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25 DE DICIEMBRE DE 1876, ANDRÉS IBAÑES DECLARA EL FEDERALISMO DE SANTA CRUZ

Fuente: Andrés Ibáñez, un caudillo para el siglo XXI La Comuna de Santa Cruz de la Sierra de 1876 – De: Carlos Hugo Molina Saucedo / Plural editores, 2012.

El 25 de diciembre de 1876 reunió al pueblo y en Cabildo público proclamó la Federación como única forma de dar progreso, justicia y paz a los estantes y habitantes del Oriente. Reconocía a Daza y sus ministros como gobierno central y organizó una Junta de Gobierno Federal, integrada por Urbano Franco, Simón Álvarez, asumiendo él la conducción política, militar y económica de la revolución. La proclama federalista, decía:
El día de su próximo triunfo será de los que la iniciaron, de los que han sufrido, de los que han gemido entre cadenas, de los que en vano han demandado igualdad y justicia. ¡Bienhechora alborada y de ventura brillará para los pueblos! Hambre y sed de justicia como de libertad tiene el pueblo. Justicia suficiente encontrareis porque lo que habéis iniciado debe triunfar, como que escrito está, debe cumplirse.
Las medidas revolucionarias abolieron la servidumbre personal y gratuita en el agro y en la ciudad, y al declarar anuladas las deudas de trabajo, los peones quedaron liberados de la esclavitud económica. Se estableció un cobro a los productores de azúcar.
Otra medida de gobierno fue el establecimiento de bonos de apoyo a la causa que, como es de suponer, generó el malestar de los obligados. Hubo muchos que sintiéndose perjudicados en sus intereses económicos, escogieron el camino de la campiña a esperar mejores días o a organizar piquetes de lucha para defenderse cuando llegara el momento. 
El movimiento recibió el apoyo de Chiquitos y por gestiones del mismo Ibáñez, Vallegrande se plegó a la revolución. 
Las razones de la simpatía hacia Ibáñez, las recoge la crónica desde la visión del oficialismo, en razón:
1. a la equivocada conducta de ciertas notabilidades con que, por hundirlo, elevaron á don Andrés Ibáñez; 
2. a la influencia, que mediante los prestigios de su padre en las masas, á quienes prestaba distinguidas consideraciones, pudo ejercer Ibáñez sobre ellas, con más algunos halagos que les prodigaba su identificación con dichas masas; 
3. a las doctrinas igualitarias ó socialistas que predicaban Ibáñez y demás demagogos correligionarios la defensa que hacían, puede afirmarse, de todas las malas causas y de los malos hombres, que formaban su clientela; 
4. a la reunión de los igualitarios en un club, en el cual sus corifeos los alucinaban con falsas promesas; 
5. a la impunidad y tolerancia á los delincuentes, que desde tiempo atrás se ha notado; 
6. puede agregarse, a la intransigencia superficial de alguna camarilla, que es el extremo opuesto de la anterior.
El 27 de enero se dirigió con parte de sus hombres a los valles del departamento en campaña política, dejando como autoridad en la ciudad al paraguayo Manuel María Fabio; el rigor político que le imprimió a su mandato en la relación con sus adversarios como en el cobro excesivo para apoyar al movimiento, cambió la colaboración y simpatía de más de uno. El Diario anónimo, recoge con detalles los atropellos y el malestar que produjeron. Resulta llamativo el particular encono que recibió sobre sí la figura de Fabio; se le inculpan al “paraguayo”, como era llamado en todas las crónicas de la época contrarias a Ibáñez, el dolor, las exacciones y atropellos producidos. Tratándose de una revolución, lo repetiremos, era comprensible el malestar de quienes debían soportar el cambio. Las palabras de otro cronista, esta vez desde las simpatías a Ibáñez, establecen un contraste comprensible:
Por encima de ciertas corrientes de intrigas, que minaron a las fuerzas federales, intrigas largadas y fomentadas por la oligarquía, para desquiciar, entre sí, la unidad del Ejército del pueblo, Fabio supo ponerse por encima de ellas. En su lucha, él no vio otro objetivo, sino la finalidad de vencer. Fue un positivo y el más definido como hombre de campaña, en la Revolución Federal.
La visión desde los perjudicados, no podía ser más patética.
Durante los 160 días de la dominación igualitaria, en la capital del departamento fueron sepultadas las garantías individuales y de la propiedad; el comercio y la industria fueron paralizados; el rapto de caballos fue incesante y general; el abuso de adjudicar á sus sectarios los ganados mostrencos y con éstos otros que no los eran, fue inaudito; la comunicación de los pueblos departamentales con la capital y aún entre sí, fue interrumpida; los víveres escasearon y subieron de precio considerablemente, a pesar del pequeño número de habitantes que permanecía en la población, porque los agricultores no los podían introducir, sino con riesgos y perjuicios.
