Foto Mariano Ramos, Elizardo Pérez, Avelino Siñani
Por: Lic. Samuel Mamani Maquera, Docente ESFMTHEA / 27 de
Junio de 2017 El Diario Revista Nuevos Horizontes.
Era un 2 de Agosto de 1931, fecha que marca el inicio de una
nueva etapa en la historia de la Educación boliviana. Allí en Warisata, se enfrentaron
dos colosos; Avelino Siñani, el indio originario, y Elizardo Pérez el hombre
rubio, en su primer encuentro, cruzaron sus miradas con cierta desconfianza del
uno, pero los ojos claros de Elizardo, lograron doblegar la voluntad de
Avelino, una extraña química había entre estos dos personajes, la unidad del
campo y la ciudad, que luego de coincidir en planes, metas y propósitos se
fundieron en un caluroso abrazo, sellando así una amistad que daría lugar a la
fundación de la monumental obra; la Escuela Ayllu de Warisata, no sin antes
sortear multitud de dificultades y mensajes de oposición, porque era el tiempo
del auge del gamonalismo.
Intelectuales terratenientes pensaban que el indio es
“ineducable” eran comparados con los asnos del campo. Aramayo, uno de los
“barones del estaño”, decía que ellos eran dueños de los indios desde tiempos
inmemoriales, atacando a la educación de los campesinos. Las tierras de
entonces estaban en manos de los patrones, gamonales que sintiéndose dueños no
solo de las “sayañas” usurpadas, sino también de la vida de los verdaderos
propietarios. Don Julio Apa-za, un anciano comunario entrevistado relataba:
“para el patrón sembrábamos papa y cosechábamos bajo la mirada vigilante del capataz,
no había que dejar una sola papa en el surco, porque eso significaba recibir
latigazos y si el látigo llegaba al rostro, la sangre corría a raudales sin
recibir auxilio de nadie. Aun así había que llevar la carga en burros hasta la
casa del patrón en la ciudad de La Paz, sin recibir un solo
centavo de compensación”.
Fueron tiempos muy difíciles y no era como para levantar o
edificar una escuela, no. Pero el reto era construir una escuela, pero en la
mente de Elizardo no era la idea de una común y vulgar escuelita de campo, no.
Consiguiendo de la Dirección del Instituto Americano los planos de
construcción, empezó la titánica obra, inicialmente acompañado del albañil
Velasco, haciendo adobes. Elizardo no escatimó esfuerzos en levantar la obra.
Esperó la ayuda prometida y los campesinos no vinieron. Aun así, se inició la
obra contando solo con dos picos, dos palas y dos carretillas, que llevó
Elizardo de su casa. Paralelamente empezó a funcionar la escuela en la capilla
ubicada al fondo de la montaña, y junto a ella una chujlla que servía de
Dirección.
A los pocos días, se aproxima Avelino Siñani prometiéndole
venir a colaborar en la obra. Dicho y hecho, al día siguiente a las cinco de la
mañana se apareció Avelino y toda su familia para colaborar en la obra. No sin
antes decirle que, cientos de ojos estaban mirando lo que hacía el hombre
blanco, entendiendo que Elizardo no era un engañador sino un hombre de palabra
y de hechos. Avelino Siñani, se encargó de visitar casa por casa, convocando
para ayudar en la obra.
Poco a poco se fueron sumando a la tarea, cientos de indios
se pusieron manos a la obra todos trabajando sin salario, con la única meta de
tener una escuela.
Menciona la bibliografía que niños, jóvenes y ancianos,
todos trabajaban unos cortando y cargando piedras, otros lavando arena y
fabricando adobes. Entre ellos estaba el anciano Santiago Poma, quien, con sus
ochenta años se esforzaba por cumplir su deber; Elizardo le dijo que no haga
esfuerzo, porque estaba muy de edad a lo cual el anciano replicó; “Cierto tata,
pero esta casa es para mis hijos y los hijos de mis hijos y aquí abrirán su
espíritu” y siguió trabajando. Poma, cincuenta años atrás, se había atrevido a
levantar una escuelita y las autoridades de Achacachi lo procesaron encarcelándolo
durante tres años, ahora se hacía realidad su sueño añorado. No habría salido
de la cárcel sino firmaba su “sayaña” para el fiscal.
Cabe destacar también la actuación del tata Mariano Ramos,
que desde los primeros días de la construcción no cesó en prestar su ayuda
desinteresada.
En el libro de Elizardo Pérez; “Warisata la escuela ayllu,
justamente a pedido de los mismos, se mencionan los nombres de valerosos indios
que lucharon en contracorriente por su liberación, pensando en que la escuela y
la cultura les daría la libertad. Estos hombres que aun están en el anonimato,
sintieron el dolor en el cuerpo por la dura tarea de construir, sintieron el
sol abrasador y el frío que congela y que cala hasta los huesos, soportaron los
fuertes vendavales del altiplano, pero no se oyó un solo quejido. Pero fue
mucho más el dolor en el alma por las injusticias, por el abuso y maltrato del
propio ser humano y por el no me importismo de las propias autoridades de
educación. De la lista de cuatrocientos setenta y ocho comunarios,
constructores de la Escuela Ayllu, culmina con el maestro Rufino Sosa de quien
ya nos referiremos de este “Titán del trabajo”, en otro artículo.
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