos de los heridos. En medio del caos, un valeroso teniente boliviano lidera
una carga contra los acorralados soldados del Paraguay. De pronto, su cuerpo
rebota hacia atrás, como si chocara contra una pared, retorciéndose por las
múltiples balas vomitadas por las armas de los enemigos. Un último suspiro y la
noche eterna cae sobre el teniente José Rosendo Bullaín el 25 de mayo de 1934,
cortando en seco una prometedora carrera militar. Mientras, alrededor del
cuerpo, la batalla de Cañada Strongest, la más famosa de la mítica Guerra del
Chaco, sigue su curso.
Un caballero andante
Nacido en Oruro el 3 de julio de 1907, en el seno de una
familia de la alta sociedad, Bullaín destacó enseguida como baluarte del
fútbol, llegando a formar parte incluso del plantel paceño de The Strongest.
Pero la guerra se le cruzó por el camino. Y ya antes de su
muerte era reconocido como un distinguido soldado, experto sobre todo en el
manejo de caballo. No por nada, el periodista Juan Soldado lo comparó en el día
de su deceso con los caballeros andantes que iban por el mundo resolviendo
entuertos.
Antes, por cuestiones limítrofes, había estallado la Guerra
del Chaco, que el historiador del Museo de Historia Militar Eduardo Casís no
duda en calificar como la primera guerra moderna de Latinoamérica y una de las
más sangrientas. Hubo más de 100.000 víctimas entre los dos bandos, reconoce.
Comportamiento heroico
Pero también se vivieron en la contienda un sinfín de hechos
heroicos.
En este sentido, uno de los primeros héroes fue el
comandante Manuel Marzana, quien en septiembre de 1932 resistió estoicamente,
sin víveres ni agua y con sólo 600 hombres, el avance de los paraguayos antes
de caer finalmente prisionero.
Fue por aquel tiempo que el teniente Bullaín fue destinado
al infierno verde, donde descubrió que el verdadero enemigo no eran los Pilas
(paraguayos), sino enfermedades como la malaria, la escasez de agua y los dos
altos mandos enfrentados, que se empeñaban en retroceder al pasado con una
especie de reproducción a pequeña escala de la Primera Guerra Mundial.
Los dos comandantes, Hans Kundt de Bolivia y José Félix
Estigarribia de Paraguay, fueron entrenados en la Gran Guerra, recuerda Casís.
Por eso, al igual que en el conflicto europeo, la estrategia básica consistía
en refugiar a los soldados en incómodas trincheras hasta que se daba la orden
de ataque y los soldados salían corriendo a enfrentarse con el enemigo. Pero,
como se demostró en las batallas de Boquerón y Nanawa, con dos simples
metralletas uno podía eliminar a la vanguardia sin riesgos para los defensores.
En contraste con las técnicas de combate, algo obsoletas, el
armamento era de primera, con tanques y bombarderos que se usaron después en la
Segunda Guerra Mundial.
En ese teatro de operaciones, Bullaín participó en las
batallas de Corrales, Bety, Toledo y Bogado, entre otras, donde demostró su
capacidad al comandar la octava batería del segundo cuerpo del Ejército.
Con todo, debido a las indecisiones del Alto Mando
boliviano, Paraguay llegó a ocupar las tierras bajas bolivianas, amenazando
Villamontes, Camiri, Santa Cruz, Tarija y Sucre, lo que les costó el cargo al
presidente Salamanca y a Kundt.
Entonces, cuando todo parecía perdido, el nuevo mando
militar decidió plantar cara a la ofensiva paraguaya. Fue en un paraje rocoso,
en Cañada Strongest, donde la única salida era ir de frente o retroceder. Allá
los paraguayos sufrieron sus derrotas más dolorosas, y se frenó su avance,
quedando Paraguay a sólo 100 metros de distancia de las reservas bolivianas de
petróleo.
Para ello tuvo que dar su vida Bullaín, recordado aún
gracias al cuartel con su nombre en Villamontes.
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