Fuente: El asesinato de Juan José Torres: Banzer y el
Mercosur de la muerte. De: Martín Sivak. Argentina, 1997.
Juan José Torres se levantó el martes 1º de junio como
siempre a las seis de la mañana, sin despertador. Era uno de los reflejos de la
disciplina militar. Se acostaba con sus libros y por la mañana devoraba los
diarios argentinos. Diez días atrás habían sido secuestrados y asesinados los
parlamentarios uruguayos Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini. Fue la última
noticia que le impacto.
Después de la ducha, se vistió sobrio, a diferencia de los trajes
sport que utilizaba para ir a su oficina. Tenía que darle el pésame al general
Juan Guglialmelli por el fallecimiento de su madre. Se puso corbata y pañuelo
Christian Dior. Despidió a su esposa por última vez: “Chau vida”. En eso llego Benjamín
Centeno. Faltaba media hora para las nueve de la mañana.
En la esquina, el General anuncio que iba a la peluquería “Antonio”
y después se encontraría con Guglialmelli. “Tú te vas a la oficina y la tarde
de la tomas libre” le indico a Centeno. Cuando el semáforo se puso verde lo despidió
“Chau, chau, hijo” y fue para Mancilla. Centeno siguió para la oficina de
Boulogne Sur Mer y Corrientes. Torres no llego nunca a la peluquería ni a ningún
lado.
Emma se alarmo cuando el correo, que tenía cita con el
General a las tres y media de la tarde, Llamo a las cuatro para visar que no había
ido. Tampoco volvió a almorzar. De inmediato, Emma concurrió a la agencia de
noticias Interpress, donde tenía periodistas bolivianos amigos. “Lo han secuestrado”,
les informo. Cuando llego al departamento la llamaron de Venezuela, Alemania, México,
España y Bolivia.
A las siete menos cuarto de la tarde fue a la comisaría 19ª de
Charcas y Anchorena. Espero dos horas hasta que la recibió el comisario Hipólito
Dorrego, quien no acepto la denuncia por que dijo que tenían que pasar 36 horas
de la desaparición. Resignada, regreso a su casa para aguardar la noche y
esperar un milagro.
A las cinco de la madrugada del 2 de junio, en una habitación
clandestina al sur de Cochabamba, Rubén Sánchez escuchaba una radio minera de
Chile. En un cable urgente dieron la noticia del secuestro. Se sentó frente a
la vieja Olivetti negra y redacto el primer comunicado: “El objetivo podría ser
el asesinato” predijo. Utilizando la res del Ejercito de Liberación Nacional
(ELN) manso el comunicado a todas partes, especialmente a los centros mineros.
Fue la primera información ue se divulgo en todo Bolivia.
En Alemania Oriental, Jorge Torres –su tercer hijo- pasaba
la noche más dura: estaba convencido de ue su padre iba a morir, La hija mayor,
Emma –funcionaria de las Naciones Unidad en Estados Unidos-, viajo de urgencia
a Buenos Aires.
La parte judicial quedo para el abogado José Luis Espada Velásquez,
quien había sido Subsecretario de Justicia durante el gobierno de Torres. Compartían
muchos momentos en el exilio porteño y se habían visto el sábado pasado. Una
frase de Torres le impacto a España: “Conmigo no se va a meter Banzer. Yo no
soy comunista, ni estoy en la derecha. Soy nacionalista cien por ciento y le
voy a sacar las castañas del fuego al enano”. El abogado le repitió que tenía que
irse por que estaba en peligro.
La desaparición tan temida sacudió a Espada. El miércoles 2
de junio movió contactos, presento habeas corpus sin suerte y se transformó en
el vocero de la familia Torres. Todo era confuso.
Durante la noche continuo el calvario para el entorno de
Torres. A la una de la madrugada, uno de los policías que custodiaban el
departamento de la calle Paraguay (propiedad del ex presidente) se acercó al
periodista Andrés Soliz Rada quien había trabajado con Torres junto al Grupo
Revolucionario Octubre (GRO). Flexionando el dedo índice le ordeno: “Usted,
venga conmigo”. Lo llevaron en un automóvil Falco de la Policía Federal hasta
la comisaria de Morón. En uno de los cuartos había una pila de cadáveres quemados,
irreconocibles, con los rostros de color verde claro. Un oficial le indico: “Si
tenía pancita, fíjate entre ellos”. Después del estupor lo regresaron a la casa
de la familia Torres.
Durante la mañana del jueves Espada Velásquez leyó en el
diario La Nación un pequeño recuadro donde se informaba de la aparición de un cadáver
en San Andrés de Giles. Tuvo una
corazonada. Después de muchos inconvenientes para conseguir un auto arreglo
para ir con la hija de Rubén Sánchez y Oscar Torres –hermano del general y
residente en la Argentina-.En una hora llegaron a Giles.
“Vengo a reconocer el cadáver”, explico Espada en la recepción
de la comisaria. Les hicieron muchas preguntas, con sorna, sobre su participación
política en Argentina. Antes de entrar a la morgue, Oscar Torres apunto a
Espada que su hermano tenía una cicatriz, producto del futbol, en la canilla izquierda.
Cuando ingresaron a la pequeña oficina
se impresionaron con la enorme sábana blanca. “Con seguridad es el” dijo
el comisario. No quería exhibirlo.
Cuando levanto la sabana, el hermano del general se desmayó.
“¿Podemos llevárnoslo?”, pregunto Espada en un reflejo inmediato y pidió la dirección
de una farmacia para formolizar el cadáver. Tenía las manos negras, teñidas por
la toma de las huellas digitales, y una especie de mordedura de víbora en el
cuello. Espada arreglo con el comisario pasar a buscar el cuerpo a las once de
la mañana del día siguiente. La hija de Rubén Sánchez salió muy rápido de San Andrés.
Los siguió un auto de la policía. Espada pensó que iban a hacerlos desaparecer
para después quedarse con el cuerpo. Por el pánico se perdieron y aparecieron
en Morón. Recién llegaron a las doce y media de la noche al departamento de Torres.
“¿Me lo han maltratado doctor?”, le pregunto la viuda a
Espada. No largo ni una lagrima. A los pocos minutos llego el jefe de la Policía
Federal Ángel Cesario Cardoso, quien sería asesinado ese mismo mes por el Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP). Les dio el pésame. Espada solicito una
ambulancia para ir a buscar los restos al día siguiente. No era necesario: El
cuerpo del general ya estaba en la calle Paraguay.
Para apuntar
A comienzos de marzo de 1976, el ex presidente Juan José
Torres concurrió a la embajada de Venezuela en Buenos Aires para obtener la
visa. Su pasaporte diplomático tenía fecha de emisión del 2 de septiembre de
1970, cuando asistió a una reunión cada vez que viajaba.
En un primer momento, la embajada venezolana, tal como lo
hizo con centenares de perseguidos políticos, le dio la visa. Al poco tiempo,
lo llamaron para anunciarle que su visa había sido cancelada. Pese a que no lo inquietaba,
se sorprendió. Le devolvieron su pasaporte con ocho sellos de anulado en la página
39. Torres quedo enjaulado en Buenos Aires.
Su asesinato
La responsabilidad del asesinato del ex presidente boliviano
General Juan José Torres ocurrido en la Argentina apuntan directamente al
dictador Hugo Banzer Suarez, que junto a la dictadura argentina coordinaron las
operaciones, todo dentro el marco del tristemente célebre Plan Candor.
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