LA TRÁGICA MUERTE DEL PERIODISTA ALFREDO ALEXANDER JORDÁN

Foto: Una de las pocas fotografías de Alfredo Alexander Jordán // Por: Lupe Cajías / Publicado en el periódico El Deber el 19 de Abril de 2015.

La ventana voló por los aires y las cortinas, como suave responso flotaron desconcertadas, rodeadas de agujeros en las paredes, estucos, vidrios, franelas, mientras dos cuerpos en un charco de sangre seguían abrazados al borde del lecho, como tantas otras noches de amor y compañerismo.
Hace 45 años, el 14 de marzo de 1970, una bomba estalló en el dormitorio de los esposos Alfredo Alexander Jordán y Martha Dupleich de Alexander, como nuevo capítulo de una serie de crímenes que sacudían cada mes a la opinión públi- ca boliviana durante el Gobierno del general Alfredo Ovando Candia durante décadas la familia buscó justicia sin lograr una investigación profunda, aparentemente porque varios de los cómplices, dentro de las FFAA, mantuvieron su poder en las dictaduras y en la democracia.
Bertha Alexander de Alvéstegui, la hija y periodista fundadora del Círculo de Mujeres Periodistas, dejó un testimonio oral y escrito, donde asegura que sus padres fueron asesinados por orden de Ovando porque se negaron a vender o entregar al Gobierno el control del matutino Hoy, el más moderno de su época.

Una historia que parece enterrada en el pasado pero que tiene matices que bien pueden provocar la reflexión actual sobre los extremos que alcanzan las tensiones entre la prensa y el poder político (militar).

ALFREDO ALEXANDER JORDÁN

Alfredo Alexander Jordán era un paceño de pura cepa, aunque vivió su adolescencia en Santiago (Chile) y salió bachiller en Tacna (Perú) en 1918. En 1925, año del centenario de Bolivia, fundó su primer periódico, Páginas Libres, al que seguiría La Vanguardia, y más tarde Noticias, en Oruro; aunque, como él mismo contaba, le gustó escribir versos y contar hechos desde su infancia, cuando su madre era su principal lectora.
Como muchos bolivianos, la participación en las trincheras del Chaco marcó su ideario nacionalista y patriótico. Pasó algunos años en importantes funciones públicas hasta llegar a cumplir su sueño: ser periodista a tiempo completo. Alrededor de 1948, en pleno ‘sexenio’ compró el vespertino Última Hora, que tenía influencia en la opinión pública, sobre todo por su horario de circulación, y pronto se convirtió en un importante referente de la prensa nacional.
Le tocó enfrentar, como a otros periodistas, las presiones, amenazas y cercos durante el Gobierno del MNR, partido que había cerrado medios que pertenecían a la llamada ‘rosca’, como La Razón, y que clausuraba periódicos que se atrevían a denunciar sus arbitrariedades, como El Tiempo, de Cochabamba.
La prensa boliviana jugó un papel protagónico en esos 12 años como trinchera en la defensa de los derechos ciudadanos. La caída del MNR no significó mayores garantías constitucionales porque los sucesivos gobiernos militares volvieron a hostigarla, sobre todo por revelar las masacres a los mineros o los entretelones de la guerrilla de 1967. 
En 1968, después de cumplir misiones diplomáticas en Europa, Alexander regresó al país y compró la primera máquina offset para modernizar la impresión del rotativo. Al final de ese año fundó Hoy, periódico que pronto alcanzó importante influencia. Para ello, la familia hipotecó sus bienes y atravesaba una frágil economía cuando el régimen intentó obligarla a ceder el control del matutino.