Desde los primeros días de su apoderamiento de la ciudad, Ibáñez principió a poner en práctica sus tendencias igualitarias; á propósito, en una proclama del 3 de octubre, consignó este pensamiento: “La igualdad con la propiedad, es el desiderátum de los pueblos. Esforcémonos por aproximarnos á él y nos presentaremos más dignos de la Nación.” Con declaración tan alarmante, y con el conocimiento que se tenía de Ibáñez, la ciudad quedó desierta. Parece que semejante documento no haya llegado á manos del Gobierno, porque de lo contrario, no se puede explicar cómo resolviera enviar al General Pérez á la pacificación del país, sin darle la fuerza competente, que apoyase su autoridad. ¡Tenía que sufrir todavía Santa Cruz, porque los pueblos pagan las debilidades y errores de sus gobernantes! En conclusión, la dominación de Ibáñez, ó de los igualitarios en Santa Cruz, no ha sido una revolución fue una rebelión, un motín de cuartel, que no habiendo sido sofocado, se organizó, y robustecido subyugó y robó al país. Por lo tanto no es cuestión política, es cuestión social, es cuestión de bandidos.
Encontrándose en Vallegrande, recibió noticias de que una fuerte división del ejército con 500 hombres a órdenes del Ministro de la Guerra General, Carlos de Villegas, que con los títulos de Jefe Superior Político y Militar de Cochabamba, Santa Cruz y Beni se dirigía hacia allá con órdenes terminantes de acabar con la insurrección y sus protagonistas. El Estado reaccionaba contra los insurrectos.
Ibáñez volvió sobre sus pasos y ya en Santa Cruz, y evaluando la situación, organizó la retirada hacia Chiquitos. Partió el 3 de marzo de 1877 recibiendo del pueblo una despedida numerosa y emotiva que veía marcharse nuevamente a su Caudillo, esta vez con su futuro incierto. Entrando Villegas en la ciudad el viernes 9 de marzo a las 9 de la mañana y tomando el control militar de Santa Cruz dispuso que “todos (los) que contribuyeron directa ó indirectamente con el bandido Ibañes (sic), serán pasados por las armas y confiscados todos sus bienes y con especialidad aquellos que tomaron parte”.
Villegas, como para darle tiempo a su adversario a buscar protección en Brasil, se queda en la ciudad realizando trámites administrativos; entre ellos, dictó un decreto que concedía garantías a los partidarios de Ibáñez para que abandonen las filas revolucionarias, decisión que fue representada airadamente por los adversarios del Caudillo que veían en estas medidas cierto favoritismo; debieron aparecen letreros y carteles en las paredes que señalaban la lenidad que estaría teniendo para cumplir con la orden recibida, y ante la conminatoria del Ministro del Interior de ejecutar el Decreto del 19 de enero de 1877 que establecía que los revolucionarios del Oriente sean juzgados por un Consejo de Guerra verbal, partió en su persecución.
Andrés Ibáñez fue alcanzado en la estancia de San Diego en la madrugada del 1° de mayo, con un agotado y leal grupo de correligionarios (Las crónicas relatan que la madrugada de su apresamiento, compartía su hamaca con una aborigen, cuyo amor había conquistado (Harnés). La muchacha se llamaba Trinidad). Se ha creado un espacio histórico muy generoso en cuanto a lo que ocurrió desde el apresamiento y el fusilamiento del Caudillo, y que tienen un alto contenido de imaginario popular cercano al mito; las muchas versiones que existen sobre el relato de lo ocurrido durante el día, si bien coinciden en los acontecimientos generales, difieren en los detalles, en los parlamentos, en las conductas de las personas; la transmisión oral se ha enriquecido a partir de las situaciones concretas que se produjeron. Lo evidente se refiere al apresamiento, el Juicio de Guerra verbal, el diálogo reservado que existió entre Ibáñez y el General Villegas que concluyó con un abrazo (Villegas é Ibáñez, tuvieron una larga conferencia, después de la cual, se vio que el Jefe Supremo, que había sido correligionario político del jefe federal, se retiró bañados los ojos en lágrimas, silencioso y triste; los dos amigos se habían abrazado y llorado juntos, ambos eran víctimas: Villegas de la obediencia y disciplina militar, y Andrés Ibáñez del rigor de una ley dictada por el funesto Gobierno de Daza”. Pedro Kramer), la carta que escribe Ibáñez despidiéndose de su esposa, el fusilamiento de los 9 detenidos, y el gesto de valor civil del condenado que al atardecer del 1 de mayo, sin vendas en los ojos, dio el grito de guerra del Movimiento y la voz de fuego que acabó con sus 33 años.
Al retornar de Chiquitos el 28 de mayo, Villegas fue recibido efusivamente por quienes habían sido opositores a la experiencia federal, continuando la acción represiva de persecución, apresamiento y embargo de bienes contra los que habían simpatizado con Ibáñez (El sector más conservador dudaba si efectivamente Villegas había fusilado a Ibáñez pues no trajo la cabeza como se le había pedido, y para lo cual se le había entregado una urna. Los sectores populares, esperaban el retorno del Caudillo, en cualquier momento.). La familia de Ibáñez debió sufrir una diáspora física y simbólica como era la costumbre represiva en esos tiempos, y que alcanzaba a todos los que habían vivido con el condenado. Su esposa Angélica Roca luego de serle confiscados todos sus bienes, terminó su vida en Salta. Su hija Leocadia fue traslada a Sucre a vivir un tiempo con parientes maternos; otro de sus hijos, Darío, fue entregado secretamente a Marcos Mansilla que le dio y mantuvo su apellido de manera permanente; y un tercero, Francisco, cuenta la tradición familiar que fue llevado a Valparaíso, Chile, bajo el cuidado de unos amigos y del que no se tuvo noticias posteriores.
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