Este artículo se publicó en el periódico Opinión el 9 de
agosto de 2011.
LA REPÚBLICA
La clase letrada del territorio independizado pensó en una
república autónoma. El destino fue cumpliendo al punto ese anhelo, el 6 de
agosto de 1825 se proclamó solemnemente la Independencia, y por leyes de 9, 11
y 13 del mismo mes se constituyó la República Bolívar, con la forma unitaria de
Gobierno, habiéndose fijado los símbolos y la moneda. Desde el 3 de octubre de
1825, la flamante República se denominó Bolivia. Simón Bolívar fue declarado
Padre de la Patria y su primer presidente. Al partir al Perú, Bolívar prometió
enviar el reconocimiento del nuevo Estado por parte de aquella nación y un
proyecto de Constitución. El libertador cumplió su promesa. En el consenso
americano, la nueva República resultaba encantadora. Bolívar lo dijo: Tiene
para mí un encanto particular. Primero su nombre y después sus ventajas, sin
escollo; parece mandada hacer a mano.
Así nació la pequeña maravilla
republicana que hubo de dedicarse inmediatamente a su organización. En la
inauguración del Congreso, los diputados eligieron una mesa directiva que quedó
formada así: José Mariano Serrano, presidente; el clérigo José María
Mendizábal, vicepresidente, y Angel Mariano Moscoso y José Ignacio de Sanjinés,
secretarios, alejado Bolívar, Antonio José de Sucre recibió el mando supremo
por parte de la Asamblea Constituyente (26 de mayo de 1826), aunque es cierto
que ya lo ejercía por delegación del Libertador; luego fue su presidente
constitucional, cargo que aceptó con reservas y límite de tiempo. Su dura tarea
consistía en organizar la nueva República. Dividió el territorio en cinco
departamentos: Chuquisaca, La Paz, Potosí, Cochabamba y Santa Cruz. Dejaba un
derecho expectante para Oruro. Hizo el censo de personas y propiedades,
organizó y reglamentó colegios de ciencias y escuelas primarias e impuso las
leyes de inmigración. Salieron los primeros órganos de prensa; el 3 de febrero
de 1825, El Chuquisaqueño; en noviembre del mismo año, El Cóndor de Bolivia;
antes había circulado La Gaceta de Chuquisaca. Colaboraron con él Facundo
Infante, Agustín Geraldino, Bernabé y Madero. Pero pronto comenzó a saborear
también las primeras hieles: el clero se oponía a su organización escolar, los
altoperuanos no respondían a su confianza, y le escaseaban los fondos para la
hacienda pública. El proyecto de Constitución, que se llamó vitalicia, porque
atribula el Poder, de por vida, a una sola persona irresponsable, fue
considerado cuidadosamente. Sumáronse las dificultades, y una ola
antibolivarista amenazó a Bolivia.
Hasta que llegó el 18 de abril de 1828, cuando se amotinaron
los Granaderos de Colombia e hirieron con bala en un brazo al Mariscal de
Ayacucho. Comenzaba el drama de la ambición en América, fenómeno del que no
podía escapar Bolivia. Se inauguraban los cuartelazos, sin fin, sin tregua, que
habían de durar más de un siglo.
LA CONFEDERACIÓN PERÚ-BOLIVIANA
No tardó el general peruano Agustín Gamarra en invadir
Bolivia con pretexto de prestar custodia al Mariscal de Ayacucho.
Misteriosamente murió el presidente Pedro Blanco (1828) en su prisión. Con
gallardía y ojo avizor preparó el mariscal Andrés de Santa Cruz (1829-1839) los
días gloriosos, pero efímeros, de la Confederación Perú-Boliviana, que
equivalía al trasplante de masas, ejércitos y anhelos político-jurídicos de un
territorio a otro, del Alto al Bajo Perú, y lo que un día tuvo ardor volcánico,
al cabo del tiempo trocóse en cenizas. El admirable dominador de las dos
Repúblicas confederadas se convirtió en el desterrado de los días sin fortuna
ni recuerdo, el docto estadista de los códigos y las reglamentaciones institucionales
pasó a ser el majadero a quien se envía, irredento, a tierras de Europa, y
Bolivia tuvo que pasar largo tiempo cuidándose de la codicia del usurpador que
habla en el peruano Gamarra; revisión de tratados, delimitaciones
provisionales, amagos de guerra y cuidándose también de su política exterior
con Argentina y Brasil. El tirano Juan Manuel Ortiz de Rosas no veía con
simpatía el asilo altruista que Bolivia ofrecía a sus víctimas. El Brasil
miraba con ojos indecisos aquello que, recónditamente, guardaba para un futuro
gran imperio.
Muy pronto, el mariscal Santa Cruz, dominando al Perú, luego
de firmado el Pacto de la Confederación, en mayo de 1837, en Tacna, fue
nombrado Protector de los tres Estados: el Norperuano, el Surperuano y Bolivia.
No pudo ser aceptado ese peligro continental y Argentina y Chile lanzaron sus
ejércitos contra el mariscal. Los mismos bolivianos no acataron enteramente el
ideal crucista y opusieron sus reservas. Pero Santa Cruz desterró a senadores,
cerró aulas universitarias y obtuvo que un congreso reunido en Cochabamba en
1838, llamado la Canalla Deliberante, aprobara el Pacto confederativo. Caído en
desgracia, Santa Cruz fue desterrado y murió cerca de Nantes (Francia) en 1865.
Un hombre grande, un ideal ambicioso y un intento confederativo cayeron al
abismo.
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