Extracto del Periódico La Razón / Publicado el 16 de julio
de 2012.
Había pasado casi tres décadas del cerco indígena que lideró
Túpac Katari en 1781, cuatro años después del primer intento revolucionario de
1805 en el Alto Perú y sólo 22 días del grito revolucionario en Sucre.
La noche del 15 de julio de 1809, Pedro Domingo Murillo
reunió a todos los revolucionarios en su casa de la calle Jaén. Fue la última
junta en la que se definieron los detalles para el ataque al cuartel general de
La Paz y el Cabildo, según cuenta el libro La Paz revolucionaria, un paseo por
la historia de la ciudad 1809-1825, de la Alcaldía paceña.
La mañana del 16 de julio, la población (unas 11 mil personas)
se alistaba para la procesión de la Virgen del Carmen y, según datos e
investigación de la comunicadora e historiadora Lupe Cajías, en esas horas hubo
novenas con rezos de rosarios y cantos de beatas. Un día antes, las cófrades
habían renovado el ajuar en el templo, hoy Catedral Metropolitana. Mientras, a
una cuadra de la plaza de Armas, hoy plaza Murillo, en la antigua calle La
Merced, hoy iglesia del mismo nombre, los revolucionarios se agruparon para
iniciar la embestida al cuartel ubicado en lo que hoy es el Museo de la
Academia Boliviana de Historia Militar.
En un billar. Los patriotas estaban reunidos en un billar de
las calles Colón y Comercio (propiedad de Mariano Graneros). En tanto, unos 200
hombres esperaban órdenes en la plaza Caja de Agua, hoy Riosinho, señala el
libro mencionado.
Graneros estaba identificado con la causa y era conocido por
sus amigos como Ch’allatejeta, que en aymara significa “relleno de arena”; su
sobrenombre describiría su gordura.
Citando al historiador Alberto Crespo, Cajías señala que ese
16 de julio de 1809 el cielo paceño estaba límpido y sin nubarrones, y de
manera gradual empezó la procesión de la Virgen del Carmen a la cabeza del
obispo Remigio La Santa y Ortega.
Casi simultáneamente, las campanas empezaron a repicar, que
no era raro por la hora vespertina. Hasta que Ch’allatejeta, junto a un grupo
de revolucionarios, salió del billar y se abalanzó hasta la plaza de Armas,
según Cajías, a los gritos de “¡viva la libertad!”, ¡viva La Paz!” y “¡vamos
todos!”, como santo y seña de la revolución contra los españoles.
La toma. Según el texto La Paz revolucionaria, el cuartel de
veteranos, donde hoy está la Academia de Historia Militar al lado del cine
plaza, fue el primer sitio de la corona española tomada por los revolucionarios
julianos.
Para apoderarse de estas instalaciones, los rebeldes que
seguían al revolucionario Juan Pedro Indaburo invitaron a los centinelas a
beber en los boliches que se encontraban cerca de la puerta del cuartel y los
entretenían con repetitivos “¡viva Fernando VII!”, a cuya señal, cada vez más
ebrios respondían: “¡viva..! ¡viva..!”.
Mientras, otro grupo se acercó al centinela; éste, como no
tenía opción de disparar su arma, sacó su bayoneta, con la que de un tremendo
golpe derribó al revolucionario Melchor Jiménez, pero éste llevaba en el pecho
un cuero de vaca curtido que le servía de armazón y así no fue herido.
Una vez sometido el guardia, ingresaron al patio e iniciaron
fuego de la fusilería, y aunque quedaron heridos por ambas partes, apresaron a
todo realista que se hallaba dentro. “Todo sucedió aproximadamente a las 19.00
de ese 16 de julio de 1809”, añade Randy Chávez, de la Unidad de Patrimonio
Inmaterial e Investigación Cultural.
A esa hora las campanas empezaron a repicar con más fuerza.
Había un tumulto en la plaza principal. Cajías agrega en el documento: “el
obispo La Santa intentó primero ir hasta la Catedral para hacer callar las
campanas y más tarde contaría: ‘encontré defendidas las torres por una porción
de hombres armados con fusil y bayoneta, los cuales me respondieron ¡No cesarán
las campanas, porque para esto estamos aquí!’”.
La victoria fue rápida y en el tumulto el revolucionario
Juan Cordero, después de vencer a los guardias del cuartel, se puso el sombrero
y las cartucheras del jefe de guardias español, y emocionado salió al balcón
gritando “¡ya está todo consumado, no hay novedad…!”, pero fue confundido y
recibió un tiro que le perforó el pecho y lo mató de inmediato, relata Carlos
Ponce Sanjinés en su libro Documentos para la Historia de la Revolución de
1809.
Murillo. De acuerdo con Cajías, Pedro Domingo Murillo no
estuvo en el cabildo, permaneció en las orillas de la ciudad organizando a las
compañías de infantería y caballería, además de preparar la defensa.
Esa larga noche del 16 de julio, la plaza de Armas de la
ciudad permaneció llena, habiendo cesado el tradicional toque de arrebato de
las 22.00. Se encendieron fogatas que se hacían con las esteras (tarimas) de
los puestos de las revendonas (vendedoras de fruta y verdura), de las que no
quedó ni una sin quemar.
El libro La Paz revolucionaria sostiene que la madrugada del
17 de julio de 1809, las salidas de la plaza fueron ocupadas por la artillería
y, por orden de Murillo, frente al Cabildo se construyeron horcas, con el
objetivo de obligar a jurar a los realistas.
Desde esta instancia salieron Gregorio Lanza y Juan Bautista
Sagárnaga a la plaza Mayor, donde los españoles se encontraban reunidos,
traídos obligatoriamente para jurar fidelidad al nuevo gobierno, donde después
de apoyar los dedos en señal de juramento y para formar la cruz, el que hacía
jurar decía: “¿Jura usted a Dios y a esta señal de cruz hacer perpetua alianza
con los americanos de esta ciudad, y no intentar cosa alguna contra ellos, y
defender la religión y la patria?”. Y el que recibía el juramento respondía:
“Sí, juro”. Y entonces le respondía: “Si así lo cumple usted, Dios le ayudará”.
Posteriormente, Pedro Domingo Murillo fue nombrado presidente
y jefe de armas. La nueva Junta de Gobierno lanzó su proclama al pueblo de La
Paz, animándole a sostener la independencia para cuyo fin pedía el concurso de
todo el pueblo.
Murillo, y otros revolucionarios, moriría ahorcado el 29 de
enero de 1810 no sin antes pronunciar la frase “La tea que dejo encendida,
¡nadie la apagará!”.
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- LAS PANDEMIAS MAS LETALES DE HISTORIA
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