LAS PRESIONES 

El 14 de marzo de 1970, minutos antes de las 8 de la mañana, un paquete envuelto con papel de regalo fue entregado al empleado de la familia, Francisco Gómez. El hombre que hizo la entrega le dijo ‘tenga la bondad de entregar este paquete a don Alfredo, es muy urgente’. El mozo subió las escaleras hasta el dormitorio de los esposos Alexander y les entregó el paquete, que tenía una tarjeta de la embajada de Israel, según recuerda su hija Bertha en su testimonio.
De pronto, una explosión sacudió la casa y sembró pánico en el vecindario. Luis Alexander salió a la calle imaginándose un choque de autos y se encontró con un cuadro aterrador, estaban dispersas las ventanas del dormitorio de sus padres, las cortinas volaban al viento, las paredes destrozadas. Subió al dormitorio y encontró los restos de sus padres en un charco de sangre junto a la cama y todo el cuarto agujereado. El explosivo estaba envuelto en periódicos de la fecha y era pequeño, cabía en una botella de whisky.
Los primeros en llegar fueron el propio presidente Ovando, el ministro del Interior, Juan Ayoroa, y el jefe de seguridad, Roberto Quintanilla. Pese a las promesas, las investigaciones no avanzaban, y la familia prefirió guardar pruebas porque sabía que la Policía no actuaba técnicamente. Al poco tiempo comenzaron las amenazas contra la familia doliente, amenazando a los niños.
Un lustro después, el biógrafo de Alexander, Eduardo Gil del Muro, publicó un libro citando cartas de Alfredo a sus hijos, fechadas en diciembre de 1970, donde les confesaba las presiones del Gobierno contra él para apoderarse de Hoy. “Nada he hecho para que se tenga ese siniestro propósito contra mí. Mi único delito es escribir con altura, reflexionar, aconsejar y guiar a la opinión pública y al Gobierno (…)”.
“El Gobierno está empeñado en alejarme del país otra vez y lograr poner bajo su control y dominio Hoy. “Vivo en una guerra de nervios… Amenazas muy veladas y muy disimuladas. Tratan de debilitar mi voluntad y que yo ceda a sus pretensiones, que sea yo el que elija el camino de mi derrota (…)”. “(…) De quienes desean apoderarse de nuestro diario”. Alexander reitera que no estaba dispuesto a ser un “mercader del periodismo” y menos retroceder en lo que había predicado, “desde mi juventud”…
Hace dos décadas, la publicación Bolivian Times reinició la investigación sobre el rol de Ovando en el crimen porque quería apoderarse del periódico Hoy, para promocionar sus políticas revolucionarias. El ministro del Interior, Juan Ayoroa, habría actuado de portavoz para “comprar” al director Alfredo Alexander. 
Según Bolivian Times, el régimen mandó matar cada 14 de mes a sus adversarios, al exministro de Asuntos Campesinos y líder rural Jorge Soliz Román, al periodista Jaime Otero Calderón, a los esposos Alexander, al exministro de Economía Humberto Larrea Humérez y al exfuncionario del Ministerio de Gobierno Roberto ‘Toto’ Quintanilla. El hijo de Alfredo, Luis, recobró parte de la bomba- el ministro Ayoroa había negado que existiesen restos para ser investigados- y la envió al exterior.
Bertha Alexander declaró en 1994 que dedicó su vida a averiguar qué sucedió y confirmó que Ovando no quería a su padre y planeaba sacarlo fuera del país. Ayoroa intentó persuadir y a la vez dejar clara la amenaza de que Ovando quería el periódico.
Incluso les insinuó que no necesitaban cambiar oficialmente de dueño, sino que salga Alexander del país y quede alguno de sus parientes (o alguno de los periodistas afines al Gobierno) mientras el Gobierno pagaba las deudas y así era el verdadero dueño. 
Ayoroa le dijo a Bertha y a su esposo, Jorge Alvestegui: “Oye, tú crees que somos tan brutos en querer una prensa oficial”. Lo mejor era tener un medio aparentemente independiente, pues un medio estatal no tendría credibilidad.
Ovando lo invitó directamente a ser otra vez embajador en España, pero Alfredo se negó, “la suerte estaba echada”. Ayoroa les avisó: “Son unos tontos porque podrían haber salvado el periódico. Ahora tengo el encargo de decirle a tu padre que tiene ocho horas para decidirse. O se va a su casa o nos entrega las páginas de opinión de Hoy y se atiene a las consecuencias”. La esposa apoyó la decisión del marido de defender lo que tanto esfuerzo les había costado. “Yo no tengo miedo a comenzar de nuevo o que nos hagan volar con una bomba”, palabras proféticas porque a los 10 días una bomba los hacía volar.
Ovando quería controlar los medios, como lo hacía en Perú otro militar, Velasco Alvarado, que había ‘nacionalizado’ los principales periódicos. Según las investigaciones, nunca comprobadas, también los accidentes que costaron la vida al presidente René Barrientos y al avión del LAB en Viloco fueron provocados por actos terroristas.

En todos los casos habría actuado al menos una de las logias dentro de las FFAA, incluyendo a Luis Arce Gómez y a otros militares y paramilitares involucrados en el narcogolpe de 1980 y cuyo poder alcanzó a gobiernos democráticos en los sistemas de inteligencia o de seguridad interna.
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